lunes, 14 de noviembre de 2022

SANIDAD PÚBLICA Y CAZADORES CON FAROL.-

 



Utilizan la sanidad pública como señuelo. Otra vez.

Señuelo: Cosa que sirve para atraer a una persona o inducirla a que haga cierta cosa .(M. Moliner).

Nos tratan como pájaros dispuestos a convertirse en bocado. Lo aclarará Don Mendo.

Ignorando que, hasta para cazar indefensos pajarillos, hay un mínimo de normas éticas, no tanto procedentes de la ley natural, hoy defensa de la biodiversidad, como las enseñanzas del ripalda, el catecismo escolar que, a pesar de no disponer de una aplicación equivalente para el móvil, nos invita a meditar las consecuencias de nuestros actos con aquello de la contrición verdadera, el arrepentimiento de haber pecado porque ello es pecado, y no la autentica y universal falsa contrición, el arrepentimiento por las consecuencias que sobre el pecador va a tener su acción punible, o en camino de serlo.

Claro que lo punible tiene otro antídoto para algunos, la impunidad, dejando para el resto de los infelices el temor, el miedo a la sanción de la autoridad, o del vecino justiciero.


!Ay misero de mi

Ay infelice!.

Apurar cielos pretendo

Por qué me tratáis así

¿Que delito cometí

Contra vosotros naciendo?

(Calderón)


Apurar: Dar apuro, avergonzarse.

En este caso vergüenza ajena, que es un concepto absolutamente indefinido. No puedo avergonzarme por los hechos ajenos. O al menos no debo. En todo caso, sí indignarme y rebelarme contra tal acción.

Son aves carroñeras, los pajarracos que devoran a los pajarillos como en la película de Pasolini, Pajarillos y pajarracos, donde el monje sabio, el anciano que está de vuelta de los errores del mundo, interpretado por el inefable Toto, a quien debemos por tantos ratos buenos, la justa compensación por el ostracismo a que le hemos sometido en nuestras pantallas. Mientras, los pajarracos siguen sobrevolando el cielo de nuestras calles y patios, esperando la ocasión para su descenso en picado sobre los indefensos pollitos, sin necesidad del aullido aterrador de los stukas nazis, y ya sabemos que nazis son solo los del pueblo de al lado. En fin...

Estos depredadores no tienen nunca suficiente, son insaciables, con el monopolio de los medios de comunicación, las cadenas televisivas publicas, privadas, y la prensa, agonizante ella, con los diarios afines a su estirpe carroñera. Tampoco se satisface su capacidad de engaño con el uso, a priori maravilloso, que les dan sus escaños, para exponer sus argumentos enfocados a la consecución del bien común, que no otra cosa es el trato acordado. No tienen límite, ni siquiera acuden a ocupar sus puestos de trabajo con sus posaderas, salvo evento televisado, y delegan en sus portavoces, ellos en los que habíamos delegado nosotros, delegan a su vez, y lo hacen para atacar, denostar, insultar y agredir al rival, que enemigo no es. Después en los convites y las bodas mixtas vemos que no hay tal. Tan solo preparando el caldo, la trampa para la próxima e inminente jornada de caza.

Bien es cierto que los míseros e infelices pajarillos estamos habituados a que nos encierren en una casa si fuese menester para proteger la cosecha del padre de Antonio Abad, pero de otra manera infinitamente más dulce, y justificada, que en la cruel que estos pajarracos nos conducen repetidamente a la red pajarera, que la que he comprado en Amazon funciona y me ha salvado de la pandemia de las palomas, que esa es una pandemia verdadera.

Si releemos atentamente los versos, o ripios según su autor, de Don Mendo, descubriremos donde nos encontramos los pajarillos, y ellos, los pajarracos.

Y es que las apariencias, el ser señalados con el dedo de la historia al menos, son el único freno que pueden disuadir a algunos.

Del resto de zorzales, tordos, e incluso gorriones, no espero nada.

Siguen proclamando conceptos superados como el de dignidad, adjetivo que atribuyen a cualquier cosa valiosa, a cualquier derecho que perdimos cuando maricastaña, y sobre todo continúan ignorando el aspecto fundamental y definitorio de la tal dignidad, su valor, su costo.

Es muy costosa, es una cualidad harto cara, que solo pueden pagarse unos pocos, el resto si deseamos tenerla en algún momento, debemos luchar por ella, y si la conseguimos seguir luchando para no perderla. No la dan gratis en ningún lado.


Perdida irreparable estamos hoy otra vez a punto de realizar, la de la sanidad pública, a la que un servidor ha dedicado su vida laboral sin comprender por qué sus beneficiarios se niegan rotundamente a saber, a conocer las condiciones laborales de los trabajadores que la mantienen funcionando.

