jueves, 25 de enero de 2018

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (90)






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domingo, 21 de enero de 2018

!LLEGARON!... LAS IDEAS DE FERNANDO VALLEJO.-


Lecturas gozosas. Fernando Vallejo.

Regalar libros tiene su conque (conjunción que suele anunciar una consecuencia).
Lo usual suele ser pensar en el destinatario y sus preferencias y elegir alguno, supuestamente de su agrado.
Esto plantea una incógnita indecisoria si quieres acertar, ya que nadie puede garantizarte dar en la diana.
La alternativa, compulsiva en mi caso, es regalar los que a mi me gustan, para después comprobar con cierta frecuencia que, quien abre el envoltorio, muestre habitualmente sorpresa por lo extraño del autor o del asunto, sorpresa que no quedaba descartada en la primera opción, por muchas vueltas que dieses a los presuntos gustos del destinatario o al hecho, también probable, de que por tu desconocimiento figure entre sus libros leídos con anterioridad e incluso aparezcan en un lugar ostensible de su estantería. Situación esta del asombro, menos probable cuando elijo libros que ya he leído yo y que, incluso, figuran entre los clásicos de la literatura.
Si al menos cometemos antes la razonable amenaza de avisar con antelación sobre título o autor, eliminamos el factor estupefaciente ante el contenido oculto, a la vez que elevamos las posibilidades de dar en el clavo hasta cifras cercanas al ciento por ciento. Puede parecer una heterodoxia social, pero resulta eficaz con toda seguridad.

Este fue el caso, usando la tercera vía, opción que sin excluir a las dos primeras, puede ayudar a resolver el rompecabezas.
-¿Que te parece Vila Matas? - Me preguntan desde una librería lejana, con intenciones harto presumibles.
-!Pedante!- Respondo instintivamente, ante el riesgo de leer más cosas de uno de esos autores que los críticos, y sus editores interesados, encumbran y que a uno le suelen provocar la sensación deprimente de ser engañado una y otra vez. A veces es más acertado el huir de los suplementos literarios de la prensa y dejarse guiar por el instinto o el azar.
-Entonces elegiré otra cosa- escucho, aceptando las preferencias de quien, al fin y al cabo va a regalar algo de su gusto.
Y así me cayó un autor desconocido Fernando Vallejo, con una novela que no lo era, recogida en una cubierta y un nombre divertidos: !Llegaron!.

Feliz descubrimiento, el comprobar que Garcia Márquez sigue vivo y en Colombia, y que algún heredero de su oficio literario logra desnudarlo de cierto exceso de fantasías telúricas, tan propias ellas del desierto y de la jungla, del altiplano y los manglares, para usar el riquísimo castellano que atesoran en envolver historias familiares de infinitos nombres y otras tantas generaciones de parientes, si bien lo hace cambiando la fantasía de Gabo por el humor, algo absolutamente necesario en estos deprimentes tiempos de calma chicha, cuando no puedes saber si la humanidad se ha detenido unas décadas para reponer fuerzas o si el retroceso paulatino que sufre es solo la actitud del felino antes de dar el gran salto.

En todo caso necesitamos esa diversión que nos transmite este escritor inteligente, quien se ríe del inmenso árbol donde ha crecido y de todas sus ramas, laterales o troncales, sin olvidar las raíces o la tierra que lo sustenta. Todas son motivo de mofa, de la que algo nos toca inevitablemente, llevando el paralelismo de la descripción esperpentica de tantos personajes familiares a aquellos del nobel colombiano, con otra particularidad añadida al humor, la cercanía de sus divertidas, y a menudo crueles, peripecias, con las del lector, al menos para los que encuentran algún punto en común de su propio ambiente con el presuntamente autobiográfico de Fernando Vallejo. Se agradece.


