sábado, 30 de agosto de 2014

El mito de Sísifo, y todos los demás.

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miércoles, 27 de agosto de 2014

LABSKAUS y la gastronomía bizarra.-



                                                 


Bien cierto es que los prejuicios culturales son acérrimos enemigos, absolutamente incapacitantes a veces, del placer que supone disfrutar los innumerables platos de la cocina universal. Tanto como la lucha enconada en su contra por los golosos a la hora de pedir este o aquel plato desconocido que, a priori, no parece que sean siquiera comestibles, tal es la reserva que la ignorancia impone  frente a nuestra voluntad ante cualquier plato foráneo.

Tan cierto como que, la mayoría de las veces sirve para confirmar nuestra temeridad y que, ante la primera vez que pruebas algo nuevo -recuerdo la repugnancia del amargor del primer sorbo de cerveza-  dejas la comida prácticamente incólume en la mesa, surgiendo la vocecilla interior de tu severa conciencia, repitiendo la frasecita que insiste sobre tu estupidez.: “Ya te decía yo, que no te iba a gustar”.

Pero el aventurero que llevamos dentro vuelve a imponerse, y como su placer principal a la hora de viajar, no es otro que descubrir lo desconocido, o al menos la parte superficial a su alcance, aunque no sea otra cosa que ese plato tradicional, exclusivo y típico de cada lugar y que, desgraciadamente, suele ser una reducción, reinterpretación banal y económica, dirigida a los turistas inexpertos - busco la insignia para llevarla en la solapa de la camiseta, pero tampoco tienen, ni insignias ni estas, solapas- de ciertas joyas de la cocina ancestral que, solo sobreviven gracias a la credulidad de los que todavía leemos guías de viaje. Suelo encontrar el plato en cuestión, aperitivo, principal, postre o bebida ,da igual, y también suelo cometer el error de juzgarlo cicateramente con la primera, y por lo general, última degustación. Otras veces ni eso, como en la que nos ocupa.


Ya glosamos en este diario la frustración que supuso el enfrentarme al  "Moelle d´os", es decir a la rodaja de hueso cocido de fémur vacuno, con la esperanza de disfrutar el sublime tuétano al que ni el beluga de tres ceros, ni el mejor foie, pueden vencer en buena lid y como, aparte de terminar el plato con más hambre que antes de comenzarlo – ordinariez, hambre, que jamás escuchareis a ningún crítico gastro, no es el caso obviamente – me resultó una compensación harto escuálida ante el esfuerzo que supuso el vencer los prejuicios iniciales.
Ha tenido que ser mirando con envidia el plato que sirven en la mesa de al lado, en el bistró del barrio, cuando me he dado cuenta de mi inmenso error, y van... Medio fémur, al menos, de buey, probablemente con pedigrí, de esos alimentados con pan de ángel y agua bendita, si creemos las tonterías de los modernos, y acompañado de media baguette, impaciente por sumergirse en el néctar oleoso y humeante. Incluso lo vi chorrear por la comisura de la boca del  beneficiado comensal, igualito que en las películas, y me hizo acreedor de subir otro circulo en el nivel de estupidez, a la vez que prometerme emularlo en plazo breve de tiempo, meses o años, que tampoco hay que exagerar.

Lo cierto es que uno, que ha disfrutado de una infancia tan quevedesca que, eso del tuétano, así como los nabos, o el tocino chamuscado sobre una rebanada de pan blanco – lo de cateto solo lo añaden los auténticos- le resulta tan conocido y familiar que no sentía reparo alguno, tan solo curiosidad,  de que los gabacho pudiesen convertir algo tan simple en una delicatessen, y ciertamente  esta quedó satisfecha, en cuanto curiosidad , ya que el asunto parece algo más complejo y no pudo resolverse en un primer contacto.

Otras veces, como es el caso de hoy, resultan repulsivos mismamente sus ingredientes, su combinación imposible para nuestra cultura mediterránea, la mezcla en el mismo guiso de carne y pescado, a pesar de que las inefables paellas “mixtas” inventadas para los compañeros de martirio, turistas extranjeros, sean consustanciales en las mesas públicas e incluso privadas de media España, el horror.
Pero la fuerza de la costumbre, convierte esta en tradición y la mirada termina siendo condescendiente con la novedad, solo que la transgresión esta vez no termina aquí.

