lunes, 2 de abril de 2012

ESCRITORES DE CONFIANZA. PSIQUIATRAS DE CABECERA.- LITERATURA EN ESPAÑOL.

                                 

“Busca tu refugio” Es el título de un western de infancia – todos lo son – que nunca comprendí. Y me refiero al título, porque las pelis del oeste no necesitan compresión alguna, a pesar de que esta, ya mostraba ciertos rasgos de tragedia griega, ligeramente turbadores pero imperceptibles en su trascendencia para un adolescente. No comprendí el significado de refugio, porque no sabía que era un refugio, y seguramente no conocía su significado porque en todo caso era algo abstracto, un artículo innecesario, entonces.


Luego aprendí a desactivar bombas lapa, entre otras cosas, y a intentar traducir con cierta aproximación, el titulo original. “Run for cover”, Nicholas Ray 1955, texto que, en los tebeos de hazañas bélicas significaría algo así como “Ponte a cubierto”, más fiel a la intención de los cineastas que la de invitarme a buscar algo desconocido cuya utilidad ignoraba.

      

Después de aquel luego, convine en que, después de todo, disponer de un buen escondite no era mala cosa. Y aunque este no debía quedar a la expectativa de tener que iniciar su búsqueda en los momentos de mayor necesidad, tampoco era cosa de esconderme detrás de la primera tapia que ofreciese protección frente a los innumerables disparos del enemigo, de los piélagos de calamidades del buen Hamlet, y de esos terribles momentos de atrición para el alma que la hacen peligrosamente vulnerable.

Claro que ese refugio era la lectura, y no cualquier lectura, sino la inmersión en aquel territorio conocido, aquel espacio absolutamente delimitado y familiar donde los personajes ya saben de antemano que eres uno de ellos, y donde tu regreso desde las oscuras pesadillas que pueblan el mundo exterior, se convierten en luminoso bienestar desde el momento que comienzas a escuchar a esas personas llenas de vida y bondad, de inteligencia y sabiduría natural, y no dudas en acompañarlas entusiasmado en un nuevo capitulo, en otra novela.

No son muchos los autores que han conseguido incluirme en su mundo feliz, aunque no pocos lo han intentado, bajo la marca de un determinado condado imaginario. Faulkner y su impronunciable comarca sureña, Bolaño y su infinito exilio dentro de un humilde bazar de todo a cien, y Juan Benet en esa región descrita en miles de páginas, y que ya Rulfo había condensado en cincuenta.

Pero uno, ante el peligro, no puede detenerse a elegir, a decidir cual es el mas conveniente o cual mas adecuado para cada momento y afortunadamente, el animal que llevamos dentro, saca a relucir el instinto y…te lleva a casa, a la Ronda del Guinardó, donde el pijoaparte crece junto a los alegres muchachos de Atzávara, que eran de Vázquez Montalbán, otro charnego como Marsé, como Bolaño, como Benet y Faulkner perdedores de la guerra de sus padres o de sus abuelos, y refugiados junto al lector bajo un cobijo ficticio que conjuraba todos y cada unos de los peligros de la ingrata realidad.

No puedo elegir, ya digo, y me escondo incluso en aquellos relatos alejados de las ramblas, del cine Roxy, o de los míseros y entrañables extrarradios, de la ciudad donde el idioma, y el acento que traiciona tu origen, es tan discriminatorio como las silabas de tus apellidos del sur. Incluso en sus cuentos mas alejados de ese universo al que tanto sueño con volver, como es el memorable “Teniente Bravo”, no tardo en implicarme en las vicisitudes del obstinado perdedor, del enemigo a priori, de la autoridad impuesta por un sistema ciego que se mueve sobre el fango, sobre las arenas movedizas, las terribles quicksand en las que el Príncipe Valiente, Flash Gordon, y hasta El Jabato, estuvieron a punto de perder la vida, y me contagio de la piedad y la compasión que el escritor convierte en manto protector para el verdugo caído en desgracia, consiguiendo la implícita simpatía del lector por aquel pobre desgraciado que lleva treinta, sesenta minutos haciéndote sudar y sufrir por los golpes que le propina el potro inanimado. Dicen que es uno de los mejores relatos cortos que se han escrito en España. Es muy posible.

            

Y es ese espíritu del perdedor pero superviviente, o superviviente pero perdedor, que impregna el personaje del chico aquél, el que comienza convidado de piedra encerrado con un solo juguete, que tampoco será suyo, y que no deja de asomar por esas diez, doce novelas que me gustan tanto releer cuando no tengo una nueva, que tampoco nunca lo es del todo, en la que sumergirme para refugiarme en el único lugar donde me encuentro a salvo. Como lector y como personaje.

Ahora estoy leyendo “Caligrafía de los sueños” que es otro flash back, mas acerado incluso que cualquiera de los anteriores, y que no quiero terminar nunca, porque junto a sus protagonistas me siento seguro y se que, corro el riesgo de que estos desaparezcan algún día –Juan Marsé no es eterno- y temo que, en ese momento, me cierren la puerta de esas calles dibujadas sobre el cartel de un teatro a punto de claudicar, del que inevitablemente voy a caer, junto a otros innumerables alienígenas que por allí pululamos. Charnegos en un mundo de charnegos, del que siempre nos quedará el agradecimiento por el reconfortante trato de favor, de iguales, que hemos recibido.

Gracias Marsé, no dejes de recordar para nosotros tus días de aprendiz, aunque sea de un oficio estupendo que nunca ejerciste. En el fondo la vida no es otra cosa. Un aprendizaje perpetuo entre compañeros y profesores. Si continuas aprendiendo algo nuevo en cada jornada, y disfrutas haciéndolo, estas vivo colega.



P.D.-  ¿Son todos los carteles de la misma película?.

-Sin duda, lo son.


¿Son todas las novelas de Marsé, la misma novela?

-Si no fuese así, Marsé no sería Marsé.

Y no disfrutaríamos de una guarida tan segura y confortable. La verdad.




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