domingo, 28 de agosto de 2016

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (74)


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domingo, 21 de agosto de 2016

DORIAN, QUERIDO AMIGO. (Según Oscar Wilde et al.)




 




Que Dorian Grey era un monstruo, parece algo que no admite dudas. Que su “inventor” se incorporó con este personaje al elitista grupo de escritores sobre los que cargamos la responsabilidad de nuestras mejores pesadillas - las ficticias – tampoco. Aquí se incluye a Mary Shelley con su Frankenstein, a Bram Stoker con Drácula, y pocos más. El como la novela “gótica” de terror se hizo popular y, sobre todo, continua gozando de esa característica a lo largo del tiempo en nuestro imaginario colectivo, es comprensible si extrapolamos el motivo principal de todos ellos, idéntico al de Dorian Gray, el ansia infantil de la humanidad por conseguir la vida eterna, algo que, hasta entonces, estaba reservado a los creyentes de aquellas religiones, la mayoría, que la ofrecen como promesa principal.



Sucede que Oscar Wilde, en los momentos mas delirantes de su fantasía “fin de siecle”, cuando la competencia con otros románticos y la moda imperante inducían a intentar reflejar la oscuridad del alma humana a través del poema o de la novela,  jamás llegaría a imaginar, cual Verne en su futurismo científico, que la magia de su personaje, su eterna juventud, como la de aquel pobre hombre que vendiese su alma al diablo a cambio de la inmortalidad, o a cambio del amor de una chica, que viene a ser lo mismo, pudiese convertirse en algo banal y consuetudinario tan solo cien años después.



Conste que el Fausto de Goethe ya lo había sufrido en sus carnes y en su alma, el hastío, el “ennuie” de ver envejecer el mundo desde su pedestal más o menos apolíneo e inmutable, y que en todos ellos no tardaría en aparecer el remordimiento, al igual que en el antecesor principal de todos estos personajes ficticios, el que vendiese su primogenitura por el plato de lentejas viudas, de aquel libro que jamás llegamos a leer, porque nos lo prohibió la Confederación Hidrográfica del Tajo, que es la que sigue imponiendo doctrina. Es decir, el libro de todos los libros, la Biblia, que recoge las vicisitudes pasadas y futuras de la humanidad y nos recuerda que casi todo está inventado.



Wilde  exagera discretamente aquello de la perversión, sin explicarnos en absoluto su causa. Ya que el señorito no tiene razón alguna para convertirse en un malvado de solemnidad, y en todo caso debería estar agradecido por estirar indefinidamente su bien mas preciado, que no es otro que su cara bonita.

Y es de los estiramientos, y  la eterna juventud, sobre lo que hoy se me ocurre divagar.



La técnica de la mal llamada cirugía plástica- limitada a tapar grietas y a repellado en general, cuando hay tanto por reformar- unida a la bien dotada faltriquera de la clase media – otra que ya no lo es- han convertido en rutinario y supongo que también adictivo, el hecho de intentar emular a mi amigo  Dorian. Si no conseguir la inmortalidad, al menos extender temporalmente el aspecto facial que tenemos cuando más nos gustamos. Y esto de gustarse es consecuencia de mirarse en el espejo, cosa que Dorian Gray no necesitaba al principio, cuando el elogio explicito e insistente sobre su belleza, en cualquier circulo en que se moviese, hicieron elevar su vanidad a cotas patológicas, y quizás ese y no otro, el de la vanidad por obligación, fuese el único pecado reprochable al comienzo de la historia.


En sus seguidores de hoy, multitudinarios ellos, no es tanto, o no lo es en absoluto la presión ambiental, aquella que hace necesario el someterse a cruentas y peligrosas intervenciones quirúrgicas para defenderse de aquel que no tiene prisa, pero  siempre nos alcanza, el tiempo; más bien es el fatídico espejo espejito, dime quien es el más bonito, y la ilusoria cantinela del volver a los diecisiete, preciosa canción de  Violeta Parra, o de Mercedes Sosa, que no recuerdo, que al igual que Wilde solo pretende rememorar tiempos felices, y en modo alguno anclarnos a ellos.



