miércoles, 31 de julio de 2013

HANNAH ARENDT (EL LIBRO),.





Seres extraños de un planeta que se extingue… Destino, el disco duro. Propósito, no volverá a hacerlo, no volver a pecar, no volver a ir al cine.

Conste que uno es viajado y la semana anterior pudo leer que la entrada de cine en Sidney anda ya por los 30 euros (45 dólares ), lo que en verdad me importaba un bledo. Ya que son las antípodas , que aparte de significar lejanía , es un palabra fea donde las haya (En el DRAE casi todas).
Pero ahora estoy en casa, tengo tiempo y ganas, y puedo hacerlo, pecar intencionadamente, contra el onceavo: “No dejarás que te tomen el pelo”.

Sobre el precio de la entrada no merece acumular más blasfemias, figuran todas en una pizarra junto a la taquilla, para que el espectador, se sienta dentro de una viñeta de Forges y lea un par de ellas al recibir el cambio. - ¿Qué cambio? -Me responde la taquillera.

 
Ha debido ser tan definitiva la ayuda, IVA mediante, al sector, que no les ha quedado más remedio que entregarte junto al ticket, un cuadernillo con ofertas, a cual más estupefaciente.
Si vuelvo al cine antes de quince días – sin duda piensan que soy de los corruptos, con billetes de 500 en el bolsillo- me prometen un descuento del 30%, para mí y para mi acompañante – como si los tiempos estos permitiesen disfrutar de acompañantes- Otra separata me induce, sin éxito, a cenar el menú de la multinacional de comida rápida, en cadena de alta gama, Foster, Rock, o similares, prácticamente por el precio incluido en el par de entradas. 

Entro en la sala, ya sin porteros - total para los cuatro espectadores que somos no es cosa de tenerlos aburridos-  y encuentro otra novedad inesperada en la pantalla. Los tráileres no son tales. Son un largo anuncio ponderando las excelencias y los beneficios de nuestra asistencia, -que debería ser constante presencia, según los patrocinadores- en los bares.
- ¿Tu quoque bar mío?
Sí. También los bares deben estar sufriendo, y temiendo, el efecto evanescencia, inherente a la marca España. En este caso el videoclip está firmado, pagado, por Coca-Cola.  
… y ellos se juntan.

Dejando a un lado la habitual crítica anticlerical y centrándonos en el sacramento (El de Silvio, el Pájaro, sigue haciéndome disfrutar, otra vez este verano, con su mandolina sevillana), propio de la ceremonia religiosa de la que me reconozco feligrés, conecto las antenas de insecto, de hormiga temerosa ante el ensordecedor ruido producido por los millones de cigarras y la escuálida reserva alimenticia para el invierno cercano. Conecto para contemplar en pantalla, de las de verdad, “Hannah Arendt” (la película)

Pienso si el efecto de la publicidad, de las críticas, y de los comentarios pedantes sobre su obra – todos los son, según se desprende del mensaje- se traducirá en reediciones o en, al menos, la liberación del polvo acumulado por sus libros en las estanterías y quizás, un acercamiento físico al montón de los ilustres, los más vendidos, es decir los mejores para los libreros – otros en la lista para la noche de San Bartolomé-  y pienso que ni por esas. Que la filosofía tiene su nicho entre los lectores, y que estos no buscan la comprensión, ni mucho menos ejercitar el pensamiento, y que al fin y al cabo los nichos son eso.

Comienza el libro- perdón, la película- y aparece una señora fumando, cosa que no dejará de hacer en los siguientes 110 minutos. Supongo que la ambientación en determinados medios intelectuales o docentes –que no tienen necesariamente que ser coincidentes- de los años cincuenta, ha inducido al escenógrafo a  cargar las tintas sobre el humo letal. O quizás sea un guiño a la industria en su camino hacia el óscar que los dan justo allí, donde las tabacaleras. Lo cierto es que, aparte de hacer irrespirable las salas de exhibición de medio mundo, no consiguió otra cosa que tenerme en vilo durante la proyección, temiendo que los actores, todos, estuviesen intentando dejarlo, y la Von Trotta, los hiciese fumar obligatoriamente bajo contrato.

