jueves, 27 de febrero de 2014

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 16 (HOY, DOS) -


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domingo, 23 de febrero de 2014

HOY QUINO


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miércoles, 19 de febrero de 2014

Moby Dick.- (La película).



Para aquellos que crean que escribo sobre cine.
Para los demás, va a ser que no.


Vimos esta, y tambien la leímos, en una edad en la que su género era el de aventuras, marineros y ballenas, con la desagradable particularidad de que el bueno, Gregory Peck, muere al final, y que al principio un señor gordo suelta desde un púlpito – esto del púlpito cortaba el rollo a más de uno, no creáis- un sermón ininteligible, aunque lo dábamos por bueno, considerando que aquellos feligreses tenían pinta de protestantes, y por tanto parecía coherente que el discurso fuese extraño, por diferente, respecto a los previsibles dominicales de la parroquia.

La ballena encarnaba el mal – era el malo – indudablemente, y el que al final se saliese con la suya no hizo otra cosa que apartar la historia de la lista de aventuras favoritas y, por supuesto, de aquellas que merecen ser vistas varias veces.
El segundo protagonista, el grumete que nos cuenta la historia y toca el acordeón en pantalones cortos es, simplemente, la antitesis del personaje, un Richard Basehart añoso y con esa cara tan especial que tiene, como la de esos niños que nacen con cara de adulto y no esperan a que sus prematuras arrugas maduren convenientemente. Parece evidente que el papel tampoco era el adecuado para él, y el espectador juvenil se distancia, el adolescente no se siente identificado y el rechazo a la película no hace otra cosa que magnificarse.

Se ha escrito tanto sobre ella, la novela, que uno no sabe si quedarse con la aventura iniciática del relator, o con la trascendencia que Melville sitúa en el plano profundo del simbolismo, como temible carga de profundidad que pone en entredicho la lucha del hombre contra la naturaleza, o contra la divinidad en este caso, y como la locura y la muerte pueden ser el castigo inevitable que - no conocen la doctrina Parot - los dioses infligen a quienes los desairan.

Pienso si hubiese caído esta historia mística de obsesión y venganza, en las manos de los autores europeos coetáneos de Huston, Bergman o Antonioni, y me regodeo imaginando un final en un plano larguísimo y silente en el que el cadáver de Moby, (que muere en la novela, y no solo mata como aparenta en la película) flotando majestuosamente en un mar calmo y atravesando la pantalla, mostrando docenas o centenares de arrogantes cazadores, de codiciosos pescadores que no cometieron otro pecado que el confundir el medio, matar, con su finalidad, alimentar a sus familias.

Básicamente esa es la tragedia que nos aflige, las consecuencias de unas jerarquías que yerran repetidamente en su afán de pragmatismo, y esa es la imagen que evoca la memoria cuando la adapto al tiempo presente. Un país cadáver, flotando como todo mamífero marino, horas y días después de su fallecimiento y cubierto su lomo, por los restos de una encarnizada batalla en la que no ha habido vencedores, ni tampoco supervivientes. 

Restos de capitanes Ahab, mandatarios, dirigentes, responsables de la muerte de un animal mitológico, país, y de la suya propia, enredados en las cuerdas, en los cabos de decenas de arpones, de armas sanguinarias, que han perforado una y otra vez los fundamentos de la convivencia, la justicia social y de la dignidad humana, palabras que se alejan mezcladas con la fetidez propia de la descomposición de toneladas de carne roja, que no servirán de riqueza ni de alimento para puerto ballenero alguno. Tan solo para los depredadores marinos, las gaviotas, los cormoranes arriba y los escualos abajo que prestan a la imagen, momentáneamente, un movimiento evanescente.

Vuelve Melville a jugar con el pretérito imperfecto en una historia que, como todas, no tienen finalidad alguna, ni mucho menos la del aprendizaje. Al menos eso dice Baruch Espinoza, trescientos años antes que Herman Melville, que la historia es la única disciplina del conocimiento que no lleva a ninguna parte, que no enseña nada que no esté con anterioridad en el corazón de los hombres.
 
Hombres como los de Billy Budd marinero o los de Benito Cereno, que optan en barcos similares al Pequod - a su vez símbolo de la humanidad entera- por rebelarse contra jerarquía injusta y despótica, ofreciendo la otra cara del cuento, la combativa de los que luchan por la supervivencia ante un panorama que no ofrece otra salida.

Salidas que no ofrece tampoco Herman Melville en el desenlace de sus novelas marinas, si bien ante la muerte, la esclavitud o incluso el canibalismo, la mente del lector forzosamente toma la única dirección posible.

Dicen que un gran cachalote blanco hundió al ballenero Essex y que sus supervivientes, en una isla desierta, llegaron a devorase unos a otros, o al menos eso relataron los que quedaron vivos.

De aquellos hechos surgió una obra maestra de la literatura, de esta una aceptable película, y de aquella el presentimiento que me aflige.

Y es que ya no sé qué resulta más perjudicial para el alma, si los libros, el cine, o simplemente el pensar.