“Carne de vaca en salazón y un poco de agua ,cocido todo junto con remolacha, pepino, cebollas y los  matjes (que es arenque en salazón) todo ello se pasa por una máquina picadora y la mezcla se sirve con  puré de patatas y se aromatiza con  nuez moscada y pimienta.

A eso lo llaman Labskaus,  "Speise für derbe Männer" (comida para los hombres fornidos), y se trata de una especialidad de la  gastronomía alemana de la costa del norte.

Obviamente no figuraba entre mis objetivos, de hecho los arenques siempre me han parecido demonios, los ángeles azules de las profundidades, vencidos por los arcángeles mediterráneos, boquerones o sardinas, y si puedo evitarlos alejándome de unos y acercándome a otros, lo hago.
Pero lo auténticamente repulsivo, comprobadlo en la foto, es su aspecto.
Una pella que cubre el fondo del plato y que produce la impresión de que ha sido un error de la cocina y te han servido la masa prevista para freír croquetas, o quizás una ensaladilla rusa de esas que los robot de cocina y las revistas de peluquería proponen para acelerar divorcios o para que el niño cuarentón, se marche de casa de una puñetera vez, que hay fines nobles que a veces obligan a usar medios criminales. Ley de vida.

Lo de tal aspecto, curiosamente, no pude apreciarlo hasta que en un restaurante del puerto, especializado en pescados – allí llaman así a los chiringuitos- se me ocurrió pedir, al azar, - ignorante del contenido de la carta, tanto en inglés como en alemán- uno de los innumerables platos, todos con su  nombre esotérico, y pronunciar con propiedad :“Labskaus” como autentico experto en la gastronomía local.
Pero no coló, en absoluto. La frau que nos atendió, un diez como comprobareis, me indicó amablemente que era  el único plato de la extensa carta que no era estrictamente pescado, y a la vez que me sugirió que eligiese otra papeleta en la tómbola de los perdedores, tuvo la gentileza de  invitarme a probarlo, pidiendo en la cocina una dosis homeopática, para ellos, que suele ser la cantidad necesaria para un plato principal de los nuestros.


Dos nuevas sorpresas -todas los son, en caso contrario no lo serían, sorpresas- la primera que estaba caliente, algo esperado para la masa de las croquetas – y no me digáis que no la habéis probado nunca, y que os habéis privado de su ricura- pero no tanto para la ensaladilla rusa, incluso para aquella a a que las bacterias, y los días, han conseguido elevar cinco o mas grados su temperatura sobre la ambiental,  y es que realmente estaba caliente y si, la segunda es que también estaba rico.

No tanto para seguir el consejo de Lonely Planet o de Fodors e incorporar media docena de latas en el equipaje de vuelta, como recuerdo placentero de la experiencia, pero si para reconocer, otra vez, lo merluzo que se vuelve uno a causa de los inevitables prejuicios adquiridos.

Afortunadamente lo suelen servir acompañado de un par de huevos fritos, desafortunadamente vuelve el atavismo cruel. ¿Fritos con qué?
Y sí, con toda seguridad no será con aceite de oliva de la nuestra que, hasta en eso, nos volvemos intolerantes, no vayamos a confundir la hojiblanca de aquí con la picual de allí, y para qué hablar de la arbequina catalana, tan exquisita ella.
No tenemos remedio. Aunque esto de viajar, y escuchar, y probar, suele ser un antídoto estupendo, además de una actividad placentera, para el estreñimiento mental. Insisto.


sábado, 23 de agosto de 2014

VIKTOR FRANKL. EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO.-





Reflexiones irreverentes sobre temas nada banales.-

"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales".
Viktor Frankl

El hombre en busca de sentido

Cuando te puede el hambre, no piensas en elegir el bar donde vas a tomar unas tapas – pobres tapas, las barbaridades que hacen en su nombre – ni acercarte al súper, no.  Vas directamente a la nevera, y te tomas dos o quizás hasta cinco segundos, hasta que tus ojos guían tu mano dominante, mientras la otra, imprescindible, ancla la puerta, y coges aquel bocado que te va a resolver el problema de forma inmediata.

