domingo, 15 de julio de 2018

ORWELL, CHESTERTON Y ... AZAÑA- (LECTURAS Nº 2.)-



Mi guerra civil española” Georges Orwell

Este bengalí que, ni se llamaba Georges ni se apellidaba Orwell, ha terminado confundiéndose y diluyéndose dentro de la exagerada popularidad de dos novelas suyas, la una profética “1984 “ y la otra, mitad naturalista, con sus animalitos de la granja de Peter Rabbit, y mitad fábula delatora de los errores ocultos e innombrables de la izquierda europea durante la era soviética. “Rebelión en la granja”.

La verdad y la propaganda y su influencia en la historia, son el fundamento de estas reflexiones recogidas en apuntes durante 1939, cuando los británicos estaban comenzando a sufrir los horrores que habían minimizado, cuando no ignorado, aquellos que habían asolado España durante tres años infinitos. Curiosamente, a pesar del titulo, apenas insiste en sus memorias sobre nuestro conflicto que ya había relatado en “Homenaje a Cataluña”.

 
“Todos creen en las atrocidades de su enemigo y no en las de su bando, sin preocuparse de las pruebas” Y conste que afirmaciones como esa no podían expresarse impunemente en tiempos en los que la verdad o la mentira no tenían ninguna importancia, siendo la victoria el bien supremo, enmascarado de supervivencia, lo que  justificaría la lapidación de los tibios de corazón, como bien sabía también su amigo Koestler “Del cero al infinito”. Nada nuevo, nada que no aparezca bajo idéntico enunciado en los libros de religión.
Orwell desenmascara las falsedades, por omisión la mayoría de las veces, e incoherencias, del gobierno británico durante esos años, enfrentándolo a las directrices y planteamientos que ellos mismos habían sostenido en otros conflictos anteriores, naturalmente en sentido inverso a los que mantuvieron cuando aquello del sudor y las lagrimas. La sangre no, esa siempre es ajena (para los gobernantes).

Breve libro y breve vida la del autor, Suficientes ambos para alimentar nuestras dudas que, al fin y al cabo, son las que nos mantienen con vida.
“Lo que importa por encima de todo es nuestro sentimiento hacia el hombre que dice la verdad“
 (En la foto, el chico alto. Inconfundible).


"Una historia corta de Inglaterra". G.K. Chesterton

 

Los libros de historia solo sirven para corregir otros libros de historia. Mecanismo indefinido y contínuo. Dice.
Por eso, este no es un ensayo histórico al uso, ni tampoco tan breve como cabría suponer, aunque ofrezca algunas pinceladas sobre los tiempos oscuros y su influencia sobre el espíritu de los hijos de “La pérfida Albión” según los panfletarios del continente. En todo caso, la ausencia de nombres propios, dinastias completas, fechas y mitos o leyendas del común, a los que suele dar más importancia que a las crónicas de historiadores al uso, quedan sobradamente compensadas por el análisis reiterado que nos ofrece sobre los fundamentos populares, y a veces ocultos, del desarrollo social y religioso de un pais.

Brillante Chesterton, siempre, hasta en la discrección de sus referencias a la rivalidad con sus coetáneos H.G.Wells y George Bernard Shaw; manteniendo en cada página y momento la fuerza del disidente, del que prioriza la supuesta vulnerabilidad de la minoría religiosa, el catolicismo, a la que sostuvo a lo largo de su vida y obra. Así, el paseo que nos ofrece en los jardines de la historia inglesa, tan terribles y macabros como los de cualquier otra, está siempre trufado de referencias a la reforma, la contrarreforma, los puritanos, y la influencia, siempre nefasta como en los tebeos, de las culturas bárbaras que los asolaron, vikingos, sajones, normandos o teutones, igual dá. El proselitismo explicito no se limita a los asuntos religiosos, siendo tema recurrente en su ensayo, la preeminencia de los movimientos sociales, desde los gremios medievales hasta los primeros sindicatos, como motores incansables en la génesis de la democracia inglesa.
Sus reflexiones sobre el parlamentarismo (británico), sobre el riguroso corsé ejercido por financieros y comerciantes y sobre la falacia del bipartidismo, no tienen precio. Afirma el hombre que los dos partidos que se alternan en el poder (wigh y tories) son en realidad uno solo, y que de otra manera no sería posible. Otro profeta, sin duda. Claro que se refería exclusivamente a la democracia inglesa de hace un siglo, y además faltaban unos años para la aparición del adivino oficial de nuestro futuro, y para la confirmación de su teoria sobre la democracia seudodemocrática, Orwell.

