sábado, 2 de abril de 2011

REFLEJOS EN UN OJO MORADO.-



“Demasiado triste para ser real” es la sentencia que el crítico adjudica al estreno de la semana. “En un mundo mejor”. Comprenderéis que, con ese título, uno se haga cargo del asunto. A priori el tema tratado, las agresiones, el mobbing escolar entre adolescentes, como la ambientación, en un entorno facsimil del nuestro, y con esos personajes primermundistas que tan familiares nos resultan, me sugieren cierta probabilidad de llegar a verla. Al menos la de situarla en la lista de peticiones del oyente.


La etiqueta, como tantas otras de ciertos comunicadores expertos, me parece magistral. Con cinco palabras se dicen tantas cosas sobre el género, la intención y el presunto resultado de la obra que, realmente atrapa al lector, atrampa a ese lector que no puede dedicar mas que los veinte segundos que, al parecer, oferta al escritor para que secuestre su voluntad lectora. Majaderías.

Twitter y sus 140 caracteres como tope para el discurso, no es mas que otra etapa hacia la banalidad.
Siempre ha habido negocio para los que dicen mas con menos, y entiendo que en época de Marcial, donde el soporte, una tablilla de arcilla cocida, dejaba espacio para seis u ocho líneas cortas, la concisión fuese un mérito, además de una necesidad. Incluso que los moralistas franceses y sajones, hiciesen virtud de las dos líneas y media, en las máximas, los proverbios o en los refranes vernaculares. Pero resulta imposible articular un mensaje medianamente coherente, acotando los flecos de los que colgarán malinterpretaciones sin fin, y redondeando con la patina indispensable de brillo literario, algo tan fácil y a la vez tan complejo como una reflexión; el desarrollo pausado de un pensamiento, de una idea, hacia una conclusión moral minimamente trascendente. Haylos.


Uno repasa la jornada de un día cualquiera, la de ayer, y pone chinchetas de colores en los hechos que la realidad va deslizando ante sus ojos. Agota las rojas antes de terminar el periplo. Media docena de killers, de zombis entre los que se mueve, que van jalonando las horas, de ese barniz irreal de película gore en que estamos convirtiendo nuestra realidad. Luego sucede que el profeta dice “Demasiado triste para ser real” y todos seguimos pensando en otra cosa y volviendo la vista a la pantalla, que es de donde nunca debió apartarse.


En los diez minutos del trayecto al trabajo, me adelantan a una velocidad que duplica seguramente la máxima permitida, rebasando la línea continua desde el principio al fin de la maniobra, insinuando una urgencia imperiosa que permitirá al conductor llegar al destino, justo delante del adelantado, con un intervalo de segundos, pocos, y a mi el observar el rostro del asesino en ciernes, el primero de la mañana, grabarlo en la agenda de los peligrosos, que tengo rebosando, y establecer el primer juicio benévolo, coca en el desayuno, o quizás como desayuno. No encuentro otra explicación para que este chico, buena gente dentro de una sociedad perfecta, en un mundo inmejorable, pueda poner en peligro vidas ajenas de manera tan estúpida y con total impunidad. Termino la jornada laboral y observo como otro vehiculo, iniciando la suya, ocupa bruscamente, evitando posible competencia, el hueco de acceso a la dispensación externa de medicamentos que, obviamente tiene señalizada, horizontal y verticalmente, con símbolos palabras y colores, la prohibición de detenerse allí, no ya de estacionar, con el consiguiente perjuicio para pacientes y familiares que necesiten transitarlo.

Miro también, buscando el autor, segunda chincheta roja, y veo una chica de las que juegan con doble ventaja, apariencia y experiencia, y a la que no encuentro argumentos para disculpar.


Realmente es solo el comienzo. Luego tengo que sufrir una cosa disfrazada de señora que arrasa la barra del bar, empujando toda la hilera hasta el extremo donde me encuentro, percibiendo afortunadamente solo el ultimo eco del tsunami, a fin de ubicar a su esposo y amigos, buenísima gente, ya digo, en el mejor lugar de la selva.