Cuando el hambre es otra, y el último libro leído yace abandonado de cualquier manera, y en un lugar que no necesita ser recordado, notas como la hipoglucemia espiritual te obliga a dar tumbos entre los volúmenes apilados en el suelo, en sitios útiles para tal menester, a los que únicamente les exiges que no entorpezcan el paso, que eviten tropezarte con cada montón, y te hagan sentirte mal, no por las consecuencias del tropiezo o la caída, sino por la sensación de desprecio hacia el alimento, la sabiduría encerrada en sus páginas.  Las abuelas siempre han dicho que no se puede, no se debe tirar el pan. Y aunque no haya tenido la fortuna de crecer junto a sus faldas, no vamos a despreciar sus consejos. La tía Eduvigis, que tampoco tuve, habría opinado igual, que el alimento es sagrado.

Llego a sentir la dependencia psicológica, como cuando me falta el café después de la comida, y aunque no llego a padecer un síndrome de abstinencia comme il faut, reconozco que resulta angustiosa la sensación de disponer tan solo de un par de minutos antes de salir hacia la piscina, para elegir el próximo título que voy a leer, y no encontrar el adecuado ni tan siquiera en el montón sobre el monitor en desuso sobre el que suelo ubicar, si la memoria no me traiciona otra vez, las penúltimas adquisiciones pendientes de lectura.
Doy vueltas, perdido en el maremágnum de papel, con la esperanza de que, como casi siempre, encuentre la pieza complaciente en el lugar más inesperado.

Así sucedió esta vez, “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, en una edición de bolsillo que, suele presagiar su confortabilidad para el transporte en las manos, e incluso en la guantera del coche, y si bien debo reconocer que fueron mis manos quienes lo encontraron, y sujetaron automáticamente, mi mente, traicionera ella, se felicitó por no haberlo comprado por enésima vez.  Figurar entre los libros deseados pero nunca leídos, supone duplicar o incluso cuadruplicar la presencia de ciertos títulos en los innumerables estantes verticales repartidos por el suelo de toda la casa. Quizás esa sea una de las razones del desorden y del crecimiento desordenado de esta biblioteca imposible, y quizás esa dependencia compulsiva sea la causante de este disparate.

No vamos a buscar, ni a castigar, culpables. Asumamos la situación, y repitamos como Viktor Frankl, cierta frase de Dostoyevski  “Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”.
O más bien de mi ignorancia, pues esta vez la causa real era el espléndido caso de serendipia que había dispuesto el librito- y algunos siguen considerando los diminutivos como sinónimo despectivo, allá ellos – a través de un regalo, no de una adquisición, y no para mí, sino para la cotitular de la biblioteca en cuestión. Ya digo que, algunos somos indignos hasta de nuestros sufrimientos.

Así estaba yo, tan feliz, libando cual colibrí de pico largo en la flor de sabiduría, de la experiencia atroz del autor convertida en el manual de auto ayuda que nos ha legado este psiquiatra superviviente de los campos – de tres de ellos –  campos menores donde realmente murieron la mayoría de los prisioneros bajo un sufrimiento tan intenso que, algunos siguieron muertos aun después de su liberación, de haber supuestamente sobrevivido.

Viktor Frankl nos cuenta su estancia en el infierno, tantas veces relatada para el lector que se ha convertido en un tópico, en una leyenda de aquello que sucedió a otros, entonces. Nada que ver con nosotros, por más que recordemos el aforismo atribuido falsamente a Bertolt Bretch. Aquello de que primero vinieron a por los judíos, luego a por los comunistas, etc.
Algunos tienen, tenemos, mala suerte al elegir el sendero a seguir  frente a la bifurcación. Pero no me considero, ni os consideréis, los únicos poseedores del estigma, y en todo caso Bretch, que también erró en la elección, pudo asumir con propiedad una de las lecciones del libro de Frankl:
"A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino."

Busca, y encuentra, Frankl las razones, las fuerzas del espíritu, que permitieron la heroicidad de  surgir  de entre “ Los muertos”, y no precisamente en el recuerdo nostálgico del primer amor que nos narra Joyce en Dublineses, y las sujeta con el pensamiento, con la actitud positiva del filósofo que necesita explicaciones que puedan ayudar a los demás en sus desdichas. La experiencia convertida en terapia, el motivo que, según él, lo mantuvo con vida. Repite otra frase sublime, no recuerdo de quien, que dice algo así: “En la vida siempre se puede soportar cualquier como, si se tiene un por qué”. Casi nada.
A mi me resulta inverosímil que su por qué fuese el reescribir el tratado de logoterapia que un kapo le destrozó durante el primer registro en el campo, pero el respeto a quien lo afirma, me hace darlo por bueno.

