domingo, 29 de abril de 2012

! LA IMAGINACIÓN AL PODER ! . (A LA REALIDAD QUE LE DEN ...)-

Cuando no nos agrada la realidad cercana (la lejana la ignoramos, directamente), la única opción que nos queda es aquella que los sabios nos indican en su receta, los tres pasos inevitables:
Negación surgida de la estupefacción ante lo que consideramos  “absolutamente increíble” que pueda sucedernos, también,  a “nosotros”. 
Segunda fase de inevitable dolorimiento, de tormentosa atrición basada en la aceptación de la situación, por amarga que sea. 
Y finalmente el capitulo mas importante, donde el intelecto prima sobre lo emocional, y donde comienza la negociación con el medio, por incomodo y cruel que resulten su apariencia y las condiciones impuestas. 

Sucede con frecuencia, que nos quedemos anonadados en la primera parte y decidamos erróneamente elegir la posibilidad de no aceptarla, o al menos maquillarla para así cambiarla y hacer que el engaño, imposible, ocupe el lugar de ella, de la obstinada realidad.
Mi amigo Jesús, titula su blog con un lema definitivo, que intenta algo más definitivo que apartarla del camino, “Hojas para la destrucción de la realidad”. Quizás esa hipotética destrucción, la única manera que tiene de no dejarnos en el vacío, sea mediante su transformación en ficción.
Y aquí, inevitablemente surge la poesía, esa tan especial que solemos ubicar en el terreno fronterizo con la locura.
Los autores de ficción, todos lo son, no hacen otra cosa que transformarla en fantasía, ilusión mediante. Incluso los costumbristas, más fantásticos e ilusos aun, intentan convencernos de que no hacen otra cosa que inventar una realidad con gran parecido a la que presumimos como nuestra.
Imposible intento ante la obstinación de la señora. Ni tan siquiera la verborrea  imaginativa y generalmente colegiada de políticos o periodistas, logra otra cosa distinta que mantener unas horas o unos días más, la fase de estupefacción ante lo inevitable.

Veo imágenes de la actualidad y sospecho inmediatamente de su manipulación, de su falsificación con Photoshop, con el que cualquier colegial puede lograr la intemporal maravilla de colores. Solo necesita un pequeño aditivo, dispuesto en generosas cantidades por la madre naturaleza,  la inagotable fe de las victimas, espectadores pasivos aferrandonos a nuestras convicciones previas, confirmadas por cualquier imagen, por cualquier noticia que nos sirva de estupefaciente temporal, por inverosímil que resulte a otros, a los “culpables” de “todo”, a “ellos”.
Antes del editor fotográfico, existía un método más infalible y cómodo, mucho mas incluso que el sumergirse en las novelas históricas –que antes se llamaban de caballería- o en las de detectives nórdicos, o los tan aclamados relatos de postguerra, (y no de cualquier postguerra).

El mando a distancia, universal, y adaptado a las manos  de los telespectadores, de todos los ciudadanos del mundo, que tienen tan fácil  cambiar la realidad como  presionar su dedo índice sobre el botón que hace avanzar o retroceder los infinitos canales hasta encontrar uno que les muestre la verdadera realidad, aquella del gusto de cada cual.

Así lo contaba Jerzy Kosinski en su novela “Being there”, traducida entre nosotros por aquello de transformar la realidad, en “Bienvenido Mr. Chance”; en su versión cinematográfica de Al Ashby 1979, donde el gran Peter Sellers nos muestra en que consiste el canto del cisne de un actor.
En ella, Mr. Chance no duda en pulsar el mando a distancia ,dirigiéndolo ante cualquier situación que suponga un eventual peligro o simplemente no sea de su agrado. El resto de la historia tiene tanta acidez y tal crítica antisistema, que ahora estaría “realmente” mal vista.

De momento esparzamos la sombra de la sospecha – esa es otra película- sobre las imágenes con que nos enfrentamos cada día. ¿Trucadas?  Eso es lo de menos en las actuales circunstancias. Aunque la inutilidad, al respecto de cambiar nuestra situación, del mando a distancia, no ofrece ninguna duda.

La reflexión individual, basada en la información exhaustiva que nos ofrecen los medios, sobre todo la red; quizás sea el único, y mas difícil camino, para avanzar hacia la segunda fase en la resolución de este problemilla sin importancia llamado supervivencia. 