Afortunadamente ni la motivación del asunto, ni las consecuencias, fatales para Dorian, son las mismas, y lo que es peor, el arrepentimiento, tampoco. Mientras el protagonista de la ficción sufre horrorosamente por algo que está fuera de su control, y abomina de la maldición que mantiene incólume su juventud, sus imitadores disfrutan,  encuentran placentero el asunto de mirarse en el espejo y reconocerse en el rostro joven-en apariencia- de otra persona, despreocupados ante su osada ignorancia sobre el mayor tesoro moral de los creyentes, el remordimiento, el sentimiento de culpa, el pecado al fin y al cabo.

El hedonismo que nos asuela, la búsqueda del placer, que viene a ser ese pecado capital que no figura en la lista, es lo que tiene.



 Oscar nos previene en el prefacio, insistiendo en que no, que la moral es una cosa – personal o colectiva- y el arte otra bien distinta, y que no debemos confundir jamás al artista con la opinión que sobre él tengan los fariseos. Y esta es otra cuestión, el sentimiento colectivo de incidir sobre el bien y el mal, dando por buena la opinión de la mayoría, la diosa democracia, virgen donde las haya – en la doble acepción de su significado- y olvidando, otra vez, la terminante prohibición que la Confederación Hidrográfica del Guadiana – tengo más-  impuso a la obra en general de Oscar Wilde y a “El retrato” en particular. Considerando algo banal y secundario el único crimen que está universalmente establecido por aquello tan perverso para ellos - los confederados-  la ley natural, y que no es otra cosa que el crimen de hacer daño a los demás, comprendemos perfectamente la desazón de Dorian Gray al ver como su “otro” destrozaba al personal, y como Wilde nos aclara implícitamente que en todo caso, la belleza no es culpable de nada.

De ahí se deduce que quien quiera hacerse sangre persiguiendo lo imposible, solo deba dar cuentas a su espejo y a su bolsillo, siempre y cuando el respeto a los demás sea una extensión natural de su belleza real o imaginaria.



Lecciones morales tan alejadas de las impuestas por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir – los ríos catalanes están momentáneamente exentos-  que nos impidieron en su día disfrutar de la sabiduría que se encierra en el texto de Oscar Wilde, quien no solo estuvo prohibido por ser quien era, más bien por ser “como” era-, sino que fue condenado a una muerte peor que la de Dorian, y conste que no estoy destripando la novela, que todavía no la he terminado y puede que termine con final feliz, como debe ser.



Hay novela, hay libro, y hay obra maestra, sin que pueda hacer otra cosa que insistir en el tópico, y revelar que aparece otro personaje, aparentemente accidental, Lord Henry, Harry para los amigos, que nos descubre aspectos ocultos de la moral y de las costumbres humanas, con un lapidario sentido de la elocuencia, del humor y de la gramática parda, revestidos todos por la elegancia del aristócrata victoriano que todos llevamos dentro, o nos gustaría llevar, a sabiendas de que lo otro, la revelación de la hipocresía farisaica de nuestro ambiente, nos esté vedado, en parte por incapacidad – Oscar era un genio- y en parte por las dichosas confederaciones hidrográficas, la dichosa represión sobre lo políticamente incorrecto – ojalá la política fuese lo único incorrecto- que nos hace ocultar las verdades con las medias mentiras entre las que discretamente nos movemos.



Me temo que tengo que volver a empezar, a releer desde el principio y a seguir disfrutando, y en mi caso, puedo asegurar, que el placer de hacerlo no va a ir acompañado de complejo de culpabilidad ni de remordimiento alguno. Y conste que si no paso por el bisturí y las inyecciones que te quitan arrugas o manteca, es porque el espejo espejito no me dice nada que yo no sepa, ni que pretenda ignorar.  C´est la vie, mon ami Dorian. Vivamos y dejemos vivir.