-        Este libro no es para leer en la piscina - me recrimina durante la lectura, alguien a quien considero sibarita de los libros, y puede que del pensamiento, y balbuceo alguna justificación sin mucho fundamento, a sabiendas de que las normas de cortesía, y la necesidad de consolar mi ego -que antes llamábamos corazoncito- así lo exigen.

Son palabras mayores, paginas repletas de recetas con las que elaborar suculentos platos que debo conservar en la nevera del alma. Para esos momentos, numerosos, en que la necesidad me impulsa hacia ella.

Dicen los de la Librería del Congreso (...americano, no confundirse, que aquí lo que tienen es un bar) que es uno de los diez libros más influyentes de toda América. Y aparte de que esto de las listas suele ser otra memez, si os enumero los otros nueve, solo conseguiría añadir una pátina de desprecio e ignominia al libro de Viktor Frankl, y ciertamente no los merece. Pero ciertamente ha debido ser positiva su lectura, y seguirá siéndola, para millones de lectores. Me incluyo entre ellos.

Termino con él, anonadado como siempre  que bebo agua fresca y limpia en una fuente donde, conociendo su existencia, nunca había experimentado el placer de ser reconfortado por ella, sintiéndome integrado en la infinitud de la madre tierra y agradecido por estar vivo, vivo y aprendiendo, descubriendo algo nuevo que quizás sea, el mas poderoso de los por qué el hombre aguanta todos los como.

E inevitablemente, el agua llega a las raíces y estas envían el impulso vital hacia arriba, en busca de la luz, es decir la duda.

 ¿Por qué sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querido, y con eso tengo bastante?.
Dicho de otra manera, desconozco los motivos de seguir tirando del hilo este de Ariadna, en el que me tiene sujeto con su implacable anzuelo, de leer, de indagar, de sobre el holocausto, sobre el pogromo que ha marcado la historia del siglo pasado. “Hemos matado a Dios” clamaba Primo Levi, y clamaba como creyente y como víctima, no con la retórica evanescente de los publicistas que nos asedian desde siempre.
No me gusta el morbo, ni el melodrama asociado a los relatos lacrimógenos referidos a este tema. No soy judío, supongo, y cuando leo en el cementerio junto a la sinagoga de Budapest el agradecimiento a los que permitieron la escapatoria de mil, diez mil seguras víctimas, aquello del libro sagrado “Quien salva la vida de un solo hombre, está salvando a toda la humanidad”, le doy la vuelta, y leo “Quién asesina a un solo hombre, lo está haciendo a toda la humanidad”, y a pesar de que Viktor Frankl insista en que hay hombres justos: "Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba “ a pesar de ello, y de que sea este categórico al afirmar que no hay que preguntar, no hay que molestar,(no hay que juzgar, intuyo en sus palabras) a los supervivientes, no lo tengo claro. A pesar del velo colectivo y justificativo extendido sobre los ejecutores, los kapos, prisioneros también, y las autoridades judías que colaboraron con el exterminio (sic) según Hanna Arendt, cosa que le supuso su expulsión del grupo de los justos, entendido este como monopolio oficial, el del pueblo elegido.
Sin ignorar la sarcástica y acertada justificación de la Soah, la del enfrentamiento entre dos pueblos elegidos, el nacionalsocialismo y el judío, entendidos ambos en su acepción más peligrosa, la de religiones monoteístas, que lo eran, ya que, evidentemente sobraba uno, no era posible que dos fuesen “el” elegido .

Discrepo con la justificación religiosa que intenta convertir el sacrificio criminal en martirio y perdón, para así darlo por bueno.
Y comprendo en su sentido más profundo, el especular, que subyace  positivamente en la tesis de Arendt sobre la banalización del mal. Al fin y al cabo, como sostenía Eichman durante el proceso que lo condenaría a morir en la horca, ellos solo eran unos pobres burócratas encargados de hacer lo mejor posible el trabajo encomendado, el exterminio de cinco o diez millones de personas.– después del primer crimen, los demás se dan por añadidura, no importa su número- y por tanto no hay culpables individuales, cuando es el sistema – quién no puede ser castigado – el responsable final.

Supongo que los israelíes no opinaban igual, y que si hubiesen podido apresar cien o trescientos Eichman, el final habría sido el mismo. También supongo que el seguir confundiendo a israelíes, con judíos(semitas), o con sionistas, es error propio de párvulos, de párvulos muy lerdos además.

