miércoles, 25 de abril de 2018

Gracias, querido Stalin, por una infancia feliz.



Gracias, querido Stalin, por una infancia feliz.

Negro sobre rojo en mayúsculas, y en ruso, naturalmente.
(Escrito en una de las banderas de la exposición sobre el realismo socialista en el Museo Ruso).

Exposición imprescindible, a pesar de que desconfíen en la entrada cuando les digo que tengo derecho a la tarifa reducida, por aquello que os contaba el otro día. Tuve que mostrar el carnet del partido, al que dan mayor verosimilitud que el DNI. Es broma (lo del partido).
Demasiados retratos del padrecito, el padre de todas las naciones, el maestro, el amigo. Demasiada insistencia a riesgo de banalizar asuntos de una importancia vital.

Y además es que, hace nada pude ver, que no visionar, “La muerte de Stalin”, intento desafortunado de parodia sobre la transición de la CCCP a la CCCP, de la URSS a Rusia. Algo muy socorrido, lo de cambiar el nombre a la rosa.
Solo que, no se puede, ni se debe llevar al género bufo un asunto de tal trascendencia, al menos para los que lo sufrieron. A pesar de que la limitada vis cómica de los actores, incluidos Steve Buscemi y Michel Palin, y la presumible fidelidad a la historia de aquel suceso, solo consiguen repetir nombres, caracteres, y el relato archisabido de la muerte del dictador y la apertura de su testamento apócrifo. Beria cayó en el tumulto y Kruschev tomó el mando, mientras los suspiros de alivio de los soviéticos se escucharon en el mundo entero.


La historia oficial repite el eterno esquema donde los perdedores como Trotsky -o fallecidos, bienaventurado Kirov- se convierten de pronto en origen y causa de todas las maldades. Diez años antes sucedió algo parecido con el bunker berlinés y todavía nos siguen vendiendo el nauseabundo olor moral que se desprendía de la Alemania de aquellos años, y que parece haber impregnado la pituitaria de la humanidad para varios siglos. No hay más que leer la prensa española escrita entre el 38 y el 44 para comprobar que no era así la cosa, modelos de cultura y progreso, adalides de un mundo nuevo y tal y tal. 

No es hasta el colapso de una y otra dictaduras cuando nos damos cuenta de que lo eran, si bien en algunos casos ni colapsan ni cambian sus valores humanitarios para sus presuntas victimas. Al menos durante una generación completa, a veces dos, la hábil continuación del sistema mediante herederos que usan el aforismo de Lampedusa, o a veces simplemente mantienen alimentados los intereses de una mayoría, consiguen que no se perciban en el panorama cambios más allá de las palabras que identifican el paso sincopado de la yenka, izquierda, derecha, delante, detrás, para regresar al punto de partida.
Algo similar a lo que sucede en el baile del ladrillo donde la pareja no logra rebasar sus limites-los de la baldosa, claro- durante la danza, a la que además enriquece con un valor añadido, el cheek to cheek. Yo prefiero esta última, aunque para gustos los colores, y los que dan por buena la progresión de un país hasta su punto inicial, los movimientos circulares a los que llaman progresión constante, tienen sus razones, aunque no las necesiten, simplemente tienen el poder necesario, para sostenerla y no enmendarla.

El radiante porvenir del realismo socialista no puede ni debe reducirse a la bagatela abandonada y polvorienta del mercadillo callejero dominical, para consuelo nostálgico o solaz hilarante de los viandantes. Y no debe hacerlo porque, aparte de la descomunal magnitud de la catástrofe humana, nos ha dejado unas lecciones extraordinarias sobre nuestra propia historia, la del día de hoy que, sin duda, se reescribirá mañana con vaya usted a saber que verosimilitud e intencionalidad.

