lunes, 30 de octubre de 2017

CUADERNO DE BITÁCORA DEL 27 DE OCTUBRE.-


 
Al pairo.-

Navegar al pairo, o hacerlo con un velero en calma chicha.
Términos náuticos que aprendimos gracias a D. Emilio Salgari, y sus “Tigres de Mompracem”.

Lo primero es difícil, mantener inmóvil tu navío en medio de una corriente. Hay que tener alguna dote como navegante, y medios técnicos auxiliares con capacidad de compensar la fuerza de la corriente, además de resultar estos de limitada o nula eficacia cuando la fuerza del caudal supera ciertos límites, los tuyos.
Lo segundo es ciertamente imposible, sin viento el barco de vela se convierte en un mero flotador y sus ocupantes solo pueden intentar sobrevivir hasta donde les sea posible, implorando a los dioses, al cielo en su primera acepción, e incluso a la generosa corriente del golfo, siempre que esta se encuentre cercana del barco inmóvil, y siempre que el golfo sea aquel más conveniente para nuestros intereses.

Son dos palabras que inducen la risa a pesar de su inequívoco y contundente significado, al pairo, usado despectivamente para cualquier asunto que dejamos de lado, y sobre el que afirmamos no tener el menor interés en inmiscuirnos. Y la de chicha, adjetivando a calma, dos bisílabos, con su ch repetida, que tanto inducen al chiste fácil. Si bien nos coloca esta última calma en el desasosiego y la frustración al no depender de nuestra voluntad la capacidad de salir de ella. Aquí el libre albedrío no ha lugar alguno. Tan solo el llanto.

Estas inefables consideraciones surgidas del conocimiento infantil, atesorado a través de las malas lecturas – si hubiese tenido a Heidegger a mano, o mejor a Camus, otro gallo me hubiese despertado por las mañanas - se convierten en la luz cegadora y celestial que ilumina la mente más tenebrosa –de tinieblas- como es el caso.
Sirven para definir con precisión absoluta la situación política en la que se encuentra el país, y la de sus afectados- que no desafectos- ciudadanos.

Jerarcas navegando al pairo, temerosos de que la corriente de los tiempos, que es la del progreso de la historia, del devenir imparable del día después que, suele venir siempre a continuación del actual, se los lleve hacia al desagüe del fregadero, o de la bañera, donde los niños traviesos juegan con sus barcos a regatas ficticias, haciendo trampas inocentes, empujando el barco con la mano, o sujetándolo para que no escape, situaciones inconcebibles en el mar o en la mar, que es como dicen los poetas.

Curiosamente los niños no juegan ahora, supongo, a batallas marinas, ignorantes de lo que sucedió en Salamina y afortunadamente alejados por la distancia de siete décadas, de las batallas navales de “la Gran Guerra Patriótica” como fue llamada en el mundo soviético la II WW. Hechos bélicos que tanto placer dieron a los charcos de mi infancia, enriquecidos por las heroicidades de Sandokán, y las de los portaviones yanquis.

Curiosamente, también por aquello de mantenerse al pairo, a nadie se le ocurre asociar el juego de un niño en la bañera con las “aventuras” de los cayucos y de las pateras donde perecen, ahora mismo, miles de personas en situación de desamparo absoluto, y no solo de la literatura, de los noticiarios, y por supuesto también de la fantasía de los niños y de otros que parece que no han dejado de serlo.

Todo el mundo al pairo, y aquí no paga nadie como pregonaba Darío Fo, que fue otro escritor que me pilló a continuación de Salgari, con sus humanidades ficticias o fantásticas que no son sinónimas, o quizás si.