Hilarante es el texto, narrado en primera persona por alguien que sospecha de su inestabilidad siquíca y lo cuenta como los pacientes lo harían al psiquiatra. Si bien son tan razonables y coherentes sus disquisiciones que, ni el psiquiatra que se sienta junto a él, en el aeroplano que lo devuelve, o aleja, de su casa, ni el lector, pueden ver en ello otra cosa que la impostura de quien tiene miedo de decir ciertos disparates y pretende atribuirlos a una tercera persona, su otro yo patológico. Recurso demasiado visto, incluso en los grandes, para que se lo valoremos como original.
Tampoco la historia personal del autor, al parecer rica en escritos e incluso en filmografia, o sus avatares personales o sentimentales en arboles alejados del suyo natal, nos deben distraer o a influir en la valoración placentera de su lectura.

Resulta inevitable por otra parte, la repetida exclamación del lector al descubrir cada diez o veinte páginas aquellos vocablos que no había vuelto a escuchar desde la infancia, secuestrados por otros inapropiados e impostores, que confirman la riqueza de nuestra lengua y los lugares donde habrá que ir a recuperarla cuando aquí la hayamos echado a perder definitivamente.
Así he redescubierto que el corredor de mi casa lo es, corredor, y que eso de llamarlo pasillo, diminutivo además, que es lo único acertado, ha conseguido que olvidase su correcta denominación.
No puedo decir otra cosa de la quema, sustantivo alejado de cualquier tiempo verbal, que define el hecho de destruir algo con fuego. Cuando escuchábamos: !Hay quema!, había que salir corriendo para intentar apagarla. En su lugar se nos coló el incendio a quien el diccionario atribuye la particularidad de quemar aquello que no está destinado a quemarse. Si bien al fuego jamás le ha importado que aquello que arde esté o no destinado a sucumbir a las llamas. Nostalgias de la quema, con el articulo siempre delante. No puedo evitarlo.

Me describe también los globos de papel que echábamos a volar justo en estas fechas, los días fríos de San Antón, que en el otro hemisferio supongo no serán tan gélidos y que justificarían los divertidos incendios, quemas, que producirían estos artefactos heredados de la tradición española, que tampoco. Ahora soltamos vaquillas, para variar. Tiempos de globos y cucañas, de música de tamboril y de dulces de las monjas gorronas, que tampoco son lo que podríamos pensar. Al parecer aquellas tenían una toca que podía confundirse con una gorra y por eso la confusión, que el escritor nos va regalando y desentrañando, haciéndonos reír con las desventuras de sus veinte hermanos y otros tantos tíos y tías, de los abuelos y del hermano alcalde, quien llega a merecer otra novela con ese titulo exclusivo, “Mi hermano el alcalde”.

Demasiado malvado y cruel, misántropo el autor, iconoclasta absoluto,excesivamente sacrílego para ciertos creyentes, en la iglesia o en el fútbol, impertinente hasta resultar molesto, y en todo caso necesario y divertido estilista del nuevo traje del emperador, que al parecer sigue en pelotas y que, leyendo a Vallejo, podemos reírnos de él, que es lo que procede en estos casos.



Ahora me queda el bucear entre la docena de obras que ha escrito, excluyendo de entrada a su mayor éxito “La virgen de los sicarios”, por lo indigesto de su asunto, y porque mezclar el eros con el patos, el sexo con el crimen y con las tendencias sexuales de quien lo cuenta, me suele producir nauseas, y uno de risas siempre anda necesitado, pero las cosas del estomago son delicadas, como la criatura que lo sustenta. Para nauseas ya tengo el telediario.


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miércoles, 17 de enero de 2018

PALOS EN LAS RUEDAS.-



Palos en las ruedas.-

Las metáforas, reducidas a veces a la mera frase hecha, suelen simplificar el discurso y aliviar las entendederas de quien lo recibe. Al fin y al cabo, su uso, el del palo o palos – no es lo mismo, los palos impiden que la rueda gire libremente, el palo individual puede detener bruscamente el vehículo y ocasionar un accidente- se relaciona habitualmente con una figura retórica, y por tanto abstracta, alejada generalmente del mundo real de quien lee o escucha.