 

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jueves, 26 de abril de 2012

THE TIMES ARE CHANGING. (QUINO - DYLAN).-


The line it is drawn
The curse it is cast
The slow one now
Will later be fast
As the present now
Will later be past
The order is
Rapidly fadin'.
And the first one now
Will later be last
For the times they are a-changin'. 

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martes, 24 de abril de 2012

COMO ALONDRAS ENJAULADAS.-


¿Es la alondra o el ruiseñor, el que canta a esa hora?- 

 

Julieta: ¿Tan rápido te marchas? Todavía falta mucho para que amanezca. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que se escucha. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.
Romeo: Es la alondra que advierte que ya va a amanecer; no es el ruiseñor. Observa, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes de levante con los colores del alba. Ya se extinguen las teas de la noche. Ya se adelanta el día con veloz paso sobre las mojadas cumbres de los montes. Tengo que marcharme, de otra manera aquí me aguarda la muerte.
Escena 5ª del acto 3º de Romeo y Julieta


La verdad es que, la figura literaria de la terrible duda, en este caso la duda de la pareja ideal, es más que válida para una sublime indecisión como la nuestra. Tener o no tener  la fe ciega en que mas pronto que tarde escampará, que la luz del dia hará desaparecer toda diatriba estéril sobre si termina la noche o comienza la mañana. Y mientras que para Romeo se acerca el punto sin retorno, Julieta aquí, por aquello de la consabida misoginia del autor, representa a todos aquellos que sacan partido, que aun siguen haciéndolo en las mas terribles circunstancias, las de la indecisión ajena ante la opción del precipicio o la punta de las espadas de los montescos y capuletos (que siempre pinchan al pringado de turno, al tobera de las películas del oeste, el que suele morir casi al final, dejando el terreno libre al ventajista de costumbre).
Valientes literatos de tres al cuarto. Con lo fácil que es darle la vuelta al argumento, como Don Guillermo, y hacer que mueran los que tendrían que vivir, para que los espectadores marchen a casa con la placentera sensación de sentirse vivos, aun. Aunque hay que reconocer que aquí el asunto termina de una forma algo exagerada.
-“Una generación perdida”- creo que murmuraban los londinenses de la época al salir del Globe.

Y no pienso que ahora sea mucho más estimulante para el público –europeo- el asistir al tercer acto de este esperpento (nuestro). Aunque para cualquier espectador adulto, educado en la digestión de las tragedias de ficción, siempre quedará un poso de aprendizaje sobre los errores ajenos.
Pero no preocuparos, que no os voy a contar el final. Si bien en este no aparecen las perdices de rigor, no.

 
Si,  aparecen alondras  también, en la película –otra- que hoy me sirve de fábula.
“Alondras en el alambre” de Jiri Menzel, 1969, que acabo de volver a ver, como corresponde a ciertos clásicos, descubriendo que no es una comedia romántica, como anuncian los de IMDB, ni tampoco el artístico ejercicio de surrealismo, ininteligible -como todo buen surrealismo-, del cine checo de los sesenta. (Primavera de Praga).
Pero, otra vez, me he quedado sin ver las alondras, y los alambres.
Parto de la limitada experiencia del que nunca ha visto una alondra, y aunque en algunas versiones figure el título “Ruiseñores en el alambre”, más de lo mismo, tampoco he visto, ni oído, un ruiseñor. Lo mas parecido un jilguero.
Lo del alambre ya me parecía otra figura literaria más facilona. Si, he visto pájaros en los alambres. Antes en los de la línea telefónica y ahora en los del tendido eléctrico. Pero mira por donde, ni unos ni otros salen en el filme. Porque no trata de ese asunto.
No entiendo porque la han traducido incorrectamente. “Alondras en la jaula” habría sido mas ajustado. Y habría facilitado la comprensión, la poesía del mensaje, a los profanos del bien y del mal que, entonces, aun creíamos en el desarrollo  lineal de ciertas historias, al menos cinematográficas. Parece ser que no.
Si nos la hubieran traducido como “Pájaros en una jaula”,- y es al alambre “de gallinero” al que hace referencia -, o al menos hubiesen respetado el original del relato en que está basada: “Anuncio una casa en la que ya no quiero vivir” de Bohumil Hrabal, a los torpes nos hubiese resultado menos dolorosa la digestión de la clave en que estará escrita la música que van a cantar los personajes, mas o menos alados, de un país al que solo le quedaba la esperanza en el único reducto en que no puede extinguirse jamás, en las ganas de vivir de los checos, después de haber soportado las vejaciones de unos y otros durante 35 años. (Paralelismo más o menos forzado, espero que no os adelantéis precipitadamente a las conclusiones: Los unos y los otros, treinta y cinco años, un país en la miseria, etc. etc.).
Ya veis que la historia universal se repite tanto, o más, que la patatera. No tiene sentido la insistencia.
Si, hay un personaje simpático que me hace saltar del sofá y buscar la complicidad del resto de los espectadores (una). Aquel bibliotecario condenado a trabajos forzados por resistirse a algo improbable, la reeducación del hombre ilustrado por aquel que carece de cultura.
Hay una idílica escena, bajo las estrellas, en la que cuenta a sus compañeros aquello tan bonito de Kant sobre “La conciencia, que es lo único que engrandece al hombre respecto al universo”. Para caer inmediatamente, oscuridad mediante, en un hoyo, de donde es ayudado a salir en medio de las correspondientes carcajadas.
Pero supongo que siempre nos quedará Paris, a los cinéfilos, y a los pueblos en las circunstancias mas adversas, el rayo de luz que se atisba desde el ascensor, el que sumerge en el fondo de la mina a los optimistas incorregibles de la película de Menzel, en su última escena.
Ganas dan de emular los trinos de los pajarillos mientras repasamos la lección de Kant:

“Si bien no podemos alcanzar el absoluto, sí tenemos cierto acceso a algo que se le acerca. Este contacto de aproximación se da en la conciencia moral, o la conciencia del bien y del mal, lo justo y lo injusto, lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer”.

Pero creo que estoy bastante perdido , en la forma, y no se si también en el fondo.
¿Interesa a alguien conocer, en verdad, si es el ruiseñor o es la alondra?.
Los sordos lo tenemos crudo, realmente crudo.



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domingo, 22 de abril de 2012

ALEGORÍA ALEGÓRICA.-


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jueves, 19 de abril de 2012

LOA A LA PATATERA. (Hoy me encuentro especialmente espiritual).- COCINA EXTREMEÑA.-






Gastronomía deconstructiva, o la paradoja de la patatera recalcitrante.


El paté de mi infancia, el de la madre tierra, el néctar vernacular que facilitó el trascendental e irreversible (para algunos) paso de la teta a la sopa, el pate-tera de toda la vida ahora lo venden en blister, en vasito o en cubilete y lo llaman paté de pata-tera. Loado sea el cielo.

Paso porque en Castilla al chorizo sin embuchar lo llamen jijas, y en Andalucía, con toda propiedad, masita de chorizo; antes de ser entripado, y ensartado doblemente en hileras de monodosis llamadas ristras (o sartas), y además pinchado a conciencia con un alfiler, para que suden los excesos de triglicéridos, vulgo grasa, además de facilitar la expansión del aroma inconfundible del pimentón de la Vera, al que sin duda etiquetarán de páprika, los enterados de siempre. Pero que ahora me lo quieran vender privado de envoltura protectora, y confundido con una sobrasada, ya me parece el colmo de los disparates. La enésima tontería de la época finisecular que nos ha tocado vivir - y ya veréis como conseguimos finiquitar pronto el siglo este, recién nacido, y los venideros, si seguimos por esta senda de los muchos necios que el mundo han sido - en la que el “yo más” ha sido el lema espiritual por excelencia, una vez arrinconado el “…bendiga esta casa” y la figura cardial atornillada en la puerta de entrada, el “detente” que tan eficaz resultó durante décadas frente al infarto, cuya prevención asumía, en tiempos en los que este era un simple ataque al corazón, mortal casi siempre pero, totalmente ajeno al miocardio y, sobre todo a la patatera.

Leo también en la etiqueta, con denominación de origen oigan, y con la bandera tradicional de la región que tiene en exclusiva la patente (de la patatera, porque la bandera, de reciente cuño, es compartida con algún país virtual mas o menos islámico o islamista, que todo es posible). Leo en la etiqueta la variedad en cuestión, dulce o picante, y vuelvo a llevarme las manos a la cabeza donde sigo atesorando la indignación desde que la fontanela craneal se me cerró para siempre. El que haya una variedad de patatera “picosa” que no picante, debido al pimentón empleado, no implica que la otra, la patatera por defecto sea dulce en absoluto. No confundamos a los viajeros gourmandes que se acerquen a probarla, que para eso ya están los sofisticados vendedores de aire y otras menudencias.

