viernes, 12 de abril de 2019

SIN PALABRAS.-






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martes, 9 de abril de 2019

VICTORIA SOBRE EL SOL.- REDESCUBRIENDO A MALEVICH.-




¿Quién es Casimiro Malévich y por qué me dice esas cosas a mí?
 
El título inspirador es: ¿Quién es Harry Kellerman y por qué va diciendo esas cosas de mi?. Posiblemente la peor película de Dustin Hoffman y de la que creo recordar que, difamador y difamado eran la misma persona, insinuando que, lo importante para aquellos que viven del escenario, suele ser que se hable de ellos, sin importar el como. Si además viene acompañado de la insistencia, el eco tiende a hacerse ilimitado.


En poco más de seis meses, el acoso a que me ha sometido Kazimir Malevich, me ha hecho reconsiderar muchas cosas respecto al arte, los artistas, y sus parásitos. De hecho me habría gustado ser comisario de exposiciones varias – lo de ser monja ya lo he dejado por imposible- un cargo, usualmente bien remunerado y cuya titulación es gratuita e inexistente, al menos de altura similar a la detentada por ciertos ministros y directores generales de la cosa.


Comenzó casi sin querer, en el camino de Damasco, ahora llamado Ronda de Atocha, donde se ubica el único museo español que no tiene esa denominación, llamado Centro de Arte R.S.: Exhibición antológica sobre "El dadaísmo ruso". Durante la década prodigiosa en la que los vanguardistas antifuturistas pusieron patas arriba el arte, con permiso de Duchamp, vanguardia que permaneció hasta que llegó el comandante y mandó "aparar", el comandante Joseph, unos treinta años antes de que lo hiciese Fidel, según guaracha de Carlos Puebla.


Para cualquier observador sensato, y en grado superlativo si es de pueblo como el que esto suscribe, resulta una agresión extraordinaria el contemplar la obra de esta pandilla de pintores revolucionarios para los que todo arte anterior a ellos, era pura basura como intentaron demostrar con su arte mecanicista y, ciertamente, provocador. Aquí surge el asunto de la fe en los tratados de arte, que eclipsa las observaciones pueblerinas y el vade retro posterior, merecido o no, de todas la vanguardias que se quedaron en eso, en meras vanguardias.


Reconozco que, una vez agotadas las entendederas, y antes de repetir la indigestión que me aconteció en la filmoteca, aquella tarde que me dio por contemplar la obra completa de McLaren , el cineasta experimental canadiense, (quien ya me hizo sospechar sobre los tratados de historia del arte, sean de cine o, ahora, pintura) estaba realmente cansado de comulgar con aquellas píldoras indigestas en el museo. Cuando me detuve ante una pantalla – algo obligado para aquellos que la consideramos nuestro chupete intelectual - en la que estaban exhibiendo una ópera: “Victoria sobre el Sol”, con música de Matiushin, figurines de Malevich, libreto de Kruschonij en lengua transracional con palabras de solo vocales o solo consonantes, y creo que Maiakovski andaba también por allí. 

Algo fascinante, a pesar de su extraordinario parecido con todas las operas, donde los gorgoritos también son discutibles, los textos ininteligibles y, en el caso de que estén subtitulados, soporíferos. Si les añadimos la duración habitual de tres horas corridas, salvo en las wagnerianas donde el tiempo se detiene indefinidamente hasta que adquieres la categoría de superviviente, y hasta que comienza todo el mundo a aplaudir de la manera más molesta e interminable que nadie pueda imaginar. Si hemos pagado la entrada pienso que, los que deberían aplaudir son ellos, desde el escenario. En fin…


En esta ocasión, me sentí bajo un influjo hipnótico, como frente a una cortina de chapas de botellín encendida por el sol y acariciada por el viento, o quizás como los espejitos que cubren la bola luminosa en las discotecas de antes. Uno de esos días en que el segundo cubata pone en evidencia su procedencia del infame garrafón y dejas de intentar seguir los haces luminosos para evitar entrar en trance o incluso males mayores avisado por cierto cosquilleo en el estomago, manteniendo la vista fija en aquella luna móvil y craquelada que consuela mi tristeza y alivia los embates sonoros de músicas infernales. Y solo de pensar que alguien cobra también por atormentarme así, incrementa el nivel de la nausea, que en este caso no es sartriana, creo. Menos mal que allí no suelen aplaudir al finalizar cada acto, sería horroroso en grado sumo.


Al parecer los figurantes todos, los personajes principales, los tradicionales tenor, soprano, barítono, bajo y por supuesto el coro celestial, simulaban ser robots primitivos, -estamos en los albores del XX, y Asimov no había descrito todavía su supuesta encarnadura metálica-  vestidos con elementos cubistas, de ese periodo del arte abstracto que a todos nos gustaría que nos gustase, pero ni modo, como diría Aceves Mejía, y a pesar de todo, los minutos se me hicieron segundos, el resto de la exposición quedó aplazado sine die, es decir para jamás, y no pude moverme hasta que el amable vigilante me indicó la puerta de salida. “Creo que la van a llevar al Museo Rusome susurró, aliviando mi desazón.





