martes, 25 de abril de 2017

EL CIELO, LA CHARCA, Y TÚ.-

                             




Las cigüeñas han vuelto a la torre del campanario.

Ni los ahuyentadores electrónicos, ni los pinchos verticales en el tejado han conseguido liberar de esta “plaga” a la que ha sido residencia familiar inexpugnable durante quinientos años.

Nuevo párroco, nuevos medios, y fallido su intento de cambiar el uso natural del cielo, intento convertido afortunadamente en un espejismo. Al menos ha durado lo que duran ellos, los espejismos.

Bien es verdad que todavía no anidan donde antaño lo hicieron, pero el contemplarlas posadas en su sitial, oteando desde las alturas el predio que les da de comer, me hace abrigar la esperanza de que la reconquista puede ser inminente.



Son días de volver a la tierra de donde venimos, a reforzar las raíces y a pisar el suelo, a andar en los mismos caminos, aquellos donde los años nos fueron convirtiendo en adultos. Curiosamente, ahora cuando cierta dificultad inherente a la incipiente rigidez cervical te dificulta el mirar hacia arriba, es cuando comienzas a valorar la importancia, la belleza de esa parte de tu mundo que está por encima del horizonte visual, el cielo.



Sobre este, y su función de pantalla donde se proyectan las imágenes mas prodigiosas  que he podido contemplar- aparte los ojos de alguna garota- resulta difícil, e inconveniente creo, el intentar cualquier tipo de descripción que distraiga de la invitación del “Ven y mira”, los cielos como lienzo de azules por donde las nubes circulan con formas, tonos y velocidades propias de la primavera, en visión de 360 grados reales, sin necesidad de 3D ni de adminículos virtuales, y su prodigioso y paulatino cambio al de la nocturnidad, donde las estrellas, constelaciones enteras pueden ser tocadas con las manos, con la mera asistencia del chupito que tomas como postre en la cena.

Todas estas maravillas, que hacen palidecer las siete de los que solo miran el suelo evitando pisar la mierda ajena –siempre lo es- solo se dan, inevitable e insistentemente, en un solo lugar, el tuyo.



Miedo me da el promocionar semejante belleza, aunque quizás tenga que repensar en el negocio de hamacas y collarines de alquiler, si el proyecto sigue adelante.

Hace tiempo que los turistas se han convertido en parte del paisaje, viajeros que vienen de bastante lejos, las ciudades grandes y los aeropuertos quedan distantes afortunadamente, y los conocedores, auténticos gourmets de la naturaleza, van incorporándose como iniciáticos descubridores de este mundo donde se convierten inevitablemente en un nuevo elemento de la fauna local, no necesariamente humana.

La mayoría son, si no feos, realmente raros. Aves migratorias de reciente aparición, cuyo porte, edad,  vestimenta, o incluso el sexo – indefinido- los hace incompatibles con los turistas al uso, ni tan siquiera con los coreanos o insersolistas que pueblan nuestros destinos patrios. En todo caso son bienvenidos, y ellos lo saben, vienen,  vuelven, y marchan felices con sus perrunillas y sus patateras, y con la satisfacción de haberse convertido durante horas en pájaros que intentan surcar felices este cielo maravilloso.



Los otros, igualmente verdaderos, me han producido orgías visuales ininterrumpidas, durante mi estancia. Las golondrinas en su fase de autopromoción inmobiliaria, veloces cazas monomotor, construyendo sus nidos con un ritmo tan frenético que en menos de un día consiguen hacerlos habitables, pintados con el gris verdoso del cemento fresco, para aparecer al día siguiente prácticamente blancos y ocupados por sus derechohabientes, con la cabeza de la hembra asomando en su puerta,  orgullosa de que los huevos, y sus consecuencia, estén al caer.


Espectáculo maravilloso, temiendo que choquen contigo, en cualquier momento, los centenares de andorinas que sin duda limpiarían de insectos el aire de todo el pueblo, si no estuviesen dedicadas a una actividad reproductora que les exige la totalidad de su tiempo y de sus vuelos.


