domingo, 15 de mayo de 2022

DEAN MARTIN - MEMORIES ARE MADE OF THIS .-

 

Dean Martin - Memories Are Made Of This

(Los recuerdos están hechos de esto).


Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. (Juan Rulfo).

Cuesta al lector hacerse a la idea de que Comala sea el autentico protagonista de la historia. No tanto como que el tal Pedro Páramo sea un sosias de su propio hijo, o quizás lo sea el lector. No desvelo el final, en caso de que lo hubiese, dado que, en cada una de sus páginas está encerrado el milagro del realismo fantástico que desde entonces ha constituido el maná de los escritores que quieren serlo.

Parecen razonables los intentos de encontrar las coordenadas reales de ese lugar mítico, las investigaciones mediáticas y doctas que intentan ubicar caminos, calles y hasta personajes asociados a la realidad de la imaginación del autor. Algo tan absurdo que solo provocaba la hilaridad de este, cuando le apremiaban a que diese pistas para la investigación, o confirmase la presencia real de este o aquel personaje, ubicados todos exclusivamente en la mente de Rulfo.


Dudosa la parte de veracidad que pueden tener los recuerdos de uno cuando el tiempo los va alejando del momento en que los sentidos y los sentimientos de quien sufre o disfruta estos recuerdos, se fijaron en su memoria. Y cuan diferente de lo indeleble puede resultar esa fijación. Tanto que el trampantojo inicial ha ido degenerando en un estarcido interminable y borroso, obstinado en repetir aquellos buenos, o no tanto, momentos que acaban elaborando la personalidad final, la que adquiere mayor persistencia, en el individuo.

Al final, tanto Comala, el lugar de su origen, como el padre, la figura ancestral en la que uno quiere, y no puede, llegar a convertirse, van a transformarse en el principal estuche donde van a encerrarse las ideas, que van a obstaculizar la entrada a todas las ajenas a estos dos elementos, a casi todas.

Encontrar tu Comala, resulta al final tan fácil como cerrar los ojos. Reencontrarte con ella, tan difícil como doloroso. Tan inevitable como estar vivo.

Te toca haber nacido, y vivido, en un país donde el realismo fantástico forma parte inseparable de su historia y de sus ciudadanos, donde el silencio de varias generaciones convierte los hechos pretéritos en inexistentes, y donde las crónicas son tan efímeras que se las lleva el viento durante las tardes de agosto. Entonces comprendes la dificultad de recuperar ese lugar y esas personas junto a las que has crecido y a los que has querido, tanto como reconocerlos puntales de esa arquitectura evanescente a la que llamamos recuerdo.

En esa situación tienes que agarrarte a cualquier fleco en el suelo, a cualquier hilo literario, a cualquier imagen borrosa, en blanco y negro que es como se graban los recuerdos, para intentar reconstruir aquello, aquella Comala, corriendo el riesgo de que cualquiera de sus personajes, coautores contigo de esta historia, vuelvan a reírse de tu despropósito como hiciera Rulfo con los que pretendían recrear en la tierra sus sueños, su mundo onírico.

Dada la penuria de documentos minimamente fiables sobre los sucesos acontecidos a tu alrededor durante los últimos ochenta o noventa años, una sobrevida optimista, no queda otra opción que fijarte en las imágenes, un recurso inestimable a la hora de asomarnos al tiempo de existencia de la técnica fotográfica, filtrando con los restos de esos tatuajes desdibujados que se obstinan en seguir en las neuronas, junto a los testimonios vitales de aquellos que estuvieron cerca de ti, y afortunadamente sigan estando.

Hay que reinterpretar pues, esas imágenes fotográficas, procedentes quizás de un tiempo en que el ciclo económico fuese venturoso, y comprender que ni antes, ni después, Comala volvería a ser la de los días dorados.

Jóvenes felices, exultantes de vitalidad, vestidos con ropas festivas durante un soleado domingo de primavera, y presumiendo de la incipiente madurez que cambiará su actitud, sus modales y vestimenta en muy poco tiempo, aparte de alegrar la memoria de quien los contempla, le hacen pensar que después de aquel instante, dejaron de ser lo que aparentaron entonces. Y tienes que intentar buscarlos, encontrarte con su presente, y comprobar que muchos de ellos solo tienen pasado, mientras que, algunos, se perdieron para siempre en el camino hacia no se sabe donde... La vida.


Esas imágenes, fotografías, son los únicos documentos fiables que tenemos de nuestro pasado.

Hubo un tiempo que vimos la prohibidisima “Tierra sin Pan” de Buñuel (1) y era lo más parecido a la Comala que conocíamos. Después descubrimos las fotogénicas trampas de D. Luis y la orillamos en el cajón de dudosas.

