domingo, 29 de diciembre de 2013

MÚSICA MAESTRO.- Edición 2014. (II)

                                                                        

  


Me he dejado llevar esta vez, y no me arrepiento, porque ello sería negar el poder del subconsciente, por la necesidad de seguir la tendencia impuesta por él y acabar, naturalmente, donde siempre, en la música latina – perdón, hispanoamericana – para comprobar, a posteriori, que la primera mitad es prácticamente monográfica. Los boleros, cha cha chas, guarachas  y las cumbias de rigor, junto con otros ritmos afines y cuya etiqueta nunca he llegado a dominar. Ahí están todos, con sus letras tan perfectas que grima me da de compararlas con las de Dylan o Van Morrison, a los que además no les entiendo nada de lo que dicen.
Muy doloroso tener que relegar a próximas ediciones, a los de siempre, a los que acariciaron nuestra infancia desde los descansos del cine, o desde el patio de la vecina, y a los que considero tan de la familia que, no van a molestarse si los discrimino un año más en el baúl de los buenos paños. Ya sabéis que esos en el arca se venden, sin necesidad de hacerles propaganda. 

Pero es que tengo un Molina, y un Farina, Mayte Gaos, Los Relámpagos, o un Manolo y un Ramón que os van a hacer llorar, si es que los vellos de los ojos, es decir las pestañas, no provocan el espasmo de vuestros lacrimales evitando que el llanto hemorrágico delate la ternura de vuestros corazones, por más que creáis que ya lo habéis llorado todo. Os lo prometo.

Me dejo llevar. Creo que es lo mejor. No tiene sentido volver atrás una y otra vez a la hora de seleccionar las cerezas que llevar a la boca. Bien es cierto que no todos los años tienen idéntico sabor. A veces la cosecha se presenta excepcional y,  esto no es causado por las sentencias de los sabihondos de siempre, que ya intuyeron desde el invierno anterior la dulzura, la abundancia, y hasta el calibre del fruto que maduraría cinco meses después, intuición que por cierto, solo manifiestan a posteriori, con la boca y las manos llenas de las placenteras picotas. 

Supongo que el clima, el cielo, la luna y las estrellas, afortunadamente, siguen siendo previsibles en tanto que impredecibles a tan largo plazo y que, además, la situación anímica del comensal tiene tanta importancia a la hora de la degustación, sino bastante más, que la calidad del postre primaveral.
En este caso un puñado de canciones que, como las cerezas, a veces salen del cesto en grupo de tres o de cuatro, depende de lo largos y  fuertes sean sus rabos.

Por eso me dejo llevar, y cuando las miro en la canasta, me doy cuenta de las similitudes, del parentesco entre algunas, cuando no en el factor común, el rojo, rojo cereza, de todas ellas.

Hay una primera y evidente aproximación, inadvertida en el momento de escogerlas, que es el cine, la música de fondo, cuando no las sintonías o la música pretendidamente incidental de algunas películas que, algunas veces cobran vida propia y sobreviven a la banalidad de los títulos que, en principio iban a sonorizar. Son los jingles, los estribillos cientos de veces repetidos y escuchados, junto a los que hemos crecido. Conviene aceptarlos como parte de nuestro tesoro personal, y así me alegro de que, al final, se queden con nosotros.
 
Comprobareis que el principio, y el final, de esta selección, se adaptan, lógicamente con  el suficiente desprecio e indiferencia – marca de la casa – al motivo principal sobre el que os estoy perorando.

Comenzamos con la sintonía del añorado “Cineclub” de D. Alfonso Sánchez, que afilaba el apetito de los cinéfilos adolescentes, y que rara vez eran defraudados ante la expectativa de ver una película estupenda, “film” decía Alfonso Sánchez, con una voz ronca y cazallera, y que pareciera no haber superado, a pesar de su provecta edad, el posible tartamudeo que debió soportar a lo largo de su vida, y cuyo silbido inspira torio, después de cada frase, incluso de las más cortas, sería recordado años después, cuando estudiaba un servidor la propedéutica, entre los síntomas del enfisema pulmonar.

