viernes, 29 de febrero de 2008

Vaghe stelle dell'Orsa.- I




Además de ser el título de una película de Visconti, Vaghe stelle dell´Orsa es el primer verso del poema “Recuerdos” de Giacomo Leopardi. Aquello que, procedente del cine italiano, no necesitaba traducción alguna, -para eso estaban los subtítulos, y aquí la titularon “Sandra”.- en literatura, y mas en poesía, necesitaba un interprete, preferentemente un buen interprete. De tal modo que esas cuatro palabras ininteligibles se convirtieran en:“Vagas estrellas de la Osa...”
Y de ese modo pudiésemos disfrutar del sentimiento que embargaba al poeta cada vez que volvía a mirar, que volvía a descubrir entre la negritud del cielo, de su cielo, aquella estrella a la que había unido su alma desde los primeros días de su infancia en que tuvo consciencia de ella, y sintió la necesidad de buscar un refugio discreto donde resguardar su espíritu en los momentos de melancolía, abundantes estos en los poetas, como es sabido.Esa estrella con nombre propio, Nerina, que quizás no sea otra cosa que luz que brilla en el espacio a través del tiempo, que quizás dejó de existir hace tanto, que las medidas en miles o millones de años, no sirvan para otra cosa que para confundir a quien la contempla, quien no ve una secuela del pasado, ni el fuego fatuo de otro mundo pretérito, no ve ni quiere ver, otra cosa que una luz, un punto real de luz que le une con el cielo, con su cielo:

.....................Pasaste, eterno
suspiro mío: y será compañera
de todo bello ensueño, de todo
tierno afecto, el latir triste, amado,
del corazón, la remembranza acerba.

Así termina. Con la promesa de la continuidad sin límites de la remembranza, con la seguridad de que la estrella seguirá viva, mientras lo esté el poeta.Esta es una deuda que tengo, otra, con el cine que no pude ver en su momento; y que no obstante, tiene el ticket numerado de la cola, breve ya, a la espera de satisfacerla. Y después de haber disfrutado hace bien poco de la inmensidad de Marcelo en “Noches blancas” anticipo el placer, es decir lo siento desde ahora con la esperanza en los buenos momentos, la misma que los futuros regalos de los Magos prestan a los niños que han sido buenos. Placer superior, con seguridad, al menos mas prolongado, que el de abrir el paquete, perdida la ilusión con el presente, y romper el juguete a la mayor brevedad, para inmediatamente buscar otro afán. Además: ¿Qué niño no ha sido bueno?.
Pero es que todo este asunto de las estrellas me ha generado unos disturbios emocionales, que no resultan inesperados ni imprevistos, por supuesto, y que me obligan a afrontar un problema cuya solución llevo aplazando sine die, con la cobarde justificación del aforismo oriental. “Si no tienes solución para el problema, es que este no existe”. Y tampoco es eso. La verdad.
Es que érase una vez....que yo tenia, tengo, ya que sigo teniendo, un amigo invisible. Ya, ya sé que no non le etá, que ya soy mayorcito y todo lo demás. Pero ¿Qué quieren que diga? Son muchos años de amistad para tirarlos por la borda. Y además si otros tienen un ángel de la guardia o un primo en el partido, no veo por que no puedo tener un amigo invisible. Sirva esto de justificación absoluta o entiéndase que no tiene sentido buscar explicaciones sobre algo, solo aparentemente, inexplicable.
El caso es que, mi amigo tiene una fijación desde hace mucho tiempo, todo el tiempo desde que le conozco, con una estrella. Curiosa coincidencia.Al principio no le di otra importancia que la de una rutina de hombre de pueblo, la de quedarse al atardecer mirando a poniente, en esos momentos en que el cansancio de la jornada invita a hacer del sosiego el patrón de toda actividad, y cuando el cielo era complaciente, cielo raso, parecía lo mas normal del mundo el que permaneciese un rato mirando en una dirección determinada. Pero todas las rutinas tienen sus excepciones, y después de miles de veces de contemplar la escena, me fue permitido apreciar, o más bien adivinar, una furtiva lacrima, en el rostro del que terminaba el ritual por enésima vez. Si bien el rostro no manifestaba dolor o penalidad sino una especie de serena placidez, que pude atribuir a una debilidad del rapsoda, que ya digo que también es coincidir. No obstante, el hecho me hizo recordar ciertos detalles a los que no había dado importancia hasta entonces.