Veo que han sido expulsadas de los bajos en los balcones municipales donde anidaron el año anterior, y supongo que tanto la autoridad civil, como la eclesiástica, han coincidido en su intento de boicot, afortunadamente infructuoso, a las fuerzas de la naturaleza, cada uno con sus razones benefactoras, bien sea la higiene, bien el alejamiento de la alegoría del pecado promocionado por los animalitos en sus efluvios reproductivos primaverales, o quizás, quien sabe,  por su mera insistencia.



Más que nunca, y desconozco la razón, he podido observar aves rapaces y carroñeras que creí extinguidas por la estúpida asunción de la inexistencia de aquello que no puedes, o no sueles, ver.


Águilas, aguiluchos, milanos, cernícalos, buitres, cigüeñas negras, abubillas, rabilargos y cogujadas (cogutas en vernáculo), entre otra docena de especies al alcance de la vista y para placentero despertar  de esa sensibilidad que por momentos creí yerma y agostada.

Lástima de prismáticos inadecuados y de no hacer caso a los especialistas en la observación de pájaros, en el imprescindible equipamiento con correctos “alargavistas”, iguales o superiores a los de 8 x 42 aumentos.



No puedo menos que haceros participes de aquella parte de la canción  sobre el milagro de los pajaritos de San Antonio, en la que se incluyen los nuestros.

Si queréis verlos ya sabéis mi paradero (No en el frente de Gandesa, ni en primera línea de fuego, por favor). 


Sobre los extraños viajeros – volved a ver “El extraño viaje” para comprobar que de extraños no tienen nada- y sobre los zombis que atraviesan las calles de Macondo corriendo en pantalones cortos, como en la necesidad, o imposición de que vengan ya “corridos” desde su respectivas procedencias, ya insistiremos otro día.

Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.

Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.

Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.

Salga el cucu y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.

Salgan verderones
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».



(El padre del niño Fernando, que así se llamaba quien más tarde sería Antonio de Padua, llevó a su hijo a una de sus heredades a las afueras de Lisboa para que cuidara de ella y evitara que una bandada de gorriones comiera el grano recién sembrado. Su poder sobre las avecillas hizo el resto).

De Lisboa nos llegaría también el gran terremoto, el big one, que quebró la torre de la iglesia de  abajo arriba, dejando esa grieta donde anidan los murciélagos (gazpachinos en vernáculo), hasta ese lugar en lo alto donde permanecen las cigüeñas que iniciaron este relato.



Cosas que pasan. (Esa es milonga, de Larralde).




 -------------------------------------------------------------------------------------------------------------

miércoles, 19 de abril de 2017

UN MANDERLEY IGNÍFUGO.-




 
Anoche soñé que volvía a Manderley. Estaba ante la verja de hierro. Pero no podía entrar. Entonces, me imbuyó un poder sobrenatural, y atravesé la verja. El sendero serpenteaba y se retorcía y vi. que había cambiado, la naturaleza recuperaba otra vez su lugar invadiéndolo con sus tenaces dedos. El sendero se retorcía más y más. Y al final estaba Manderley. Sus muros seguían perfectos. La luz de la luna, engañosa me hizo ver luz en las ventanas. Pero una nube tapó la luna como una mano sombría. La ilusión se fue con ella. Era un caparazón abandonado sin susurros del pasado. No podemos volver a Manderley. Pero yo vuelvo en sueños...

Siempre que regreso de vacaciones, por reducidas que sean, me encuentro retornando a Manderley. Recreando en primera persona, como en la peli de Hitchcock, la historia desgraciada de la mansión y de los malos ratos que hizo pasar a la protagonista, que nunca se llamó Rebeca, a pesar de lo cual no olvido nunca una rebequita cuando salgo por las tardes, a sabiendas de que el frescor nocturno la va a hacer necesaria casi todo el año.
Vuelves a tu entorno una y otra vez, y sueñas ese regreso en cada vida que empiezas una y otra vez, interminablemente, en ese renacer infinito en que la imaginación transforma la eternidad. Algo tan cierto y efímero como la propia memoria, inaccesible a las vidas anteriores y a las sucesivas y, seguramente, tan ficticia como ellas.