Más tarde llegó, también por vías indirectas, el reportaje que sobre Deleitosa, hiciese Eugene Smith en 1950, mira por donde, bajo el título de “Spanish Village” (2) para la revista LIFE. Véase el documental “El americano” de 2006, o cualquiera de sus fotos, para comprender que estuvo bastante cerca de nuestra Comala.

Después la nada, la fotografía en colores y e incluso la transición aquella, ese vocablo extraordinario al que los creyentes han aplicado la tercera acepción que figura en el diccionario de Maria Moliner: “Proceso político por el cual España dejó atrás el régimen de Franco, para convertirse en un estado democrático”. El pacto de silencio, la cabeza borradora, más dañina y terrorífica que la “Erase Head” de David Lynch.

Ello ofuscó primero, y borró después cualquier vestigio en blanco y negro sospechoso de retratar personas o ambientes nada convenientes para soñar en technicolor, si es que esto fuese posible.

Con la llegada de la cámara incorporada al teléfono, y este al bolsillo, la desaparición de la fotografiá en papel, y no digamos las diapositivas, llevó a que la mayoría de ellas terminasen en la basura, el lugar de los sueños rotos, y perdiésemos, y sigamos perdiendo, estos maravillosos rastros que la vida nos hace sembrar a nuestro alrededor.

Estos avances de la tecnología popularizada hasta extremos impensables, nos han ofrecido, sin embargo, la posibilidad a través de las denostadas redes sociales, de compartir los restos de aquella batalla interminable, la de la infancia y adolescencia perdidas y ahora reencontradas. Quizás no en Comala, o aquella que imaginase Juan Rulfo, pero si en otra bastante más parecida a la autentica.

Hemos perdido los gloriosos claroscuros de Eugene Smith, los deslumbrantes blancos de La Chanca de Pérez Siquier, (3) el arrabal almeriense donde me imagino crecer entre el 56 y el 62. y a cambio nos podemos reconfortar con los vídeos de las imágenes de toda la vida de un fotógrafo rural, subidas a Youtube por su hijo Modesto. Son grises, evidentemente, y lo mas parecido a los recuerdos de una época que también lo fue.

Maravillosa posibilidad que ni Verne, ni el mismísimo Rulfo, excelente fotógrafo también, pudieron imaginar.

Conste que no me busco ni tampoco me encuentro en ellas, pero así ha sido la vida, mirar hacia fuera y enriquecernos con lo que vemos y sobre todo con aquellos a quienes vemos. Y ahí aparecen casi todos, afortunadamente.

Agradecidos a quien guardó y a quien lo hizo público. Escocidos con los reparos hacia esta exposición urbi et orbe de la presunta intimidad ajena , y sus vulnerados derechos, con esta bendita autocensura que nos invade. Quizás algunos deberían mirar hacia atrás y compararlo con el presente, con el respeto a las vidas y haciendas, que no es poco.

También Virxilio Vieitez desde su Galicia profunda, e incluso Carlos Saura como sociólogo con cámara fotográfica, se han acercado bastante a Comala. La que llevamos dentro cada uno, como la de Juan Rulfo, permanece obviamente inaccesible para los demás.


Y es que, como cantaba Dean Martin:


No olvides un pequeño rayo de luna

Dóblalo ligeramente al soñar

Dos sorbos de vino

Algo de dolor, algo de dicha

Remueve con cuidado a través de los dias

¿Puedes ver como el sabor se queda?

Los recuerdos están hechos de esto.


(1).- “Las Hurdes” o “Tierra sin pan” de Luis Buñuel resultó ser el documental extraoficial sobre Extremadura, a pesar de que sus trampas, y la explotación morbosa de la miseria ya ofreciese dudas sobre las intenciones, siempre provocadoras de D. Luis. Por cierto que le costó un sopapo en plena Gran Vía, no recuerdo si de Marañón o de Ortega.

(2).- Maravilloso reportaje de Eugene Smith que estuvo unos meses en Deleitosa haciendo funcionar su Leica hasta que las sospechas sobre su actividad de cronista extranjero, seguramente a sueldo de los conspiradores judeo masónicos, le obligó a alejarse presurosamente. No solo son imágenes para la historia, son realmente la historia versionada por el arte, Goya y El Greco andaban por Deleitosa.

(3).- Carlos Pérez Siquier tiene un museo sobre fotografía en su pueblo, pero además figura su obra en la correspondiente sección fotográfica del Museo Reina Sofía, perdón: Centro de Arte Reina Sofía, y su deslumbrante trabajo sobre “La Chanca” nos permite reconocernos deambulando descalzos en sus calles sin pavimentar y en sus vecinos asustados por la cámara del fotógrafo. Los niños y la luz del Mediterráneo.