Que no siempre el cantor tiene razón, mire usted. Y que aquello tan bonito de..

Olvidemos el pasado
Olvidemos el pasado
Y volvamos al amor.
Porque si no es a tu lado
Porque si no es a tu lado
Donde voy a estar mejor… (1)

Hacía referencia exclusivamente al amor, y no a la ilustre patatera.

Aquel inolvidable subproducto de matanza que puede, y debe, seguir alegrando nuestro paladar, y estresando las arterias –de los agraciados con dislipemia hipercolesterolica – con la humildad y la economía propias de los desafortunados confesos, a los que no va faltarnos nunca tan noble manjar, espero.

Huid de la sofisticación, que no suele ser otra cosa que la manipulación mal entendida, huid de las etiquetas – afortunadamente quedan almas inmaculadas e inclasificables-, huid de las palabras escritas en los embutidos (algo sin duda diabólico). Pensad que patatera es solo un adjetivo calificativo de un alimento delicioso, la morcilla; y que durante siglos se usó en nuestra patria (de cuando la teníamos) para diferenciar al cristiano relapso, que se negaba a ingerirla – por su inevitable contenido en sangre de cerdo- a la vez que era util para eliminar a los perros callejeros y otras especies deleznables, mediante un pequeño aditivo llamado estricnina y la consabida frase epitafio “Que te den morcilla”.

Ciertamente que es un sabroso aperitivo, en que, lamentablemente, hemos convertido este plato principal (a veces plato único) de la primavera extremeña, en el tiempo cuando las ultimas sartenes de matanza ya están en el recuerdo y  a la espera de terminar esta sarta, justo hasta el momento en que sus hermanos mayores, chorizo, bofero, la longaniza o el botillo, alcancen el punto de madurez necesario. Hasta en eso , en alegrar el intervalo de la supervivencia, con benevolencia, durante las semanas en las que, sin ella, solo lo hace el olor del pimentón – de la Vera, insisto- al entrar en el zaguán de la casa, intentando nosotros, en el mientras, evitar que los goterones de grasa (colesterol del malo, ya digo) adornen para siempre nuestra chaqueta. Lo cual será una terrible desgracia en este comienzo primaveral, en el que, hasta ahora, hemos conseguido sortear los excrementos de las cigüeñas que, francotiradoras en las alturas, intentan hacer diana en nuestros hombros o a veces, en la cobertura neuronal llamada cuero cabelludo. Solo es cuestión de cuello grácil y veloz, buenos reflejos y mirada hacia lo alto, donde los luceros, para el asunto de estas depredadoras con alas; y de sentido común – cuarto y mitad- para la receta de la patatera. Y que no nos falte.

Patata, ajo, perejil, sangre y tocino de ídem (en varias recetas he leído que se elaboran con un 40% de grasa de cerdo. Nunca he visto donde tienen la grasa los cerdos, y he visto despiezar unos cuantos. Igual la despachan así, y yo sin enterarme).

Para los neófitos en su probatura, dos precauciones:

- Es adictiva.

- Si te repite, es cosa del pimentón. El lado bueno, de tal eventualidad, es que te quita el hambre mientras persista. Horas afortunadas.



(1).- Como vais a quedaros con las ganas del pate-tera, hasta que lo incluyáis en vuestra despensa, tendréis que conformaros con la otra cara de la moneda.

La canción es la versión en español de “Les vendanges de l´amour” de Marie Laforet (Si, la de “La Playa”; y chica mala de la Francia conservadora. De la otra no.). Pinchad, pinchad. No engorda.



www.youtube.com/watch?v=C4UrZ61LjZ4



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domingo, 15 de abril de 2012

TAKESHI TERAUCHI. (A OTROS LES TOCA LA LOTERIA.).- TOCANDO LA GUITARRA ELECTRICA.