Fé de erratas:

-  Donde dice “Confederación Hidrográfica...” debe decir....eso. (Ese es de Los Luthiers).



Pero también puede leerse...  “Index librorum prohibitorum” o Indice de los Libros Prohibidos, el “Index” para nuestros consejeros espirituales, que llegó a gozar de más de cuarenta ediciones, la última de 1948, hasta su intento de supresión en 1966 por Pablo VI.






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martes, 16 de agosto de 2016

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (73)


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miércoles, 10 de agosto de 2016

DE MONSTRUOS Y MOSTRENCOS.-

                                   

El monstruo del lago Ness asoma siempre en agosto.

Este era un tópico asumido por el lector para no atragantarse cada verano con las noticias bizarras publicadas habitualmente en estas fechas.
El “era” supone un antes, pretérito, y nos lleva inevitablemente a tiempos cuando el denostado “rosario en familia” servía para reunir junto a la mesa camilla a aquellos componentes del circulo – hoy circulo tiene también otro inexplicable significado- que vestían faldas.

Hoy, presente, los cambios son significativos, pero solo en la superficie. Ahora el “fútbol en familia” ha cambiado el aparato de radio superheterodino, por el gigantesco televisor de tropecientas pulgadas y los círculos familiares incluyen “también” a las féminas, confirmando además que la igualdad entre géneros – que hoy tiene otro significado fundamental, alejado del de los paños- se va estableciendo por abajo, por lo negativo o al menos intrascendente, la mujer fuma más – al menos las jóvenes- y enfermarán de cáncer de pulmón, además de los propios de su “genero” y lo harán, por tanto, superando a los varones. Victoria pírrica que nos acerca a la anhelada igualdad al constatar su masiva participación en los eventos culturales de primer orden como el fútbol, o los playeros festivales veraniegos, donde son mayoría hace tiempo, y donde el consumo de alcohol, nuestra segunda droga legal, inmediatamente detrás de la corrupción, permite sostener la economía productiva por encima de sus niveles críticos, alcoholeras, a la vez que da un respiro al empleo en el sector servicios, aquel que permanece oculto el resto del año en el submundo de la economía sumergida. 
 
Realmente aquí estamos casi todos sumergidos, unos porque la impunidad fiscal del país les permite mantener unos lujos inasumibles para los que cumplen con sus deberes con la patria, y otros porque toleramos sin rechistar que nos insulten llamándonos ciudadanos, que nos incluyan todos los días en esa “ciudadanía” a la que al parecer todo el mundo quiere pertenecer, sin asumir los costes, las cuotas periódicas que implica la pertenencia a este club. Y no me refiero ahora a la imprescindible participación en el mantenimiento del “erario público” - valiente estupidez, el erario público de gestión privada – sino en la ausencia colectiva a la hora denunciar y de intentar cambiar "el estado de las cosas”
 
Mientras tanto, los gobernantes en ciernes, los muñecos de guiñol mejor pagados del mundo, los elegidos por menos del 1% de los españoles – afiliados, militantes- son apoyados masivamente por esa ciudadanía que vota dos o cuatro veces, si fuese menester, con tal de no molestarse, de no implicarse en asuntos que nos conciernen.
Y en el mientras, entre partido y partido, los futuros gobernantes aparecen en la tele, sonriendo siempre – salvo en los instantes mediáticos en que haya que denostar al contrario- sonriendo en unas circunstancias en las que el pais está para cualquier cosa menos para sonrisas. Y la nave va, que diría Fellini.

Curiosamente, ni los pesimistas “prevoyants”, ni los cenizos irreductibles que no cesan de avisar al cesar que hay en cada uno de nosotros, sobre los inminentes idus de marzo, de abril o de mayo, han conseguido modificar la tendencia suicida de un país en trance de desaparición – no por la moda independentista- por la ausencia de sentimiento ciudadano, de pertenecer a un grupo que podría haber sido extraordinario, si la mayoría hubiese decidido algo tan simple como hacerlo público, ese sentimiento, como expresarlo con palabras y hechos.

