Reflexiones irreverentes sobre temas nada banales.-
"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos:
"raza" de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se
encuentran en todas partes y en todas las capas sociales".
Viktor Frankl
El hombre en busca de sentido
Cuando te puede el hambre, no piensas en elegir el bar donde
vas a tomar unas tapas – pobres tapas, las barbaridades que hacen en su nombre
– ni acercarte al súper, no. Vas
directamente a la nevera, y te tomas dos o quizás hasta cinco segundos, hasta
que tus ojos guían tu mano dominante, mientras la otra, imprescindible, ancla
la puerta, y coges aquel bocado que te va a resolver el problema de forma
inmediata.
Cuando el hambre es otra, y el último libro leído yace
abandonado de cualquier manera, y en un lugar que no necesita ser recordado,
notas como la hipoglucemia espiritual te obliga a dar tumbos entre los
volúmenes apilados en el suelo, en sitios útiles para tal menester, a los que únicamente
les exiges que no entorpezcan el paso, que eviten tropezarte con cada montón, y
te hagan sentirte mal, no por las consecuencias del tropiezo o la caída, sino
por la sensación de desprecio hacia el alimento, la sabiduría encerrada en sus
páginas. Las abuelas siempre han dicho
que no se puede, no se debe tirar el pan. Y aunque no haya tenido la fortuna de
crecer junto a sus faldas, no vamos a despreciar sus consejos. La tía Eduvigis,
que tampoco tuve, habría opinado igual, que el alimento es sagrado.
Llego a sentir la dependencia psicológica, como cuando me
falta el café después de la comida, y aunque no llego a padecer un síndrome de
abstinencia comme il faut, reconozco que resulta angustiosa la sensación de
disponer tan solo de un par de minutos antes de salir hacia la piscina, para
elegir el próximo título que voy a leer, y no encontrar el adecuado ni tan
siquiera en el montón sobre el monitor en desuso sobre el que suelo ubicar, si
la memoria no me traiciona otra vez, las penúltimas adquisiciones pendientes de
lectura.
Doy vueltas, perdido en el maremágnum de papel, con la
esperanza de que, como casi siempre, encuentre la pieza complaciente en el
lugar más inesperado.
Así sucedió esta vez, “El hombre en busca de sentido” de
Viktor Frankl, en una edición de bolsillo que, suele presagiar su
confortabilidad para el transporte en las manos, e incluso en la guantera del
coche, y si bien debo reconocer que fueron mis manos quienes lo encontraron, y
sujetaron automáticamente, mi mente, traicionera ella, se felicitó por no
haberlo comprado por enésima vez.
Figurar entre los libros deseados pero nunca leídos, supone duplicar o
incluso cuadruplicar la presencia de ciertos títulos en los innumerables
estantes verticales repartidos por el suelo de toda la casa. Quizás esa sea una
de las razones del desorden y del crecimiento desordenado de esta biblioteca
imposible, y quizás esa dependencia compulsiva sea la causante de este
disparate.
No vamos a buscar, ni a castigar, culpables. Asumamos la
situación, y repitamos como Viktor Frankl, cierta frase de Dostoyevski “Solo temo una cosa: no ser digno de mis
sufrimientos”.
O más bien de mi ignorancia, pues esta vez la causa real era
el espléndido caso de serendipia que había dispuesto el librito- y algunos
siguen considerando los diminutivos como sinónimo despectivo, allá ellos – a
través de un regalo, no de una adquisición, y no para mí, sino para la
cotitular de la biblioteca en cuestión. Ya digo que, algunos somos indignos
hasta de nuestros sufrimientos.
Así estaba yo, tan feliz, libando cual colibrí de pico largo
en la flor de sabiduría, de la experiencia atroz del autor convertida en el
manual de auto ayuda que nos ha legado este psiquiatra superviviente de los
campos – de tres de ellos – campos
menores donde realmente murieron la mayoría de los prisioneros bajo un
sufrimiento tan intenso que, algunos siguieron muertos aun después de su
liberación, de haber supuestamente sobrevivido.
Viktor Frankl nos cuenta su estancia en el infierno, tantas
veces relatada para el lector que se ha convertido en un tópico, en una leyenda
de aquello que sucedió a otros, entonces. Nada que ver con nosotros, por más
que recordemos el aforismo atribuido falsamente a Bertolt Bretch. Aquello de
que primero vinieron a por los judíos, luego a por los comunistas, etc.
