miércoles, 17 de enero de 2018

PALOS EN LAS RUEDAS.-



Palos en las ruedas.-

Las metáforas, reducidas a veces a la mera frase hecha, suelen simplificar el discurso y aliviar las entendederas de quien lo recibe. Al fin y al cabo, su uso, el del palo o palos – no es lo mismo, los palos impiden que la rueda gire libremente, el palo individual puede detener bruscamente el vehículo y ocasionar un accidente- se relaciona habitualmente con una figura retórica, y por tanto abstracta, alejada generalmente del mundo real de quien lee o escucha.

El que yo haya vivido, sufrido, el palo en la rueda de mi bicicleta, de manera incomprensible, aunque supongo que en absoluto gratuita, la consiguiente caída y el baño de mercromina con las secuelas propias en la piel del adolescente que solo intentaba dejar de serlo, solo sirve para que comprenda mejor, plenamente, el sentido de una metáfora tan explicita como esa.
Sobreviví a las magulladuras propias del asfalto sobre la piel, y también a la adolescencia, y más importante todavía, a no encontrar justificación alguna para un hecho cuyas consecuencias podían haber sido catastróficas. Lo tenía olvidado, y perdonado también. Por otra parte, la bici no sufrió demasiado, un par de radios nuevos y algún arañazo en la pintura del cuadro, indistinguible entre los propios de su veterana.

Es justo ahora, cuando están presentes las alharacas del movimiento neo feminista, a punto de arruinarse por la desmesurada puesta en escena de algunas lideresas, y los modestos avances sobre justas, urgentes y necesarias medidas sociales en pro de la igualdad entre mujeres y hombres, cuando me viene a la mente el pasaje de “La conjura de los necios” de Kennedy Toole, aquella en que el protagonista se une a una asociación de negros -hoy hombres de color- que luchan para acabar con la discriminación atávica que sufren. En el momento que declaran que su objetivo es conseguir idénticos derechos que los blancos, Ignatius comprende que nada puede esperarse de aquellos que pretenden igualarse en privilegios con los que carecen de ellos. Los abandona, dejando otra cruz en la libreta donde va clasificando la necedad humana.

Algo parecido podría plantearse con los movimientos de igualdad de la mujer al nivel de la nada, de la tabla rasa en que se encuentra hoy día la humanidad completa. Aunque el planeta es muy grande y el circulo donde cada una/o tiene que sobrevivir, hace concretar la demanda a ciertos aspectos diferenciales, de injusta segregación, respecto al sexo contrario, no tiene sentido exigir idénticos derechos de quienes son parcos y frugales en la materia.

Análogo a lo sucedido con el independentismo catalán en los últimos tiempos. Si hubiesen pedido la independencia para todos, si nos hubiesen invitado a abandonar la categoría de súbditos, -que ya sabéis procede del pecado original, inmutable- igual hubiesen encontrado una amplia corriente de apoyo, y quizás hasta simpatía, entre quienes queremos más. Al menos los independentistas catalanes quieren más, al contrario que los conjurados de Ignatius o los que abogan por la igualdad. ¿Igualdad de qué?.
Las etiquetas, cuanto más cortas más fraude encierran. Sin ir más lejos, me ofenden los anuncios de las rebajas del 20 o 30%, cuando no explicitan el total sobre el que van a realizar el descuento.


Pero no vamos a banalizar el asunto de la igualdad entre sexos, todo lo contrario. Estoy hablando de palos en las ruedas del movimiento reivindicativo, de como parte influyente de la sociedad sigue usándolos donde más daño hacen, en la base cultural y moral de la población.

Y es que las tres últimas películas que he visto, excelentes en relación con la calidad media de las que pueden contemplarse, tienen un nexo común que es digno de consideración, de advertencia, y de simil como palos en las ruedas del movimiento pro igualdad – o lo que sea- femenina.

Pase que la de American Hustle sea de 2013, anteayer, y que el personaje de la rubia tonta lo detente la increíble Jennifer Lawrence que se come al resto de la plantilla, a pesar de las minúsculas de su nombre en en el cartel.
Pase que Woody Allen no haya podido pagar su caché, de cuatro años después, y haya tenido que buscar un clon sucedáneo Juno Temple, para el papel de rubia tonta en Wonder Wheel.

Pero resulta preocupante, y significativo, cuando vuelve a repetirse la ignominia en Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. con Malaya Rivera Drew, la amante guapísima del ex de la protagonista, de 19 años la chica, dato que repiten varias veces, y que confunde polio con polo, la pobre, para ridiculizar el personaje, su presunta debilidad mental, al parecer imprescindible en el cine de masas. Y estoy hablando de cine de cierta calidad.

Incomprensible que los espectadores tengamos que asumir con natural familiaridad el que la mujer, joven y guapa, -lo que justificaría la tolerancia de muchas espectadoras, por idéntica razón a la de quienes pusieron el palo en la rueda de mi bicicleta – tenga en exclusiva el divertido rol de la estupidez, del clown en el circo del cine. Con el riesgo de su inevitable mimetismo en el mundo real.
Son tres películas, vistas en una semana, y el nexo resulta demasiado evidente hasta para un cegato como yo, y supongo que mucho debe cambiar en la industria del entretenimiento, que también lo es formativa en sus orígenes, para que algo tan elemental como es el papel de la mujer, en cualquier asunto, sea expuesto con el mayor (o igual) de los respetos.

Y es que alguien debería explicar a estos que ponen palos en las ruedas, por divertido que a algunos les parezca ver rodar a un ser humano por el suelo, otra utilidad de auto ayuda que pueden dar a sus palos, utilidad que incluso puede resultarles placentera. Hay gente pa tó.

En época de Don Claudio, pintaban en Gran Vía, y quemaban, los carteles de Gilda por el hecho de que habían “oído” los exaltados guerrilleros de la fe – entre los que se encontraba algún futuro presidente de gobierno- que se desnudaba la chica en la película, cuando en realidad solamente se quitaba los guantes.
Hoy asumimos con risas, y total pasividad laica, situaciones como la que denuncio. A la vez que usamos la censura -auto- siempre horrorosa, para reafirmar nuestra postura de estatuas silentes.

Id al cine, mirad hacia atrás, a los lados y a vuestro espejo, y comprobadlo.
!Mecachis!.

 

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