En el mientras, en el gerundio infinito de la calma chicha, nos encontramos todas las victimas, conscientes e inconscientes, pero en todo caso responsables por inacción de habernos dejado llevar a un cuadrante del mar donde el horizonte solo muestra agua y más agua –y sigue sin llover- y los medios disponibles para salir del punto muerto son nulos.
Esperando que el viento reanude su labor, la ayuda externa quizás de barcos de otros países, y temerosos de que la única salvación procede otra vez del golfo o golfos que, intentarán convencernos de la suerte para nosotros de ser llevados a sus puertos, para seguir otra vez en idéntico punto donde nos dejaron, momentáneamente desesperados, en previsión de que volvamos a pedir socorro, a ellos, a los golfos, a los nuestros.

Cuarenta años gastados para convencernos de que aquello no existió jamás, ni sus causas, ni sus artífices, ni sus ejecutores y beneficiarios. Y cuando casi lo habían -habíamos-conseguido resulta que nanai. Que “aquello” sigue vivo y que, sorprendentemente, somos nosotros, las victimas, los culpables del mal que estábamos en trance de negar, de ignorar, al menos de olvidar. Que dos generaciones completas, no pueden heredar el rencor, ni mucho menos el horror, sufrido por una tercera. Aunque sirva la memoria para recordar los baches del camino, los lugares donde hubo un desprendimiento, o los senderos que no llevan a ninguna parte, cualquier cosa que pueda evitar el dolor, el peor de todos, el que se acompaña del recuerdo de idéntico dolor, algo que lo hace insoportable.
Continuamos siendo acusados de …istas, no importan las primeras letras, tan solo que enfrente tenemos otro equipo de otra variedad de …istas, y que estamos obligados a jugar hasta vencer o perecer en el intento. O eso, o mantenernos al pairo que, seguramente es un método de navegación en absoluto gratuito, imprescindible en ciertas ocasiones y, en todo caso asumido, igual que dejarse llevar por la corriente, o en subir río arriba hasta reventar la caldera, igual que el Tramp Steamer de Álvaro Mutis, como parte consciente, informada, motivada y voluntariamente enrolada, en la tripulación del barco que va a iniciar una maniobra arriesgada.
Una calma chicha de cuarenta años, precedida de otros cuarenta, debería ser razón más que suficiente para que regresemos a los filósofos griegos, o a donde sea necesario, para encontrar soluciones a problemas tan viejos como ellos.


“Porque cada una de ellas es muchísimas ciudades.
Como mínimo dos, enemigas entre sí, la de los pobres y la de los ricos”.

(Platón. La Républica. libro IV).




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jueves, 26 de octubre de 2017

ESTUPEFACTO Y EXHAUSTO, ME TIENEN.-






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lunes, 23 de octubre de 2017

DI MÁS, BAGHEERA, DI MÁS.-


                                      

Hay sueños recurrentes, que aparecen periódicamente, sin frecuencia fija, que te hacen sentir como un personaje dentro de tu propia historia. Suelen estar compuestos de elementos que te resultan familiares y estar relacionados con algún aspecto de tu vida real. Aun sin cuidar ciertos detalles descriptivos con precisión, el decorado y la secuencia del episodio, te hacen ver que la situación es momentáneamente apacible o desapacible, según toque ese día en la cartelera, pero que, en todo caso, estás dentro de tu película.

Los desagradables, a pesar de que por su esencia de manifestaciones mentales en un durmiente, quedan difuminados como las nubes que se deshilachan y desaparecen antes de que consigas aclarar si son cirros o nimbos, son motivos esplendidos para guardar en una carpeta y ofrecérsela después al psiquiatra. En mi caso, entiendo que debo disponer de una cabeza borradora tan inadvertida como inconsciente cuya misión es anularlos antes de que queden grabados, en esa fuga hacia la consciencia que suelen efectuar ellos antes del despertar. Ello me priva del placer de las pesadillas, de alimentar el sadomaso que todos llevamos dentro, oculto sin duda, y que tanta inspiración ha generado a los autores románticos o góticos, o incluso del género de terror. 