El que yo haya vivido, sufrido, el palo en la rueda de mi bicicleta, de manera incomprensible, aunque supongo que en absoluto gratuita, la consiguiente caída y el baño de mercromina con las secuelas propias en la piel del adolescente que solo intentaba dejar de serlo, solo sirve para que comprenda mejor, plenamente, el sentido de una metáfora tan explicita como esa.
Sobreviví a las magulladuras propias del asfalto sobre la piel, y también a la adolescencia, y más importante todavía, a no encontrar justificación alguna para un hecho cuyas consecuencias podían haber sido catastróficas. Lo tenía olvidado, y perdonado también. Por otra parte, la bici no sufrió demasiado, un par de radios nuevos y algún arañazo en la pintura del cuadro, indistinguible entre los propios de su veterana.

Es justo ahora, cuando están presentes las alharacas del movimiento neo feminista, a punto de arruinarse por la desmesurada puesta en escena de algunas lideresas, y los modestos avances sobre justas, urgentes y necesarias medidas sociales en pro de la igualdad entre mujeres y hombres, cuando me viene a la mente el pasaje de “La conjura de los necios” de Kennedy Toole, aquella en que el protagonista se une a una asociación de negros -hoy hombres de color- que luchan para acabar con la discriminación atávica que sufren. En el momento que declaran que su objetivo es conseguir idénticos derechos que los blancos, Ignatius comprende que nada puede esperarse de aquellos que pretenden igualarse en privilegios con los que carecen de ellos. Los abandona, dejando otra cruz en la libreta donde va clasificando la necedad humana.

Algo parecido podría plantearse con los movimientos de igualdad de la mujer al nivel de la nada, de la tabla rasa en que se encuentra hoy día la humanidad completa. Aunque el planeta es muy grande y el circulo donde cada una/o tiene que sobrevivir, hace concretar la demanda a ciertos aspectos diferenciales, de injusta segregación, respecto al sexo contrario, no tiene sentido exigir idénticos derechos de quienes son parcos y frugales en la materia.

Análogo a lo sucedido con el independentismo catalán en los últimos tiempos. Si hubiesen pedido la independencia para todos, si nos hubiesen invitado a abandonar la categoría de súbditos, -que ya sabéis procede del pecado original, inmutable- igual hubiesen encontrado una amplia corriente de apoyo, y quizás hasta simpatía, entre quienes queremos más. Al menos los independentistas catalanes quieren más, al contrario que los conjurados de Ignatius o los que abogan por la igualdad. ¿Igualdad de qué?.
Las etiquetas, cuanto más cortas más fraude encierran. Sin ir más lejos, me ofenden los anuncios de las rebajas del 20 o 30%, cuando no explicitan el total sobre el que van a realizar el descuento.


Pero no vamos a banalizar el asunto de la igualdad entre sexos, todo lo contrario. Estoy hablando de palos en las ruedas del movimiento reivindicativo, de como parte influyente de la sociedad sigue usándolos donde más daño hacen, en la base cultural y moral de la población.

Y es que las tres últimas películas que he visto, excelentes en relación con la calidad media de las que pueden contemplarse, tienen un nexo común que es digno de consideración, de advertencia, y de simil como palos en las ruedas del movimiento pro igualdad – o lo que sea- femenina.

Pase que la de American Hustle sea de 2013, anteayer, y que el personaje de la rubia tonta lo detente la increíble Jennifer Lawrence que se come al resto de la plantilla, a pesar de las minúsculas de su nombre en en el cartel.
Pase que Woody Allen no haya podido pagar su caché, de cuatro años después, y haya tenido que buscar un clon sucedáneo Juno Temple, para el papel de rubia tonta en Wonder Wheel.

Pero resulta preocupante, y significativo, cuando vuelve a repetirse la ignominia en Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. con Malaya Rivera Drew, la amante guapísima del ex de la protagonista, de 19 años la chica, dato que repiten varias veces, y que confunde polio con polo, la pobre, para ridiculizar el personaje, su presunta debilidad mental, al parecer imprescindible en el cine de masas. Y estoy hablando de cine de cierta calidad.