Algunos tienen, tenemos, mala suerte al elegir el sendero a
seguir frente a la bifurcación. Pero no
me considero, ni os consideréis, los únicos poseedores del estigma, y en todo
caso Bretch, que también erró en la elección, pudo asumir con propiedad una de
las lecciones del libro de Frankl:
"A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la
última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante
cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino."
Busca, y encuentra, Frankl las razones, las fuerzas del
espíritu, que permitieron la heroicidad de
surgir de entre “ Los muertos”, y
no precisamente en el recuerdo nostálgico del primer amor que nos narra Joyce
en Dublineses, y las sujeta con el pensamiento, con la actitud positiva del
filósofo que necesita explicaciones que puedan ayudar a los demás en sus
desdichas. La experiencia convertida en terapia, el motivo que, según él, lo
mantuvo con vida. Repite otra frase sublime, no recuerdo de quien, que dice
algo así: “En la vida siempre se puede soportar cualquier como, si se
tiene un por qué”. Casi nada.
A mi me resulta inverosímil que su por qué fuese el
reescribir el tratado de logoterapia que un kapo le destrozó durante el primer
registro en el campo, pero el respeto a quien lo afirma, me hace darlo por
bueno.
-
Este libro no es para leer en la piscina - me
recrimina durante la lectura, alguien a quien considero sibarita de los libros,
y puede que del pensamiento, y balbuceo alguna justificación sin mucho
fundamento, a sabiendas de que las normas de cortesía, y la necesidad de
consolar mi ego -que antes llamábamos corazoncito- así lo exigen.
Son palabras mayores, paginas repletas de recetas con las
que elaborar suculentos platos que debo conservar en la nevera del alma. Para esos
momentos, numerosos, en que la necesidad me impulsa hacia ella.
Dicen los de la Librería del Congreso (...americano, no
confundirse, que aquí lo que tienen es un bar) que es uno de los diez libros
más influyentes de toda América. Y aparte de que esto de las listas suele ser
otra memez, si os enumero los otros nueve, solo conseguiría añadir una pátina
de desprecio e ignominia al libro de Viktor Frankl, y ciertamente no los
merece. Pero ciertamente ha debido ser positiva su lectura, y seguirá siéndola,
para millones de lectores. Me incluyo entre ellos.
Termino con él, anonadado como siempre que bebo agua fresca y limpia en una fuente
donde, conociendo su existencia, nunca había experimentado el placer de ser
reconfortado por ella, sintiéndome integrado en la infinitud de la madre tierra
y agradecido por estar vivo, vivo y aprendiendo, descubriendo algo nuevo que
quizás sea, el mas poderoso de los por qué el hombre aguanta todos los como.
E inevitablemente, el agua llega a las raíces y estas envían
el impulso vital hacia arriba, en busca de la luz, es decir la duda.
¿Por qué sin ser tu
marido, ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querido, y con eso
tengo bastante?.
Dicho de otra manera, desconozco los motivos de seguir
tirando del hilo este de Ariadna, en el que me tiene sujeto con su implacable
anzuelo, de leer, de indagar, de sobre el holocausto, sobre el pogromo que ha
marcado la historia del siglo pasado. “Hemos matado a Dios” clamaba Primo Levi,
y clamaba como creyente y como víctima, no con la retórica evanescente de los
publicistas que nos asedian desde siempre.
No me gusta el morbo, ni el melodrama asociado a los relatos
lacrimógenos referidos a este tema. No soy judío, supongo, y cuando leo en el
cementerio junto a la sinagoga de Budapest el agradecimiento a los que
permitieron la escapatoria de mil, diez mil seguras víctimas, aquello del libro
sagrado “Quien salva la vida de un solo hombre, está salvando a toda la
humanidad”, le doy la vuelta, y leo “Quién asesina a un solo hombre, lo está
haciendo a toda la humanidad”, y a pesar de que Viktor Frankl insista en que
hay hombres justos: "Los que estuvimos en campos de concentración
recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los
demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba “ a pesar de ello, y de
que sea este categórico al afirmar que no hay que preguntar, no hay que
molestar,(no hay que juzgar, intuyo en sus palabras) a los supervivientes, no
lo tengo claro. A pesar del velo colectivo y justificativo extendido sobre los
ejecutores, los kapos, prisioneros también, y las autoridades judías que
colaboraron con el exterminio (sic) según Hanna Arendt, cosa que le supuso su
expulsión del grupo de los justos, entendido este como monopolio oficial, el
del pueblo elegido.