Hacer las paces a cualquier precio, enterrar el hacha de guerra por el bien común, olvidar que eres la víctima y que el delincuente continua suelto, ese es un patrón universal al que no me atrevo a contradecir, aunque la duda sobre su efectividad corroe mi alma. Los relapsos es lo que tenemos, la obcecación.

Y sigo buscando preguntas, y a veces encontrando respuestas, en forma de nuevas preguntas, ahora  estoy leyendo “El artesano” de Richard Sennett, (no asustarse que es para otro día), y de pronto la imagen del pueblo judío europeo dirigiéndose pacientemente hacia la muerte, me vuelve a producir los escalofríos propios de quien se siente en su-mi lugar y en el ahora, en una sociedad que se dirige exactamente del mismo modo que ellos, irreflexiva y apaciblemente hacia su exterminio, sin siquiera la coartada religiosa que todo lo justifica, tan solo ahogados en la indolencia de la ignorancia voluntaria y decidida hacia una situación equiparable e idéntica a la de ellos, a la de entonces, sucedida hace tan solo setenta, ochenta años, menos de un siglo, glosada por innumerables pensadores, historiadores, literatos y terapeutas como Frankl, y absolutamente superponible a la nuestra.

Vislumbro, como Don Mendo al verderol, la presencia de numerosos burócratas, artesanos excelentes en la gestión negativa de todo un país, y puede que de un continente, tolerados y periódicamente confirmados por la masa mayoritaria de creyentes en que “Tout va bien” como en la peli de Godard, distraídos con cuestiones metafísicas que ni siquiera alcanzan el nivel de la pregunta godardiana :¿Puede el amor sobrevivir a la revolución?.

Cuanto envidio a los poseídos por el fútbol, por las tele-series, por el botellón, por la fe en el partido (el otro, no el del balón), por la militancia religiosa... por cualquier droga mental que les impide ver con nitidez las inevitables efluvios de Pandora – el mal – que son parte consustancial de la humanidad quien, solo teniéndolos siempre presentes, acotándolos desde cada nueva aparición, podrá evitar o al menos retrasar otro apocalipsis. De avanzar ni hablamos. “Tout va bien”.

Sí, el primer libro de la lista es “The Bible”, y lo curioso es que seguramente encierra toda la sabiduría necesaria para hacer menos triste y dolorosa la vida del ser humano.
Lástima que la tuviese- tuviésemos, prohibida también, en mi- nuestra, infancia. Va a ser eso.

                            

P.D.- Las  chapas metalícas en el suelo de la acera de su casa , desde donde fueron deportados , se repite interminablemente en las ciudades alemanas. Es un gesto valiosísimo sobre la necesidad de contrición colectiva , de toda la humanidad , y de la necesidad de ejercitar la memoria como prevención de aquello que no debería repetirse.
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jueves, 21 de agosto de 2014

ERICH VON STROHEIM. Sucede cuando tu abuela te dice lo bien que te sientan los sombreros. (con D.Enrique, lo hizo).


















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martes, 19 de agosto de 2014

LECTURAS DE VERANO. Y 3.- (THANKS TO HEAVEN).




"Más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas que por las no atendidas"

No me negareis que Santa Teresa era muy suya y que la mujer tenia más razón que un santo (chiste), pero también en este caso daremos la vuelta al aforismo para dar las gracias por las plegarias atendidas, el cine de verano, considerando que nunca pude imaginar tamaña concesión celestial (chiste, under the sky).
En el plazo de treinta días he tenido la oportunidad de disfrutar algo que, salvo contadas excepciones (dos, concretando) pertenecía al mundo de los recuerdos infantiles, las películas bajo las estrellas de verdad, las otras son pamplinas.

En la terraza de las Murallas …del Carmen (es una muralla árabe, de donde el nombre, “…del Carmen”, nos ubica en que país y ciudad pasan estas cosas, he contemplado “Lo imposible”, la película “más” taquillera del cine español, hasta el asunto vasco, y he podido disfrutar de unas butacas excelentes, en cantidad suficiente para que solo quedasen en bipedestación los espectadores que prefirieron la barra del bar, tapas y cervezas estupendas, para compensar los desastres de la historia que contaba este telefilme que entiendo, jamás debería haber salido de la pequeña pantalla y de la devoción de sus adictos. 