Incomprensible que los espectadores tengamos que asumir con natural familiaridad el que la mujer, joven y guapa, -lo que justificaría la tolerancia de muchas espectadoras, por idéntica razón a la de quienes pusieron el palo en la rueda de mi bicicleta – tenga en exclusiva el divertido rol de la estupidez, del clown en el circo del cine. Con el riesgo de su inevitable mimetismo en el mundo real.
Son tres películas, vistas en una semana, y el nexo resulta demasiado evidente hasta para un cegato como yo, y supongo que mucho debe cambiar en la industria del entretenimiento, que también lo es formativa en sus orígenes, para que algo tan elemental como es el papel de la mujer, en cualquier asunto, sea expuesto con el mayor (o igual) de los respetos.

Y es que alguien debería explicar a estos que ponen palos en las ruedas, por divertido que a algunos les parezca ver rodar a un ser humano por el suelo, otra utilidad de auto ayuda que pueden dar a sus palos, utilidad que incluso puede resultarles placentera. Hay gente pa tó.

En época de Don Claudio, pintaban en Gran Vía, y quemaban, los carteles de Gilda por el hecho de que habían “oído” los exaltados guerrilleros de la fe – entre los que se encontraba algún futuro presidente de gobierno- que se desnudaba la chica en la película, cuando en realidad solamente se quitaba los guantes.
Hoy asumimos con risas, y total pasividad laica, situaciones como la que denuncio. A la vez que usamos la censura -auto- siempre horrorosa, para reafirmar nuestra postura de estatuas silentes.

Id al cine, mirad hacia atrás, a los lados y a vuestro espejo, y comprobadlo.
!Mecachis!.

 

lunes, 15 de enero de 2018

! PECHÁ DE TONTOS ! .-





!Pechá de tontos!



La exclamación favorita de mi amigo Manolo. Que también puede pronunciarse con la voz discretamente amortiguada, junto al oído del destinatario. Pero el resultado para quien la pronuncia suele ser insatisfactorio con esta segunda opción. En voz alta, y voceada espontáneamente cuando la ocasión lo requiere, produce la sensación de liberación espiritual que estamos buscando cuando obsequiamos a los oyentes con ciertas verdades que nuestra mente se niega a silenciar.

Y no es el caso, ahora silenciamos todo lo silenciable y un cominito más por aquello de que generosos lo hemos sido siempre. Es una actitud mediática, sin tener muy claro que el termino signifique estar influenciado por los medios de comunicación hasta el esperpéntico disparate, o bien estar censurados por el medio humano en que te mueves y el temor de la respuesta de esta pechá de tontos en la que por supuesto se incluye quién pronuncia la frase en cuestión.


Y es que hay que estar muy tonto – lo de serlo también está proscrito, los subhumanos le costaron otra eternidad al III Reich – para tener que tamizar toda expresión del libre pensamiento, librepensador igual a pecador, hasta el extremo de tener que pasar cada idea que vayas a comunicar por el filtro de la moda, la corrección, el evitar a cualquier precio la disensión, la discrepancia con la actitud de la mayoría de abducidos, de la “gente” entre la que te incluyes y que no están dispuestos a oír, y menos a escuchar, nada diferente a la ola, al tsunami de estupidez que nos asuela.



Para evitarlo, realmente suele ser suficiente, y también necesario, escuchar a la razón, ese dispositivo intelectual que una vez puesto en marcha, y según los filósofos urbi et orbe, suele limpiar las ideas de cualquier estimulo parásito que se le haya adherido debido a la contaminación del medio, de ambos medios.

Claro que, la razón, como los buenos hábitos intestinales, requiere su tiempo, su aislamiento, y su frecuencia más o menos rítmica, condiciones indispensables para que no se desubique por su falta de uso y nos provoque situaciones harto desgraciadas.