Su “Padre Brown” debo reconocer, alegró más de dos tardes de mi adolescencia infantil,- la otra sigue vigente- y prefiero recordar al ingenioso detective con sotana como  hijo predilecto de Sir Gilberto.
La confusión entre política y religión, con su punto de no retorno en Santa Juana (La doncella de Orleans) tan solo debería servir como referencia sobre aquello que no habría que repetir jamás, o al menos hasta pasado mañana.
Tambien me ha gustado la referencia que hace sobre el Rey Canuto, al que identifico con un furtivo homónimo de mi pueblo, aunque posiblemente tengan poco en común. No lo tengo claro.
(En la imagen, ordenando retroceder al mar, durante la marea alta, y tomando consciencia del poder limitado de los reyes).


"El jardín de los frailes". Manuel Azaña

 
Una autentica leyenda de la literatura española.
 ¿Puede ser un Jefe de Estado asimismo un escritor excelente, un autor de culto para los lectores?.

Existe cierto consenso al respecto. Al parecer este mito político había dejado algunas joyas imprescindibles para las letras españolas, naturalmente inencontrables durante décadas.
Cuando tuve a mi alcance “La velada en Benicarló” la devoré perplejo, y hasta consideré la posibilidad de volver a leerlo desde atrás hasta el principio, mas que nada para intentar captar la esencia de un estilo o el brillo de unas imágenes que se escapaban antes, mucho antes, de que hubiesen tomado forma en mi mente de lector inexperto. Consideré que, con toda probabilidad su mayor mérito era el haber permanecido el retrato de su autor bajo el colchón del vecino, y que posiblemente lo mejor de su obra fuesen las discursos radiados durante la guerra -aquella- algo imposible de comprobar puesto que, aunque existan copias escritas, el momento en que se emitieron será y es irrepetible. Habrá que volver sobre sus diarios algún día, no obstante.
Hasta que he vuelto a intentarlo con “El jardín de los frailes”, a pesar de que lo de los frailes no me presagiaba, no me recordaba, nada bueno.

Una autobiografía de sus años de formación personal, que él centra en su crecimiento espiritual y literario, humano al fin y al cabo, y que refleja admirablemente con un estilo prolijo-divagatorio que llega a convertirse en exasperante para el lector. Quizás la familiaridad con los elementos comunes de los que hemos sufrido, y agradecido, la educación religiosa por salesianos y franciscanos en centros más humildes que el de los agustinos de D.Manuel, esos colegios de Alcalá y El Escorial donde los chicos ya salían del bachillerato con el nombramiento de ministro o de autor teatral, me obligaban a seguir leyendo, y a veces disfrutando, las peripecias conventuales y emocionales del autor. Me ocurría algo parecido cuando leía las vicisitudes de Sánchez Ferlosio, y hermano, en el de los jesuitas de Villafranca. El comprobar que el tiempo se había congelado, -eufemismo que pone manifiesto el retraso forzoso que llevábamos con el mundo exterior- haciendo idéntica, o casi, la pantomima formativa veinte o cincuenta años atrás, en aquellos centros donde la disciplina y la cruz pretendían hacernos hombres de provecho ¿Provecho de quién? O bien, en el mejor de los casos, la salvación de nuestras almas.

En el caso de Azaña consiguieron lo primero, y el hombre nos lo relata con la elegancia de quien ha superado con excelencia la formación literaria por profesores seguramente capacitados para ello, y con la disponibilidad de una generosa biblioteca abierta a todas las tendencias, algo propio de aquellos años veinte. Ferlosio pregunta, ya anciano, por la biblioteca de su excolegio en una visita exhibición como vieja gloria, y recuerda su lugar singular, la antigua capilla pagana, no recuerdo si de rito mozárabe o directamente musulmán. En mi caso, debo haber olvidado la ubicación y hasta le existencia, de dichas bibliotecas, si es que las hubo, pero afortunadamente todavía recuerdo la mayoría de los nombres propios de autores y obras que figuraban en el texto obligatorio de la asignatura de literatura, convertido exclusivamente en un catálogo de clásicos (solo los autorizados, naturalmente).

No existe acritud en los recuerdos adolescentes de Azaña, y si su insistencia en hacer preciosista y hasta poética la descripción de esos tiempos en los que, como tantos otros, vió la luz y cayose del caballo, en un sentido algo más prosaico y realista que el relato apócrifo de Pablo, sin éxtasis ni blasfemias, con la mayor naturalidad del mundo. Y nos lo cuenta.





 (De los muchos disgustos que le acompañaron hasta su triste final, el de la traición catalana es sin duda el que le proporcionó mayor amargura).

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miércoles, 11 de julio de 2018

também tão perto tão preto.- (Click en la imágen).






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lunes, 9 de julio de 2018

OTRAS VIÑETAS MENOS ACTUALES, E IGUALMENTE MAGISTRALES.-






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jueves, 5 de julio de 2018

LA ACTUALIDAD EN SEIS VIÑETAS MAGISTRALES DE EL ROTO.-











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lunes, 2 de julio de 2018

LECTURAS VERANIEGAS.- DICKENS.