Contemplo los líderes, los héroes, desde el politburó al komsomol, pasando por los pioneros revolucionarios, y aprendo el nuevo y fidedigno por tanto, significado del termino pionero, son o eran entonces, el equivalente a nuestra OJE, a nuestros flechas y pelayos, a cualquiera de las organizaciones juveniles de los partidos que gobiernan, alevines de los clubes políticos alejados del mundo laboral real, de los koljoses y fábricas, de los obreros de choque, o del arduo trabajo de conseguir un titulo universitario, que más tarde encontrarán misteriosamente bajo la almohada. Colocados desde la cuna en un plano virtual , lo suficientemente distante para no embarrarse con el suelo de la madre patria, de la madre de todas las naciones, en la nomenclatura soviética. Los pioneros eran los chicos sanos y sonrientes, con sus imprescindibles ejercicios saludables y su pañuelo anudado al cuello, de ellos y ellas, como cabe suponer. 

 
Esta analogía con la otra dictadura, una de tantas, puede percibirse en los maravillosos documentales exhibidos en el museo, de donde los realizadores del NODO deberían haber aprendido que la propaganda se digiere mejor en color y con fondo exclusivamente musical, sin necesidad de que la voz de Matias Prats nos repita interminablemente lo del marco incomparable del teatro de la zarzuela. Además de que a las victimas de allí se la vé más felices, mucho más, que las que podemos contemplar en los noticiarios cinematográficos de obligada exhibición antes de la película. Cuando estos desaparecieron, fueron temporalmente sustituidos por los cortos de Tom y Jerry,  el cambio fue traumático para un servidor, a mejor, solo comparable al que supuso para otros la muerte de Stalin, veinte años antes.

Aquí no ha sido, ni sigue siendo, tan diferente. Hoy continúan discutiendo y peleando, con réditos electorales, por quitar o poner nombres propios a las calles, condenando al silencio a los héroes, o pioneros de su ayer, del de ellos, mientras leo que han dejado en manos de los jueces, de lo contencioso supongo, las lapidas que quieren poner en el cementerio de la Almudena, por si se cuela algún nombre inconveniente entre los fusilados, que hasta para eso, para ser fusilado, hay que tener fortuna, que las balas saben mucho de la catadura de quien las recibe. 

Los millones de muertos, con juicios ficticios o inexistentes, hasta la ejecución de Lavrenti Beria, la de este sin mayor preámbulo, como aparece en la película, los miles de asesinados en Katyn, o los todavía hoy silenciados y tergiversados aquí, por ambas partes, montescos y capuletos, no hacen más que insistir en el absurdo de ignorar las enseñanzas del siglo pasado, demasiado reciente quizás, necesidad de seguir comprando exclusivamente las verdades de los vencedores, y de soslayar erróneamente las ideologías que subyacen bajo los tsunamis – hoy danas- de la historia. El riesgo que corremos es el de dejarnos arrastrar por los seguidores de la yenka, derecha izquierda, delante detrás, o los del baile del ladrillo. Que en el fondo son bailes de salón, de donde jamás deberían haber salido.
Mi única pena es que la pérdida auditiva, propia de mi condición de idoso, aparte de otras pérdidas que no es necesario referir, (el pelo, no seáis malpensados), me van a hacer perder el compás inevitablemente.

 
!Ay José, que así no es!, como cantan Machito y Graciela en el disco del 19, si la censura consiente. (Pinchen y disfruten. Es gratis).




The Death of Stalin. 2017, Armando Iannucci.

Prohibida en Rusia (que ya no es URSS) por aquello de:
"The film desecrates our historical symbols -- the Soviet hymn, orders and medals, and Marshal Zhukov is portrayed as an idiot "
Malenkov y Molotov reciben, sin embargo, idéntico tratamiento.
A Zhukov, auténtico vencedor de la Gran Guerra Patriótica (World War II  para nosotros), podemos verlo en la exposición con el torso cubierto de medallas, a pesar de que las que ocultaba la zarina bajo su corpiño, ya demostararon ser inútiles ante las balas.

Radiante porvenir. El arte del realismo socialista

10/02/2018 — 03/02/2019 Colección del Museo Ruso, San Petersburgo / Málaga 
 

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