Si ese tiempo, y su complementario, es decir todo el de nuestras horas, lo dedicamos a ver y escuchar los mensajes de los misioneros del gran hermano, del ojo que nos hipnotiza para que no despeguemos los nuestros de él - aquí Orwell no acertó de pleno en sus profecías, no fue necesario que el ojo del gran hermano nos vigilase, ha sido suficiente con que no dejemos de mirarlo para conseguir el mismo fin, la uniformidad del pensamiento- si no dejamos el mínimo resquicio para que la razón pueda digerir, o rechazar llegado el caso, la marea informativa y encerramos el criterio junto a la razón, donde no pueda molestarnos, para dejarnos llevar por el no pensamiento de quienes nos rodean dejándonos flotar en el eco adormecido de tu recuerdo, de estar sin ti, como en el bolero “Ansiedad”, nos convertimos inevitablemente en “Pechá de tontos”.



Suelo interpretarlo, con elevado margen de error, como una nueva religión, si es que alguna religión pudiese merecer el adjetivo de nueva. Creer lo que nos repiten machaconamente los medios de comunicación, y que nuestro próximo prójimo -son sinónimos dudosos- considera harto correcto.


Cualquier pensamiento, cualquier opinión, fuera del estricto ropaje que la moda impone a nuestras convicciones morales o políticas del momento, son consideradas heréticas y puede llegar a suponernos la expulsión del modesto paraíso cotidiano, e incluso ser arrojados a la cloaca máxima como le sucedió al pobre Sebastián, quien hoy, además de santo, tendría y tiene avenidas y ministerios a su nombre, tan solo por lo voluble de las modas y el anacronismo del pensamiento colectivo, que nunca lo es, ni debe serlo. El pensamiento es individual y como la razón, de cada cual, debe ser quien mueva nuestras acciones dentro de algo tan asumido universalmente como es el respeto a los demás.



Hasta aquí el prefacio, la antífona de mi error al dejarme llevar por esa parte del ciclo de la humanidad, esa curva descendente, cercana al fondo espero, en que el miedo cercena cualquier atisbo de libertad arrastrándonos a mayor velocidad hacia el suelo de la sima. 


Resulta que el disco de este año – al fin llegamos al asunto principal- como casi siempre, está construido de forma libérrima, mediante la selección de piedras rodadas recogidas en el borde seco de la playa -el agua, la humedad, enturbia su color real, igual que hace la distancia con el de los ojos de las chicas- con el único criterio de la elección de ciertos tonos o matices que, manteniendo su diferencia individual, permite incluirlas en un grupo común, en un puñado donde ninguna desentone de las demás. Habitualmente el gris parduzco o el pardo grisáceo marcan el patrón predominante del conjunto, asimilado al nuestro propio, el del grupo que jamás ha necesitado colores estridentes o marcos de fantasía para enorgullecernos de serlo, grupo, tribu, la cosa.



Sucede en contadas ocasiones que, como en la peli del Indio Fernández, uno recoge una presunta perla negra entre las piquenas -pequeñas en portugués- confundiéndola con un fragmento romo de pizarra o restos de carbón que han llegado flotando desde el mar delos sargazos, quizás. Y aquí , con la perla oscura comienzan a desatarse las pasiones, la ambición, la codicia, y quien sabe si la lujuria, que el tema de la bragueta es siempre recurrente cuando la novedad se universaliza – se hace viral para entendernos – llegando a amargar el sueño del afortunado hasta entonces, poseedor de la joya admirada por todos, aun a sabiendas de que para este humilde pescador -de coplas. A. Molina- no es otra cosa que otra chinita, una más, cuyo mayor merito es el remoto parecido que pueda tener con alguna semipreciosa del albúm de cromos de la infancia.



El caso es que, después de ordenado el conjunto, de quedar terminado el CD 18 con la composición habitual, boleros pocos, por no ser excesivamente llorones ni melosos los oyentes, coplas tres, raigambre imprescindible, algún instrumental con predominio de guitarra fender, gibson más raras veces, y el resto de música bailable, rock, cumbia, twist, o cha cha cha si viene al caso, dejando un par de estridencias con cierto matiz humorístico y otro bastante evidente de sacrílego, bien entendido que el tema de los sagrado suele ser tan individual como el de la razón que mencionaba antes. Cada cual en la suya y dios -el de cada cual- en la de todos.