La Bárbara Sukova excelente, a pesar de las caladas. Con su rictus de pensadora acérrima que busca, pero no encuentra, explicación a la estupidez humana. De la crueldad, de los crímenes contra la humanidad- categoría que inventó- o de la banalidad del mal –también- ya prefiere ni intentarlo.
Claro que no resulta tan fácil esto de transmitir fundamentos filosóficos morales- son sinónimos- desde una pantalla.
De entrada está doblada al castellano, y no precisamente por Constantino Romero, que  bien podría haber prestado su voz a todos y cada uno de los personajes, para que yo hubiese podido entender, oír, la mitad de los diálogos. Comprendo que, voces poco experimentadas en hablar mientras fuma el actor, y viceversa, no consigan hacer inteligibles su discurso por un sordo militante, pero lo que no es de recibo es que habituado a leer los labios de los actores, estos los muevan en alemán, y me dejen sumido en la nada. En fin, gajes de no tener subtítulos a mano.

Aunque no figure en el reparto, entre los impostores que nos acercan a esas figuras históricas que convierten en saludables nuestras pesadillas morales, Heidegger, Hans Jonás, o la propia Arendt, aparece, en un impagable cameo, el auténtico protagonista, el leit motiv, el macguffin de la peli y de la parte inmortal, desgraciadamente, de la historia del siglo veinte, Adolf Eichmann.  El auténtico, en las grabaciones originales de los noticiarios israelíes durante su juicio y condena. Espeluznante su interpretación, las muecas constantes en su rostro y las miradas de refilón hacia la nada, que inmediatamente identificamos con las del chico de “las Quemadillas”, el incinerador cordobés de sus propios hijos, en idéntica actitud hacia la acusación. 

-¡Sin pruebas, no podéis nada contra alguien que solo fue un burócrata obedeciendo órdenes superiores!

Ese fue el hilo de Ariadna que Hannah Arendt intentó recoger en una madeja a lo largo de toda su vida. Solo que el ovillo no resultó políticamente correcto en un mundo donde la Shoah estaba reciente, y el estado de Israel permanecía en guerra constante  por su supervivencia.
Le dijeron de todo a la pobre, por cuestionar que los malos sean  obligatoriamente aquellos que la tele tiene por tales, y por insinuar que el ser humano debe ejercitar algo tan extremadamente nocivo como es el pensamiento, si es que quiere algo mejor para los de su categoría, los humanos.

No derrama lagrimas delante de los espectadores, porque es muy suya, pero no deja de pedir tabaco.
Afortunadamente en el mundo real, aparecieron las pruebas, o los indicios abrumadores, y el juicio, ambos juicios mediáticos, dictaron la condena máxima en cada caso.
El de la película, comprensible estreno fuera de temporada, para un público que en ningún caso es el de las salas de cine, es el merecimiento de la etiqueta de docudrama excelente, y necesario revival de una cuestión, como tantas otras, que la humanidad tiene pendiente.

Pueden hacer mucho más daño los tontos que los malos, dicen en mi pueblo. Los imbéciles que los malvados, seguro.
Pero no sabemos qué hacer cuando los responsables, los malvados, se hacen pasar por idiotas para evadir su responsabilidad, para dejarnos cariacontecidos ante el dolor, ante el desastre colectivo que han provocado.

Hannah Arendt tampoco lo supo, al parecer, aunque  seguro que su lectura – si no sabemos griego, aprendámoslo, dijo.- nos hará comprender ciertas cosas.
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viernes, 26 de julio de 2013

PARA VER BAJO EL CIELO ESTRELLADO.- (fotogramas de Arsenevich).






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EL DIA DE SANTIAGO.-




Catástrofes previsibles y doblemente monitorizadas.-
 

Las cajas negras pasan necesariamente pot las manos de técnicos y de jueces y, obviamente, no tienen el menor valor. El enmascaramiento de los culpables, divinidades aparte, consigue crear una barrera infranqueable para la luz del conocimiento y por tanto anula su utilidad en la prevención de ulteriores, e inevitables por lo dicho, desastres.
Cuantos más medios dediquen a la investigación de sus causas, cuanto más aspavientos jurídicos las envuelvan, cuanto más prolongada en intensidad y duración sea la tormenta mediática, más seguridad tendremos de no llegar a ninguna parte.