 
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domingo, 16 de febrero de 2014

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (46)



No me cansaré de insistir en ello. La música lo puede todo, o casi.




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jueves, 13 de febrero de 2014

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 15 (HOY, DOS) -


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domingo, 9 de febrero de 2014

Am Galgen hängt die Liebe 1960





Aceptamos a Rashomon como si fuese uno de la familia, tan cercano y tan previsible que llegamos a olvidar que ni siquiera fue un personaje, tan solo el nombre de un cuento de Akutagawa llevado al cine por Kurosawa.
Desde entonces y a pesar de que su titulo aquí es “El bosque ensangrentado” o algo parecido, se quedó entre nosotros con su mágnifico nombre original, tres silabas iniciadas por erre ese y eme, perfecto para poder recordarlo, incluso pronunciarlo. Con la boca cerrada, para no confirmar al auditorio, sospechas sobre nuestro juicio. 

El cuento es tan perfecto como original, una historia narrada cuatro veces por otros tantos testigos y que se convierte con absoluta verosimilitud en cuatro historias diferentes.  Para hacernos ver, mediante la ficción cinematográfica que eso que llamamos verdad, eso que vemos como realidad, a veces…
A veces nos obliga a indagar, a comprobar y lo que resulta harto molesto, a tener que discernir. Y ni aun así. 

Generalmente nos quedamos con lo primero que nos cuentan, sin valorar la fiabilidad del narrador, creemos lo que vemos escrito, con esa fe ciega en la tinta desperdiciada que ha emborronado tantas páginas de la historia, con el soplo de nuestro oráculo de cabecera, el intelectual, el pensador que nos hizo soñar con pertenecer a su club privado, tal era la aceptación de sus ideas por nuestra mente, carente de otras propias, sin considerar que, en el mejor de los casos, era o es tan humano como nosotros o como los personajes de Rashomon.
Nos queda la insistente necesidad de creer en algo, en alguien, en alguno de los cuatro, aunque tengamos que hacer uso del Pinto Pinto Gorgorito para elegir uno al azar y no volvernos locos, más locos.

Si un hecho puede multiplicar su significado ante todos aquellos que lo contemplan en ese instante,  la confusión será con toda seguridad el estado que va a dominar a cualquier observador alejado que tenga que fiar su referencia, forzosamente, al testimonio ajeno. Si ya resulta difícil establecer la verosimilitud de todo lo que nos es ajeno, de casi todo realmente, la desorientación puede alcanzar un insoportable nivel, cercano al bloqueo mental, al considerar otro factor agravante, y no menos real que el de las figuras japonesas.
Sucede con esos hechos que te ha marcado a sangre y fuego, esa media docena, o docena y media, que te han supuesto un antes y un después, generalmente dañino, lesivo para tu alma, o en todo caso turbador, lo suficiente para que quede dando vueltas bajo tu almohada, donde te espera todas las noches para recordarte antes del sueño, o en el interior de tus pesadillas, que tu estuviste allí, entonces, y que algo que hiciste, o que dejaste de hacer, merece al menos ser tomado en consideración por el juez supremo, el más implacable, tú mismo.

Curiosamente esa situación, que no pertenece necesariamente a la categoría de crimen y castigo, pero si resulta  lo suficientemente desapacible para merodear en tu recuerdo, va cambiando con el tiempo de escenario, y de sentido. Hasta su fundamento moral primigenio parece diluirse ante la aparición de nuevos datos, hasta ahora ocultos, de razones dotadas de una coherencia superior a las que te encogieron el corazón hasta hace poco, y de una nueva visión de las cosas, una placidez en la mirada del alma que llega a convertir en risibles a aquellas escenas sobrecogedoras de las que, no obstante, te quedará una cicatriz que será necesario rascar de vez en cuando, de un picor ciertamente tolerable que llegas a agradecer, considerando que es  tu mejor y más grato recordatorio de que estas vivo.

El tiempo nos transforma indudablemente, y así sucede con nuestros recuerdos, que flotan detrás de nuestros pasos como una estela deshilachada a punto de confundirse con la vorágine – es el título de una peli de Gene Tierney, y es bien bonita, la palabra, que la Tierney también, la peli Psé- con la vorágine de cada día o con la penumbra del atardecer, la hora entre dos luces, que no es otra cosa que una metáfora del tiempo cuando los recuerdos y los sueños desaparecen definitivamente y que no,  que espera un poco colega, Madadayo, que fue la última de  Kurosawa.