                                    

Alonso Quijano perdió la razón, por la excesiva lectura según su creador y, la universalización de su personaje, -el segundo libro más leído, detrás de La Biblia- nos hace correr el riesgo de identificar el leer, mucho y malo -Amadis transmutado en novela negra o novela histórica, una de esas incongruencias, matrimonio de conveniencia entre novela e historia, que ya avisan al lector necesitado de etiquetas sobre el improbable acierto en su elección- si bien Cervantes ya aclaraba que el mal no residía en la lectura como tal, en los libros por serlo, sino en aquellos “de caballerías”, que alejan de tal modo a la victima de su realidad, de la verdad objetiva, con tal intensidad y a lo largo de tanto tiempo que, no resulta extraño el planteamiento cervantino de considerar este hecho como causa de la enajenación del caballero, que lo de la triste figura se lo añade al enajenado, algo después Sancho, heterónimo fiel de Don Miguel

Reblandecer el seso, o asumir como certero el germen de la locura -!Dió en leer! - en los libros, era parte de la sabiduría popular, la tan denostada de los refraneros y chascarrillos. Y con seguridad podría afirmarse que gran parte de sus bípedos estantes y guardas encargados de la transmisión oral de tamaña sabiduría, como aquellos personajes de Fahrenheit 451 pero en llano, jamás han leído El Quijote, ni libro alguno, por no ser menester, y por los peligros que estos encierran.

Hasta los libros sagrados- según la doctrina dominante de cada cual- han sido sometidos a revisiones e incluso a condenas definitivas -vade retro- llegando a estar reducidos al mínimo libro de horas o misalito que acompañaba al cura rural desde el seminario hasta la tumba, y destinando a la hoguera real o a la virtual de las llamas del infierno, a otros que quedaron obsoletos en tanto dejaron de comulgar con los intereses eclesiásticos del momento. (1)

Nos dejan por tanto, en la tesitura de que la lectura no es que sea mala, de suyo, como diría el buen párroco, siempre que sea la de un solo libro, aunque lo hagamos muchas veces. Y de hecho esto es lo que venimos a realizar los adictos cambiando el título o el autor del volumen, pero exigiendo que el estilo y las ideas escritas sean concordantes con las nuestras. Es otra manera de llegar a idéntico resultado, el de perder la cabeza, con los mismos medios, el de la exclusión sobre los gustos ajenos, proscritos los diez o cien títulos mas vendidos y anatemizados los géneros de moda, aunque estos sean curiosa y sospechosamente dieciochescos, las novelas de detectives y las vidas noveladas de santos, héroes, o futbolistas, que de todo hay en el carrito del super. Y ahora sin tener a mano el chivo expiatorio de la censura religiosa, la lista del pecado escrito. Index librorum prohibitorum.

Ni tan siquiera nos queda el consuelo de denostar la narrativa en general o las cabañuelas del calendario, un suponer, cuando tenemos la ardua tarea de apartar todos los días la maloliente basura que nos introducen por la ventana, procedente de “las redes sociales”, o los falaces e interesados estados de opinión generados de manera inmisericorde por la prensa y los canales informativos de la radio; que los de la tele hace tiempo que están conjurados gracias al segundo botón más útil del mando a distancia, donde figura un altavoz bajo una tachadura, el primero es otro, el verde.

Pero ahí siguen ellos, los autores sagrados, para cada uno, y sus obras de lectura infinita, al menos para la finitud de sus lectores. Y ya que la obstinación es uno de los síntomas recurrentes en cualquier tipo de locura, parece lo más razonable para los dementes, nuestra insistencia irracional en continuar haciéndolo.

Los papeles póstumos del club Pickwick.-

Resulta increíble que un ambiente social tan alejado del actual, el británico de hace doscientos años, pueda seguir maravillando en su exposición, cargado de humanidad hasta extremos que el mismísimo Dickens tiene que desalojarla a veces de su carromato, convertida en humor satírico o en esperpento no exento de fantasía, con sucesivos pasajes incrustados forzadamente que parecen extraídos del manuscrito zaragozano de Jan Potocki, editado treinta años antes.