Por ello, y por la sorpresa que me he llevado sobre el grado de estupidez que me es innata, y que por tanto no debería sorprenderme cada poco, pero que vuelve a hacerlo porque es su esencia, siempre creí que el culpable del desastre ferroviario del 44, en el que murieron  miles ¿? de personas, como todo el mundo sabe, fue Franco. Pensar que el contubernio informativo sobre la censura de la época –innegable- hizo derivar la noticia hacia el terreno de lo innombrable y por tanto el lector , un servidor, tuvo harto fácil identificar el culpable, ni mecánica, ni logística, ni infraestructura, ni factor humano, no, Franco.

Lo tontos que llegamos a ser , y como cada vez que sucede el disparate volvemos a caer en la trampa saducea de los minutos de silencio, las corbatas negras, la ministra de luto, las agendas canceladas, o las banderas a media asta. Panda de sinvergüenzas. Y panda de tontos los que jugamos al entierro de la sardina. Solo han faltado las plañideras, las lloronas de mi pueblo, para escenificar el cuadro goyesco antes del aquí paz y después gloria, antes de partir de vacaciones.

Hoy sigo en la tontuna, pero al menos sé que de aquellos muertos del túnel leones no tuvo la culpa El Jefe del Estado, antecesor del actual por cierto, igual que ahora no la tiene ningún titular de un nombre propio mas o menos ostentoso. Al menos no solo él, o al menos no solo ellos.

Como la película va ser de larga duración, posiblemente serie de muchos capítulos, en varias temporadas, voy a permitirme centrarme en un aspecto, el factor humano, a sabiendas de que los juicios de valor, en un país donde las condenas son televisivas, son absolutamente irrelevantes.

Tan solo el factor humano, y su relación con un medio tecnológico imperfecto, los monitores, y sus alarmas.

Estoy harto, hartísimo de comprobarlo, por tanto me limitaré a exponer las posibles secuencias entre el alto que ordena la patrulla armada y sus previsibles resultados..

Asumiendo que las alarmas del monitor estén conectadas, “ON”, y comprobadas antes de comenzar el trayecto.
Posibilidades. :

1.- Suena la alarma, el factor humano mira la pantalla, corrige inmediatamente la situación de peligro, y luego, apaga la alarma. (Dabuten).

2.- Suena la alarma, el factor humano la apaga, y luego corrige el fallo. (Flojo es el payo).

3.- Suena la alarma, el factor humano la apaga harto de que suene periódicamente por cualquier tontería – por ejemplo el “hombre muerto”-  y mira de reojo la pantalla con cierta desgana. Arregla o no el entuerto según su disponibilidad anímica y/o física. (Mal  vamos). Ya estamos necesitando el azar a nuestro favor.

4.- Suena la alarma y el factor humano la apaga, centrado en otros quehaceres interesantes – no necesariamente el sudoku killer del semanal- dejando enteramente la situación en manos de supuestos sistemas de seguridad a los que finalmente, siempre culparán de cualquier falta. (Alea jacta est).

Solo cuando esa falta, se traduce en la muerte ajena, y cuando esta resulta colectiva, decenas, cuanto más, mejor;  tiene trascendencia el resultado del divorcio entre la máquina y el ser humano. Olvidando que la muerte, el daño al prójimo, es siempre individual, todos morimos solos, y la pantalla del espectáculo audiovisual debe estar para otros asuntos distintos de la frivolización de un desastre y lo más importante, de distraer la atención de las posibles causas –solo posibles, no es necesario que sean las reales- al objeto de que no vuelva a repetirse;  ni mucho menos buscar demonios en la cima de la pirámide, cuando tenemos las calles repletas de ellos.

Tan solo se me antojan algunas preguntas, retóricas, puesto que conozco las respuestas.:

¿Existen controles psicotécnicos, perfiles psicológicos  periódicos, de los trabajadores en cuyas manos encomendamos nuestras vidas de una u otra manera?

