Disquisiciones ovinas.-
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos pacerán en paz.
Roer o gastar algo, comer el pasto, eliminar hasta la última
brizna (de hierba).
Brizna, parte delgada de algo.
No importa tanto el hecho de exterminar el verde primaveral,
cosa que pronto se convertirá en algo pecaminoso, quizás delito, no importa
tanto como la actitud iterativa y, lo que es peor, exclusiva.
Todavía los optimistas ven benéfico el hecho devastador, el
asuelamiento de los campos, nunca mejor empleado el término de asuelamiento, al
contemplar las innumerables bolitas negras que dejan a su paso, tan similares a
los granos de café (torrefacto) y por los que otros pagarán pronto sumas
inconcebibles, en cuanto la moda dictamine los beneficios salutíferos de su
infusión. Al tiempo.
Pero la empatía que desborda infatigablemente mi ánimo,
impide juzgar peyorativamente al rebaño, al que, por lo demás pertenezco.
Lamiendo el suelo de la patria mía, sin separar la mirada de
la madre tierra, buscando y arrasando cualquier fragmente del verde en toda su
gama cromática.
Mi único contacto con el mundo exterior al rebaño, son los
rumores que llegan a mis orejas a través de los infinitos balidos, también en
toda su gama, acústica en este caso.
Parece ser que otros rebaños, más numerosos, aparecen
periódicamente , sincronizados con las primeras hierbas de primavera, para regresar
después a sus orígenes, en el norte, una vez que el ciego sol, el del Cid, ha
transformado en polvo las gotas del roció mañanero que cubrían los tallos
nacidos la noche anterior.
Las gotas y los tallos son solamente un recuerdo nostálgico,
cuando nosotros seguimos lamiendo la parte de las piedras opuesta al mediodía,
tiempo en el que los rebaños trashumantes disfrutarán de los pastos donde
nacieron, vírgenes hasta su regreso, justo a la espera de la próxima nevada,
cuando volverán a visitarnos.
Claro que aquí ignoramos que es una nevada, aunque intuimos
que nada bueno cuando les obliga a semejante caminata. Sus vidas son, por lo
demás tan rutinarias como las de aquí, salvo quizás por los equipos que les
acompañan, pastores expertos, y vehículos de intendencia en los que no faltan
alimentos ni medicinas, previsiones meteorológicas, ni alternativas tácticas
ante cualquier incidente, al parecer.
Me llegan las voces admirativas hacia ellas, que no dejo de escuchar,
la comparación inevitable con nuestro destino de miserables paridoras
incansables, a la espera de ser retiradas como inútiles para este servicio, si
antes no nos convertimos en morras, eso que los veterinarios llaman encefalitis
espongiforme ovina. Que sabrán ellos de este duro oficio y de lo que llega a
hacer una para que la retiren del puticlub.
No es la dureza de la supervivencia en un terreno donde el
alimento solo llega en primavera y otoño, y no en todos, ni la de los días inhóspitos
de viento helado donde nos arrebujamos en círculo con el culo a sotavento, como
nos enseñaron las abuelas. Es la inevitable comparación entre los pastores de
ellas, numerosos y preparados, provistos de aparatos que proveen medios para el
confort de hombres y ovejas, y en los que se advierten niveles de humanidad, de
intelecto, que aquí jamás hemos encontrado en nuestro supervisor, único y retrasado,
el buen hombre. Hasta la perrita carea, a pesar de su inminente ancianidad, nos
aporta más seguridad y respeto que el Azarías de la boina remendada. Dicen
algunas hermanas de lengua azul, como las de vacas que nos empujan cada vez a
terrenos más escarpados, que además es su familia quien se aprovecha del pobre,
que cobran una subvención por incapacidad, a la vez que lo hacen vagar todo el
año junto a nosotras, y así no tienen que soportarlo mientras disfrutan de los
beneficios que les produce. Tan solo llenarle el morral una vez a la semana y
recoger los ternascos para su venta, justo cuando podrían comenzar a
incrementar, y enriquecer, el rebaño.
Son voces que escucho y que rara vez entiendo, mientras veo
que cada año que pasa quedamos menos y somos mas viejas, y es que con los tres
verbos que disponemos, rumiar, parir y balar, poco podemos hacer para cambiar
nuestro destino. Lástima no tener un pastor que nos lea
el libro aquel de la granja autosuficiente, de aquellos compañeros de matadero
que quisieron cambiar el mundo y que, ciertamente, cometieron errores,
improbables en ovejas como nosotras. Pacer y balar. Ya digo.
borrego, borrega
nombre masculino y femenino
2. adjetivo/nombre masculino y femenino
[persona] Que se somete fácilmente a la voluntad de otra
persona sin rebelarse ni protestar.
cordero, cordera
nombre masculino y femenino
2. Persona dócil y humilde.
carnero
4.
m. Chile, Cuba y Perú.
Persona que no tiene voluntad ni iniciativa propias.
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