Encuentro mas tarde, en el escaparate de una elegante tienda un cartel con “Viquinis” en oferta , y pienso en la eficiencia de los recursos derrochados en educación durante los últimos cincuenta años, los que conozco, y me quedo sin chinchetas rojas, las amarillas ya las terminé hace tiempo, a la vez que inicio el regreso a casa cabizbajo y tan triste que, afortunadamente estoy fuera de la realidad, como dijo el otro.


Y es que las faltas no sancionadas acaban convirtiéndose en delitos, indefectiblemente, ocasionando daños irreparables a inocentes, impunemente, y a corto o medio plazo dirigiendo la sociedad, esta, hacia la excelencia. (palabra que algunos ignorantes confunden con un sustantivo que, de momento parece ausente).

Ya dijo Chesterton, o quizás Wells,- que esto de las citas tiene su mandanga-, que se comienza asesinando ancianas y ante la ausencia de castigo, se acaba llegando a faltar a la misa dominical que, es lo realmente grave.

Aquí la ironia del moralista al no quedar explicita, permite una primera, y para muchos única, lectura en clave de humor, y obvia lo mas esencial del mensaje, intemporal e imprescindible.

Que una sociedad que permite el incumplimiento habitual y reiterado de las reglas que la fundaron, tiene la misma credibilidad y futuro que esas leyes, ninguno.


Para rematar, me espera en casa “Cat on a hot tin roof” que tenia pendiente desde hace años. En versión original, pantalla completa, color restaurado, y no en los grises de la versión censurada y amputada en los laterales de la época de Alfonso Sánchez.

Extraordinariamente guapa Liz Taylor, dando la razón a la Sarita, cuando dijo que ella era menos bella que la Taylor, y, aparentemente, bastante envejecido el melodrama de Tennesse Williams, al que sobra, tanto el final feliz, como la ambientación dentro de la familia multimillonaria, “11.000 hectáreas – acres, supongo- de algodón en la tierra mas fértil a este lado del Nilo” según cuenta el gordito a sus hijos que no tienen otro problema que los que suelen tener los que no tienen problemas, es decir aquellos que suelen venir del brazo de la superabundancia de dinero fácil y de la ignorancia del significado de una palabra nefasta, el trabajo.

Curiosamente esos problemas, que no son mas que una reedición de los pecados capitales -tampoco hay que inventar nada- son resueltos amablemente en un final, casi feliz, que tanto gusta a la audiencia, al igual que gusta disfrutar con el entorno de lujo y desenfreno tan lejano del suyo, de ese tan triste que no puede ser real. Paradojas.


Solo que, mientras continuemos confundiendo la fantasía ajena con la realidad propia, realmente no habrá lugar alguno para la tristeza. Ni para la tristeza, ni para otras cosas que suelen ser mas necesarias. Realmente necesarias e imprescindibles.


Cat on a Hot Tin Roof (La gata sobre el tejado de zinc) 1958 Richard Brooks. Calificación moral 4 : “Gravemente peligrosa”, incluso en la versión abreviada que vimos aquí.


Reflections in a Golden Eye (Reflejos en un ojo dorado) 1967 John Huston, según la novela de Carson MacCullers. Con Marlon Brando en el papel de Paul Newman y Liz Taylor en el de ella misma. Esta fue directamente prohibida en nuestro país hasta que la censura se volvió mas sutil.


Haevnen (En un mundo mejor) 2010 Susanne Bier. Está en la alacena. Cuando la pruebe, os cuento.


P.D.- Dos veces la he visto y no he encontrado el zinc por ningún lado. Creedme que lo del tejado de zinc es, también, falso. Los traductores, ya puestos podían haberse inclinado por tejado de uralita o, en caso de eludir el aspecto publicitario, haber escrito fibrocemento; mucho mas acorde con nuestra techumbre, heredera de la teja moruna, las de toda la vida, donde las gatas maúllan en las noches de luna llena.

Dicen que la Taylor tenia unos ojos de un rarísimo color violeta, de ahí lo de morados del título inicial. Sobre las cejas, ya hablaremos otro día. Por lo menos, me sugieren un par de folios.

!Ah! (Interjección), lo de Elizabeth era solo para los extraños. Los amigos siempre la llamamos, y la llamaremos, Liz.

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2 comentarios:

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