Hay otros neutros, en tanto que las sensaciones quedan en un segundo plano y se limitan a llevarte por caminos trillados y ambientes cotidianos. Pertenecen estos a la categoría de despreciables por su falta de interés emocional, y te hacen reflexionar sobre la perdida de tiempo en que puede llegar a convertirse el tiempo perdido de los sueños. En todo caso no tienen suficiente entidad para guardarlos en carpeta alguna, ni mucho menos para llevarlos al psiquiatra, bajo riesgo de que este se predisponga instantáneamente contigo o, lo que es peor, te califique rápidamente como alguien tan simple que es incapaz de hacerse daño. Y de eso tratan en parte, los sueños y supongo, los psiquiatras.

El caso es que los míos, desde hace algún tiempo, han entrado en una fase de sesión continua de sábado por la tarde, en horario juvenil, calificación 1, aptos para todos los públicos, o quizás 2, tolerado jóvenes. Sueños amables, repetidos con tal insistencia que uno llega a confundirlos con la realidad cercana, quizás por venir, pero en todo caso posible y, afortunadamente, amable.

Este, que os cuento, es el de un cachorrillo que lleva tiempo dándome la alegría de acompañarme en las horas difusas de la fase REM del sueño. Un cachorro color canela, con pocas semanas de vida, quizás meses -que no se lo he preguntado- , y que no hace más que brincar a mi lado y dejarse acariciar mientras leo en los ratos que me permite su insaciable deseo de juego. 
Os lo puedo describir con todo detalle y lo único que voy a conseguir es que me digáis la marca y el modelo, incluso la seguridad del pedigrí por ciertos rasgos definitorios. Pero más allá de la suavidad de su pelo, corto, del color inequívoco de perro soñado, y del calorcito que desprende en mi mano su piel de bebé en ciernes de dejar de serlo, creo que no tiene sentido intentar retratar una sensación que, al fin y al cabo, es la que surge, tomando forma en las imágenes de mi perrito.

Obviamente, se ha repetido varias veces, quizás muchas, y al ser una experiencia benefactora, no he tenido en cuenta el numero de ellas, hasta el incidente de esta última vez, la semana pasada.

En la mitad del sueño, en pleno momento de satisfacción rascándole la tripa al animalito, o quizás intentando que suelte el mordisco del cordón de mi zapato, algo con lo que suele disfrutar y que tanto me cuesta después liberar, he tenido un instante de lucidez, un indicio de preocupación, de responsabilidad sobre el cachorro, y una duda me ha invadido, siempre dentro del sueño, una tremenda duda que me hace pensar si no estaré malcriandolo y, lo que es peor, si podré educarlo más tarde con la necesaria autoridad, después de los mimos prodigados durante tanto tiempo.

El despertar ha sido una doble revelación, por un lado el descubrir que los sueños pueden plantearte con nitidez cuestiones que en la vida real te pasan desapercibidas, y ciertamente cargadas de fundamento, como es el caso. Por otro, y esta es peor, rayando con lo terrorífico, la incapacidad que, presumo, voy a tener, para modificar el desarrollo de esta historia , absolutamente personal, en las sucesivas e inevitables proyecciones de esta secuencia. No puedo saber si seguiré repitiendo el apacible intercambio cariñoso, con la ausencia de disquisiciones de indole moral o filosófica, como figura irresponsable en la educación de un perro en crecimiento inevitable, o si esta progresión en su madurez me será ofrecida en el programa cinematográfico pre-despertar y llegaré a poder convertirlo en un perro de pro, un responsable y fiel amigo de su amo. Prometo contároslo si ha lugar.

Pobre perro, donde ha ido a caer.