Y eso es lo que ha sucedido realmente con esa película, que lo es, de la que quiero hablar, la que lleva medio siglo anclada en mi filmoteca mental, en la zona especialmente dolorosa, aquella adonde no puedes regresar. Y mira que lo he intentado un montón de veces, infructuosas todas, como si nada, como si jamás hubiese existido en otro lugar que en el de la poco fiable, frágil, dudosa y quizás hasta falsa memoria.
"Amor con amor se paga", era una historia mitad bélica, mitad costumbrista, en la que el melodrama tomaba posesión del argumento, 
y lo hacía en todo su esplendor, con la muerte final de la pareja de ancianos bondadosos que habían ayudado a aquellos que los ejecutarían, justo antes del “FIN”, o más bien “FINE”, creía recordar.
Esconden a los guerrilleros de los militares, salvándoles la vida, y la fortuna en forma de guion, los enfrenta a la tesitura de ayudar a los militares en peligro de muerte, lo que los convierte automáticamente en traidores y…

Terrible historia para un niño acostumbrado a que los personajes, aunque también aparentaban morir, volvían a aparecer resucitados en el siguiente cuadernillo semanal del Capitán Trueno o del Jabato, en dibujos imperfectos a una sola tinta y que tan alejados estaban de la realidad que no podían hacerle daño alguno, no interferían para nada en el cotidiano sueño reparador.
Pero aquello fue algo bien distinto, los personajes parecían de carne y hueso, se movían como seres humanos, y lo más grande es que tenían sentimientos, y bondad, y eran capaces de dar la vida, conscientemente por ayudar a otras personas. Quizás el paspartú de tragedia con el que se cerraba la película, la inconcebible ejecución de aquellos abuelos por los “buenos”, sería lo que marcase un antes y un después en la formación teatral -literaria- cinematográfica - moral del pequeño espectador. Algo no cuadraba, y sigue sin cuadrar, al parecer.
  


Por supuesto, la imposibilidad de encontrarla, de poder volver a ver la película, la sensación de que solo existía en mi imaginación como un sueño reiterado e irreal, no hizo otra cosa que magnificar a lo largo del tiempo este dilema moral que se encerraba en un argumento cinematográfico. Claro que ese concepto, dilema moral, aparrcería mucho después, igual que sucedería con la etiqueta de neorrealismo que, también falsamente, le había asociado.
Han pasada cincuenta años, que para un inmortal no son nada, lo reconozco, pero para muchos toda una vida, y de pronto, casi sin esfuerzo adicional a la búsqueda pretérita, a los fracasos de ayudantes cualificados como Spade o Marlowe, Maigret o Roberto Alcázar, se ha hecho la luz. Como en el caso reciente de Aliki, que tanta polvareda ha levantado, al constatar que la chica también era real, que no era invención mía, ni de  Morel, todo ha quedado aclarado, o casi.

Resulta que mi primer error en el método de búsqueda estaba en el título, “Amor con amor se paga”, entendido equivocadamente en su sentido irónico o incluso sarcástico, o como lo que debería haber sucedido a la pareja, el perdón, y no la muerte.
Y este es el auténtico: “El amor se paga con la muerte”  “Am Galgen hängt die Liebe”  de Edwin Zbonec, película alemana de 1960 , es decir de la RFA, negando la paternidad al cine italiano, y basada en la mitología griega – tan oculta y pecaminosa, y por tanto proscrita para nosotros, como la mismísima Biblia- concretamente en la leyenda, donde Júpiter (Zeus) busca hospitalidad entre los humanos y solo la encuentra en el hogar de unos ancianos griegos – La peli está ambientada y rodada en Corfú - a los que en agradecimiento les concede un único deseo, que estos inmediatamente formulan, el de morir juntos. El dios, que es muy suyo, los convierte en árboles que entrelazan sus ramas para siempre. En el film, lo había olvidado, la venerable dama pide un favor, al jefe de los partisanos, que le es concedido de inmediato, morir junto a su marido. 

La película tiene añadidos otros tintes harto beneficiosos para el espíritu. Los desastres de la xenofobia, del enfrentamiento étnico entre los isleños, que van a condicionar el disparate final. La nueva imagen, lavado de, de los soldados alemanes en el cine de postguerra. No son tan malvados como aparecen en el cine americano, aunque como en él, y como en la propia historia, pierden, y mueren al final. Quizás Júpiter, dios de dioses y de la guerra, tenga algo que ver con todo ello, y la visión primeriza, propia de un niño, fue incapaz de apreciar lo que se escondía detrás de cada capa de la cebolla.
De la que me ha quedado el olor, lacrimógeno o al menos exasperante, la reflexión sobre el hecho de que los responsables del cine en el internado religioso fuesen capaces de traumatizar de esta manera a una criatura de once años. Por mucho que la peli hubiese obtenido el premio Dom Bosco, en el festival de cine religioso de Valladolid que, ahora obviamente no se denomina así, el premio, ni el festival que ha pasado a llamarse “De los valores humanos” por aquello de intentar dejar de confundir el culo con las témporas.

Buena me la hicieron. Aguijón clavado bajo la piel durante medio siglo. Estoy por dejarlo ahí dentro. De todas formas tampoco, a pesar de Internet,  podemos volver a verla todavía, me temo. Am Galgen hängt die Liebe, ya digo.

P.D.- La chica era Marisa Mell, pero entonces todavía no estaba yo enamorado de ella, que fue mucho despues...

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jueves, 6 de febrero de 2014

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (45)






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martes, 4 de febrero de 2014

GALERIA DE SIMPÁTICOS.-(O QUE A MI ME LO PARECEN).- 14






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