 
Pero esa Manderley sigue presente en cada uno, ese castillo a veces tenebroso, a veces luminoso, iluminado por el reflejo de los setos y las flores de su jardín, simboliza el proyecto en que has embarcado tus días, esperanzado en  que tu esfuerzo lo haga brillar hasta el extremo de satisfacer la admiración ajena y el ego propio, que suelen ir aparejados. Y si no consigues marcar en su historia  el instante sublime, el punto de mayor gloria en su trayectoria, al menos si el mantener su prestigio como lugar donde sus propietarios, lo somos todos, han sido felices en alguna ocasión, al extremo de recordarla como el lugar al que la memoria, los sueños, gustan regresar.

Sucede que en la película, y en la novela, como en la vida, ese hogar ancestral puede tener incrustado un espíritu maligno, al que no descubres hasta que es demasiado tarde para conjurarlo sin que previamente te haya hecho daño. Y ello en el caso de que dispongas de una conjura, de un exorcismo adecuado, que estos últimamente no los encuentras en las buenas ferreterías, ni en las tiendas de bricolaje.
Te haces la ilusión de que en la próxima vida, la próxima e inexistente ocasión, no te dejaras embaucar otra vez, y así vas tirando hasta que termina tu argumento.

Esa ama de llaves malvada, esa Sra. Denvers, te hace la vida imposible una y otra vez, te arruina cualquier posibilidad de que el trabajo progrese adecuadamente, y te saca a relucir vicios y defectos morales que jamás soñaste poseer.

El centro de trabajo, la administración pública, el barrio y la ciudad donde resides, es tu castillo de Manderley, rodeado de muros de normas desfasadas y de portillos por donde los chantajistas y adúlteros de  película, los corruptos y los malos gestores, santificados todos por la legitimación de las urnas, o el consejo de la tribu, por las buenas o malas costumbres convertidas en salvoconducto, y por la inacción de quienes ven en el primero y más inútil de los siete velos sociales, el de lo políticamente correcto, la regla fundamental del juego, la de mantener las apariencias mientras ello sea posible, mejor  si es para siempre.

La malvada gobernanta, no solo simboliza los vicios y pasiones de los crápulas que controlan las llaves y  el peculio de todo el país, sino que intentan ocultar sus deseos impuros, y relaciones pecaminosas, realizadas y registradas una y otra vez a la vista de todos, y por si fuese poco están dispuestos a quemar la mansión con ellos dentro si fuese menester. No sería la primera vez. Y tampoco lo sería únicamente en la ficción.

Lo único que me sigue pareciendo admirable, es la capacidad del espectador para valorar la excelencia en la actuación del malo, el oscar mejor merecido de la historia, el de Judith Anderson, y el seguir lapidando-mentalmente, claro- a los responsables del incendio, a los que hacen inhabitable Manderley tras cada regreso, como si todas tus vidas posibles estuvieran encerradas en esta que nos ha tocado, y solo podamos lamentarnos de manera interminable. Y solamente eso.

Es de suponer que, hasta la pobre chica de la película, a pesar del final feliz,  no va a ser en absoluto feliz el resto de sus días, después de lo mal que han hecho pasar a la criatura los noventa minutos precedentes. Noventa minutos, noventa días que afortunadamente estamos dentro de la otra sala oscura, o los noventa años que nos van a hacer malvivir  para demostrarnos que la autentica Rebeca, la ex, tampoco hizo bien quitándose de en medio de aquella manera.

    - Sra. Denvers. Quiero que se deshaga de todo esto.
- Son las cosas de la Sra. de Winter.
- Ahora soy yo la Sra. de Winter
.

¡JÁ!


P.D.- Ciertamente hay otros mundos, otras posibilidades, que están también dentro de este. Lecciones que, sin obviar las de la experiencia, hasta el cine y la buena literatura  -Daphne de Maurier en este caso- nos ofrecen de vez en cuando.