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viernes, 13 de octubre de 2017

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (88)


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martes, 10 de octubre de 2017

CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR, O NO.-




Le escuché decir a alguien que, para conocer una ciudad, o un pueblo, resultaba imprescindible observar con detenimiento un par de escenarios, el cementerio y el mercado. No hubo mas explicaciones, y el aforismo que parecía harto sensato no aclaraba su fundamento, que a poco que reflexionemos se desvela con la luz cegadora de la sabiduría milenaria de sus inventores. El pasado, el camposanto, dice mucho sobre cualquier comunidad, tanto en su ornamentación más o menos florida, en la pluralidad de los apellidos, descartando endogamias excluyentes, y en el estado de conservación de sus instalaciones que refleja el buen gobierno municipal, en el caso de que así sea.
La otra parte, el mercado, quizás sea absolutamente definitoria de la realidad local, del presente económico de sus ciudadanos. La variedad de productos y su nivel de calidad son un reflejo certero sobre el grado de bienestar de la población.

Hoy día, el viajero tiene poco o ningún interés por conocer cualquier aspecto del lugar visitado, aparte de aquellos imprescindibles reseñados en su guía de viajes. Si bien hasta hace bien poco la información sobre un lugar concreto de nuestro país –todavía país – solo podía encontrarse en El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850) de Pascual Madoz, algo tan incierto como anacrónico, desfasado por la inexorable realidad sometida al transcurso de los años, siglos. El tiempo otra vez.

Y lo que ahora asumimos como prescindible y falto de interés, resultaba vital para cualquier funcionario nómada que tuviese que elegir destino, para cualquier aspirante a sedentario que necesitase establecer su negocio o vivienda, o incluso para los circos que fijaban las paradas de sus itinerarios circulares basándose en la rentabilidad de sus etapas. De todo ha habido en la vida de los transeúntes forzosos, y el tener ojeadores analizando mercados y cementerios no resultaba en absoluto gratuito.

Hoy quedan totalmente obsoletas estas referencias, los mercados, desaparecidos forzosamente, engullidos por los centros comerciales y por las compras semanales o quincenales, cuando no por las entregas a domicilio; los cementerios condenados a la inanidad de quien ya no es necesario, pudiendo los dolientes tener el muerto en casa, guardando sus cenizas en una discreta urna junto al televisor.

Sin embargo –siempre hay un sin embargo – podemos observar, a poco que prestemos atención a lo que ven nuestros ojos, aunque sea de pasada, sin necesitar mucha intencionalidad en ello, algunos indicios sobre la realidad de los lugares por donde pasamos, y el como esos indicios, esos hologramas semiocultos nos están presentando evidencias sobre el nivel cultural y económico, y lo que es más importante, sobre su reciente evolución. Si le añadimos su ubicuidad, la repetición de esos fenómenos que denuncian la transformación, lamentablemente negativa, de los hábitos sociales, en cualquier ciudad por la que deambules, por muy alejadas que estén unas de otras, y sin limitarlas a un país o continente, el reflejo que nos llega resulta grotescamente aterrador.

Paso por ver en las calles comerciales, la calle mayor de cualquier ciudad, la proliferación de los locales que compran oro, la reaparición de los prestamistas que a lo largo de la historia se han beneficiado de la pobreza colectiva, estando el oficio historica e injustamente asociado a determinada etnia religiosa, aunque hoy sea dogma de fe no aceptar la existencia de etnias y menos religiosas. Supongo que eso fue en otra época y en otra historia y que, incluso, realizaban una labor social, como la elevada a nivel institucional en nuestros montes de piedad de infausto final. Y también supongo que ese es uno de los oficios, el de prestamista, más viejos del mundo, si no el que más, aunque..
Aunque no me asombra esta nueva versión del oficio, ni su traslado desde las callejuelas oscuras de las novelas hasta los mejorados locales, las esquinas de cualquier calle mayor.