Y allá me fui. Donde Kazimir Malevich me vuelve a mostrar el paso desde el suprematismo geométrico hacia formas figurativas que, sin renegar de la abstracción, ya anunciaban el supronaturalismo. Ahí es nada.


Afortunadamente “Victoria sobre el Sol”, la opera bufa según los comisarios -etiqueta tranquilizadora- me esperaba en la sala de proyecciones en sesión continua, con la gran suerte de que resultaba indiferente, dentro de la historia, el momento en que me incorporase a la misma. Ya convertido en hábito saludable el permanecer el necesario tiempo postprandial en la sala oscura, tras la dosis dominical de cerveza y pescaito en el chiringuito más cercano. No descubro nada si digo que los domingos es gratis la entrada al museo, y el aparcamiento en el solar adyacente también. No resultó sin embargo tan placentero como entrar sin pagar en el Centro de Arte R.S. presentando una de las innumerables tarjetas que llevo en el bolsillo y que siempre creí que no servían para otra cosa que agujerear el forro de este. No resulta tan divertido porque en el ruso “todos” entran gratis y se pierde ese plus de exclusividad tan imprescindible para ciertos egos de los aficionados a las artes.


Me quedo en esta ocasión con ganas de ver el telón inicial del musical, el famoso cuadro negro sobre fondo blanco, metáfora evidente, incluso en su ausencia, de los prejuicios burgueses identificados con el sol, por supuesto. Uno que es de miras cortas.


Y otra vez el azar acude a socorrer mi destino. Un mes después inauguran en Fundación Mapfre: “De Chagall a Malevich, el arte en revolución", y allí me tenéis absorto ante la grandiosidad del cuadro negro sobre fondo blanco, que sin ser realmente tan estrepitosamente grande, neutro y mudo, como otros lienzos monocromáticos de vanguardistas mas actuales y occidentales, es decir no comunistas, debo reconocer que me dio cierto yuyu, y que volví varias veces a mirarlo de reojo, sin que los espectadores, sospechosos habituales ellos, se fijasen demasiado en mi abducción y llegasen a preguntarme que es lo que veía en él, poniéndome en el compromiso de soltar, mas bien declamar, ciertas paginas memorizadas de la enciclopedia cien veces abjurada.


No tenían la peli, una lastima, pero si los figurines, todavía más osados, que los seguidores de este apóstol, habían preparado para sucesivas reposiciones. Debo decir que no se acercaban ni remotamente a la vistosidad de los originales.


Quizás sea esta, la mejor de las tres exposiciones, cuasi monográficas, en la que además de cierto clásico lienzo de Chagall en el que la novia flota en el cielo mientras el novio estira distraidamente su brazo – inmediatamente fui advertido del machismo explicito en aquella obra, e inútiles fueron mis comentarios sobre las innumerables veces que Chagall hizo flotar al chico- y otro Chagall: “Judío meando” quedasen grabados en mi pinacoteca mental, a pesar de que había que buscar al susodicho en el angulo inferior izqdo del paisaje urbano. Tuve que ir forzosa y urgentemente al mingitorio, después de contemplar el generoso chorro del borrachín sobre el albañal. Y lo curioso es que quien murió de cáncer de próstata, y joven, fue Malevich, quien al menos evitó asistir a la gran purga patriótica de los años treinta.


Chagall y la mayoría de coetáneos, fueron tomando el camino venturoso de la gloria unos, o de la supervivencia otros, una vez que se dictó la necesidad social de terminar con los pintores de caballete, y también con los sospechosos caballetes, para girar hacia el realismo soviético, del que hemos contemplado imágenes maravillosas en el museo ruso. 
Nuevos tiempos para el arte, más en consonancia, para el espectador, con los pintores clásicos, que los subversivos estos del supremacismo. Al fin y al cabo la supremacía terminó ejerciéndola una sola persona a quien, incluso, llegó a compararse con el sol y como él, por supuesto, resultó abrasador. Véase “Quemado por el sol” de Nikita Mikhalkov, obra maestra del cine.


Supongo que el azar, y no otra cosa, ha reunido estas tres exposiciones en salas tan cercanas y en el corto intervalo de seis meses. Pero sigo sin comprender la feroz y cercana insistencia de los antifuturistas, esa cualidad inherente a los mentecatos, quienes no dudamos en volver a ver una y otra vez la misma película, por la única razón de que no la hemos entendido. Buñuel debe estar riéndose todavía, mientras buscamos el sentido de su ángel exterminador. 
Yo, por mi parte, prometo dejar de preocuparme por lo que ha querido decirme Malevich. La vida debe seguir.

 

lunes, 1 de abril de 2019

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA (99).-


EN LA LENGUA DE BABEL.- (No necesita traducción).


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