martes, 4 de enero de 2022

EL MEJOR LIBRO DEL AÑO

 


El mejor libro del año.-

 


Eso dicen por todas partes. Unanimidad entre los críticos en sus homilías semanales. Incluido, supongo, cierto periodista de ascendencia vascuence que fuese en vida del autor su acérrimo denostador. Si bien Chirbes reconocía la maestría de los artículos del crítico literario, llegó a plantearse si ellos, los que pontificaban, eran realmente los arquitectos de la cosa, mientras los novelistas eran simples amanuenses, los albañiles del edificio libresco.

Esa observación aparece, repetida como tantas otras, en los diarios póstumos de Chirbes. En este caso no deja de ser una muestra de esa ironía para la que el autor demuestra en ellos estar sobradamente dotado.


Falsos diarios, en todo caso. Tan falsos como el apellido de póstumo. Escritos con la estructura de un relato vital, con la medida justa de no provocar en exceso, algo impensable en quien escribe para si, y a quien la opinión ajena o la censura de los poderosos, no va a perseguirlo más allá de ese punto de no retorno que suele existir en la puerta del velatorio.


Acostumbrados a la novela docudramática, al documental novelado, tan habitual durante, al menos, la última década, no nos puede extrañar que ahora las memorias de alguien pertenezcan también a ese género, a esa categoría donde el lector puede constatar que las crónicas de los hechos, de los tiempos y de los nombres propios que le son familiares, coinciden curiosamente con aquello conocido, cuando no tangencialmente vivido. Si además llevan el correspondiente aliño de discreta rebeldía y suficientes escenas sexuales – dudo que estos asuntos pertenecientes a la intimidad puedan ni deban figurar en el testamento de nadie- tiene posibilidades de convertirse en gran éxito editorial, dada la unanimidad de público y crítica, aunque  que una vez sufridos, o disfrutados, esos pasajes de caca culo pedo pis, llegan a apreciarse plenamente las virtudes del autor, de Chirbes, protagonista de esta falsa novela y personaje, ser humano, que nos deja media docena de textos muy placenteros para lectores de una época huérfana de literatos de enjundia. Entre estos textos ellos no debería figurar este compendio de apuntes, pertenecientes a dos de los seis cuadernos que recogen sus presuntas memorias. Son evidentemente otra cosa, algo entre el morbo de supermercado y un libro de horas de los fanáticos de la literatura.


Se aprende mucho en ellos, sobre la vida ajena y, sobre todo sobre la literatura. Albacea de su amiga y mentora, Martín Gaite, y depositario de incontables cajas de fichas que recogían la materia prima para el trabajo de cualquier escritor, los ladrillos imprescindibles para levantar cualquier novela, que Chirbes reconoce como aquellas citas ajenas que como lector ha ido acumulando a lo largo de su vida. Citas brillantes, todas lo son si merecen ser anotadas, con las que va a trufar, también era un periodista gastronómico, sus escritos y con las que nos hace disfrutar de sus diarios. Imprescindible el pie de cada cita, los autores a quienes hacen referencia, y sobre los que va a extenderse la reflexión interminable de Chirbes sobre la historia propia y la búsqueda de la perfección, la excelencia que persigue a la hora de escribir una novela.

Así aparecen los clásicos una y otra vez en estas paginas, y el lector se encuentra obligado a incluir además a futuros objetos de deseo, Musil, Hermann Broch, Junger, Balzac, Martín Gaite, a la vez que coincide o discrepa con sus opiniones sobre Marsé, Vázquez Montalbán, Benet y muchos otros.

Es valiosísimo disponer de alguien que te ilumine la lectura, el tiempo es finito y aunque los diarios de este hombre me han gastado una semana, la doy por bien empleada, y me pongo con otro de sus recomendados, Joseph Roth y su Marcha Radetzky, alimentación suficiente para calmar el vicio otra temporada.

                  


Reconozco que “En la orilla” me pareció una estupenda novela, aún dentro de ser la crónica social de los males de la época y del país que nos han tocado en suerte. El ascenso y enriquecimiento hasta niveles inconcebibles, así como la ruina de los incautos que persiguieron el Dorado del frenesí inmobiliario sin tener consciencia de los trileros de siempre y de la existencia de estafas piramidales que periódicamente ponen a cero el contador de haberes de muchas familias. Nos cuentan la crisis financiera de hace cien años, incluso la de los tulipanes de siglos mas alejados, y lo vemos como si fuesen documentales televisivos ajenos y lejanos. Ha tenido que suceder esta mañana en el jardín, la caza de un ratón por Rayas, el gato, que no ha hecho otra cosa diferente de aquella que los grandes felinos hacen en los documentales, matarlo y devorarlo, intentando esconder los restos para la cena. Es un depredador, mamífero como nosotros y como su victima, ignorarlo es cometer idéntico error que el de la locura colectiva de invertir en viviendas u hoy en monedas virtuales, aquello que contaba Chirbes en La Orilla o en Crematorio, sobre la parte mas agraciada del festival, de aquella que lleva el ratón en las fauces.


Te hace pensar, y lamentar, que este sea el mejor libro del año, aun considerando que ello no sea otra cosa que un eslogan. Si los otros no alcanzan la excelencia, ni se aproximan a ella, mal vamos.

Dicen que se publica más que nunca y no es cosa de dudarlo, pero también avisan de que no se lee tanto, algo evidente si todas las reseñas positivas son de un único libro.


