sábado, 9 de septiembre de 2017

PADRE E HIJO.- (SEGÚN TANIGUCHI Y....)






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EN LOS SESENTA, ESTO NO ERA MACHISMO.-






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miércoles, 6 de septiembre de 2017

JUAN BELMONTE SEGÚN CHAVES NOGALES .-



Biografía narrada en primera persona por el protagonista, hijo de un chamarilero de la Alameda de Hércules, más tarde trianero y postinero.
El retrato costumbrista de la Andalucia de un siglo atrás lo veo tan familiar como el ovalado de los rostros de los abuelos, en gris evanescente, que tuve frente a mí en el comedor durante años inolvidables. A mi hermano, sentado frente a mí, le tocaría memorizar la sagrada cena, en colorines, y supongo que seguirá viéndola cada vez que la gripe eleve su temperatura por encima del nivel alucinatorio.

Quizás nada diferente de lo que vivimos hasta hace bien poco, con los dos dos o tres hiatos sociales y económicos que han pulverizado la continuidad de las costumbres y el modo de vida, y por tanto, el de relacionarnos de los españoles. Hasta la tragedia aquella, la mera supervivencia resultaba milagrosa y ello era más acusado en el Sur y en la Raya, donde el retraso en muchos aspectos respecto al resto del país, era de varias décadas. No fue hasta los sesenta en que, con el advenimiento catódico y la oleada de la emigración con retorno periódico debido a las facilidades de los universalizados transportes por carretera, pudimos considerarnos realmente una unidad de destino en lo universal, para bien o para mal, como llevaban diciéndonos desde mucho tiempo atrás.

 Hasta entonces esa unidad era unicamente un acto de fe, por el que suponíamos que vascos o catalanes malvivían igual que nosotros y los chicos de la capital disfrutaban con nuestros mismos juegos, solo que algo más pálidos de piel, y más cercanos al dios unificador, al Real Madrid, que es quien supongo personalizaba y sigue justificando aquella unidad de destino en lo universal.

La infancia de Juan Belmonte, a principios del siglo pasado, tiene tantos puntos en común con la me tocó en suerte, cincuenta años después, que ese lapso de medio siglo, ese retraso forzoso por aquello de la autarquía de marras, me resulta una bendición a la hora de recuperar las figuras de caramelo rojo pinchadas en un palo, con forma de gallo o de pez, que tanto Belmonte como un servidor hemos disfrutado y que, nunca más.

Bueno, de este hombre conocía la leyenda, que incluía un triste final, desgraciadamente real, y su presunta y voluntaria adscripción al grupo de los “desafectos”, condición que curiosamente sigue presente en ciertas zonas donde el poder se eterniza durante generaciones en las mismas manos. En cualquier sistema totalitario debes pertenecer forzosamente al grupo de los “afectos” - el gallego pronunciaba “afeto”- o al de los “desafectos”, no hay termino medio, y los simpatizantes del Atleti siempre hemos sufrido la conmiseración de los auténticos creyentes en las dos españas, solamente dos.

Curiosamente, - la biografía del torero está llena de curiosidades que no son tales- el cacique de Sevilla en aquellos tiempos, quién auspiciaría, simplemente consintiendo, como todo cacique, la carrera del torerillo, se llamaba Rodriguez de la Borbolla, como su hijo o nieto - dinastias que se perpetúan- quién sería presidente democrático de la comunidad. Uno despachaba, y sigue despachando, en el casino de la calle Sierpes, y el otro en la sede del gobierno andaluz.

Hoy sin embargo no parece creible que ningún torero actual haya tenido que pasar hambre, invitado forzoso en las cárceles de los pueblos durante la capea, o mendigando, a veces malherido, por los cortijos. Desde hace tiempo, los padrinos son sus familiares, cuando no pertenecen directamente a una estirpe que les facilita el nombre y hasta la gloria por herencia, Alguna diferencia existe en el oficio y en su aprendizaje, naturalmente. Si bien curiosamente -otra vez- ya en tiempos de Belmonte los antitaurinos se movilizaban contra la sed de sangre por parte de las masas endomingadas. Nada nuevo en ruedo ibérico y, en todo caso, ineficaz manera de intentar cambiar esa faceta de la condición humana.

El género biografía impone sus condiciones, más allá de los paralelismos que una época establezca sobre otra. Es la historia de un personaje trasmutado en persona por obra y gracia de Manuel Chaves – curiosidades sin fin, nombres repetidos – quien nos va describiendo el progreso de un chiquillo de arrabal hacia la persona excepcional en que llegó a convertirse, hacia esa figura a quien la fama ni el dinero privan de humildad en ningún momento, y quien, con la mayor humanidad, nos va descubriendo paises, amigos, y toda la parafernalia que rodea a ese mundo donde la gloria estaba al alcance de muy pocos.

Nos descubre a Valle Inclán toreando en cierto tentadero, sin el riesgo de que nadie le llamase paratorero, por aquello del brazo único, y su arraigada amistad con Belmonte a quien llego a alabarle con aquella frase de leyenda; “Ya lo has hecho todo en el mundo de los toros Juan. Solo te falta morir en la plaza” y la servicial respuesta del torero: “Se hará lo que se pueda, Don Ramón”.
Quién si lo hizo fue su pareja de baile durante muchas temporadas, Joselito.

El maletilla convertido en señor latifundista, el Don Juan que sufre desde su cortijo la antipatía hacia los señoritos y la acometida de los primeros y últimos intentos de socialización de los bienes de producción agraria, como explicaban los mesías de aquella revolución que nunca fue.

Lástima de finalizar la novela de una vida en la mitad, justo en medio de la niebla que aleja al escritor hasta su inmediata desaparición en el exilio, devolviendo al torero a su mundo interior y a la peor de las censuras, la de la ignorancia, el ostracismo de quién no conviene tener cerca, quizás por impertinente, quizás por disponer de una presunta audiencia popular que convertiría en peligrosas sus declaraciones. Nunca lo sabremos. Para mi es solo un fantasma de la época del blanco y negro.

El que se quitase la vida cuando yo estaba haciendo la primera comunión, ya lo sitúa en una galaxia pretérita, el que lo hiciese en su finca de Utrera, donde cuarenta años antes había llamado a la puerta para pedir un poco de pan y unas gotas de aceite, escuchando el revulsivo “Perdona por Dios” que a punto estuvo a convertirlo en un pordiosero vitalicio, son anécdotas que asemejan círculos que se cierran sobre la vida de cada cual. Curiosidades que te aproximan y te alejan a la fortuna de una figura estimable de la que lamentaremos desconocer sus ideas y opiniones durante la última mitad de su vida. La primera resultó excepcional si creemos a Chaves Nogales.

–“Pue... pue entonces –decía, ante cualquier problema– no queda má solución que er tiro; er tiro y ermontoncito de tierra... er montoncito...

Al entierro no fue mucha gente. A sus funerales, nadie. La Iglesia pasó por alto el suicidio. A muchos les pareció, el acto de Juan, una cobardía; a otros, un acto de entereza, digno de Belmonte. La gente joven no se emocionó: siguió hablando de fútbol.
(Andrés Martínez de León)

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