domingo, 28 de septiembre de 2014

HOJAS DE OTOÑO.- ( DELIBES Y MONTAND )




Hojas rojas, hojas verdes.


Colección Biblioteca Básica Salvat Libro RTV
17. Miguel Delibes. La Hoja Roja





           Aunque sea en dosis homeopáticas, uno conserva cierto nivel de honestidad, que no le gustaría ver disminuir por nada del mundo. Lo que es escaso se convierte inevitablemente en precioso.
Por ello, debo reconocer que no lo leí, o al menos si lo hice no lo recuerdo. Si, haberlo visto largo tiempo en la estantería, y hasta puede que lo haya ojeado, buscando entre ellas la hoja encarnada del título sin mucho énfasis, porque abrir esos libros equivalía a ejecutarlos. La cola con que fijaban las paginas al lomo, cola de carpintero, se desprendía con gran facilidad, liberando cada hoja de sus vecinas, convirtiendo el conjunto en una sobada baraja de naipes a los que resultaba difícil reubicar para poder continuar la partida, única por lo demás, ya que eran aptos para una sola y exclusiva lectura, supuesta estrategia de ventas de la editorial, previa a la debacle digital que sus profetas estaban intuyendo.

Por otro lado, el apellido rojo o roja, era un tabú tan evidente, entonces, que alejaba el interés del adolescente por un tema esotérico que luego le costaría largos y densos años ubicar en su correcto lugar mental, evidentemente en el territorio tabú que nunca debió abandonar. Aunque tampoco trataba de eso Delibes, a pesar de que su relación con los cipreses y la postguerra era, evidentemente, otra cosa.
Un costumbrista castellano, que huye del sentimentalismo barato y de los adornos literarios que caracterizan una época, o intentan encumbrar a un autor por aquello del preciosismo de sus textos. Delibes siempre ha evitado el barroquismo, salvo quizás en su último gran éxito que,  he llegado a sospechar que no era suyo en absoluto, y por el contrario se ha limitado a retratar con cierta austeridad expresiva, ciertos tipo de la castilla rural que con el tiempo han llegado a convertirse en eternos, milana bonita.

En este ambiente se desenvuelven las hojas muertas, las que han caído previamente a la aparición de la colorada, que marca en el librillo del papel de fumar, su próximo e inevitable final, avisando al fumador  sobre la necesidad de ir acercándose al estanco pera reponer papel de arroz. Obviamente, ese no es el argumento de la novela, tan solo una hermosa metáfora sobre el tiempo vital del maduro protagonista, que recibe el aviso  filosófico sobre aquello de tempus fugit, que viene a ser lo mismo, del papel de fumar, o del rollo de papel del baño cuando quedan dos hojas de una sola capa, y te descubre esa cruda sensación que llamamos pánico.

La figura literaria es afortunada, aunque ahora solo los viejos rokeros, que ejercen de tales, conservan la rutina artesanal de liar el tabaco picado – picadura selecta, aka caldo gallina- mantienen funcionando las fábricas del finísimo papel de fumar, que yo recuerdo haber usado exclusivamente en trocitos, como hemostático en los cortes propios del afeitado inexperto de las otras hojas que tampoco lo eran, las de afeitar.
Bien es cierto que su uso se ha mantenido, y su supervivencia, gracias a servir como envoltorio combustible para ciertas hierbas aromáticas que algunos insisten, erróneamente, en mantener en la ilegalidad.

Uno lee las novelas, deja pasar sus argumentos y sus variopintos personajes, como algo ajeno, una y mil veces, hasta que surge la chispa, el azar, o la consciencia que dan los años, y te facilitan la identificación  con este o con ese, con esto o aquello. Y esto es lo que ha sucedido.