Increíble que un señor tan mayor y con semejante locución entrecortada pudiese explicar con tal aplomo y brillantez las maravillas de la película y  de su autor, la que minutos después íbamos a disfrutar en blanco y gris; -lo del negro y lo del color, eran solo motivos de ciencia ficción. Al fin y al cabo las historias que leíamos en las novelas y, vivíamos en los sueños, según dicen los que sueñan, eran también en blanco y gris.
Colores solo en las estampas de los santos, en las casullas de los curas y en los vestidos de las chicas, los de serrana, aunque viviésemos en el llano. Paradojas de las tradiciones, de las que uno olvida el por qué son así, porque están donde están, para  después renunciar a planteárselo. Tan solo guardamos la parte buena de los recuerdos y es que realmente  las chicas estaban guapas con las cintas de colorines – básicos eh – aunque nosotros no lo sabíamos todavía (que eran tan guapas ni que los colores eran tan infinitos como los del arco iris), entretenidos como estábamos con Alfonso Sánchez. (Véase post del 31 de Octubre, http://hayquevivirla.blogspot.com.es/2013/10/proverbio-chino.html ).

Entonces, tampoco sabíamos que esto era el tema principal de “Mi tío” de Tatí, que no podríamos ver, y por tanto disfrutar, hasta bastantes años después y que, curiosamente, me hizo pensar que – irrazonablemente, con la obstinación de la pasión – copió descaradamente la música de la sintonía de “Cineclub” para esa película. Faltaría más.











jueves, 26 de diciembre de 2013

MÚSICA MAESTRO.- Edición 2014. (I)

                                                      




“Bueno, en aquella época escribía ya novelas, muy largas, de trescientas páginas, cosas increíbles, no. Una se llamaba “Peter va a la ciudad”, e iba yo por la página cien, y Peter estaba todavía en la estación. Así pues, entonces dejé de escribir, el plan era equivocado. Ni siquiera había llegado a sentarse en el tren e iban ya ciento cincuenta páginas. Economía, cero.”
(Thomas Bernhard).

-          Espero no llegar tan lejos.

También dijo, o escribió, que la felicidad suprema es escribir sobre la infelicidad suprema. Y digo yo que vamos a dejar lo supremo para los dioses y, en su lugar, nos introduciremos otro año más en el barrizal de la nostalgia, aunque esta sea inventada; en el charco de los sueños rotos, para los que siempre existirá un zurcido; y como no, en el de la memoria musical, que obviamente, no tiene por qué ser, exclusivamente, la nuestra.
Además, los textos no son de lectura obligatoria, ya sabéis que las mejores ideas son las de uno mismo, y el resto es tiempo perdido. Bien lo sabe Thomas Bernhard. Así que mirad solo las imágenes, y también de soslayo, sin fijarlas demasiado y sin buscarles las jocosas interpretaciones que puedan ofrecer, pasados los cinco segundos de atenta contemplación.

Excusatio non petita.  O bien: Je suis désolé Monsieur.

En un mundo de irresponsables, uno no pretende otra cosa que pasar desapercibido. Por eso esta vez hemos buscado un alibi – coartada en las novelas policíacas – perfecto, las peticiones del oyente.
Además, ante el creciente éxito de las anteriores ediciones, en las que hemos superado ampliamente el decenar de ejemplares, (creo que rondando la docena y media de ellos, igualitos que los huevos de las gallinas sin estrés, las de L.A. sin ir más lejos)  no han dejado de solicitar canciones los feligreses. Como en los años felices de los discos dedicados, pero sin necesidad de dar las dos pesetas de rigor al chofer de la guagua, autobús, o mejor viajera, para que pasase por la emisora provincial con el correspondiente pedido musical.