¿Existen controles sanitarios sobre el nivel de alcohol y otros estupefacientes en estos trabajadores, previos al inicio de cada jornada?

Os aseguro que en el sector donde trabajo, antes sector sanitario, la respuesta es no.

Creo que las tripulaciones de aerolíneas pasan alguno de estos filtros, pero me temo que los policías, los jueces, o los bomberos tampoco andarán muy finos en el cribaje. Ojalá me equivoque.

Insisto en que solo he valorado una posibilidad que seguramente esté fuera de lugar, pero es que la persistencia de los monitores en mi retina, el respeto que tengo por la vida de los demás, se ha convertido en una feroz pesadilla, justo desde hace dos días. Solo intento apartarla para seguir viviendo en paz. Disculpad.

Intentemos hacer un cesto con estos deficientes mimbres. Probablemente no sirva luego para nada. De ahí a intentar venderlo…
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lunes, 22 de julio de 2013

PELÍCULAS RECOMENDADAS PARA ESTE VERANO.-


Bonnie and Clyde

Wild Captive Woman


The Asphalt Jungle

Married At Last


The Graduate


Santo, el Magnífico

jueves, 18 de julio de 2013

MASA Y PODER – ELIAS CANETTI.- (LA PELÍCULA).


Tiempos mezquinos, estos...




.. cuando el nivel del confort, extendido a toda la sociedad, ha superado el listón del bienestar que nuestros padres, ni que decir nuestros abuelos, considerasen utópico, imposible. No contábamos con que el ascenso era irrefrenable, sin alarmas ni válvulas de seguridad que limitasen el volumen de placer/pecado que íbamos alcanzando.

Ni mucho menos que esa situación, era en gerundio, en la parte inicial, la optimista de una curva de Gauss, que obviamente iba a continuarse con un limitado momento de estabilidad, de falso equilibrio, para iniciar el descenso desde el que, de pronto, observamos con total lucidez, la obscenidad, el despropósito identificado con el derroche barroco – horror vacui – en el hemos estado sumergidos hasta hace bien poco.

Mirando hacia atrás, sin ira cuanto más atrás, se comprenden mejor ciertas situaciones increíbles, imposibles, salvo en ciertos pasajes bíblicos.

Nos negamos a aceptar que las aguas del Mar Rojo, se abriesen para dejar pasar al pueblo elegido, salvo que la magia sea escenificada por Charlton Heston, y aun así buscamos el truco, los efectos especiales de Hollywood que, mira por donde, son insignificantes comparados con los ¡Hale Hop! De la Historia.

¡Nada por aquí y nada por allí!.

Vale, vale. Que el pueblo elegido, unos cuarenta mil, deambulen durante cuarenta años por el desierto, hasta alcanzar la tierra prometida, y terminen convertidos en quinientos mil, sigue siendo dogma de fe para ese pueblo. Y para los demás, un relato trasnochado con el que asombrar al auditorio infantil. Puede ser.

Aunque no estaría de más, repasar uno por uno esos pasajes, prohibidos en nuestra infancia por aquello de que todo lo sucedido a la humanidad hace más de, exactamente dos mil trece años, es discutible, irreal, cuando no un patraña.

Un curioso límite temporal a la memoria colectiva que nos deja huérfanos de tradiciones milenarias como las procesiones de los politeistas, o las corridas de toros como ofrenda litúrgica a la diosa Mitra, que no recuerdo si era chico o chica, pero que tampoco importa.



Olvidamos lo que no deberíamos olvidar y, en vista de la parte del tobogán en que nos encontramos, yo no descartaría episodios tan interesantes como el diluvio universal –en el que todos y cada unos seremos nuestro Noé, no preocuparse- o el de Sodoma y Gomorra, para la que no he conseguido encontrar subtítulos, a pesar de que, dicen, sea una de las peores películas de Robert Aldrich, o de que Stewart Granger no diese precisamente el tipo del dechado de honestidad al que los dioses deciden salvar de la quema, y de la salazón.