Pero estamos en agosto, no hay que olvidarlo.

El Real Madrid campeón de la “Supercopa”, la Olimpiada, que ahora se llama “Juegos olímpicos” va para largo, y las noticias que trae la prensa, son tan espeluznantes como las del monstruo del lago:


-"Activista que abandona la huelga de hambre de 16 años". (Años de la huelga de hambre, no de la activista).

-"Ciudadano que encuentra en la playa un fardo de hachís y lo custodia hasta entregarlo a la autoridad".(La noticia resalta lo de ciudadano)

-”Los acusados de la violación de San Fermin reclamaban turno para abusar de la chica” (Parece ser que violaron al santo, pero solo abusaron de la chica).

-“Doce casos extremos de animales abandonados en Albacete” (Igual querían poner excrementos en lugar de extremos).


Amenaza de suicidio permite a la Guardia Civil descubrir una plantación de marihuana”(Y dale con la grifa).

-”El agua de una piscina de Rio, se vuelve verde, y nadie sabe por qué.(El Rio es de Janeiro y el verde se desconoce).

                        

viernes, 5 de agosto de 2016

OLIGARQUÍA O DEMAGOGIA,(según Josep M. Colomer).- LECTURAS VERANIEGAS 1.-

OLIGARQUÍA O DEMAGOGIA.-




Por qué no volvemos a los clásicos y aceptamos que la democracia no es viable en territorios extensos con sociedades complejas? El reciente referéndum del Brexit,así como anteriores experiencias de referendos y plebiscitos a grandes escalas sobre problemas importantes y difíciles, así lo sugieren. De hecho, en varios casos en la Unión Europea, el resultado de un referéndum ha sido revocado por representantes electos (como la Constitución de la UE o el rescate de Grecia).
La toma de decisiones directas por todos los miembros de una comunidad es un mecanismo propio de la asamblea popular en un barrio o ciudad, una asociación profesional u otros grupos pequeños cuyos miembros se conocen directamente, los problemas que se abordan son simples y fáciles de entender y todo el mundo sabe cuál es el objetivo común que la acción colectiva a ese micronivel debe perseguir. No funciona en ámbitos más amplios en los que hay diferencias y conflictos de intereses y valores cuya resolución requiere competencia técnica, un cierto distanciamiento emotivo de los problemas, negociaciones, pactos y apertura mental.
En la democracia clásica antigua, basada en la ciudad, el pueblo, en primer lugar, votaba sobre las políticas públicas y, en segundo lugar, seleccionaba delegados por sorteo para que ejecutaran sus decisiones. Los delegados no eran representantes del pueblo, sino solo mandatarios para ejecutar instrucciones imperativas de la asamblea. Rendían cuentas de su trabajo y podían ser sancionados por su desempeño.
Esta forma de gobierno siempre se consideró viable solo en comunidades pequeñas y homogéneas y no en unidades de mayor escala, como la mayoría de los Estados modernos. Esta fue sin duda la doctrina griega clásica. Platón creía que una comunidad política debe ser pequeña para poder ser “coherente con una unidad” de propósito entre sus miembros. Aristóteles observó que “todas las ciudades que tienen una reputación de buen gobierno tienen un límite de población”. Aun en los albores de los regímenes liberales y representativos modernos, la democracia era un concepto difícil de reciclar. Jean-Jacques Rousseau afirmó que un gobierno democrático presupone “una comunidad muy pequeña, donde las personas pueden reunirse fácilmente y donde cada ciudadano puede conocer con facilidad a todos los demás”, mientras que, por el contrario, “cuanto mayor es un país, menor es la libertad”.
Cuando se deliberaba sobre las posibles fórmulas institucionales para la nueva gran entidad política que se llamaría Estados Unidos de América, James Madison introdujo una prudente distinción entre “democracia” y “república”. La primera, “una democracia pura”, requeriría un pequeño número de ciudadanos “que se reúnen y administran el gobierno en persona”. La segunda, “la república”, fue concebida como un gobierno representativo en el que algunos funcionarios electos se reúnen y administran el gobierno en nombre de los ciudadanos. La expresión “democracia representativa”, estándar durante el siglo XX, se consideraba una contradicción.