Por ejemplo, la relación de aquella estrella con el ritmo vital de mi amigo. Estaba orgulloso de que aquel astro, según dijo, había sido el reloj de su padre y del padre de su padre, en lo que podía recordar, todos obviamente invisibles y todos solían comenzar sus faenas cotidianas cuando el Lucero del Alba, así lo llamaban, despedía a la noche, y la terminaban cuando en el ocaso volvía a aparecer, casi en el horizonte, como lucero Vespertino. Siendo el mismo, siendo Venus, y siendo la estrella más bonita de todas. Según me dijo.
El resto me lo confesó luego, sin necesidad de responder a preguntas que yo no hubiese formulado jamás, un dia en que comprendió que los secretos no existen si no se los cuentas a alguien. Y allí estaba yo, después de tanto tiempo, para comprenderlo mejor que nadie. Puso su nombre a una estrella, a esta estrella. El nombre de ella. De la chica más bonita.Me explicó que había chicas hermosas, que lo eran simple vista. Que otras, las guapas lo eran mas si te acercabas lo bastante para darte cuenta de su belleza. Y que por encima de todas estaban las chicas bonitas. Estas eran el grado mayor de la perfección que podía tener un ser mortal. Y las mas difíciles de catalogar, tanto por su escasez, me confesó que podían descubrirse una sola en toda una vida, y a veces no en todas las vidas, como por ciertos caracteres que las hacen tan especiales, principalmente la mirada.
Y ahí no quiso entrar en más detalles. Solo me dijo que una vez que hubo recibido el influjo, durante un tiempo para el que no existe medida, nada volvió a ser igual, y ante la imposibilidad de poder decir a la chica aquello que ella esperaba, ciertamente esperaba, ante la realidad de un amor imposible, es decir verdadero, decidió que solo podía hacer dos cosas, bien clavar dos cruces en el monte del olvido, y esto ya tenia derechos de autor, bien poner su nombre a una estrella y de esta forma comunicarse con ella cuando quisiera, o cuando pudiera.
Y esto era posible, al menos para los invisibles, y esto hizo, y esto venia haciendo desde que lo supo, desde que supo que no podría hacer otra cosa.
El haber elegido aquella , distinto de haber sido elegido por ella, fue porque la necesidad busca mas la eficacia que la eficiencia,- el hambre busca solamente comida, mientras que los platos sofisticados y la cocina de diseño nunca han sido un objetivo para el hambriento, mas bien un acicate para poder seguir comiendo cuando no se tiene necesidad- y ante la posibilidad de escoger una estrella diminuta, titilante y esporádica, una de las vagas estrella de las osas, aunque le hubiesen seducido con la etiqueta de la exclusividad, también le hubiesen ocasionado no pocos inconvenientes, desde ponerse en evidencia cada vez que alguien lo sorprendiese con el cuello en la posición del ganso deglutiendo, hasta las consiguientes tortícolis que dicha actitud conlleva. Pero el principal obstáculo hubiese sido, sin duda, el que no son tantas las noches diáfanas como los días en que espera la hora de poder verla.
En fin, que la necesidad es sabia, y la elección sencilla, una estrella discreta por su posición, apenas un palmo sobre el horizonte, con una presencia segura, salvo los días nublados o lluviosos, días en los que mi amigo también miraba en la dirección exacta, con la seguridad de que allí estaba ella, esperando, desde siempre.Por supuesto que no hacia falta mover el cuello, solo una discreta elevación en la mirada, y la seguridad de pasar desapercibido al hacer aquellos momentos compatibles con las actividades habituales del atardecer.
No había más cielo, no había más luna.