En mi caso han sido los inevitables añadidos en la cartera, más bien carnetera, escasa de billetes, donde los carnets justificaban el uso del adminículo, el de identidad y el de conducir, después el del cineclub, o el de la cooperativa universitaria que facilitaba la comida subvencionada o los bolígrafos baratos. Tiempos felices.
Más tarde comenzaron a incorporarse otros ocupantes de la nueva ola, las tarjetas; primero de crédito, luego débito, gasolinera, cortinés, y un largo número de plásticos rectangulares que justifican y delatan mis hábitos como consumidor de libros, discos o incluso compañías de seguros. Hojas numerosas que fueron haciendo insuficiente la anticuada cartera y me obligaron a seleccionar media docena, entre las que hoy encuentro una nueva, novísima, verde por más señas, la tarjeta sanitaria individual que, ¡Glups!, me ha evocado inmediatamente la hoja roja de la novela.
Va a ser eso, y va a ser que el estanco de la obra de Delibes se va a convertir en la farmacia de la esquina, y que la señal ya no tiene el escape del personaje literario, la de ir a comprar un librillo nuevo.

Lo curioso es que, no supone una sorpresa, ni mucho menos una ofensa, para el ego de un semidiós, comparado con la patata, claro está, sino una hora, como cualquier otra marcada por el reloj, y cuya diferencia con las futuras o  las pretéritas, no tiene absolutamente ninguna importancia. Son el presente y nada más, y la convicción de que uno no es la victima del crónometro, más bien es el segundero que al moverse justifica la función del mecanismo que lo envuelve.
La hoja, verde en este caso, y el librillo en el bolsillo de siempre, junto al corazón.


«Autumn leaves» (Hojas de otoño). Más de lo mismo.


Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie.
Je t'aimais tant, tu étais si jolie.
Comment veux-tu que je t'oublie ?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais,
Toujours, toujours je l'entendrai !



El gran éxito del Yves Montand, cantante, hizo que sus admiradoras/es mitómanos agradecidos, tras su fallecimiento iniciasen la costumbre de arrojar subrepticiamente – curiosa palabra- en su jardín, cajetillas de tabaco de su marca favorita ¿Gauloises?, con el consiguiente perjuicio para las hojas de las plantas que le sobrevivieron y que acabaron muertas y bien muertas, como en la canción, de Portes de la nuit, de Marcel Carné.
Y si bien reconozco que estoy tomando una deriva peligrosa, hacia ninguna parte, como casi siempre, lo cierto es que comienzo y termino hablando sobre el tabaco, aunque sabeis que , también como siempre, realmente hablo o escribo sobre otras cosas bien distintas al envoltorio.

                                                             


Mejor escucharla, aunque sin duda va a herir la sensibilidad de quien la escuche. Si no la hiere, debe preocuparse, ya que puede ser un síntoma carencial, sintoma de que la hoja roja del librillo del alma ya quedó atrás.

https://www.youtube.com/watch?v=Xo1C6E7jbPw

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viernes, 26 de septiembre de 2014

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (52)


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jueves, 25 de septiembre de 2014

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 23


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lunes, 22 de septiembre de 2014

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS... DE LIMONOV.-




               Voy ansioso a la librería, buscando el libro que me ha hecho disfrutar, vía epub, durante un par de semanas, ya que temía terminarlo y, el inevitable y ahora qué, que viene después de hacerlo, me enfrenta a su ausencia. Agotado, no reeditado, ni está ni se le espera, ni FNAC, ni la Casa del Libro, ni Amazon, ni manera de adquirir un par de ejemplares – uno para regalar y otro para poseer- y debo al fín de contentarme, feliz al disponer únicamente de su versión electrónica. Para que luego se quejen los libreros. Aunque en realidad no se quejan, que clientes no les faltan, como he podido comprobar in situ.
El título es “40 Preguntas fundamentales sobre la guerra civil española” de Stanley G. Payne, y es que, su lectura reposada, ciertamente ha dado respuestas aclaratorias a al menos media docena de tópicos, intencionadamente y falsamente mantenidos en el tiempo. Aunque se centre en la intervención extranjera, cumple sobradamente con la mayoría de las cuestiones que, todavía para muchos, permanecen en el limbo emocional más que en el de los datos recogidos por historiadores como Payne. Muy recomendable, tanto que sufro al pensar que el destino logró separarnos. (Ya estamos con el bolero).

Y, como podía ser de otra manera – si escucháis de alguien lo contrario, sospechad – volví con la tercera copia del laberinto de Cortázar, quien lo tituló Rayuela para despistar, y con otras piezas de diverso pelaje, como  “Limonov” de  Emmanuel Carrere, que estoy disfrutando desde el prólogo, a la vez que descubro la nueva y estupefaciente trampa en la que me han hecho caer los ladinos estos de la industria editorial.