Preocupante pues, que semejante título haya obtenido la categoría de best seller, y sobre todo preocupante es el nivel de quienes se lo han concedido, aunque unos dirán que sobre gustos…. y otros que esto es lo que hay, así que no es cosa de dar más vueltas.
Magnifico sistema de proyección y sonido, cañón digital (inaudible, es decir que solo se escucha el audio de la peli, en medio del silencio civilizado de los asistentes). Los martes cine y los jueves concierto. Feliz idea y esplendido resultado.
La anécdota, imprescindible para fijar experiencias intrascendentes en la memoria, fue el sincope vagal que sufrió un pequeño al que sus imprudentes familiares habían llevado a la proyección sin advertir el aviso de “No recomendable para menores de 12 años” cosa habitual en un medio en el que la gente va, vamos, sueltos de manos (en la bici), con los ojos vendados, en asuntos mucho peores que el de la asistencia a los espectáculos o la bicicleta (chiste y metáfora).
Sin consecuencias físicas para la victima, aunque puede que sí psíquicas, derivadas de las escenas gore, cruelmente innecesarias por su banalidad, durante el maremoto de mentirijillas. Aunque, quien sabe si  tiempo después, como un servidor, el chaval seguirá recordando aterrorizado la experiencia que le alejará para siempre de las salas de cine, o bien, como en mi caso, masoca impenitente, le hará adicto a ellas. “La cosa” (de otro mundo), “The Thing” Howard Hawks (sin acreditar, sin acreditar el director ni el inventor de esta tontería, sin acreditar, que figura en películas que, generalmente, tampoco gozan de un exceso de crédito, quizás sea por eso), fue la que a mi me hizo echar a correr desde el cine hasta la casa materna.
No obstante, creo que entre los géneros idóneos para las sesiones veraniegas, el de terror y el western son los idóneos; aunque las buenas policíacas,  siempre que estas sean en blanco y negro,  pueden servir también.

Después vendría la sesión nocturna, cinema en plein air dans le Parc de la Villette parisino, majestuosa explanada donde el frío era el dueño absoluto de la situación, y aquí el riesgo polar ni siquiera lo anunciaban en el programa, aunque nos facilitaron una manta y una hamaca individuales por un precio tan disparatado como el de la entrada a las salas españolas.
Película Running on Empty de Sidney Lumet 1988, que debió ser el inicio de la carrera fugaz de River Phoenix , sobre una enorme pantalla hinchable, ( y obviamente movible por la brisa nocturna), y que tiene la valentía de de denunciar el mal rollo de la sociedad americana sobre Vietnam primero y sobre los terroristas autóctonos después, mezclando sabiamente temas sagrados para el cine americano como son: el eje familiar, el primer amor, y el sueño eterno yankee, el derecho constitucionl parece ser, a convertirte en un triunfador. Cine menor de Lumet y, aun así, con la suficiente dignidad para mantenerme hasta el final, semicongelado, como el pescado de Mercadona (este, realmente malo, el chiste y el pescado).
Curiosidades, la ausencia de civismo de ciertos espectadores cercanos que, continuaron su picnic sobre la hierba con una tertulia ininterrumpida. Aunque lo que me molestó realmente es que no me ofreciesen un bote de cerveza, y eso que la Kronenburg no es mi tipo.

Para terminar en la Rathausmarkt de Hamburgo, escenario realmente espectacular y con la ventaja incluida de convertirme en ocupa de los bancos dispuestos para la simultánea feria gastronómica de comida más o menos étnica y vinos extraños. El mosto que tomé en große glas, estaba estupendo, aunque nunca podré tener seguridad alguna sobre su procedencia, si uva o si patata; el currywurst también cumplió su función, a la espera de  Chaplin y su Modern Times. Todo un lujo para una noche de agosto. Proyección y sonidos perfectos (digitales), y un excelente cortometraje previo, después de traileres de los próximos títulos, Superman, Being There (Mr. Chance), The Misfits…
Anécdota: La petición formal de una ayuda económica voluntaria a los espectadores para que el colectivo “Metrópolis” pueda seguir proyectando gratuitamente durante las noches de verano. Los chicos pasando el cubo de zinc ante los feligreses sentados en el suelo me recordaron inevitablemente el paseo de los monaguillos en la sesión dominical de la parroquia. Y los fieles cumpliendo con el precepto.