 

Takeshi Terauchi y su Mosrite.-

Tan fácil resulta olvidar a alguien que no conoces,  como lamentar  no haberlo  conocido. El olvido es tanto un asunto de la ausencia de placer, placer imprescindible para fijar un recuerdo, como del azar, esa cosa inaprensible. Es solo uno de los misterios del organismo (esa es de Dusan Makavejev 1971, un buen año). (1)
Es el azar el que me lleva escuchar a este guitarrista nipón (japonés es más difícil de vocalizar y rompe el ritmo de cualquier verso, lo siento) y descubrir lo moderno de su sonido y de su imagen. Quizás sea el revival, el vintage, la imaginería pop sesentera que continúa siendo tan intemporal como efectiva, o bien es el shangri lá estético de un servidor que se encuentra anclado en los años sesenta, por los misterios del organismo de que hablaba antes.

Lo cierto es que fue la carátula de algún disco de Takeshi, aquella en la que aparece rodeado de guitarras eléctricas, la que me indujo a escucharlo, luego el resto es conocido. El niño (que todos llevamos dentro) se ha pedido una para el dia de su puesta de largo, para el baile de los debutantes en el que, razonablemente, la guitarra al hombro no pasará de ser una adminículo decorativo destinado a adornar la pared. Creo que hasta las fantasías mas exageradas tienen su límite. Aunque yo, de momento estoy dudando entre una  Fender Estratocaster – prima hermana de la Mosrite-   y la Gibson Les Paul. El ampli si lo tengo claro, un Marshall de 100 watios, aunque solo sea en homenaje a su inventor, que falleció hace dos días.
Igual sucedió con el inventor de la Mosrite, aunque el fallecimiento fuera solo comercial, y su precoz bancarrota, llevara su modelo de guitarra eléctrica al terreno de la mitología. De sus usuarios antiguos mas modernos, quizás Johnny Ramone sea el nombre a usar como prototipo para la serie cuya reedición apócrifa, haga soltar la mosca a cuatro fanáticos que anden sobrados de. Estas cosas suelen ser patognomónicas de épocas de decadencia del imperio tal o cual. No voy a insistir.

 

Pero algún tiempo antes de Los Ramones, ya hubo otros apóstoles que predicaron con Mosrites en sus brazos, en aquel  Japón que luchaba fieramente por superar la postguerra (aprendamos de ellos, hermanos). Concretamente fueron The Ventures, en sus giras por el país, los que acercaron sus guitarras (mosritas, por supuesto) a los jóvenes supervivientes de la derrota;  y con su música, inapropiadamente etiquetada como surfera, con sus temas instrumentales, obviamente inteligibles, encendieron la luz en la mente, y en las manos de Takeshi.

El resultado, casi cincuenta años después, es el de poner en evidencia que el buen gusto es la base de cualquier actividad artística. Que la tecnología de grabación de aquella época sigue resultando mas que apta para que, mediante una discreta remasterización, el sonido continúe resultando tan fresco y tan nítido, como pueda serlo aquel que,  tremolo mediante y el inevitable vibrato, se convirtió en la revolución musical del siglo veinte. Nunca más el pesado, y de limitado volumen sonoro, piano, fue la pieza imprescindible para un concierto masivo. Algo parecido a una guitarra, maciza, pintada de colores ajenos a los de la madera original. (Blanca y negra, blanca y roja  las de Takeshi), y unos metros de cable eléctrico conectados a una caja pesada y oscura hicieron el resto.

Hay algo más, por supuesto, el paulatino rechazo del artista por la rítmica y obsesiva batería que era el sello y la cruz de la música Surf, fue desplazándolo hacia el acompañamiento con los teclados portátiles, inolvidable órgano Farfisa, e incluso ciertos arreglos dirigidos a la inclusión de instrumentos tradicionales, también de cuerda o de arco, japoneses, hasta llegar a cerrar el ciclo de intentar alcanzar los cielos con el intento, supongo que obligado por la moda, de adaptar grandes temas de la música clásica, a su repertorio discográfico.

 


Si hay algo , alguna sombra en el aprecio que tengo por la música de este hombre, además de por la hawaiana, la de las cuerdas de acero y la inevitable púa, la del cuello de botella (de vidrio) en el anular de la mano izquierda de los pioneros del blues, de los ecos tabajaras, y de nuestros Shadows y Relámpagos, imitadores todos ellos, Straitjackets incluidos, de los originales Ventures;  esa sombra es la de la incredulidad, ante lo que considero una obscenidad, sin saber bien por qué. La evidencia de que siga en activo el artista, intentando remedar en el escenario algo tan irrepetible como el sonido aquel, el de entonces, inmortal.
Os pongo un enlace por si queréis comprender  mi sublime obsesión. (Una de ellas). (1).