Estupenda también  la ¿novela? del cubano, recomendada, es decir descubierta para un servidor por una buena amiga, y es que las amigas que recomiendan libros son buenas, si los libros también lo son. Cerramos en ella el circulo de dos personajes ficticios, Trotsky y Mercader, su némesis, que andaban ambos dando vueltas concéntricas en la nebulosa histórica de donde tan difícil resulta salir a los pequeños dioses, cuyos creyentes están dispuestos a matar y a morir para demostrar que el suyo es el verdadero.
El promotor de la cuarta internacional socialista, que nunca llegó a constituirse, y el enviado de Zeus-Stalin con su rayo mortífero en forma de piolet, robado y capado, buscándose a través de dos de las tres novelas que encierra el libro de Leonardo Padura.
La tercera, recoge en primera persona la lluvia de meteoritos que siguen castigando la isla,  restos todavía de aquella batalla en el olimpo por hacerse con el control de una religión obsoleta desde la caída del muro. Ese tercio de la historia, el de los perros que intentan hilvanar la novela desde una playa cubana, no solo es el más flojo, es además el que echa a perder lo que podría haber sido el extraordinario ejercicio historicista de sacar a flote esos pasajes de la historia del siglo pasado que no deberían desaparecer bajo la superficie del mar de la ignorancia.

Fantásticas biografías noveladas, las de Lev Davidovich y  de Ramón Mercader en cualquiera de sus heterónimos. Menciona tantos nombres propios y tantos lugares comunes para cualquiera que esté interesado por la política europea y española del siglo XX, que parece imposible que el exceso de documentación no haya dinamitado con su insistencia el excelente trabajo de Padura, y lo que es mejor, su credibilidad. 

Credibilidad que no tiene quien publica poco después la idea de que Carrillo negó a Mercader la posibilidad de regresar a España, sin antes confesar quien le dio la orden para hacer lo que hizo. Leyenda urbana, como la de la segunda muerte, y la tercera, de Ramón Mercader, enterrado en Cuba en una ceremonia a la que asistió personalmente, para comprobar que el difunto era otro y que su nombre iba con él, al reposo eterno, mientras un hombre nuevo, otro más, continuaba su peregrinaje hacia ninguna parte, exactamente igual que León Trotsky. Leyendas, que no están a la altura de la verosimilitud del relato de Padura, y que añado para confirmar que los mitos no pertenecen exclusivamente a la antigüedad griega.

He disfrutado devorando esas páginas de la historia oculta, la que nunca existió salvo en la nostalgia de los seguidores del mesías que no llegó a serlo, y en los archivos cien veces destruidos, como sus jefes, de la KGB, en cualquiera de sus diversos seudónimos, que todavía los tiene.

La sorpresa surge cuando descubro la continuación de esta historia, en idéntico formato, escrita simultáneamente a la anterior, al otro lado del Atlantico.
Emmanuel Carrere - no puedo leer el nombre sin dejar de evocar a Emmanuelle, la otra- escribe la historia de otro personaje real, a través de una supuesta entrevista, la biografía de un sujeto con cien vidas que comienza naciendo en Járkov, bajo la sombra del padrecito, y que todavía continúa dando guerra en los años de Putin.
Si, Járkov es Ucrania, ciudad que se disputan los ucranianos y los rusos – lo de llamarlos pro rusos se las trae también – y aunque no tiene nada que ver con el conflicto actual, su lectura atenta ilustra perfectamente lo que sucedió en los Balcanes, donde Limonov se cubrió literalmente de mierda, y lo que continuará sucediendo en aquellos territorios que llevan siglos cambiando de fronteras y de dueños,  independientemente de que nos parezca un disparate horroroso.
 Limonov es un escritor, poeta, un superviviente de los que hacen historia y un auténtico tocapelotas de todos aquellos que han estado a su alcance, Nueva York, Paris, Moscú... Uno de aquellos que han dormido en las mejores camas y han permanecido años en las cárceles soviéticas, eurogulags los llama, alguna con grifería diseñada por Philippe Starck. Ha compartido el lecho, y otros lugares menos recomendables, con mujeres bellísimas, y algún que otro varón, y es aquí donde el autor comienza a desbarrar, a someterse  a la necesidad de provocar al lector con repetidas escenas de caca culo pedo pis, a pesar de que su madre - que figura entre los personajes de su olimpo y de la que sospechamos sea el elemento causal de la pedantería de Carrere, que la tiene -, a pesar de que su madre le advierta sabiamente de que la literatura más aburrida de todas es la pornográfica.  
 