---------------------------------------------------------------------------------

lunes, 10 de abril de 2017

LOS ARPONES DE CANETTI.-

                        
           




Elías Canetti habla en “Masa y poder” de los anzuelos que la vida va clavándote a lo largo de los años, del malestar que producen, y de que la única manera de librarte de ellos es colocárselos a otro – se supone que otro más débil que tu - o bien conseguir llegar a un plano superior- el ascenso profesional o social- que te haga minimizar sus molestias, consiguiendo ocultarlos en ese lugar de sombras que llamamos olvido.
Me pareció tan cruel la observación, dentro de un ensayo tan inteligente, que no he dejado de darle vueltas. A veces me asombra la clarividencia de Canetti, y lo incontestable y acerado de su reflexión. Otras veces encuentro hilos de los que penden tramas paralelas enriquecedoras y, a veces, contradictorias con su planteamiento inicial. Salvo, quizás, que su intención no fuese otra que la de hacernos pensar.

En primer lugar, el anzuelo tiene unas connotaciones que considero inadecuadas para que la metáfora resulte redonda. Requiere un señuelo adicional, una carnaza, una lombriz viva que atraiga nuestra codicia de depredadores, o quizás la necesidad de la pura supervivencia, y nos engaña con su trampa visual u olfativa hasta hacernos merecedores del justo castigo a nuestras infundadas pretensiones. También el anzuelo requiere un sedal que lo acompañe, un cable fuerte que arrastra a la víctima. No se cumple ninguna de estas condiciones en los anzuelos, igualmente molestos, que Canetti va clavando en nuestras espaldas hasta convertirnos en animales heridos, en fieras del bosque ciegas y doloridas que solo fían su posibilidad de escape en adoptar aquella vía de adaptación de Adam Selye que implica la extrema ostentación de poder, la agitación desmesurada, y la violencia extrema si fuese menester, para conjurar el peligro desconocido, el dolor lancinante cuyo origen no puedes ver, ya que lo tienes detrás.

Por otra parte, esos anzuelos que súbitamente mortifican tus lomos, no pocas veces aparecen sin que hayas sido atraído por tentación alguna, más bien asocias al azar o a lo maldad o estupidez intrínseca del ser humano, que no pocas veces van unidas, y que en todo caso nada tienen que ver con tu atracción por algo que los justifique.
La otra vía de Selye, la única alternativa a la reacción de aquel a quien le clavan las banderillas, es la sumisión absoluta, la inmovilidad total, el hacerte el muerto esperando que te ignore el enemigo cuya capacidad de observación o intenciones de exterminio desconoces. Dicen que a veces funciona esta segunda opción, y en el mundo animal suele observarse su demostración en algunas especies. Entre los bípedos creyentes-el nivel más alto de vida sobre la tierra, y ya es creer-, se nos antoja una forma de suicidio que también los documentales, Shoah incluido, nos confirman en su modalidad colectiva.

En todo caso, me permito cambiar anzuelo por arpón, de los que el dorso de Moby Dick estaba harto provisto, y que no mereció ella, la mítica ballena, por acudir al olor de las sardinas o al engañoso canto de las sirenas, sino tan solo por el hecho de estar viva, y quien curiosamente satisfizo al final parte de la teoría de “Masa y poder” devolviendo esos arpones a otro, siempre otro más débil, aunque harto  justicieramente en este caso, al culpable de alguna de esas heridas. 

No suele suceder así con los propios de cada uno, la justicia permanece ausente mientras dura el tiempo en que los anzuelos, o arpones quizás, se van oxidando bajo tu piel, e incluso convirtiéndose en parte de ella, La justicia humana, y la divina, se convierten en entelequias cuando la razón acude a ellas, y el sentimiento propio de la inmadurez que algunos llaman venganza, da paso a la aceptación de que eres incapaz de arrancarte ningún arpón, y mucho menos colocárselo a otro infeliz, acaso tan injustamente como te lo clavaron a ti.

Y con el tiempo vas clasificándolos entre aquellos que realmente mereciste, lo fueron, y los que todavía no comprendes, o desconoces la causa de semejante castigo. Incluso consideras que tus errores pudiesen ocasionar el castigo, arponazos, para otros que iban a tu lado, y que bien hubieses merecido en carne propia. En todo caso están ahí, y no te queda otro remedio pienso, en oposición a la teoría de Don Elías, que más te vale aprender a convivir con ellos.