Una obra publicada por entregas tiene la virtud de estar obligada a brillar en cada capítulo, algo que consigue sin esfuerzo desde el primero al último, y también tiene el pecado de poder extenderse hasta convertir el decimosexto episodio de la doceava temporada, como las series televisivas de éxito, en algo interminable si su publico lo exige. Así llega a perderse en su desmesurada extensión, durante las, a veces repetidas, vicisitudes de sus personajes, salvo en dos de ellos, el inevitable e insigne caballero Pickwick (2), aquejado de esa locura profiláctica tan propia como impostada de la aristocracia inglesa a la que llaman filantropía, y su criado escudero Sam Weller, cuya sabiduría innata y lo ocurrente de sus replicas y brillantes aforismos nos retrotraen inevitablemente a la pareja manchega de Cervantes.
Volver a leer, quizás, el mismo libro, la misma novela fantástica con el trasfondo moral y la brillantez de un texto que nos obliga a volver atrás en tantos y tantos párrafos, para sentir otra vez el placer de la belleza de las ideas -son ideas, consideraciones, reflexiones, más que peripecias de sus guiñoles- y del texto magistral que las representan.

Esta sátira de la filantropía con que se intenta resumir la obra en cuestión queda hoy fuera de lugar. Unos señoritos viajando por placer y los acontecimientos de dudosa comicidad que les acontecen, nos pueden resultar algo alejado de del concepto de viaje de aventuras, en tanto que el viaje turístico nos ha convertido a todos en personajes que han experimentado en primera persona situaciones de interés similar. Siempre que consideremos el plano del relato realista que es el usado por Dickens para dibujar su historia. Ahí Cervantes y Potocki después, le ganaron la mano al introducir y magnificar el elemento ficticio hasta convertir en fantástico el mundo donde se mueven sus héroes, dotando al lector de una puerta para evadirse de la realidad y dejando en segundo plano la posibilidad de enriquecerlo con la interpretación laboriosa de otras ideas implícitas, generalmente con cierto fundamento virtuoso.
Tiene también Dickens otra doble lectura moral, mas cercana a sus lectores que, inevitablemente se van -nos vamos- a sentir identificados con los errores, y las desdichas risibles, de los miembros del club Pickwick. Y tiene, sobre todo, la magia de lo perdurable en el mundo de la literatura, la perfección en las descripciones, en las peripecias y en los entrañables escenarios del siglo diecinueve, del que hemos llegado a perder no solo los nombres, sino también el sentido de las cosas.

Era una deuda que tenia un servidor con la edición espartana que vislumbré en mi infancia, con las esquinas comidas por las ratas y las cubiertas apolilladas, cosas que habrían encantado al Dickens por aquello del ambiente carcelario de algún pasaje, y con una traducción infausta, culpable como tantas otras de la alergia que nos han ocasionado los clásicos a lo largo de nuestra vida de lectores. Hoy, afortunadamente he podido devolverle mi tiempo hasta convertirlo en placer, gracias a una edición perfecta que presumo no pueda mejorar mucho en su idioma original. Evidentemente que los tiempos están cambiando, como cantaba Dylan, y en algunos casos para bien.

(1).- Simón el Mago.

Lider religioso gnóstico y samaritano que rivalizó con Pedro y Juan a la hora de negociar con el Espiritu Santo, ofreciendo a estos dinero a cambio de la exclusiva. Esto se llama desde entonces “simonía” y es algo que no ha perdido actualidad, por más que ahora sean algunos políticos sus más fieles practicantes.
“Cuando exhibía sus poderes mágicos en Roma, volando ante el emperador romano Nerón en el Foro Romano, para probar su condición divina, los apóstoles Pedro y Pablo rogaron a Dios que detuviese su vuelo: Simón paró en seco y cayó a tierra, donde fue apedreado “ De Wikipedia, aunque citando: Hechos de los Apostoles (8:9-24).
El apedreamiento de Simón , hasta su muerte, por los lapidadores creyentes, aparece en cierta pintura sobre tabla que pude contemplar en la edición actual de “Las Edades del Hombre” dedicada al “Monte de Dios”, otra figura sagrada, la del lugar donde Dios entregó a Moises los ”Diez Mandamientos”, iniciandose la terrible injerencia entre el poder civil y el poder religioso, que todavia nos tiene en vilo. Según Ezequiel, este monte es el lugar donde Dios mora y desde donde rige los destinos del universo. (Verso 4:28 del Capítulo IX) El Apocalipsis.

Muy aconsejable la visita a Aguilar de Campoo y disfrutar el lujo de la exposición Las Edades del Hombre. Además, se come estupendamente.

(2).- El sindrome Pickwick.-




Hipoventilación y somnolencia (SHO) propias de cierto grado de obesidad que ha merecido la adopción del nombre del protagonista de “Los papeles póstumos del club Pickwick” a pesar de que el merito pertenece a un personaje secundario de la novela, el gordito José (Joe en el original) cuya descripción por parte de Dickens , con una precisión clínica extraordinaria, ha merecido ser incluida en el santoral sindrómico de la medicina. Obviamente no resulta un cuadro apto para el disfrute de hipocondríacos que no sean excesivamente obesos y glotones y se pasen el día dormidos. Otra vez será,

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