Otra vez aparece  la tentativa  impostada de introducir  la autobiografía del autor, dentro de la biografía del personaje real, de Limonov, que se basta y se sobra para hacernos recorrer, bien sujetos a su mano, la historia cultural y sociopolítica de Occidente en sus últimos cincuenta años, y, sobre todo, la de la neo URSS, la nueva vieja Rusia a través de las vicisitudes de esta mala persona, Limonov, desde casi donde la dejamos con Trotsky hasta ahora mismo.
Sí, es una mala persona, y eso vende, como bien saben los editores, y el mismo Carrere que, no obstante, escribe un excelente compendio centrado en la autobiográfica obra literaria de Limonov, y en alguna entrevista dirigida a los medios europeos más o menos pijos. Sugestiva y adictiva lectura, la basada en la vida de este hombre, que todavía es capaz de añadir nuevos capítulos, sin duda tan apócrifos, reales o increíblemente irreales como los que ha vivido, mientras nos ayuda  a recuperar esos pequeños y grandes detalles de aquello que ha estado sucediendo delante de nuestras narices mientras nosotros, al menos el que suscribe, permanecíamos viendo la tele.

Y no resulta fácil la tarea de estos nuevos cronistas del antesdeayer, aparentando seguir las vidas de personajes reales, tan extraordinarios que superan en tribulaciones a otros de ficción, y  a la vez  trufando las páginas de anécdotas, de sucesos reales que nos resultan novedosos  sin provocarnos la sensación de que nos cuentan algo archiconocido, más bien nos deleitan descubriéndonos unos sucesos históricos que, aunque ya estaban ahí, nos resultan absolutamente desconocidos.
Tienen merito estos artesanos del nuevo género literario, sucesor de la denostada novela histórica, la biografía novelada, y al final lo han conseguido, vendérmela.
Ya decía Padura que él ha escrito una novela, pura ficción, pero no ha podido evitar que se cuele la Historia, que se cuele y reduzca a la insignificancia todo aquello que le es ajeno. Así cualquiera.

 

 
P.D.-

“Toda biografía es una novela que no se atreve a decir su nombre”
R. Barthes

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viernes, 19 de septiembre de 2014

PREFIERO LAS PESADILLAS DE ANTES.-






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martes, 16 de septiembre de 2014

EXONERA, QUE ALGO QUEDA.-




Exonerar

        Una carta nueva aparece en la baraja del tahúr. Tan nueva como todos sus anteriores comodines, cuya aparición en su mano hace terminar la partida, naturalmente a su favor. Agravada la trampa por el hecho, consustancial a este juego, de que tenemos que jugar, querámoslo o no.
Ya estábamos acostumbrados a aquella figura comodín, familiar y antiquísima, que forma parte de nuestra historia, el indulto.
Periódica y subrepticiamente, eran canceladas las penas, se esfumaban las condenas, inicialmente por la voluntad regia o celestial, después por el sistema de su publicación en el B.O.E. que como todos sabéis lo suscriben los ministros, los viernes antes del finde. 

De hecho, nos pareció algo absolutamente lógico y natural desde que vimos, en la tierna infancia la película de Forqué, “Amanecer en puerta oscura”, donde el condenado era indultado nada menos que por una imagen, un icono religioso malagueño.
Después dejaríamos atrás la inocencia y nos plantearíamos la incongruencia de que la religión intervenga en la aplicación de la justicia, o viceversa, pero esa es otra pena que llevo dentro y que como tantas otras también me ha cantado Antonio Molina, que no sale en la película (de milagro).
Respeto obligado a las tradiciones que, como costumbres que son, las hay buenas y malas, y que suelen perpetuarse en ambos casos gracias a la pasividad de sus beneficiarios y/o perjudicados. Cosas que pasan (esa de Larralde).