 (1).- No. El personaje no me lo he inventado yo.  Al menos, este no.

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jueves, 12 de abril de 2012

LITERATURA RUSA. (EXTRACTOS).-



              Caen en mis manos, ilusionadas por algo bastante parecido  a la  extinta literatura de cordel, una docena de páginas fotocopiadas (sin compulsar, lástima), y tan sobadas como desordenadas, lo que aumenta su atractivo, rellenas con un cuento, “Dueños de sus vidas”, procedente de una supuesta antología de Yelena Ventsel, alias Grekóva, que relata, con evidente tono autobiográfico, el largo camino hacia la supervivencia de los que sufrieron la revolución soviética y algo mucho peor, parafraseando a Fernán Gómez en su resumen sobre la Guerra Civil española, ya que mucho peor fue la victoria. Tambien la de la revolución soviética, que duró tanto, cerca de tres generaciones, como amenaza durar la prometida crisis que nos están ofreciendo (¿los mercados?).
Se lee bien. Una novela rio de unas veinte paginas, en las que decenas de personajes se nos presentan creíbles y humanos. Propio y cálido retrato del pueblo ruso. Agradable, a pesar de no aportar nada nuevo.
Bueno, casi nada.
Hay un comentario marginal, en uno de los círculos infernales donde cae el protagonista, que me queda grabado.

Lo único difícil de soportar eran los “creyentes”. Así llamábamos a quienes creían en los culpables. Discurrían del modo siguiente: “no puede ser que todo esto carezca de sentido”. Que todo el país se haya vuelto loco. Por ello debe haber culpables.  No todos, no todos son culpables (¡yo soy inocente!), no hay humo sin fuego.
Y como el humo es evidente, tiene que haber un fuego en alguna parte.

La grabo en los restos de memoria que me queda como “Teoría de la culpabilidad”, y al ubicarla en la sección de literatos rusos, me encuentro otra, guardada no hace mucho.

"Hay que valorar la opinión de los idiotas, son mayoría."
(Lev Tolstoi)

Uno siempre ha tenido la duda, no aclarada en el enunciado, de si hay que valorarla porque son mayoría, o hay que hacerlo porque son idiotas.
Claro que, perteneciendo a  esa denostada, o privilegiada, mayoría, como es mi caso, parece normal que siga  en la duda.
La reflexión no es en absoluto antidemocrática, aunque ponga en solfa sus fundamentales, si consideramos la época en que fue formulada, cuando esa mayoría hacia referencia a aquella exclusiva en el circulo de los aristócratas que eran, y me temo siguen siendo, los que deciden por todos los demás, por los invisibles.
Mas o menos como ahora, solo que, entiendo ubicado el aforismo,  recién asimilados los principios revolucionarios franceses, en la Rusia de Tolstoi, en el tiempo cuando comenzaban a circular ideas sobre la consulta universal, entre los aristócratas, insisto. Y probablemente sea justa la observación sobre la cantidad de idiotas que pululaban alrededor de Tolstoi. El sabrá lo que dice.
Las consiguientes modificaciones en los sistemas de gobierno, que no de poder,  del mundo civilizado, desde entonces, han tenido bien en cuenta la docta observación del novelista ruso.
Si bien, generalizando o extrapolando el leonino dardo a donde no debo...
Son mayoría y no podemos ignorarlos eternamente, porque  probablemente, terminarán dándose cuenta de que son mayoría y lo que es peor, de que la minoría que les gobierna tampoco es excesivamente inteligente.  O bien llegarán a la conclusión de que son rematadamente idiotas y al ser mayoría están en condiciones de evitar el abuso por los listos minoritarios.
Y así, en esa disyuntiva llevamos doscientos años, repartiendo, y recibiendo, tortas de vez en cuando por no asumir una verdad meridiana como esa.