La toma de decisiones directas es un mecanismo propio de comunidades pequeñas
Mientras tanto, en Gran Bretaña, un miembro de la Cámara de los Comunes, Edmund Burke, había enunciado la doctrina de la independencia de los representantes que se consagraría en todas las Constituciones modernas. A sus votantes de Bristol les dijo: “La de los votantes es una opinión de peso y respetable, que un representante siempre tiene que escuchar con placer y debe siempre tener en cuenta. Pero las instrucciones imperativas, los mandatos vinculantes que un representante debería estar obligado a obedecer ciegamente, a votar y a defender… se basan en un error fundamental de todo el orden y tenor de nuestra Constitución”. Burke sostuvo, por el contrario, que los parlamentarios debían actuar de acuerdo con su buen juicio y en conciencia, de modo que el Parlamento fuera independiente de sus votantes.
En Estados grandes y sociedades complejas, la fórmula moderna del gobierno representativo comportó, pues, la sustitución de la democracia como el gobierno de las masas por la promesa del gobierno de los mejores, es decir, la clásica aristocracia. Primero se eligen representantes sin ningún mandato imperativo sobre políticas públicas y luego los representantes electos toman decisiones en nombre del pueblo.
En la práctica, los electos actúan con un gran margen de discrecionalidad y con nulo control posterior de su gestión; solo se someten a un posible rechazo de su reelección. Ya a principios del siglo XX, el sociólogo alemán Robert Michels observó ácidamente que era la organización de partido “la que engendra el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los que delegan[...]. Vemos en todas partes que el poder de los líderes electos sobre las masas electoras es casi ilimitado”. Los procesos más recientes han confirmado y ampliado tal diagnóstico.
Los gobernantes pueden ser destituidos por los gobernados en la democracia representativa
Cuando la eficiente formación de políticas públicas, así como la cualificación y la honestidad de los representantes, fallan, la clásica promesa aristocrática del gobierno de los mejores queda incumplida. Como reacción, la mayoría de los estudiosos han convergido en torno a una concepción minimalista de la democracia, que implica una retirada con respecto a las expectativas fundacionales. Winston Churchill anticipó la idea con su famosa ocurrencia. No se suele recordar que la completó con la observación de que “las multitudes permanecen hundidas en la ignorancia de los hechos económicos más simples, y sus líderes, cuando les piden sus votos, no se atreven a desengañarlas”. El criterio de evaluación que queda es simplemente que, a diferencia de las guerras civiles y las dictaduras, los gobernantes pueden ser destituidos por los gobernados sin derramamiento de sangre, por decirlo en palabras de Karl Popper.
En territorios grandes con sociedades complejas y problemas difíciles, la democracia directa y participativa degenera en demagogia, como vemos en los referendos y populismos de diversa factura en el momento actual. Pero con el monopolio de la representación y la gestión pública por los partidos políticos, en muchos lugares el gobierno representativo también ha degenerado en oligarquía. Las actuales alternativas de formas de gobierno no son, pues, las clásicas democracia y aristocracia, sino que se parecen más a sus versiones perversas: la demagogia y la oligarquía. Como decía G. Bernard Shaw, “la actual democracia sustituye las elecciones por las masas incompetentes por los nombramientos por la minoría corrupta”.
De acuerdo con la visión aristotélica, entre esas dos fórmulas, la aristocracia oligárquica podría ser considerada relativamente menos mala, ya que con “el gobierno de la turba” el demagogo populista tiende a implantar una tiranía, la cual es ciertamente la peor forma de gobierno. La observación encaja muy bien con los dilemas del mundo actual.
Josep M. Colomer es profesor en la Universidad de Georgetown y autor de El gobierno mundial de los expertos (Anagrama).

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