Releo las crónicas de años anteriores a la peli, pocos, e imagino la ansiedad, y el dolor, de los sesenta mil no indultados y de los otros cuarenta mil que sí, que se libraron de la muerte por este segundo sistema. Afortunadamente no reconozco la época ni el país como algo propios, aunque me sorprende que siga en vigor el sello y la almohadilla entintada en ciertos despachos. “INDULTADO”.

Obviamente a nosotros y ahora, nos han tocado otros tipos de indultos que, curiosamente, benefician otra vez a los tahúres del juego nacional, no hace falta enumerar los centenares, o miles de ellos, que los han disfrutado.
No obstante esta figura de la baraja, por antediluviana, se ha considerado poco presentable en el panorama internacional –el otro, sumiso, no importa-, y por tanto se sustituyó, temporalmente, por otras dos cartas, mucho más discretas, la impunidad, y la inmunidad, que bien manejadas por el jugador de turno, le permiten todo tipo de marrullerías, sin necesidad de siquiera cuestionarse la posibilidad del castigo, ni tan siquiera el enjuiciamiento rutinario de sus actos perversos. (Los aforados, entre otros).
Son algo así como un indulto profiláctico, como una vacuna misteriosa que los hace inmunes, de ahí la palabra, a la justicia humana. Que con la otra no tienen problemas, como hemos visto.

Claro que la cuestión es tener que continuar sentados en la mesa de juego frente a unos señores que disponen de estos comodines en exclusiva, ya que no se reparten en ningún momento con el resto de cartas, los disfrutan solamente cierto tipo de jugadores que, además, lo son voluntariamente, ya que el resto, estamos obligados a seguir apostando, so pena de ser considerados culpables del peor de los crímenes, la desafección al sistema, desafectos como los sesenta mil que mencionaba antes. De ninguna manera. Pido cartas otra vez.
Pero reconozco que me han vuelto a sorprender al inventarse otro nuevo truco, y van…

Este se llama exoneración. Consiste en que la autoridad, la que organiza y dirige el juego, decide en un momento concreto, generalmente en muchos de ellos, que no es necesario mirar, vigilar, que no hay que comprobar, y que por tanto no hay que juzgar la partida anterior, ni la otra, ni la otra, todas ganadas en justa lid por los de siempre, por los exonerados de presentar cuentas, de enseñar las cartas que les habían tocado realmente, ahora ocultas en el doble fondo de sus bolsillos.

Llevo una temporada con el nuevo Joker delante de mis narices, lo tienen políticos, clanes familiares completos, organizaciones sindicales, empresariales, y vaya usted a saber quién más, porque al resto lo vamos a ir conociendo con el cuenta gotas que la prensa “libre” tiene para mantener nuestra indignación – nada que ver con la registrada por sus beneficiarios, copyright, en urnas- en niveles adecuados, siempre y cuando quede claro, por omisión en el juicio crítico del redactor, en la denuncia del reportero, o en los feroces dardos de los tertulianos, que siempre, siempre, los malos no somos nosotros, sino este y aquel, fulano o mengano, pero jamás nosotros, el pueblo elegido, supongo que para eso, para continuar siendo el pueblo elegido. Y menos mal que tampoco nos plantean quien nos ha elegido, ni para qué.

Informados, eso sí, y convenientemente cabreados, pero siempre afectuosamente adheridos al sistema del que, quien sabe si algún dia llegaremos a ser beneficiarios de alguna de estas cartas maravillosas, nuestro sueño dorado, inmunidad, impunidad, indulto, y la que seguramente terminará relegando al ostracismo al gin tonic, la exoneración.
Vamos bien, pero no se hacia dónde.

                                             

P.D.-
Novedades. Ya ni siquiera resulta necesario que el tramposo muestre sus cartas, que se moleste en sacar el as de la manga. Es suficiente con que le escuchemos decir:
- “He ganado” –

Ayer decretaba la audiencia – desconozco que es lo que escuchan – la suspensión del ingreso en prisión de un condenado ilustre, dado que ha solicitado el indulto, o va a hacerlo, y hasta que no le respondan…
Pues eso.

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lunes, 15 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-

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domingo, 14 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-


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sábado, 13 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-


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viernes, 12 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-


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miércoles, 10 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-


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martes, 9 de septiembre de 2014

DE LO POLÍTICAMENTE INCORRECTO.-


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