martes, 29 de enero de 2013

EL CINE Y OTRAS CHUCHERIAS NECESARIAS PARA EL ALMA.- (1)




La primera vez.-

 

¿Os habéis preguntado alguna vez cual fue la primera película que recordáis haber visto?

Fijaos que no pregunto por la primera que visteis, sino que recordáis. Esa es la clave del comienzo de algo, la primera piedra del edificio en el que vamos a guardar las ficciones, y otras cosas menos interesantes, que irán formando nuestro carácter. Antes de los recuerdos solo existe la nada.

Ya, ya sé que para algunos es solo una pregunta retórica, para la que tienen estudiada respuesta, y no desaprovecharán la ocasión para recitarla:

1)
- Pues realmente la recuerdo en todos sus fotogramas, perfectamente.  Tenía yo dos años recién cumplidos, y mis padres me llevaron al cineclub, el bautizo laico en la sala oscura. Fue “The color of Pomegranates” de Paradjanov 1968, y todavía me asombra la nula capacidad de los participantes en el coloquio, a la hora de interpretar las claves, facilísimas, de aquella historia, la más elemental paradoja sobre la supervivencia de la cultura armenia bajo el yugo opresor. Lástima que no me permitieron escupir el chupete y explicarlo detenidamente.

La adicción se hizo imagen y La Posesión 1981, Andrzej Zulawski, pudo más que La Repulsión 1965, Roman Polanski, y el precoz/procaz adolescente que fui, pasó de ser acusado de hiperactividad a asumir el papel de autista confeso que le acompañaría en las miles de horas en la sala oscura. Hasta que el  litio y el prozac… pero eso ya es otra película.

Tambien puedo contaros con absoluta precisión, toda mi estancia en el claustro materno. Dicen los expertos que esto es rarísimo, extraordinario, y que no saben si incluirme en el libro ese, o directamente encerrarme. Que ciertas películas, a veces tienen estas consecuencias.

2)
-Yo probablemente no la recordaría,  de no ser por las mil y una veces (en horario diurno) que me contó la historia mi queridísima tía Obdulia “la camerata”, así apodada por ser su oficio el de cuidadora de la cámara, del vestuario y joyas de la virgen local, oficio y cargo heredados de su madre y de su abuela, todas madres solteras. 


Ella me repitió tantas veces cual fue la película primera, a la que me acompañó, mi bautizo en la sala oscura , “Bambi”, David Hand 1942, y cuáles fueron  mis reacciónes, niño de tres añitos, la final, del llanto ante la orfandad del protagonista, y la primera fuga como espectador, al salir disparado hacia la pantalla, corriendo por el pasillo, con la idea virginal de abrazar al pequeño cervatillo. Afortunadamente me atrapó antes de llegar a las bambalinas y exponerme a sufrir mi primera decepción cinematográfica, y vital.




Tantas veces me lo refirió, y tantos mimos me dio, que le perdono me arruinase el final,  lo que pudo ser una catástrofe, descubrir la falsedad de las dos dimensiones, simuladas por el proyector luminoso, y permitir de esta manera el principio de mi carrera como espectador, inmensa. 



 Ella me enseñó que cosa era el cine, igual que su hija me enseñó otras cosas, igualmente interesantes. Pero eso es ya de otra película. (Los que no hayan tenido una amantísima tía soltera, que tiren la primera piedra, y que se chinchen. No saben lo que se han perdido).

Y 3)
-Vuestras versiones, serán sin duda, de una riqueza tan inconmensurable como las de los prologistas, y os ruego dispongáis de unos minutos de silencio meditativo para que las reconstruyáis a placer.
La memoria, como todas las cosas que creemos de una solidez a prueba de martillo pilón, es la más agradecida cuando la deconstrucción de nuestra fantasía la hace dudar al principio, y doblegarse después, ante la fuerza de nuestras pasiones, de nuestros intereses emocionales que la reconducen por el buen camino, el que sin duda habríamos tomado en el momento aquel de nuestro error fatal. Afortunadamente la tenemos a ella, a la memoria, y como es nuestra, nos permite rememorar, y contar las cosas, como nos gustaría que hubiesen sucedido.
Cuando no sucede de esa forma fantástica, cuando los hechos soñados se acercan peligrosamente a la monotonía implacable de la cotidianeidad, cuando se manifiestan de manera tan impersonal que podrían parecer vividos por cualquier otro, es entonces cuando nos estamos aproximando a eso que llaman verdad, a esa realidad compartida. Mal asunto.

Por eso mismo supongo, que mi primera experiencia en el cine ( lo de sala vino bastante después) será bastante común entre los lectores, y por eso la voy a contar.

 

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