La vida resulta pletórica a la hora de repartir estas lanzadas tan dolorosas, ya digo. Y no estaría de más incluir este capítulo del ensayo de Canetti, y sus variantes, en la formación social de los que empiezan a navegar. Quizás el símil sea más valido para los que están más cercanos al medio marino que para los espartanos de tierra adentro, para los mesetarios de secano a los que hace tiempo nos cambiaron el pelo de la dehesa por la piel artificial y digital de la que nos han provisto las redes sociales, dejando siempre, desgraciadamente, el hueco real, tan real como la vida misma, por donde siguen clavándose los molestos rejones.

Lo vemos todos los días si abrimos las páginas de la vida ajena. Mismamente en la sección de sucesos, subsección de violencia doméstica, podemos comprobar dia tras dia, tragedia tras tragedia, como esos arponazos, siempre injustos indudablemente al parecer de quien los recibe, crean la necesidad de arrancarlos para clavarlos al más débil, buscando una liberación imposible, generalmente, si se soslayan las causas que lo originaron.  Y no son tantas ni están indocumentadas, desde el propio fracaso personal, la adicción o dependencia de algún habito de difícil escapatoria, el aviso real o imaginado -celos- sobre la ruptura de una relación que solo confirmaría el propio y merecido fracaso, hasta la constatación del error que supone la convivencia en pareja, cuando no se está preparado, a veces ni capacitado, para ello.

La obnubilación que produce el dolor de la herida, la reacción violenta del animal acosado, nº 1 de Selye, sobre la parte indefensa que intenta callar y ocultar, evitar lo inevitable, siguiendo el camino suicida a que lleva entre los humanos el intento de adaptación nº 2 de este maestro de la fisiología animal, con los consabidos resultados en la necrológicas y en los anales de la criminalidad. 

Saltando a la sección de política, -por la deportiva, que ha sustituido a la religiosa, no suelo acercarme- podemos observar más de lo mismo. Encontramos algún candidato, algún visir como el inefable Iznogoud (léase: is not good) que quiere ser califa en lugar del califa, -y solo quiere eso- a quien han retirado el mandato que en su dia otorgaron los compañeros de mesnada, y cuyo hecho – aviso de ruptura- se ha convertido en un arponazo injusto que debe devolver a alguien en cuanto sea posible. Se vuelve a reproducir inexorablemente el melodrama de la pareja que se rompe, la negativa a la aceptación, el afán de venganza contra los culpables, siempre ajenos, y la nula percepción de que lo que ayer fue hoy puede no serlo. Y que en todo caso la opción alternativa que plantea Canetti, de liberar el anzuelo gracias al ascenso en la pirámide del poder, es la menos probable de las dos. La lejanía del califato, la buena salud del califa, y la proliferación de visires en los planos inferiores del escalafón, hacen insensata la pretensión de eliminar el anzuelo gracias a los bálsamos que sin duda regalan en los consejos de administración donde las retribuciones multimillonarias hacen felices a otros ex califas, y a sus familias - no ignorar jamás la culpabilidad familiar en la casa del ladrón-  sin necesidad de cometer actos impuros sobre el control de la caja común o sobre los donativos de los fariseos.

Tanto el abandono inevitable de esas grandes esperanzas -  Dickens, el amo del Club Pickwick, otro que releer - como la de imponer la obstinación, la negativa, de forma violenta, hasta consumar la tragedia conyugal, el asesinato con o sin suicidio simultaneo, a los que ahora llaman eufemísticamente, violencia de género, para no afrontar, ni resolver, el problema de incultura global que nos asuela. 

Continuaré dándole vueltas al asunto este de los anzuelos de Canetti, el drama del pescador pescado, aun con las limitaciones inherentes de quien jamás ha pescado nada, a quien el panga y adláteres le parecen un extraordinario e inmerecido manjar, y a quien el embrutecimiento que imponen los medios de comunicación y  más exageradamente los digitales, lo reducen a la práctica de esa actividad, tan cercana a la extinción, como es la lectura, desde donde poder escrutar este mundo ininteligible  que no cesa de obsequiarnos con aguijones envenenados. 