Sin ignorar la sarcástica y acertada justificación de la
Soah, la del enfrentamiento entre dos pueblos elegidos, el nacionalsocialismo y
el judío, entendidos ambos en su acepción más peligrosa, la de religiones
monoteístas, que lo eran, ya que, evidentemente sobraba uno, no era posible que
dos fuesen “el” elegido .
Discrepo con la justificación religiosa que intenta
convertir el sacrificio criminal en martirio y perdón, para así darlo por
bueno.
Y comprendo en su sentido más profundo, el especular, que
subyace positivamente en la tesis de
Arendt sobre la banalización del mal. Al fin y al cabo, como sostenía Eichman
durante el proceso que lo condenaría a morir en la horca, ellos solo eran unos
pobres burócratas encargados de hacer lo mejor posible el trabajo encomendado,
el exterminio de cinco o diez millones de personas.– después del primer crimen,
los demás se dan por añadidura, no importa su número- y por tanto no hay
culpables individuales, cuando es el sistema – quién no puede ser castigado –
el responsable final.
Supongo que los israelíes no opinaban igual, y que si
hubiesen podido apresar cien o trescientos Eichman, el final habría sido el
mismo. También supongo que el seguir confundiendo a israelíes, con judíos(semitas),
o con sionistas, es error propio de párvulos, de párvulos muy lerdos además.
Hacer las paces a cualquier precio, enterrar el hacha de
guerra por el bien común, olvidar que eres la víctima y que el delincuente
continua suelto, ese es un patrón universal al que no me atrevo a contradecir,
aunque la duda sobre su efectividad corroe mi alma. Los relapsos es lo que
tenemos, la obcecación.
Y sigo buscando preguntas, y a veces encontrando respuestas,
en forma de nuevas preguntas, ahora
estoy leyendo “El artesano” de Richard Sennett, (no asustarse que es
para otro día), y de pronto la imagen del pueblo judío europeo dirigiéndose
pacientemente hacia la muerte, me vuelve a producir los escalofríos propios de
quien se siente en su-mi lugar y en el ahora, en una sociedad que se dirige
exactamente del mismo modo que ellos, irreflexiva y apaciblemente hacia su
exterminio, sin siquiera la coartada religiosa que todo lo justifica, tan solo
ahogados en la indolencia de la ignorancia voluntaria y decidida hacia una
situación equiparable e idéntica a la de ellos, a la de entonces, sucedida hace
tan solo setenta, ochenta años, menos de un siglo, glosada por innumerables
pensadores, historiadores, literatos y terapeutas como Frankl, y absolutamente
superponible a la nuestra.
Vislumbro, como Don Mendo al verderol, la presencia de
numerosos burócratas, artesanos excelentes en la gestión negativa de todo un
país, y puede que de un continente, tolerados y periódicamente confirmados por
la masa mayoritaria de creyentes en que “Tout va bien” como en la peli de
Godard, distraídos con cuestiones metafísicas que ni siquiera alcanzan el nivel
de la pregunta godardiana :¿Puede el amor sobrevivir a la revolución?.
Cuanto envidio a los poseídos por el fútbol, por las tele-series,
por el botellón, por la fe en el partido (el otro, no el del balón), por la
militancia religiosa... por cualquier droga mental que les impide ver con
nitidez las inevitables efluvios de Pandora – el mal – que son parte
consustancial de la humanidad quien, solo teniéndolos siempre presentes,
acotándolos desde cada nueva aparición, podrá evitar o al menos retrasar otro
apocalipsis. De avanzar ni hablamos. “Tout va bien”.
Sí, el primer libro de la lista es “The Bible”, y lo curioso
es que seguramente encierra toda la sabiduría necesaria para hacer menos triste
y dolorosa la vida del ser humano.
P.D.- Las chapas metalícas en el suelo de la acera de su casa , desde donde fueron deportados , se repite interminablemente en las ciudades alemanas. Es un gesto valiosísimo sobre la necesidad de contrición colectiva , de toda la humanidad , y de la necesidad de ejercitar la memoria como prevención de aquello que no debería repetirse.
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