domingo, 17 de agosto de 2008

A Vassili Grossman


Del libro líbreme Dios,
que de leer, ya me
encargaré yo.
Si comienzo citando titulo y autor es como si contase el final antes de haber empezado.
Más bien - como hizo conmigo mi amigo Vito- preguntaré al lector mirando a sus ojos: ¿Verdaderamente confiesas haber leído el libro que nunca existió, salvo en la mente angustiada de sus creyentes, el terrorífico Necronomicon?
Y, en función de la respuesta, sea cual fuere la misma, aclarar que no es el tiempo de los mitos, de la fantasía, más bien de quien los alimenta, del ser humano.
Me ha llevado cuatro largos meses terminarlo; y ahora que estoy en la primera fase de la digestión- panza redecilla libro(?) y cuajar-, como rumiante degustador de la pasta de papel, pienso si ese tiempo, en el que algunos habrán conseguido eliminar media docena de efectos timbrados, de los que todos tenemos firmados en la hipoteca mental de nuestra deuda con la literatura, no habrá sido insuficiente.
Escasa dedicación para todos esos cientos de personajes que han anidado en mi conciencia, noche tras noche, haciéndome ver cuanto tengo en común con la abuela que escribe su ultima carta en el ghetto, la noche antes del fin del mundo, con el soldado alemán que se arrastra, como un perro, por el suelo helado de un país lejano, y ajeno, hasta que una certera patada en la cabeza lo convierte en un cadáver congelado con los brazos abiertos. Con la furia de los dioses, de todos ellos juntos, bajo la forma del estado; y sus consecuencias sobre millones de personas y medio siglo de historia. Con la resistencia, insegura y limitada del individuo ante semejante estado de cosas, con la fe en el único principio del que puede sentirse seguro, que no es infalible ni eterno, ni siquiera único, con la certeza de uno de sus personajes mas insignificantes, en volumen de texto que no en densidad de presencia, de que solo la bondad intrínseca a nuestra especie, puede justificar la supervivencia de esta en cataclismos similares.
Conste que ha habido, que hay desastres similares, varios, que no dejan de parecerse en lo fundamental, en la confirmación de que hemos vuelto a matar a Dios, si es que alguna vez lo hubo, como dijo Primo Levi. Si bién este queda fuera del catalogo de la ignominia, aunque tuviese razones para decir eso y todo lo que se le pudiese ocurrir, después de haberlo vivido en primera persona, desde dentro. Eso, curiosamente lo descalifica en la credibilidad de su testimonio. Somos así, al superviviente nunca se le ha recibido con los brazos totalmente abiertos a lo largo de la historia. No es de fiar, al fin y al cabo solo él sabe como ha llegado a sobrevivir, y la sombra de los que quedaron atrás pesa demasiado para que su luz, si es que la tiene, llegue a brillar. Así es nuestra mezquindad, ni siquiera pecado venial.
Por eso, porque un juez no puede ser a la vez victima y juez, y ser justo. Asumimos la sospecha de venganza, que planea sobre todas las victimas por el hecho de serlo, esta es otra de nuestras virtudes sociales. Tiene más valor, mas credibilidad la versión del cronista externo a la cuestión, que la de aquel que allí estuvo, aunque sea de paso., En este caso, en el que nos ocupa, la lejanía sobre la tragedia no deja de ser, sin embargo, ajena al autor. Ni lo pretende. No en vano pertenece a la etnia, a la nación de los sin nación, registro fundamental a la hora de rellenar un formulario – impagable formulario administrativo que una vez completado, y firmado, nos acompañará durante toda nuestra vida, y la de nuestra descendencia, léase Adán, sirviendo como prueba acusadora en cada cambio de régimen político- como servirá de salvoconducto a la hora de caminar entre hordas primitivas que solo saben aquello de: “Es de los nuestros” o “No es de los nuestros”. El significado que puede tener una marca en un impreso, en función del cambio en la orientación del poder estatal. Centralista o periférico, y viceversa. El paralelismo con el paisaje vital de aquí, de ahora, resulta realmente abrumador. Suerte tuvo en que las tormentas tan terribles que le tocaron vivir, las pilló siempre a cubierto. Suerte para nosotros.