Aquellos previsibles, de las abejas, al menos tienen la contrapartida de su rica miel, y la polinización de todo lo que está a su alcance. Vamos a tener que repetir aquello de denuesto de la corte y alabanza de la colmena. Solo que creo era de aldea, que también. Y que la colmena de Cela, nos daría para otra disquisición, igualmente dolorosa. No hay manera.




-----------------------------------------------------------------------------------

sábado, 8 de abril de 2017

QUINO CREACIONISTA.-






---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

martes, 4 de abril de 2017

LOS HERALDOS DE LA PRIMAVERA.-



                               




El invierno terminó realmente ayer 3 de abril en el paralelo  37N, a 739 m de altitud. Es decir, aquí.


Mis sapos salieron de su letargo y dieron sus primeros paseos matutinos.


Su aspecto resulta disuasorio para documentarlo con imágenes y poder ofrecéroslas. Con la piel arrugada cubriendo sus huesos y una actitud que más parece de aquel que marcha al más allá, que la del que llega dispuesto a iniciar un nuevo ciclo vital, y esto último es lo que harán, indudablemente. 


Por fortuna, la vegetación ha despertado quince días antes y los insectos que eclosionan con ella van a surtir de alimento a nuestros ancestros.

Porque la estirpe humana está tan relacionada con estos anfibios como pueda estarlo con las marmotas. Con la diferencia de que estos pequeñines son los que me ofrecerán su compañía hasta las primeras heladas, dentro de muchos, muchos meses.


Siento que esta aplicación residual de la naturaleza, quien sabe si en vías de extinción, no esté disponible para IOS, Android, ni Windows. Que se le va a hacer.


Me preguntaba, en el siglo pasado, el profesor de religión, sobre el significado de la Epifanía. Ni supe contestarle, ni él me lo aclaró. Hoy puedo decir orgulloso que esta esperada aparición de los indefensos y silentes anuros, es la epifanía de la primavera, y en cierto modo de la vida, aunque no se ajuste precisamente al sentido religioso que, lamentablemente, tampoco lograron inculcarme. Y es que no se puede tener todo.


Heraldos del buen tiempo y un excelente control de calidad del ambiente donde viven conmigo. No hay pesticidas ni contaminantes que impidan el desarrollo de su despensa. Si bien tampoco hay que exagerar obsesivamente el asunto de la pulcritud medioambiental.


Todavía recuerdo el éxtasis que me produjo el titilar de las innumerables luciérnagas en el jardín, durante las noches de verano. Esto sucedió simultáneamente con la desaparición, parece que definitiva, de los caracoles, cuya preparación a la madrileña, o a la palentina, servía para animar el menú primaveral. “Los de abril para mí, los de mayo –son los buenos- para mi hermano, los de junio para ninguno” dice el refrán, que llamaremos haiku para no desentonar. 
Creo que los gusanitos luminosos tienen predilección por los huevos de los caracoles, hasta su exterminio si fuese menester, y que la atracción gourmet de mis sapos por las luciérnagas ha llegado algo tarde, ocasionando una ruptura de la escala trófica, en la que desaparecieron mis caracoles. Y es que cuando la compulsión se convierte en fanatismo, incluso en asuntos conservacionistas, el daño está servido.


La verdad es que tampoco he encontrado un manual decente, más allá de los consejos de Beatrix Potter, sobre cómo educar a estos bufónidos –hasta el nombre que le impusieron los naturalistas se las trae- en el noble arte de eliminar los insectos especialmente dañinos para este bípedo que tanto los aprecia. Seguiré buscando.


                   

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------



sábado, 1 de abril de 2017

Singularidades de una chica rubia (Singularidades de uma rapariga loura) Manoel de Oliveira, Portugal / España / Francia, 2009


Fotonovela inacabada por abandono del peluquero. 
Fotografías de Sam Levin. quien pudo llegar a realizar una obra maestra.


 




----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Archivo del blog