Y hay más, centenares de historias divertidas y sobre todo formativas para aquello del espíritu nacional, que tampoco sirvió de gran cosa, la verdad.

Creemos saberlo todo y, lo que es peor, no molestarnos siquiera en comprobarlo, convencidos de que el conocimiento está a nuestro alcance inmediato, en la red, en las bibliotecas – en franca decadencia, sobre todo al constatar que su metamorfosis en lector de libro electrónico solo ha engendrado la universalización del peor enemigo de la cultura universal, el best seller- o en los bustos parlantes con corbatas demoníacas y falsas rubias con o sin mechas, que son la antitesis de los misioneros, benditos ellos, que infundían el temor de dios, cuando no el terror, en los sermones ignacianos, alimento espiritual y promesa de futuro más o menos lejano, cuando no existía la tele todavía.

Los predicadores de telediario, mienten igualmente, pero buscan nuestro mal en lugar de nuestro bien, y de manera inmediata, sin esperar a la otra vida.


Lo lamentable es que la actitud colectiva no ha cambiado un comino, la pasividad absoluta, el verlas venir con resignación, y el limitarnos a cambiar el nombre y el atuendo de los demonios de antes por los de ahora.

El conocimiento, en estos tiempos mezquinos, en los que los únicos mezquinos somos nosotros, en el que el tiempo sigue siendo tan solo la cuarta dimensión de un universo que prácticamente desconocemos, pretendemos adquirirlo por aquel procedimiento extraordinario, tan cómodo y tan frecuente en la Biblia, llamado revelación.

Un solo y breve párrafo, mejor una línea única, preferiblemente con cuatro o cinco palabras a lo sumo, es todo lo estamos dispuestos a escuchar, mucho menos a leer.

Y por ello, esa avidez por el desconocimiento colectivo será colmada, sin esfuerzo, por pequeños, breves flashes, mejor en la pantalla televisiva, o en las pequeñas de las tabletas y móviles, donde otro hijo espúreo de la incultura, las redes sociales tiene la hegemonía.

De hecho, solo estoy intentando rechazar la acusación de algún seguidor de estas notas, del “hay que vivirla”, sobre la ininteligibilidad de alguna de ellas. La aparente dispersión de las ideas que pretendo anotar.



Desconozco si podría ser más explicito, Elías Canetti – antes Cañete- lo es. En las seiscientas páginas de “Masa y poder” que estoy disfrutando estos días, resulta absolutamente diáfano y cómplice con el lector , quien la mayoría de las veces no aprende nada nuevo , tan solo comprende realmente algo que intuia desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que comenzó a pensar.

Lo hace extremadamente fácil, inteligible, pagina y media por cada idea, en cucharadas gustosas y asimilables.

Tan solo una pequeña observación - no me voy a reprimir- la de que le llevó veinte años de su vida, semejante tarea; y lo que es peor, o mejor, que el lector necesitará el doble de tiempo, vividos con cierta intensidad, previos a que su lectura consiga iluminar su alma, antes llamado intelecto.

Lo de las revelaciónes, los flashes, o la literatura de los minicuentos, no tienen lugar desgraciadamente, ante la complejidad del ser humano.

Los filántropos, los optimistas o los amigos de quemar hierba envuelta en finísimo papel de arroz, insisten en lo beneficioso que resulta el llegar al fondo, al límite inferior de la decadencia, para de ese modo volver a resurgir cual ave fénix.


Obnubilados, sin duda, por los efluvios ambientales y por la comodidad de las frases hechas, ignoran que ese pasaje no viene en el libro sagrado y que, resulta difícil, imposible, conocer donde está el fondo hasta que se logra salir de él, que no es el caso. Insisto en que manda el gerundio, descendiendo, en la parte más incomoda de la curva, y sin la certeza de que esta sea sinusoidal, armónica, o como sea aquella que se repite periódicamente, que tiene un ascenso inmediato, y por supuesto prolongado, justo inmediatamente después de haber tocado el suelo.