Guarda che luna, guarda che mare,
da questa notte senza te dovrò restare
folle d'amore vorrei morire
mentre la luna di lassù mi sta a guardare
(Fred Buscaglione lo cantaba, y los Mustang nos lo explicaban).

Ni tan siquiera se había percatado de otra más pequeña que solía aparecer a la izquierda, de Júpiter, como le hice saber. Hasta negarme el haber visto el espectaculo de las Perseidas ni una sola vez, después de miles horas mirando al cielo. -No puedo evitarlo- me dijo. -Y esas otras. debes saber, que son tan brillantes y numerosas como volubles y caprichosas- No pierdas el tiempo con ellas, ni siquiera para pedir un deseo. Las estrellas ademas, no sirven para pedir anhelos, sino para concederlos...para rendirte.

jueves, 28 de febrero de 2008

Vaga estrella de la Osa... II

El termino “vagas” nos presenta una pequeña complicación. El poeta italiano dijo lo que quería decir, sin duda alguna, pero el traductor no encuentra la palabra adecuada. Le atribuye esa, vagas, intentando mantener el mayor parentesco con el original. Piensa que la mejor forma de no traicionar es repetir lo mismo que ha leído, pero no. Ninguna acepción, de diccionario castellano alguno, sirve para decirlo con precisión. Quizás su segunda entrada como adjetivo “confusas” podría servirnos para justificar su permanencia en la nota inicial de la obertura. Concedamos la licencia a falta de mejor justificación.
Confusas lo son por su lejanía, evidente, pero no por ello privan al amante de su periódica contemplación. A pesar de la pequeñez que impone la distancia, a pesar de las humanas limitaciones en la visión del rapsoda, persiste el hilo luminoso que guía el rostro hacia el lugar preciso, y detrás inevitablemente su alma. Sin confusión posible.
Pero volvamos a mi amigo. Y a la repercusión que sobre él tuvieron, en implacable paralelismo, las anteriores consideraciones.
Con la madurez las gotas de lluvia semejan la sabiduría que cae sobre nuestro tejado. Aparece una nueva forma de ver cosas, personas, sentimientos a nuestro alrededor, que antes estaban ocultos. Es realmente un nuevo sentido de la visión que nos hace sorprendernos, una vez mas de lo prodigiosa que resulta la vida para el ser humano. Pero a la vez nos hace sentir que el tejado comenzará a presentar fisuras, pequeñas grietas que no podrán recoger todo el conocimiento y, sobre todo, la sensatez que la vida intenta arrojar sobre nosotros, el agua se desperdiciará y llegará a donde no debe llegar, al lugar donde la razón lucha todos los días con la emoción, en esa disputa interminable que exige, ante todo, que los estantes, los libros, estén a salvo de la humedad.
Por otra parte ese nuevo sentido de la visión, nos hace olvidar que el otro, el de los ojos de nuestra cara, el que nos permite evitar tropiezos y coscorrones, es también el que nos presenta a los demás con todo lo que tenemos, nuestra mirada. Y este comienza a declinar desde el momento en que comienza a elevarse el conocimiento en su sentido más absoluto, el otro sentido vital, el sentido común.
Así, mi amigo, imperceptiblemente, comenzó a cambiar la forma en que podía ver las cosas a su alrededor, más confusas cuanto más distantes, como el poeta italiano, pero a fuerza de reconocerlas en su memoria, ignoraba los rasgos, otrora tan nítidos, del rostro de la Luna, esos perfiles, sombras chinescas, cráteres y montañas, reducido ahora a un circulo de plata rodeado de un halo creciente que, difuminaba su perfil, cada año un poco mas.
Sin necesidad de saberlo, sin necesidad de contarlo, la gente a tu alrededor se da cuenta, cuando tropiezas dos veces con la puerta de cristal, de que algo no va bien, y a veces, solo a veces, te preguntan sobre el lugar donde guardas las gafas.
Mi amigo nunca se planteó tal eventualidad. Seguía viendo cada atardecer su estrella favorita, la segunda más brillante después de la Luna, hasta que dejó de verla.
Comenzó a estar inquieto por las tardes a no dormir por las noches. Buscándola en la madrugada, en esa hora de gloria que precede a la luz, en ese otro lado en que solía esperarlo, y nada. Y no dijo nada. Solo agrió su carácter, se volvió un poco más hermético, en un aparente autismo que le prestaba un manto de gravedad que yo, en principio consideré propio de su edad, de los cambios inevitables que acontecen entre una fase y la siguiente, las hormonas quizás.
Hasta que un buen día volvió a sonreír, las arrugas de su rostro no cambiaron de postura, pero sus ojos si lo hicieron, volvieron a moverse con la vitalidad del que encuentra sentido a lo que puede encontrar en cada ángulo de visión y está dispuesto a disfrutar con ello.
Y, sobre todo, lo hizo, volvió a contármelo, sin pregunta previa, ante la pasividad culposa por mi parte, del que ve que algo no va como debiera y no se atreve, no hace nada por buscar la solución adecuado. Pero del tema culpabilidad ya hablaremos en otra ocasión. Creo, además, que me viene desde Adán.
Lo cierto es que lo hizo. Me dijo que había vuelto a verla, si bien no todos los días, incluso con ausencias de semanas, con mayor brillo que nunca, y con la sensación, que atribuía, podía ser, dijo, a la emoción del reencuentro, de que se acercaba en la noche, se movía hacia él, aumentando de tamaño, como si se acercase hasta un lugar en el que cambiaba su trayectoria para alejarse, muy lentamente, tal como había aparecido, hasta perderse hacia levante.
-Va a ser la Is..- Dije para adentro. Y hasta censuré el pensamiento que precede a la palabra. En ese afán de no cometer el error, de no lastimar al interlocutor con una verdad que, por muy real que pueda ser, no va a beneficiarlo en absoluto.
La ISS. Mi amigo está enamorado de d la estación espacial. Bueno de alguien a quien adivina tras una estrella que, ahora resulta ser artificial. Su crecimiento progresivo, el esporádico incremento, el brillo duplicado cuando alguna nave permanece a su lado, cuando los paneles multiplican su reflejo. Todo coincide.
Y cambió mi gesto, intenté actuar, modificando el asombro hilarante que descubre al sarcasmo, por la expresión simulada, pero eficaz al parecer, mi amigo se alegró aún mas, por la alegría que, en verdad, me habia contagiado y que hizo casi, que una furtiva lacrima me resbalasee, entonces a mi. En la breve noche, en el cielo estrellado de los primeros días del verano.
-Al amanecer todavía es mejor- me dice. Y, hasta los días en que está ausente me resultan felices. Ahora sé que va a volver.
Y yo no digo nada. Solo que he comenzado a mirar a las estrellas desde otra perspectiva. Hasta a las vagas de la Osa. Yo que siempre he estado en las nubes.

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