He aceptado gustosamente las solicitudes, a las que he añadido las de los timoratos que no se atreven a hacerlo pero que, ellos y un servidor, sabemos que las están deseando. Aquellas, por la que el grupo de amigos los identifica,  -la muta de cariño que diría Canetti – y de paso me permito jugar con la doblez inherente al perfecto cínico – por lo del cine – en que los años me van convirtiendo.
En resumen, si os gusta una canción, es que esa la he elegido yo, y si os disgusta, la culpa es, y siempre ha sido…  de la bosanova. Y no necesito deciros quien ha seleccionado cada pieza porque sois, o vais siendo, bastante listos, y menos jóvenes, por cierto.

Un autentico drama. Pensad que aquellas que, cándidamente, considerábamos eran nuestras favoritas, ya están en su correspondiente disco; y son casi cuatrocientas las que han pasado por aquí, no vayáis a creer que  son solo cuatro piquenas (1).
Y son buenas las joias - esta es de Ramona y Fandanga, que ya os caerá en otra ocasión – y resulta inevitable que se pongan a sonar cada vez que uno se detiene a escuchar los recuerdos, esos que los sordos tenemos en tan gran estima. Hay que apartarlas como a los cachorros pegajosos que llegan a confundir el cariño con  el monopolio de un servidor. Que si, que os quiero mucho, pero ahora dejadme por favor.

Pero esto, afortunadamente,  es como cuando sacias tu sed en el manantial de toda la vida, en el que bebes agua fresquita cada primavera, para compensar las perdidas propias de la juventud. A pesar de que quedas ahíto, de que no te cabe otro buche, miras hacia abajo y sigues viendo lleno el recipiente que la naturaleza te ha regalado, y quedas con las ganas de volver a él, a la menor ocasión.
Algo parecido sucede con las canciones, infinitas en número, en relación con el tiempo que podemos dedicarles. Al menos, otras tantas –centenares- están en la lista de salida, cada una con su correspondiente dorsal, esperando la señal para volver a hacernos bailar, soñar, o directamente maldecir al pinchadiscos. Ley de vida.

 
(1)   Piquena.-
Palabra ancestral de oscura y confusa etimología, por cuanto la asociamos a un trozo de pizarra que arrastrado por el suelo solía ser pieza imprescindible en los juegos de las chicas cuando sus tiernas piernas, todavía no nos provocaban amarga incertidumbre. ¿Qué tendrán más arriba de donde terminan los calcetines? El juego era exclusivo para niñas con calcetines. Jugaban a “La Piquena”.

Conste que he quemado alguna neurona buscando su origen, al igual que otras como “soleto” o “bolcheta” cuya solución tuvo el mismo grado de dificultad que un sudoku de esos que pone “dificultad grado medio” y que después terminan en el cesto cuando compruebas que la has pifiado al menos en un par de cuadros, casi al final, y la cosa ya no tiene solución.
Hay otras como “choncha”, que sigo sin controlar, aunque la que nos ocupa me fue manifestada por revelación, como algo natural y cristalino. De momento la dejo a criterio de vuestro cacumen –esa si, por favor- a ver si dais con ello. La razón por la que a un trozo de pizarra plana, que los chicos utilizábamos más propiamente para fabricar piteras (2) la llamamos piquena.

(2)   Pitera.-
Planta vivaz, oriunda de Méjico. Según la RAE.
-Van daos, valiente desperdicio.

De la búsqueda en la red, entresaco definiciones no menos divertidas:
”Agujero en una cántara de leche, que se puede corregir con estaño líquido. Posiblemente hoy esto no se hace porque ya no hay recipientes de leche antiguos”.O bien: “Olor raro a cerrado y poco higiénico”.

Espero que me aclaréis su procedencia y no su significado, del que guardo alguna señal en la calva, para no tener que esperar hasta tener otra revelación, que cada vez me resultan más dolorosas.





 ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

lunes, 23 de diciembre de 2013

CHRISTMAS, CHRISTMAS...

TENIAN MUCHOS EN LA TIENDA, PERO SOLO ME HE QUEDADO CON ESTOS DOS.

!FELIZ NAVIDAD Y... LO QUE VENGA DESPUES!.