Con diferencia, incluida la temperatura obviamente, la sala más lujosa ha sido la de mi ciudad, además de resultar la única en la que la gratuidad era absoluta, y donde cualquier referencia crematística se hubiese considerado sacrílega.
Comento, virtualmente, con la concejala responsable, la paradoja de que los más pobres, endeudados hasta el infinito, pobres de pedir, seamos los únicos en no hacerlo, en insistir en el gratis total;  y me mira a los ojos con la displicencia y la media sonrisa con  que los listos, ellos, miran condescendientemente a los tontos, nosotros, dándome a entender que de gratis nada, que es a cambio de que sigamos pagando con nuestros impuestos, nosotros, los votos que después recibirán ellos. Que así es el mundo, redondo desde el principio, y la vida, finita ella, y que no le de más vueltas al asunto. Y que, mejor hablar del cine.

La verdad es que, si continúan atendiendo mis plegarias, va a ser cosa de seguir implorando.



P.D.-
Para el próximo verano - este ya está en la fase de agosto frío al rostro – pienso organizar veladas de cine en mi propio patio, es más, ya tengo preseleccionadas “Django”, la buena, con Eduardo Fajardo y  José Bódalo  como insuperables malvados, y “La Máscara del Demonio” la de Bava. Que solo de ver la escena inicial donde los pinchos de la máscara en cuestión le saltan los ojos, chorrito liquido incluido, a Bárbara Steele, ya me relamo de gusto. Estoy buscando algún proyector digital adecuado, silente, con lámpara led y, low cost por supuesto, para preparar la sala. Las perseidas, y los sapos del jardín se dan por invitados. Si conocéis algún producto que cubra estas especificaciones, no dudéis en hacérmelo saber. 

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lunes, 18 de agosto de 2014

EL PUEBLO DE LOS BENDITOS.-


No es una película aunque sí, lo es, de terror. (Adivinanza).





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miércoles, 6 de agosto de 2014

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 22

Hoy, veraniego.-

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martes, 5 de agosto de 2014

Elucubraciones estivales.-






Ni en el verano me dejan, las condenadas.

Esta mañana en la ducha, rocé con mis dedos a la hora de enjabonarme, esa parte nuestra que solo permanece oculta para su propietario vitalicio, (afortunadamente después ya no lo es, propietario, al igual que sucede con los seguros de vida), tampoco despues suele serlo, visible, para nadie, incluso en aquellos casos en que los feligreses, políticos y de los otros, decidan momificar la parte inservible, la cáscara personal.
Uno que tiene cierta experiencia como observador de momias, ha constatado que suele apreciarse su rostro, o incluso la prolongación fronto-lateral de este, hasta llegar a los pies, pero jamás, ya digo, queda expuesta esa porción secreta, para él, de su anatomía.

Aquella donde mis dedos detectaron cierta excrecencia sobre la chepa, que era la zona en cuestión, exenta de sensibilidad, de donde deduje que, salvo que fuesen los restos cicatriciales de alguna herida reciente, de la que mi memoria no registraba resguardo, debía tratarse de algún adhesivo que habría elegido el lugar para pasar desapercibido o incluso para reproducirse, mientras el instinto guiaba mis dedos sobre su borde intentando apartarlo de la piel, igual que los perros o los simios en los documentales mantienen los parásitos alejados de ellos, al fin y al cabo ese amigo común con estas criaturas al que obsequiamos con la mayor ingratitud y desprecio, el instinto, es el único que nos conserva con vida a pesar de la obstinación con que ninguneamos sus advertencias. 

La consciencia, hasta ahora en segundo plano, aparece con cierto retraso, como casi siempre, y a la vez que reprime la fiereza con que las uñas intentan arrancar el expósito apósito, poniendo en peligro de derramarse el contenido que presumiblemente taponaba el parche, rememora los eventos extraordinarios del dia anterior, entre los que figuran la intensa sesión de prueba de camisas en la tienda de la calle mayor. Y advierte sobre la probable benignidad del sello que, con cierta dificultad y temor he conseguido separar de la espalda.
La conciencia consciente observa la etiqueta rescatada y los restos recuperables de ella, la cifra, 20 Euros.

Al parecer es lo que valgo. El equivalente a una entrada, de las baratas, para una función de teatro. Y menos mal que casi no hay teatro. Y menos mal que estaba rebajado un servidor, tachadura en rojo sobre el precio original, y antes de la liquidación costaba el doble, 40 Euros. Me puede el optimista.


Sic transit gloria mundi

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