 

Lo que me ha sorprendido, por lo novedoso, y por el cambio moral en el colectivo que representa, es la externalización de otro viejo monstruo social, la puesta en evidencia sin reparos de tipo alguno, la ocupación masiva en cualquier ciudad de aquellos lugares privilegiados, locales enormes, antaño bancos de postín, o incluso palacios o templos culturales como el ejemplo de la foto que tomé la semana pasada en Palermo. El Gran Teatro Nazional, convertido en… un local de juego. Ni siquiera en la sala de un casino, que también tienen su historia, su corazoncito, y su hueco en la literatura dramática.

Sencillamente convertidos, todos ellos, en locales representativos de franquicias dedicadas al vicio del juego, la ludopatía, y en su forma actual, juegos deportivos. Les falta el segundo apellido, el de benéfícos, como tenían las quinielas y los montepíos de las cajas de ahorro, pero no han prescindido del comodín, de la pantalla, del disfraz, deportivos. Desconozco si el asunto deportivo hace referencia a los partidos de fútbol, y sus resultados, sobre los que a menudo efectúan las apuestas, o si realmente la actividad deportiva es el apostar en las taquillas, parecidas a las de los hipódromos que salen en las películas, que también los potros y los galgos han sido usados como pretexto.
En todo caso no se han atrevido con la etiqueta de benéfico y si han debido contar, miserablemente, con la tolerancia de las instituciones responsables, que por algún sitio andarán sus responsabilidades, a la hora de transformar un teatro esplendido, o miles, en lugares de perdición, que nos muestran el declive, la degeneración, la decadencia moral, no solo visual, de los lugares que habitamos.

Vale, hemos desmitificado, y corregido, el injusto error de nuestros conceptos sobre Sodoma, que falta hacia. Ahora nos hemos quedado solos ante Gomorra, y solo nos queda esperar el asunto de la sal, que no se si será como flor, escamas , o sal maldon. Yo por si acaso no pienso mirar hacia atrás.

No estoy recreándome en la melancolía de quien ve el paisaje deteriorándose ante sus ojos. Ni mucho menos amparándome en las doctrinas morales, o en sus restos, para recrearme en el vade retro del diabólico mal. Al menos no solo eso. Mi irritación inicial ha sido producida al ver como una actividad que no aporta absolutamente nada positivo al bien común, al PIB, o al progreso social, va ocupando paulatinamente una porción cada vez mayor de la tarta económica de nuestro país - ¿nuestro?-. Loterías, casinos, casas de juego, están apartando para su beneficio una parte significativa del capital humano y económico, sin dejarnos otra cosa que la imagen de un negocio de manos muertas, no productivas, dedicado a la distribución de otra droga legal, además del alcohol y el tabaco, ahora el juego.




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sábado, 7 de octubre de 2017

OTRA MUESCA EN LA CULATA. TOM PETTY.-





Resisten en O.K Corral, Doc Holliday y Wyatt Earp. La peli no ha terminado.-



miércoles, 4 de octubre de 2017

EL TUNEL DEL TIEMPO EXISTE. YO HE ESTADO ALLÍ .-




Congelar el tiempo, recuperarlo cuando se ha perdido, o intentar introducirse en aquel momento imposible, anterior o posterior a la proia existencia individual. Esas son algunas de la claves de su uso, la cuarta dimensión omnipresente siempre para los artistas, a vueltas con ese imparable movimiento continuo que escapa a cualquier intento de detenerlo, aunque sea únicamente por un instante. ¿Cuánto dura un instante?.



Hay otros factores indirectos, más allá del reloj o el calendario, que abundan sobre la necesidad de tomarlo en consideración como parte de nuestra propia existencia, espejo imprescindible sobre el que se proyectan el transcurso de los días y los años pasando sobre los otros, y también sobre las cosas, ciudades, paisajes.