----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

miércoles, 18 de diciembre de 2013

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.-(43)


"Diagrama que ilustra un ejercicio para restaurar el contorno juvenil de tus mejillas"
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

lunes, 16 de diciembre de 2013

YASUJIRO OZU EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-




 

Han tenido que abrirse las puertas del cielo, de la nube digital, para poder entrever la gloria celestial y recobrar el tiempo perdido, el de profesar la fe en el cine de un  autor como Yasujiro Ozu.

Un solo título tuvo la culpa, Tokio Monogatari,  que figuraba en algo tan ingenuamente respetado para el cinéfilo, como es la lista de las diez mejores películas de todos los tiempos.  La canónica, elaborada por los críticos de Cahiers, que no tuvieron en consideración la recaudación en las salas, los intereses de la industria, ni siquiera la posibilidad remota de que nosotros, sus feligreses, pudiésemos contemplarlas.
Así quedó “Cuentos de Tokio” como tantas otras dando vueltas en la memoria evanescente hasta aparecer un buen día, como maná celestial, en la filmoteca casera.  A partir de ahí, el flechazo, la historia de amor por un estilo, por un género apto para todas las edades, el melodrama encerrado en todas y cada una de las películas de Yasujiro, y las andanzas compartidas entre sus personajes y el espectador quien, indefectiblemente, termina convertido en uno de ellos.

Periódicamente algún amigo me hace ver que ha descubierto un director desconocido, Ozu, y se ha sentido en la necesidad imperiosa y urgente de ver todo lo su cine. Me surge siempre la sonrisa interior, doble en este caso, por compartir esa felicidad, esos noventa minutos repetidos tantas veces como uno pueda, y por el inmenso número de películas que ha firmado el maestro, desde las postrimerías del cine mudo hasta los albores del technicolor.
Reconozco que durante un tiempo, decidí colocarlo en el altar con otros tres santos de mi devoción, Renoir, Ford y Buñuel, pero lo cierto es que Yasujiro sigue en la tablilla central, con grave riesgo de que el templo termine a su nombre. Excelsa candidatura.

Ni el blanco y negro, gris sucio antes de las remasterizaciones, ni las extrañas ropas que visten los actores y actrices, tan ajenas en las tradicionales niponas, e incluso en

sus amagos de incipiente occidentalización, ni tan siquiera la austeridad  evidente en producciones, destinadas a rellenar las horas y las tardes  en los cines del Japón de postguerra. Con tan solo media docena de actores, casi siempre los mismos, y en idénticos papeles. La cámara fija, en interiores cuadriculados, hogares con paredes de papel de bambú, puertas correderas y escaleras que solo tienen su función primigenia en el medio de donde surge el cine de Yasuhiro, el teatro.


Ninguna de esas aparentes limitaciones nos  impide zambullirnos  placenteramente en un escenario obsoleto de fotonovela exótica. Los insertos neorrealistas que muestran la desnudez del suburbio, cuando todas las ciudades eran un gigantesco suburbio, los cables eléctricos, el humo del tren que se aleja, marcan con absoluta precisión los tiempos de los cuadros, las escenas  y los actos de la función, que de todo ello tiene el teatro filmado.



La austeridad de la puesta en escena, y la aparente pobreza de sus exteriores, no hacen otra cosa que resaltar magistralmente las historias cotidianas de sus personajes. 
La madre perfecta, omnipresente en su ausencia, las hijas y sus vicisitudes preconyugales, tan de Jane Austen ellas, que te hacen sucumbir en las redes de ese género imperecedero, el drama sentimental. Perfectamente acompañadas por sus parejas futuras, frustradas o pretéritas, mientras los parientes, vecinos, y sobre todo los amigos del padre, cierran el circulo de afecto y solidaridad de esa institución intemporal llamada familia.
Constelación humana que gira alrededor de un astro muy especial, de un personaje afable, humilde hasta la modestia, parco en palabras y de sonrisa tan exuberante como perenne , tan natural como sincera, el padre. Interpretado por Chishu Ryu, quien personifica con un frugal aditamento,  bigote y  taza de sake, la fusión entre oriente y occidente, a la vez que muestra el poder que la economía de gestos tiene a la hora de crear un personaje que se nos vuelve tan entrañable como su familia, como su mundo, como el cine de Yasujiro Ozu que define perfectamente el significado de esas dos palabras, cine de culto. Imposible no rendir culto, no volverse feligrés apasionado de sus películas. 