No solo es un reportaje vivido de la batalla que cambió la historia del mundo que ahora conocemos, Stalingrado. Probablemente el relato imprescindible, como los de Herodoto, que ayudan a comprender las causas y el desenlace de ese pequeño tropiezo en la política de nuestro continente, que ocasionó treinta millones de muertos, antesdeayer. Es mucho más que una crónica. Es el grito del pez fuera del agua, en silencio, el grito mudo y desesperado que sucede sin molestar a nadie en su agonía, es otra vuelta de tuerca a la condición humana, que, lejos del terror del Apocalipsis,- ya digo que la fantasía solo sirve para adolescentes- si nuestra sociedad es suficientemente madura, solo servirá como aprendizaje sobre el error ajeno, siempre ajeno el error, para aprovechar “solo” el lado bueno de la vida. “Always look the right side of the life” cantaban crucificados los personajes de Monty Python. Pero eso sí era ficción; musical además.
El caso es que, una de las lecciones cuyas emanaciones perniciosas se me ha dado a inhalar a través de sus paginas, es aquella que se desprende del hecho, de la tozuda insistencia, de intentar comprender a una sociedad, a un país, a una época incluso; con los patrones morales, sentimentales o afectivos del individuo, del ser humano individual, de sus sentimientos, sus afectos y sus miserias. Extrapolar estos a las intenciones, a la conciencia, a la satisfacción de la sociedad, resulta tan absurdo como pensar que intención, conciencia o satisfacción puedan pertenecer a grupo alguno. Supongo que la sociología sabe esto desde antiguo. También Ortega lo escribió hace cien años. Y aquí estamos.
Sucede que seguimos, lamentablemente otra vez, bajo los poderosos influjos de los medios que mueven las masas, y la verdad es que sin ellos no habrían existido gulags, sonderkommands, ni condenas de diez años “sin derecho a correspondencia”. (Eufemismo con que la autoridad ahorra a los deudos la molestia de enviar mensajes, lazos de esperanza a quien ya no los necesita). Y el hecho de que los últimos meses de Stalingrado fuesen los de un campo de concentración en el que lo único extraño es que los prisioneros portaban armas, o el hecho de que el muro de Berlín fuese una frontera defensiva antifascista, según las autoridades del momento, no presta siquiera la categoría de sarcasmo. Este, el sarcasmo, es un pecado individual, también, aunque aquí aparezca simplemente como el abuso del lenguaje por el estado con la finalidad de ocultar sus errores. Pero esto en el caso de que el estado pueda equivocarse, y sostenemos lo contrario. Solo los individuos, dos en concreto son, pueden ser culpables, Hitler y Stalin. El resto, cachitos de pan. Y los estados. países, naciones, como quieran llamarse, son entes, ya digo, con los que resulta imposible comunicarse, entenderse o relacionarse, salvo que los centenares de miles de cualificados alfas y omegas, oráculos y sacerdotes de los estados de derecho y bienestar; tengan a bien olvidarse de pensar en su propio y exclusivo beneficio, o el de su limitado grupo de poder, y posponer este al general , al del resto de individuos que, junto a ellos, no dejan de escribir la historia, en lo grande y en lo pequeño.
Esto es pura fantasía, presiento, por lo que me queda la pequeña esperanza de que alguno de nuestros próceres lea “Vida y destino” de Vassili Grossman, y en el caso probable de que esto no acontezca, al menos que volvamos todos a leer el Necronomicon, por lo menos será mas descansado, ya digo que no existe, y el terror, la pesadilla a la hora de acostarnos estará garantizado, de cualquier manera. Porque la lectura del futuro en la clave circular que nos ofrece la historia no deja de augurar lo mismo de siempre, el horror.