Si bien , los pesimistas y agoreros, como el que suscribe, debemos aceptar que esto de los ciclos ya sucedía en el Egipto de los faraones, Nilo arriba, Nilo abajo, y que a fin de cuentas todo, o casi todo, está escrito.



Solo que a veces la lectura implica un esfuerzo complementario al de saltar líneas o páginas, y si Elías Canetti utiliza seiscientas para intentar explicarnos aquellos episodios antiquísimos y olvidadizos, los del siglo pasado, solo podremos comprender la causa de los mismos, mejor dicho, intentarlo, si admitimos o digerimos, en medio de una, al menos liviana, discrepancia, la vitalidad de esas ideas, su permanencia a lo largo de los siglos, desde que tenemos constancia escrita de ellos. Desde ayer tan solo.



Seguiré con ello, y si sobrevivo, os lo resumo, lo prometo.



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miércoles, 17 de julio de 2013

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (31).






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domingo, 14 de julio de 2013

ACTUALIDAD INQUIETANTE.-



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miércoles, 10 de julio de 2013

LECTURAS PÓSTUMAS.-




Lecturas póstumas.-

O el por qué los gorriones se estrellan en mi parabrisas.

 

Conste que voy despacio, que con 1300 cc. en las carreteras secundarias de un país en crisis, y con la mirada intermitente sobre el consumo medio o instantaneo del motor, no estoy en situación de emular a nuestros campeones.
Y,  a pesar de que todavia no me hayan multado por ello, por ir despacio, o por distraerme con algo tan estúpido como litro más o litro menos, se que es punible.

De hecho toda conducción , por acción u omisión es punible, risible en un mundo donde la infracción, como el pecado original, nos viene asignada con el permiso de conducir, y el solo hecho de usarlo, de vivir en suma, nos hace acreedores de la pena, de pagar, de seguir haciendolo hasta el fin de nuestros dias, perplejos ante los delitos ajenos , pecados reales, no heredados del bautismo, y su impunidad.
Como si viviesemos en un mundo virtual, paralelo, donde las reglas del juego (Renoir) son cambiantes, instantanea e inevitablemente modificadas , según quien maneje la pelota en cada momento.

Revisaba mentalmente las sanciones, pagadas todas sin recargo, es decir sin rechistar, a lo largo de mi carrera de asesino de pardales – algún perro tambien se ha enredado con el palier, la verdad – a lo largo de unos quinientos mil kilometros, (para dar consistencia al ensayo clinico, que exige un cierto numero de casos para gozar de credibilidad), y se me hacia evidente que dos de cada tres multas, eran absolutamente injustas, a la par que ponian de manifiesto mi indefensión para este tipo de justicia rapida, como la del juez Roy Bean en el western ( Entre Paul Newman y Walter Brennan, resulta dificil la elección) solo que basada  en el pronto pago, en la recaudación, al fin y al cabo.

Multas por no llevar la matricula, de tamaño reglamentario en la rueda delantera de la moto,  por conducir con las luces apagadas a las doce del mediodia, bajo « una intensa lluvia » imaginada por el agente y corroborada por su compañero y testigo de cargo. Testigo habitual en las sanciones, como en su acepción seminal , en tandem para producir la semilla, del mal en este caso, y sin que puedan atribuirse en propiedad la autoria del daño, tan solo la de colaboración necesaria en el delito.

A veces, hasta me han dado a elegir amablemente el tipo de infracción que iba a aceptar, entre dos ficticias, entre el sainete y el esperpento, entre Alvarez Quintero y Valle, y yo en medio, disfrutando del paisaje que me ha tocado. 

 

Y sin embargo los pajaros se lanzan a cruzar la carretera, inician el vuelo en el momento que más daño pueden hacerme, rompiendome el corazón tras cada impacto, y dejandome la sensación del que abandona sin socorrer a la victima de su error. Vuelve el mal rollo de la culpa, y luego dirán que es cultural el pecado. Universal resulta la pesadumbre sobre los propios errores, incluso de aquellos que no lo fueron a priori, sino que desembocaron accidentalmente en daño ajeno. Pero, al parecer, algunos tienen el crimen por oficio – los anglosajones llaman crimen a cualquier falta, incluso la de la misa domical, y me dan envidia – y estan exentos de los cargos de conciencia, los peores cargos.