sábado, 14 de diciembre de 2013

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 10 -

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

jueves, 12 de diciembre de 2013

SIN PALABRAS.-

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

martes, 10 de diciembre de 2013

EL PUENTE .-



Supongo que es uno de esos derechos laborales,- el unir festividades con fines de semana-  que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir y que si lo ejercemos, es gracias a la lucha obrera de los últimos cincuenta o cien años, según sea el interés del narrador en cuestión.
También sospecho que estos intervalos consumistas y sincopados han surgido alrededor del desarrollo económico del país y que, según han venido los tiempos, tanto se han reproducido como hongos en un otoño húmedo y templado, como están iniciando su remisión temporal cuando las cosas vienen mal dadas, como es nuestro caso.

Lo del esfuerzo, la lucha,  la sangre y la cárcel, me suenan a fantasía propia de capilla conventual, cubierta de exvotos y de reliquias óseas de los santos de esta religión, la misma que insiste en que hubo una transición, que tampoco he vivido, - al parecer soy de los pocos que no lo han hecho - aunque la mayoría hable de ella como del paso del Rubicón, o las quemas de las naves por los chicos de  Cortés
En todo caso no puedo negar que algunos muchos hayan penado por sus ideas altruistas en este valle de lágrimas, y otros, bastante numerosos, se hayan  beneficiado de dicho sufrimiento. Es cosa natural.
De ahí que ponga en cuarentena el dogma sobre los derechos laborales en un país donde el trabajo es una utopía, y donde el descanso semanal de este puente decembrino – realmente ha durado casi una semana- haya sido  penoso y obligatorio para aquellos que no estamos en absoluto cansados, temiendo además que no pase de ser otro esperpento, para disfrute o castigo de una población ciertamente estupefacta y desorientada.
Lo he sufrido, el puente, y no he podido evitar pensar en ello,  asociarlo a ciertas ideas que vienen a ser nuevos chaparrones sobre las viejas goteras de mi tejado. Me sigo mojando, y lo sigo contando.


Alfredo Landa, hasta entonces el cómico que representaba la represión celtibera del varón en la España preconstitucional –insisto en el detalle, solo para los creyentes- decide incorporarse a un papel donde la tragedia, más bien la tragicomedia, margina el rol del payaso que llegó a dar nombre a un género propio, el landismo. Si bien el encomiable intento previo en ese empeño personal, “La niña de luto” de Summers, es otro de esos clásicos de nuestro cine del que, todavía desconozco las razones para su inexplicable olvido.
Bardem le consigue el papel ideal para su segundo asalto en “El Puente”, desgraciadamente usurpando el título de la obra maestra de Bernard Vicky, cosa poco halagüeña, para comenzar un discurso.
El personaje landista, el del obrero que niega su solidaridad a los compañeros en crisis y que ante la posibilidad de convertirse en esquirol – el peor de los pecados para la religión aquella- decide tomarse el puente sobre su Montesa Impala – Mi adorada Honoria “la Pop”, Snif- y atravesar media España hasta llegar al paraíso costasoleño donde las suecas, el walhalla del landismo- presumiblemente lo estarían esperando.
Y es este viaje el protagonista real de la película, película on the road, en la carretera, y viaje iniciático, como el del personaje de "El guardián entre el centeno”, el cuento de Salinger donde el adolescente rompe la cáscara del huevo donde ha estado encerrado para comenzar a volar en un mundo ciertamente inhóspito. Algo así sucede con el bueno de Alfredo, a lomos de su monocilindríca, motor de dos tiempos, y provisto de su slip-bañador estampado en piel de leopardo.