2ªParte. - No es justo dejarlo aquí. No es justo dejarlo así.

Si alguien pretende juzgar una obra maestra por un comentario tendencioso y de medio pelo, como el anterior, va listo.
No es solo que el autor dedique un capitulo entero a ilustrarnos sobre la diferencia entre genialidad e inteligencia, entre el genio creador y el listo que aplica los conocimientos adquiridos a resolver un problema actual. No es solo que establezca un rango de valores para explicarnos que los resultados de las batallas dependen más de un manual que de la inspiración de la figura del pedestal, que la hizo. Es que el tema no es la guerra, ni los guerreros, ni siquiera la historia o la geografía política de un territorio tan extenso como lo fue el imperio de los zares en sus mejores días. Más bién el tema que ha sido mi droga durante estos meses, ha sido el discurso, la disputa, la discusión intelectual entre personajes con un nivel humano tan por encima del habitual, que me ha creado la adicción de estar entre personas con una base humana y cultural que me hubiese gustado poseer en algún modo.
Siempre que recuerdo “La montaña mágica”, -sin olvidarme nunca de la tentación por la princesa rusa, la amante madura, el amor imposible, que vuelve a aparecer en “Muerte en Venecia” aunque ya con la sensación del deja vu, cuando Thomas Mann ya ha tomado partido decidido sobre otro genero y edad diferentes de los de la princesa rusa-, la memoria guarda el mejor lugar para el personaje mas brillante de la novela, el que hace pasar las paginas con cierta premura ante la perspectiva de que cinco, diez mas abajo, vuelva a aparecer: Setembrini. Una figura con brillo propio por encima de las demás, no solo como el manto de un jesuita exclaustrado, véase que no expulsado y que los jesuitas no han sido nunca de mucho claustro, si no como el pensador indómito que plantea ante oponentes de talla similar unas ideas fronterizas para aquella época y ambiente. Setembrini es el héroe de la montaña, como lo son los personajes, al menos tres, de la obra de Grossman. El teniente coronel que dirige los tanques T-34 que habrían de emular la Blitzkrieg de los panzers en sentido inverso, tanques cuos precursores debutaron en el 37 en la guerra de España, y que pueden verse en el Tiergarten berlinés como homenaje a los héroes que liberaron lo que había que liberar. (Léase en inverso sentido a la cita histórica, únase al párrafo anterior con técnica de sustracción fotográfica, y si después queda algo con sentido, olvídese) No es de los T-34 de los que estoy escribiendo. Más bien del personaje que los guía a ellos y a sus conductores, y sobre todo de las discusiones en la trinchera, en la retaguardia, en el Estado Mayor, o en la probable estancia, bajo cita previa, en la dirección general de seguridad, que con otro nombre hubo en otros sitios. Que se le va a hacer. Pero, con todas esas losas encima, sobrevive el espíritu del individuo, el discurso del que cree en las cosas bien hechas, en el estado de derecho al fin y al cabo, y en el valor de la vida de un solo soldado por encima de todo lo demás. ¿Antibelicista? Tampoco. No es eso. Ya digo que no trata de la guerra, ni de la muerte.
El segundo de los tres es el comunista, y esta palabra no aparece con excesiva profusión en las mil doscientas paginas, el ferviente creyente en la doctrina del partido y en el fin superior que guía el destino de los pueblos, el que antepone su misión y la de la jerarquía que por arriba, le ha tocado, ante cualquier desviación de los objetivos y las directrices. Aunque una mirada, de soslayo, al espejo de Alicia, le preste una visión diferente, una versión más compleja de un mundo en cambio. Personaje positivo, todos lo son, con un discurso personal, vivido y sentido que no envidia en absoluto al del tanquista. Aquí se impone la dialéctica de la reflexión al intercambio de ideas con los que están al otro lado de la lámpara. Inevitable.
Pero, de los tres, y hay centenares, tengo que quedarme con el profesor de física nuclear, con el teórico de la abstracción, y valga la figura, con las idas y venidas del pensamiento y de la actitud del investigador, del prestigioso docente, bajo la conciencia de la responsabilidad personal del hasta cuando y hasta donde debe transigir una persona ante la amenaza de futuro, familiar, profesional, incluso vital, en el caso de negativa a condenar a un inocente, a traicionar a un amigo, a ignorar al amor de su vida. Bajo la consciencia de que cualquier sentido en su decisión tendrá unas consecuencias implacables para alguien. Y, sobre todo, la certeza de que esa responsabilidad, ese peso desmedido, lo va a acompañar hasta el fin de sus días. Las relaciones con sus colegas, impagables. Las reacciones del claustro investigador, enriquecedoras para el que lo lee.
Hablar de ellos es solo mostrar la espita que liberará paginas y paginas de inteligencia en el devenir de las tres, trescientas, figuras autobiográficas del lector, de cualquier lector, y no del autor como suele ser norma. Todos ellos son, somos todos nosotros, y ahí está la grandeza de la obra bien hecha.
Y no es todo. Ni siquiera un comino de su valor. Hay otros valores por encima de lo alabado hasta ahora. Si dijera que son la familia y el amor, seria al menos honesto con la sensación que me deja. Pero es que esas dos parcelas han sido siempre propiedad exclusiva de los escritores rusos, y como creo que semejantes bagatelas deben estar registradas a nombre de nadie, y además presiento que Vassili ya es patrimonio universal, pues eso, habrá que establecer un antes y un ahora.
¿Y ahora qué?



P.D.-Inevitable
Lecturas que cambiaron nuestra vida
.

Ante le enésima lista veraniega con la que algunos cubren las ausencias y carencias estivales, acentuadas por las necesidades del peculio familiar, y sin mayor esfuerzo que el de mojar la pajita del mojito, ni mayor desvergüenza que la de nuestros escritores de postín. Mas de cien oiga, más de cien artistas en pista, como el circo de las pulgas o los conciertos para turistas paletos, más de cien incluyendo al que firma delante, han publicado la lista de listas que establece el rango o canon de la literatura universal, que, sin duda ha cambiado sus vidas.
La verdad es que como las megas, haberlas haylas. Por eso no tomaré semejante lista en vano.
Sin ir mas lejos se la cambió a mi amigo invisible – ya se que saben que esto es un pretexto para contar cosas en tercera persona. Si han llegado hasta aquí, lo saben- y se la cambió con rotundidad, con un antes y un después, y nunca llegó a ser para bien o para mal otra cosa distinta de lo que pudo haber sido.
Se trata, se trató, de la lectura de los ejercicios espirituales de San Ignacio. Mi amigo estaba en el seminario, y, después de la lectura, se escapó. Nunca volvió a él. Creo que nunca volvió a estudiar, e incluso que nunca volvió a leer. ¿Qué no me creen? Pregunten a su alrededor y verán la de amigos invisibles que conocen. Verán que los personajes de ficción son a veces más cercanos de lo que parecen. Y si piensan en que durante aquella época., en la que D. Basilio escribía la ultima pagina de su novela, toda España era un inmenso seminario, comprenderán que no es bueno hacer listas. Ni apuntar, ni señalar a nadie. Me lo enseñaron. Como me enseñaron en no creer que, cincuenta años después, -lo que tarda en hacerse un escritor- hayan surgido tantos desde tan magra simiente. La ficción es algo de lo que, tampoco, conviene abusar.

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