Solo que el gorrión, el pardal, soy yo en este caso, y me estrello una y otra vez en el espejo donde intento encontrar algo en lo que creo firmemente, a pesar de estar avisado sobre su inexistencia. Las ediciones postumas de ciertos libros que sus autores, no quisieron publicar en vida. Cuando no la correspondencia, las invitaciones de boda, o los recibos de la compañia electrica del escritor consagrado.
Pero veo el volumen exquisitamente editado, en la colección que alegra y fortalece mi biblioteca, con la magnifica portada, derechos reservados , de la agencia tal y el prologo del crítico cual, y no me puedo resistir.

Sebald y su « Campo Santo ».

!Por favor!, que no aparece ninguno a lo largo de sus páginas, y mira que es sugerente la trampa. Ni los abuelos corsos que aparecen en la foto con sus chalinas y chambergos de hace dos siglos por lo menos, tienen nada que ver con  la media docena de ensayos sobre literatura alemana de los setenta, de los airados Kluge, Boll y adlateres, y de las meditaciones de Sebald sobre la redención moral de una Alemania en forma de reparación que, afortunadamente ni los acreedores ni ella misma exigieron en ningun momento.
Claro que, después de « Vértigo » y sobre todo de « Austerlitz » uno queda subyugado por la brillantez en la exposición indirecta, comme il faut, de esas pequeñas anécdotas, grandes pero bellisimas masacres morales, que la mirada de un apátrida culto, deja caer sobre la Europa que le ha tocado en el reparto vital..

Inevitable volver a él, aunque sea dejándome las plumas en el parabrisas otra vez. Sucede que muere precozmente, como Camus, conduciendo un auto, seguramente de mayor cilindrada que el mio, y que los comerciales del papel impreso saben con certeza que cualquier borrador que aparezca en su escritorio, con o sin sello de la testamentaria, va a tener salida en las librerias.

Otro caso igual, solo que ciertamente más placentero, me ha sucedido con el penultimo Bolaño, a pesar de que no muriese en accidente de tráfico, y por tanto, no puedan culparme de ello los agentes de Farenheith 451. (Bradbury, que ya lo intuyó que me iba a suceder).

« Los sinsabores del verdadero policia ». Bolaño.

Pasamos que el editor nos cuente la historieta de que el policia en cuestión es el lector, o que nos confiese que son fragmentos que ha ido apilando hasta rellenar el numero mágico de trescientas páginas , o incluso la revelación, de la confidencia que el autor le hiciera , sobre que esta era realmente « su »  novela, la de su vida, con todo el morbo que eso añade al lector que esté sediento de ese tipo de veleidades. 


No obstante, lo pasamos, lo perdonamos, lo pagamos, y ciertamente lo disfrutamos.

En este caso, doy por bueno que en el nombre de Bolaño nos vuelvan a vender textos ya publicados con otros títulos, en ese puzzle en que han convertido su obra, en el que tan dificil resulta distinguir el texto original, del repetido en una o hasta dos publicaciones anteriores, pero que una vez sumergidos en la segunda página, cuando no en la primera, nos atrapa otra vez la prosa del colega dispuesto a divertirnos, a deslumbrarnos con el relato de aquello tan cercano para nosotros, que pasó o que pudo pasar, y cuya proyección literaria, imaginación y humor de Roberto mediante, nos llena de satisfacción a los pajarillos que hemos iniciado el vuelo por el calor de los primeros dias del verano, calor que nos desorienta a la vez que nos exige elevarnos para intentar acercarnos al aire fresco, a la lectura aplazada durante largos y oscuros meses, y que da por bueno el que alguna que otra vez nos estrellemos, incluso  contra la luna de un biscuter.

 (Este, el biscuter es de Vazquez Montalban. El pardal, el German Areta de « El Crack » la película de Garci, con la  última aparición de Bodalo, grandísimo actor). 


        «(no me gusta) la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda  y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista [...]. Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista. La unanimidad me jode muchísimo.»
Roberto Bolaño[

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