Tiene similitudes anecdóticas o no, con otro excelso narrador que usa la misma técnica de recoger sus impresiones sobre su alrededor cotidiano y sobre el mundo de la literatura, en esos diarios que después se pasan a limpio, para publicarse más tarde. Me refiero a Trapiello y sus magnificas y divertidas crónicas desde el salón de los pasos perdidos. Si añadimos que muchas de ellas han sido escritas en un pueblo cacereño cercano a Trujillo en caso de Trapiello, o pacense, junto a Zafra en el de Chirbes, resulta más llamativa la analogía; y ello sin incluir a Cercas que no deja nunca de mencionar a la Yoknapatawpha extremeña de sus orígenes. Coincidencias que llevan a pensar la necesidad de huir del mundanal ruido, a la vez que disponer de un confortable refugio en una tierra acostumbrada a aceptar, sin preguntar demasiado, al que llega, y al que vuelve, como alguien de casa.

Otra cosa que tienen en común esos tres, es la irreductible necesidad de llamar a las cosas por su nombre, de no dejar de señalar que el vestido del emperador no es tal, que va en pelotas, y que la historia española de los dos últimos tercios del siglo pasado y del primero de este, está escrita con letras falsas, o al menos en clave suministrada por el aparato aquel, Enigma, para que solo los poderosos, nazis o sucedáneos, puedan continuar escribiéndola. Resulta curioso que la censura centenaria sobre dios patria y rey, y sus clones infinitos, siga vigente, a la vez que se haya hecho extensiva a cualquier versión del trio original, y siga atemorizando a la mayoría de plumíferos que prefieren escribir sobre otras cosas, menos o nada comprometidas. Después sucede que no hay libros, ni escritores interesantes que estén a la altura de un difunto reciente. Lástima.


Esto de las novelas fingidas, contadas en primera persona, tiene otras facetas que rondan la incoherencia entre los tiempos vitales del protagonista, así como la ideología política, cuando no la militancia del muchacho. Son de mi quinta, año mas año menos, y de similar procedencia, chicos de pueblo educados, snif, en colegio de curas. El que alguno de ellos haya pertenecido al partido y que haya devorado y digerido las obras completas de Marx, me resulta mas improbable que la ausencia de retortijones en las tripas de Rayas, acostumbrado a una excelente dieta de comida gatuna con sabor a salmón. El que alguno presuma de haber participado en la revolución francesa de mayo del 68, a sus 18 años, y Chirbes lo hace, me hace dudar de lo torpe y lo pobre que ha sido mi experiencia política. Todos estuvimos en París en el 68, en la Dirección General de Seguridad durante cuarenta años y en Wounded Knee cuando fue masacrada por el 7º de caballería. Afortunadamente no hemos tenido necesidad de aportar pruebas documentales, inexistentes o inventadas, para poder imitar a la mayoría de coetáneos, todos luchadores contra la dictadura y victimas de ella, prestos a exigir honores o reparación si hubiese lugar.


Cuenta Fernangomez en sus memorias, imprescindibles y divertidas, refiriéndose a la sacrosanta transición, que todos éramos intelectuales republicanos de izquierdas en esa fecha pero que, inopinadamente, amanecimos al día siguiente monárquicos y de derechas.


Chirbes, más categórico y con la impunidad que presta lo póstumo, lo llama simplemente estafa.


Cercas está vivo, y supongo que pretende seguir estandolo mucho tiempo, además de ejercer el prodigioso trabajo de escribir esas casi novelas en las que deja hilos de los que podemos tirar, sin romperlos, para descubrir verdades ocultas en esta realidad sospechosa con la que nos enfrentamos.

El único problema es la incapacidad de que gozamos algunos para comprender hechos tan evidentes para otros, evidentes sobre todo cuando han fallecido y ciertos velos se desvanecen, miedos y prejuicios que ellos ya no sufren, pero que los que aquí seguimos tenemos que seguir soportando.

                   


Me viene a la memoria el cuento de Los muertos, de la Dublineses de Joyce, cuando la esposa desvela al marido el secreto que guardaba, y el dolor oculto hasta entonces sobre el final de aquel amor juvenil frustrado. Me identifico con el esposo maduro, descubriendo estupefacto la vigencia de una realidad que siempre había sospechado y cuya confirmación aparece cuando ya no queda otra opción que la de asumir las lamentaciones.

La interprete, en la película, es Angelica Huston, hija del director, John Huston, de cuyas memorias recoge Chirbes una gloriosa cita en El viajero impenitente (sedentario), que tampoco es una novela, además de resultar un fallido libro de viajes, como casi todos, donde las vivencias que refleja un escritor en una ciudad y época determinadas resultan ficticias tan solo veinte o treinta años después Y los libros, afortunadamente, tienden a durar mucho mas.


Pensó el viajero en aquello que decía en sus memorias John Huston: haber vivido en un solo lugar, haber tenido una sola familia, una casa, una geografía, incluso un dios. Debe de ser hermoso.”


PD.- Sobre la intención del autor en escribir unos apuntes para su disfrute personal o la sospecha de que lo dejase dispuesto, incluso editado, para su publicación, me remito al comisario Maigret, con la frase que Simenón le adjudica y que por cierto está copiada de Dumas. Ante un asunto confuso, con dinero por medio: “Cherchez la femme”, que no hay que entender como un agravio machista, nada mas lejos del entorno chirbesco, sino como respuesta evidente al dilema, comprobando quienes se han beneficiado de las innumerables ediciones que esperan al mejor libro del año.


DIARIOS: A RATOS PERDIDOS 1 Y 2

RAFAEL CHIRBES



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