Uno, educado en el buenismo universal, desarrollado en una sociedad mullida, perfectamente acolchada, o pintada  por poderosas e invisibles brochas, (invisibles para incautos mancebos, como el que suscribe), jamás osará aceptar semejante afirmación, la de Tolstoi, como algo más que un pecaminoso exabrupto destinado a poner en riesgo la fe infinita en la bondad e infalibilidad del sufragio universal. Vade retro, cascarrabias.
Solo que son ya muchos años, demasiados, aceptando las decisiones de esa mayoría y, lo que es peor sus consecuencias. Y  no me duele hacerlo. No me parece mal, el asumirlas como propias. Supongo que ciertas convicciones de la infancia, como la aceptación y el respeto por la mayoría no van a cambiar, no podrán cambiar.
Solo que…
El domingo de gloria, vulgo easter, volvió a suceder.
Terminando de cargar el auto, acomodándome ya en el asiento para iniciar el check list preliminar a la puesta en marcha; mi amigo Severiano, apoyado en el techo del vehículo, mas para no caer que para buscar una posición confortable, sin duda superado por largas horas de barra y bastantes litros de cerveza, me lo vuelve a espetar.

-Emilio, en este pueblo hay mas tontos que perros descalzos –

Y desde entonces no dejo de darle vueltas al asunto.  Por supuesto reinterpretando, e incluso completando la máxima del etilismo filosófico. Supongo que a la afirmación le falta algo de estadística, tan apreciada por los agnósticos, y que hace referencia a la proporción relativa de los tontos frente al total. De hecho estas sentencias siempre llevan implícita la exclusión del calificativo para el que habla, y  presumiendo cierta magnanimidad, para el que escucha, aunque todos los demás, absolutamente todos, como los perros que van descalzos, son y serán realmente estúpidos,
Y lo veo como el corolario perfecto de lo que hace sesenta años, a miles de kilómetros, escribiera aquella rusa blanca. Y aquí, y allí el color no es ningún pretexto poético. Es solo un calificativo descalificador, como el de la estupidez, que puede resultar fatal para el que lo recibe, por muy injusto que sea.
Y es que,  en tiempos mal hados, ciertas convicciones sobre valores humanos que consideras intocables, se convierten en signo de mal pronóstico, muy malo, para la supervivencia.
Máxime cuando esa amplia mayoría de “creyentes”,  cuya decisión, y sus consecuencias, nos ha conducido hasta aquí, vuelven a buscar culpables imaginarios, fuera de su entorno, y de su camisa, y están dispuestos, con un poco de mala suerte, solo con una pizca más de crisis, a dar la vuelta en masa, en terrorífica estampida colectiva  (véase la de “Regreso a las minas del  Rey Salomón”) y cambiar la ineficiente voluntad colectiva por la del líder único que les prometa terminar con los culpables. 

Afortunadamente son solo temores propios del que ha leído algo de historia y que tan solo pretende conjurarlo con este económico psicoanalisis llamado blog.
No me hagáis mucho caso. Ni a Severiano, ni a Tolstoi. Tampoco son de fiar.
¿Hay que valorar la opinión de los idiotas?  ¿Son mayoría?. (La duda me corroe).


martes, 10 de abril de 2012

MYSTERY SOCIETY (NILES-WOOD-STAPLES).-


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lunes, 2 de abril de 2012

ESCRITORES DE CONFIANZA. PSIQUIATRAS DE CABECERA.- LITERATURA EN ESPAÑOL.

                                 

“Busca tu refugio” Es el título de un western de infancia – todos lo son – que nunca comprendí. Y me refiero al título, porque las pelis del oeste no necesitan compresión alguna, a pesar de que esta, ya mostraba ciertos rasgos de tragedia griega, ligeramente turbadores pero imperceptibles en su trascendencia para un adolescente. No comprendí el significado de refugio, porque no sabía que era un refugio, y seguramente no conocía su significado porque en todo caso era algo abstracto, un artículo innecesario, entonces.


Luego aprendí a desactivar bombas lapa, entre otras cosas, y a intentar traducir con cierta aproximación, el titulo original. “Run for cover”, Nicholas Ray 1955, texto que, en los tebeos de hazañas bélicas significaría algo así como “Ponte a cubierto”, más fiel a la intención de los cineastas que la de invitarme a buscar algo desconocido cuya utilidad ignoraba.

      

Después de aquel luego, convine en que, después de todo, disponer de un buen escondite no era mala cosa. Y aunque este no debía quedar a la expectativa de tener que iniciar su búsqueda en los momentos de mayor necesidad, tampoco era cosa de esconderme detrás de la primera tapia que ofreciese protección frente a los innumerables disparos del enemigo, de los piélagos de calamidades del buen Hamlet, y de esos terribles momentos de atrición para el alma que la hacen peligrosamente vulnerable.