Soy consciente de que me la juego, de que cada imagen que a veces rompe el cantor, quien también a veces tiene razón según Yupanqui, puede suponer una ofensa para alguien quien no esté habituado a salpimentar la comida, hábito frugal que le aleja de la gula, terrible pecado capital que, desgraciadamente, no se asentó entre nosotros.



No obstante, ante la duda, suelo retirar del borrador inicial, aquellas cuya calificación de 4.- Gravemente peligrosa, las hace candidatas al escándalo que, es como todos sabemos el peor de los pecados y del que nadie se confiesa, que yo sepa. Sobre todo porque son los escandalizados quienes lo ejercen, lo protagonizan con su rechazo, y quienes deberían ir al confesionario a declarar que se han escandalizado por esto o por aquello, y resulta que no, que no van.


Dejo un par de ellas agridulces, no más, y cierro el disco, lo quemo con el burner -así se entiende mejor- y comienzo a repartirlo, cuando mi sospecha se convierte en certidumbre, al ser ocasionalmente rechazada la edición por el mero título de una canción. Me confirman que, con ese nombre ni siquiera han llegado a escucharla, blasfemo que eres un blasfemo, y no importa que la canción reivindique justamente lo contrario de su enunciado, vade retro.


Por supuesto que la religión de la que estoy hablando, y su liturgia, es la recogida en el título de este post - escrito- la sometida a la moda cruel de hoy, que obliga a situar por encima del mal y del bien, de lo divino y de lo humano al leiv motif televisivo de la igualdad de géneros, del crimen pasional -hoy llamado violencia de género- o al acoso intersexos, o heterosexos o quizás bisexos que de todo hay en esta viña. En todo caso la bragueta eterna, el tabú que nos cantaba Lola hace cuatro o cinco discos, y que nos permite pensar y hasta opinar libremente de todo, menos del asunto de moda.



Ahí me han pillado, y obligado a cambiar la edición cuando la rotativa ya estaba en marcha, produciendo dos versiones distintas- una de ellas beata- y un solo fin verdadero, el de divertir, y si puede ser, bailar.


Me queda la duda de si he actuado correctamente al dejarme llevar por este puritanismo mal entendido que nos constriñe, pero ni la picota, ni los autos de fe han sido nunca aficiones de las que haya disfrutado, y si perdono al rollo -Pericucho- donde suponíamos colgados a lo herejes y delincuentes, es por estar anejo al campo de fútbol que, inicia otra religión de la que sería mucho más peligroso el renegar, válgame dios.



Censurado pues, sin vestigios del mal gusto, de la irreverencia, ni del tradicional aroma a las revoluciones caribeñas o transalpinas que tanto espantan al personal, encontrarán algunos la versión que aleatoriamente he mezclado con la non sancta, por aquello de que la sorpresa, el azar es quien según los deterministas -de todo hay- nos hace elegir nuestro camino. Que tampoco era cosa de destruir los ejemplares primitivos, siguiendo los consejos del director espiritual de quemar o enterrar aquellos libros que figurasen en el Index

Tiene gracia que el Index hoy lo renueven todos los años en la tele y en las redes sociales, y que sea más severo que el de entonces. Al fin y al cabo yo siempre lo usé como lo que en realidad era, una lista de lecturas recomendadas. 


Véanse “Index librorum prohibitorum et derogatorum” de la inquisición española de 1612. Y compárese con su versión actual la del manual de lo políticamente correcto. Cuatrocientos años echados a perder.

Pechá de tontos.



P. D.-

Y no, el título del disco de este año no es ese. Podeis comprobarlo.





Y esta es una de las autocensuradas, para que veais que no os miento. Fijaos en el humo que sale del Colt. Tremenda alegoría.




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