Me viene esa sensación, de innegable inicio de agostamiento, justo a la entrada de la exposición, de esa y de todas. Desde hace poco, indefinido el cuanto del poco, siento las piernas cansadas, incluso doloridas al comenzar, incluso antes de hacerlo, cualquier visita a un museo o sala de exposiciones. Asumo el subjetivismo de quien comienza fresco físicamente la sesión, y presume que un par de horas después las piernas van a protestar al permanecer erguido ante una deambulación prácticamente inexistente. Es una anticipación tan psicológica como real que me hace incomoda la asistencia a cualquier evento expositivo, sin llegar a convertirse en disuasoria, afortunadamente.



En esta ocasión encuentro enseguida, justo después de las dos primeras salas, las de los antipasti y los contorni, los rellenos inevitables que justifican el apellido “antológica”, al llegar al espacio principal tanto por sus dimensiones como por el fundamento de su  contenido, un banco largo y mullido, quiero recordar, justo enfrente del panel prodigioso.



Tampoco me atrevería a afirmar si la inmediata sedestación fue debida al alien que se había adueñado de mis piernas desde la puerta de entrada, o a aquel retrato multidimensional cuya contemplación me había impelido a situarme frente a el para ignorar la duración de esta actividad gozosa.


El caso es que permanecí así, sentado y absorto contemplando el misterio que se desvelaba ante mis ojos. El paso del tiempo año tras año, durante más de cuarenta, en los retratos de las hermanas Brown. De las cuñadas en realidad, porque son las tres hermanas junto a la esposa del fotógrafo, la que no cuenta, como tampoco lo hace el artista detrás de la cámara, a los que ignoras a pesar de su obstinados autorretratos con objetivos macro, intentando demostrar que un poro de la piel o un pelo del bigote pueden definir un rostro, y que, en todo caso, solo sirven para reconducir nuestra mirada hacia el de las cuñadas, desde 1975 hasta 2017, o lo que es igual, pero más importante, desde los 17 años hasta los…



Terrible contemplar el transcurso de una vida entera, de múltiples vidas, incluyendo la tuya, y de volver insistentemente diez o veinte años atrás, fotos en una o dos hileras más altas de las que se acercan a la actualidad. No son únicamente las arrugas, indefectibles, la transformación facial cuando los músculos van debilitándose y la grasa de la piel va rellenando oquedades y borrando pómulos y otras prominencias. También el cabello perdiendo en parte su brillo primigenio, y su color, autentico o impostado por los colorantes, nos permite verlo escasear y cobrar una fuerza robusta, la del superviviente, generando la sensación de estar contemplando una transformación temible a la vez que misteriosa, hipnotizado por esos ojos cuya luz han dejado de reflejar las esperanzas que tenían delante hace cuarenta años, y que van paulatina e inexorablemente transportándote hacia la placidez de quienes vuelven de un largo festival, probablemente satisfechos y ciertamente cansados, muy cansados.



Te ves en ellos, te ves en ellas, en su indumentaria, cuya observación nos situaría en la fecha aproximada de cada instantánea, sin apenas necesidad de fijarte en el año que fecha cada imagen. Y vuelves a retroceder, a mirar los rostros juveniles de aquellas chicas, en un tiempo en que tu tenias su misma edad, y luego avanzas hacia lo que te espera, sin temor, y sin la certeza de que hayas llegado todavía a aparecer en la cercanía de sus últimos retratos.



Realmente hace un rato que ha dejado de importarte, aun sabiendo que estas allí, con ellas. Vuelves a mirar sus rostros, una por una, tan parecidas y tan diferentes, y te resbalas por el tobogán de la vida sin necesidad de comprar el billete en la estación de salida, y sin importarte lo que vas a encontrar tras cada curva, sin saber si ellas vienen detrás o van delante de ti, ahora solo importa sentir el movimiento de esa dimensión inaprensible, el tiempo.



Magia absoluta la que exhibe ante nuestra mirada el fotógrafo que probablemente se ha limitado a aprovechar el cumpleaños de alguna de ellas para inmortalizar repetidamente el instante para el recuerdo, maravilloso recuerdo.



Nicholas Nixon.




  
 

  
  


 

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