He tenido que sufrir sonrisas estúpidas al mostrar la nómina, que llevaba en el bolsillo, cuando surgía el tema del sueldo, de la soldada, del salario, la sal del soldado. Nunca creyeron lo que leían sus ojos, desconozco si por aquello de no trastocar sus convicciones sobre la leyenda, sobre el cuantioso estipendio de los médicos, o simplemente porque nunca he sido de fiar, y pudiesen suponer que les estaba tomando el pelo. En cualquier caso, ya digo, una sonrisita idiota de quien no cree lo que le están contando ni, incluso aquello que está viendo. Desde entonces decidí guardar la nómina en el cajón de las vergüenzas y no insistir sobre el asunto nunca mas.


Ahora vuelven con otro insulto inasumible a los sanitarios, las huelgas. Algo que no figura en los derechos de los trabajadores de la sanidad pública. Algo que aparentemente convocan los sindicatos, herederos todos del sindicato único, aquel subvencionado al cien por cien, pagado con los fondos estatales, y que lógicamente defienden a su pagador, aunque su oficio aparente sea el de luchar por los trabajadores asignados.

Esto podría parecer una especulación sin fundamento si no hubiese pruebas que demuestran el disparate. Hechos son amores...

Al menos tres huelgas he vivido durante mi vida laboral. Promovidas y defendidas por varios sindicatos, jamás los de clase, primera clase, y en todas se ha presentado idéntica paradoja. Los servicios mínimos estipulados por la administración han supuesto la actividad del mismo numero de trabajadores que en los días sin huelga, salvo, curiosamente los domingos y festivos, en los cuales el numero de sanitarios asignado es superior al habitual. Impacto nulo, protesta silenciada.

La conclusión, aunque dolorosa, es real, los sanitarios no tienen, no gozan del derecho de huelga, reducida esta a alguna manifestación, dentro del orden claro está, a pancartas mas o menos graciosas y a la presencia del evento en los medos de comunicación. Siempre y cuando exista la cercanía temporal de elecciones y el partido interesado en fomentar el malestar, apoye dicha movida.

Desprecio total, con sorna, escarnio y pitorreo, y el vaso de la ignominia rebosando de furia e impotencia. A medio plazo es esperable un estallido sanitario que coloque las cosas en su sitio. Si la sanidad va seguir siendo pública, será universal por definición, gratuita jamás, eso no existe. Desde hace tiempo la están pagando sus trabajadores.

Guardias interminables, uno de cada seis años de vida ingresados en el hospital junto a sus pacientes, usuarios según la administración, Sin pluses de nocturnidad o festivos. Sin la consideración de horas extras. Contratos de miseria, puestos y cargos digitales con trasfondo de privilegios políticos, en función de los intereses de quienes controlan el pesebre.

Dedicación que requiere diez años de duro esfuerzo previo, más allá del examen de acceso, y una remuneración ridícula, adscritos a una categoría inferior a cualquier funcionario estatal con similar preparación, que cuando se hace efectiva y se relativiza al numero de horas de trabajo obligado, supone una decepción dolorosa que conduce a los mas jóvenes, y a los más sabios, a cambiar de oficio cuando no de país. Lo seguiremos viendo.

Todavía algún cretino esgrime la obligatoriedad del presunto juramento, totalmente ficticio, o la supuesta vocación de estas victimas a las que raramente se reconoce como tales.

Habrá que releer y recapacitar, aunque sea el unamuniano San Manuel Bueno, Martir. Y esperar que cuando llueva nos pille a todos a cubierto de la sanidad pública, mientras esta aguante con su tejado de uralita, de su cancerígeno asbesto, y sus goteras.


A los pajarracos solo podemos pedirles que no avergüencen a su padre el Barón de Mies.


MONCADA

Ha de antiguo la costumbre
mi padre, el Barón de Mies
de descender de su cumbre
y cazar aves con lumbre:
ya sabéis vos como es.
En la noche más cerrada
se toma un farol de hierro
que tenga la luz tapada,
se coge una vieja espada
y una esquila o un cencerro
a fin de que al avanzar
el cazador importuno
las aves oigan sonar
la esquila y puedan pensar
que es un animal vacuno;
y en medio de la penumbra
cuando al cabo se columbra
que está cerca el verderol,
se alumbra, se le deslumbra
con la lumbre del farol,
queda el ave temblorosa,
cautelosa, recelosa,
y entonces, sin embarazo,
se le atiza un estacazo,
se le mata, y a otra cosa.

- MENDO

No es torpe, no, la invención;
más un cazador de ley
no debe hacer tal acción,
pues oyendo el esquilón
toman las aves por buey
a vuestro padre el Barón.

- MONCADA


Es verdad. No había caído...
Vuestra advertencia es muy justa
y os agradezco el cumplido.
¡El Barón, por buey tenido!...
No me gusta; no me gusta.


("La venganza de Don Mendo" de Pedro Muñoz Seca y Pérez Fernández.)


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