El genuino macho a la búsqueda del paraíso terrenal, a través de la realidad de una meseta desértica donde los verdes civiles, las procesiones religiosas,- que por aquello de la autocensura solían reconvertirse en desfiles fúnebres, entierros donde no faltasen los elementos de humor negro tan esenciales en la iconografía de nuestros artistas-  y las fiestas patronales en las que el elemento central es la novillada, o similar, más la fuga y posterior detención por la guardia civil, del aspirante al matador que no quiere convertirse en víctima, constituyen el horizonte espacial del atribulado viajero.
Viaje circular en el que, una vez has vuelto al punto de partida, te das cuenta de que ya no eres el mismo. Convertido en otra persona, te has iniciado en la búsqueda del santo grial,  llamado justicia, o al menos, para los modestos, coherencia.

La exageración en los contrastes, en la puesta en escena de la insolidaridad más cruel, elemento básico en la sociedad de los sesenta,- como en la de ahora- llega a restar credibilidad al fresco social `pretendido por Bardem. Su afán docente, educador de la conciencia del espectador, penúltimo intento de conseguir conversos para un credo que ha renunciado incluso a su nombre, comunismo, lo echa a perder.
No obstante, creo que el cine español ha sido injusto con el filme en cuestión y también con Bardem, una de las dos palmeras del desierto junto a Berlanga, a las que habría que añadir quizás a Picazo, inolvidable Tula, Tulita; y sin duda al pelirrojo, a Fernán Gómez.
Nostalgia de Landa, de su motocicleta y de la España de aquellos años, la que quieren vendernos como emporio de resistencia activa, caldero efervescente de mártires  frente a la dictadura, para justificar sin duda los beneficios recogidos por aquellos presuntos luchadores que, entre otras cosas, santificaron la sucesión milagrosa entre jefes de estado, totalmente ajenos a los deseos y necesidades del país, con el salvoconducto del testamento personal camuflado a modo de democrático referéndum , herencia antinatural que convierte en perenne el “Vivan las caenas” de hace doscientos, o cuatrocientos años. Vaya usted a saber.

Y mientras el fraude se perpetua, y los epígonos de Bardem añaden el apellido “plural” a su nueva agrupación, la fiesta, el puente, sigue vivo.

Ahora, el puente más bien parece la fiesta del fin del mundo, aquella del paso al año mil o al dos mil, en la que hay que apurar todo el placer que nos quede en los bolsillos, antes del Armagedón.

Ignorando, los de siempre, que las fechas, incluso las históricas que presumiblemente cambian a un país entero, pasando de algo llamado dictadura a algo mal llamado democracia, las fijan en el calendario, a posteriori por supuesto, para intentar convencernos de lo contrario de lo que estamos contemplando.
El paisaje que Alfredo Landa recorría en calzoncillos, y que resulta idéntico al de hoy, derechos laborales incluidos. Un largo, larguísimo puente que no nos ha transformado en personas diferentes. Cincuenta años, medio siglo, el tiempo que antes incluía dos generaciones, empleado en volver a idéntico lugar, sin siquiera cuestionarnos si el error está en el mapa, en la señorita del GPS que sigue recalculando el recorrido, o simplemente en el conductor, en cada uno de nosotros.

Por más que el quinto de cerveza medio caliente de la venta junto a la gasolinera, se haya convertido en la infinita gama de gin tonics que hoy puedes elegir combinando las veinte ginebras con las treinta tónicas de la carta en el resort de  cada cruce de carreteras. Como entonces, para el que pueda pagarlo.

Y como entonces el paisanaje sigue siendo idéntico, y el contraste entre el país virtual y democrático donde impera la ley emanada de la voluntad popular, y la realidad de los sufridos landistas, solo sirve como motivo de reflexión y de títulos para otro par de películas, “El viaje a ninguna parte” que venía a ser una versión coral de la de Bardem, y “Dios mío, como he caído tan bajo”, esta de Laura Antonelli antes de fallecer tras el último de sus innumerables procedimientos de cirugía plástica.

 ¿Otra metáfora?
 


Archivo del blog