Claro que ese refugio era la lectura, y no cualquier lectura, sino la inmersión en aquel territorio conocido, aquel espacio absolutamente delimitado y familiar donde los personajes ya saben de antemano que eres uno de ellos, y donde tu regreso desde las oscuras pesadillas que pueblan el mundo exterior, se convierten en luminoso bienestar desde el momento que comienzas a escuchar a esas personas llenas de vida y bondad, de inteligencia y sabiduría natural, y no dudas en acompañarlas entusiasmado en un nuevo capitulo, en otra novela.

No son muchos los autores que han conseguido incluirme en su mundo feliz, aunque no pocos lo han intentado, bajo la marca de un determinado condado imaginario. Faulkner y su impronunciable comarca sureña, Bolaño y su infinito exilio dentro de un humilde bazar de todo a cien, y Juan Benet en esa región descrita en miles de páginas, y que ya Rulfo había condensado en cincuenta.

Pero uno, ante el peligro, no puede detenerse a elegir, a decidir cual es el mas conveniente o cual mas adecuado para cada momento y afortunadamente, el animal que llevamos dentro, saca a relucir el instinto y…te lleva a casa, a la Ronda del Guinardó, donde el pijoaparte crece junto a los alegres muchachos de Atzávara, que eran de Vázquez Montalbán, otro charnego como Marsé, como Bolaño, como Benet y Faulkner perdedores de la guerra de sus padres o de sus abuelos, y refugiados junto al lector bajo un cobijo ficticio que conjuraba todos y cada unos de los peligros de la ingrata realidad.

No puedo elegir, ya digo, y me escondo incluso en aquellos relatos alejados de las ramblas, del cine Roxy, o de los míseros y entrañables extrarradios, de la ciudad donde el idioma, y el acento que traiciona tu origen, es tan discriminatorio como las silabas de tus apellidos del sur. Incluso en sus cuentos mas alejados de ese universo al que tanto sueño con volver, como es el memorable “Teniente Bravo”, no tardo en implicarme en las vicisitudes del obstinado perdedor, del enemigo a priori, de la autoridad impuesta por un sistema ciego que se mueve sobre el fango, sobre las arenas movedizas, las terribles quicksand en las que el Príncipe Valiente, Flash Gordon, y hasta El Jabato, estuvieron a punto de perder la vida, y me contagio de la piedad y la compasión que el escritor convierte en manto protector para el verdugo caído en desgracia, consiguiendo la implícita simpatía del lector por aquel pobre desgraciado que lleva treinta, sesenta minutos haciéndote sudar y sufrir por los golpes que le propina el potro inanimado. Dicen que es uno de los mejores relatos cortos que se han escrito en España. Es muy posible.

            

Y es ese espíritu del perdedor pero superviviente, o superviviente pero perdedor, que impregna el personaje del chico aquél, el que comienza convidado de piedra encerrado con un solo juguete, que tampoco será suyo, y que no deja de asomar por esas diez, doce novelas que me gustan tanto releer cuando no tengo una nueva, que tampoco nunca lo es del todo, en la que sumergirme para refugiarme en el único lugar donde me encuentro a salvo. Como lector y como personaje.

Ahora estoy leyendo “Caligrafía de los sueños” que es otro flash back, mas acerado incluso que cualquiera de los anteriores, y que no quiero terminar nunca, porque junto a sus protagonistas me siento seguro y se que, corro el riesgo de que estos desaparezcan algún día –Juan Marsé no es eterno- y temo que, en ese momento, me cierren la puerta de esas calles dibujadas sobre el cartel de un teatro a punto de claudicar, del que inevitablemente voy a caer, junto a otros innumerables alienígenas que por allí pululamos. Charnegos en un mundo de charnegos, del que siempre nos quedará el agradecimiento por el reconfortante trato de favor, de iguales, que hemos recibido.

Gracias Marsé, no dejes de recordar para nosotros tus días de aprendiz, aunque sea de un oficio estupendo que nunca ejerciste. En el fondo la vida no es otra cosa. Un aprendizaje perpetuo entre compañeros y profesores. Si continuas aprendiendo algo nuevo en cada jornada, y disfrutas haciéndolo, estas vivo colega.



P.D.-  ¿Son todos los carteles de la misma película?.

-Sin duda, lo son.


¿Son todas las novelas de Marsé, la misma novela?

-Si no fuese así, Marsé no sería Marsé.

Y no disfrutaríamos de una guarida tan segura y confortable. La verdad.




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