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sábado, 7 de mayo de 2022

KAFKA DESMITIFICADO.-

 



Kafka desmitificado.-

Leyendo a Camus en su ensayo sobre El mito de Sísifo, aprende uno que no hay penalidad tan grande para el hombre – el tal Sisifo, como todos los grandes personajes universales son solamente un alias, una imagen postiza del hombre corriente-- como el bajar la montaña para recoger otra vez el pedrusco vital, y tener que hacerlo sin alegría, sin la satisfacción que te produce el volver a empezar, a sabiendas de que el esfuerzo resultará interminable, tanto como la propia vida.

Camus le da la vuelta, reinterpreta la tragedia, descubriéndonos que es la libertad de volver a hacerlo lo que da grandeza al héroe, mostrada esta mediante la alegría y presteza en su descenso para reiniciar su pena, que puede que no sea tal.

Uno acaba reconciliándose con esos extraños personajes mitológicos, tan cercanos a las pesadillas de ciertos escritores adictos a licores, estupefacientes y otros venenos domésticos, de manera que entre pavorosos relatos y grabados de Doré, los dioses y semidioses -ahora abundan estos últimos, son plétora- se han convertido en figuras familiares, de las que situaríamos sobre el televisor, si saliesen ellos como regalo sorpresa en los huevos Kinder, y las teles fuesen como antes, de prominente trasero.


Camus y sus compinches existencialistas, al menos los que renunciaron al carnet del partido, nos aclaran la importancia del gerundio para aplicarnos a sobrevivir con la mayor dignidad posible, que no es tarea desdeñable. Usar héroes extraídos de la literatura primitiva, y elegir aquellos caídos en desgracia, como el tal Sísifo, no hace otra cosa que acercarlos al personaje que contemplamos cada mañana en el espejo. Si además te vuelves a lastimar la cara al afeitarte, estás viendo al mismísimo Sísifo, harto de pasar por idéntico trance una y otra vez.


Por aquello de rellenar el volumen, y justificar de esta manera el precio de la tan brillante como breve disquisición de Camus sobre la importancia del optimismo bajo las mas adversas circunstancias, añaden los editores ciertos artículos del autor que tienen cierta afinidad con el del título, y que no poseen envergadura suficiente para publicarse de forma individual.

Uno de estos figura como apéndice: La esperanza y lo absurdo en la obra de Kafka, y resulta ser el que vuelve a descubrirme otro personaje, detrás o quizás delante, seguramente superpuesto, al que veo en el espejo.

Dice Camus que leer a Kafka es releerlo, es volver a atrás varias veces necesariamente, para intentar encontrar el significado al simbolismo que envuelve a sus historias.

Busca elementos comunes en ellas, reflejos evidentes de la condición humana de sus protagonistas, asociaciones con los filósofos influyentes en aquella época, Kierkegaard, Nietzsche, e incluso referencias religiosas detrás de actitudes difícilmente comprensibles de otro modo, y nos desvela los argumentos de las más famosas: El Proceso, El Castillo, y ese cuento que se ha convertido en el apellido complementario y universal de Kafka, por encima de Kafka: La Metamorfosis. Y lo hace sin miedo a desvelar sus finales, sin evitar en el lector la actual actitud infantil de abortar el argumento en el punto previo a donde termina, a sabiendas de que la imprescindible relectura de sus obras, y de la obligada reflexión sobre lo que se ha leído, van a conducir al lector a unas interpretaciones que nunca serán univocas ni lineales.


Afirma la imposibilidad de incluirlo dentro de la literatura del absurdo, en tanto que sus personajes conviven con él mismísimo absurdo, asumiendo su normalidad, a la vez que con su principal virtud, la humildad, evitando que el sentido trágico de sus vicisitudes, se imponga al normal acatamiento de sus destinos. Volvemos a ver a Sísifo bajando raudo la montaña a recoger su piedra para repetir infinitamente la tarea asignada.

Habla Camus de esperanza, del motor oculto que mueve al ser humano a soportar situaciones que parecen aplastarlo, y que no pocas veces consiguen, confiando en que la noche mas oscura sea unicamente el heraldo de otra oportunidad, de la supervivencia quizás.

-Como un perro- es la última frase pronunciada por el protagonista de El Proceso en busca de lo imposible. Tampoco llegaremos a conocer si el agrimensor de El Castillo llega a consumar su propósito, la novela quedó inconclusa. Y sobre el destino del buen Samsa, el viajante convertido en insecto en La Metamorfosis, solo nos resta dar la vuelta a la historia, para descubrir la maravilla que encierra el que uno llegue a aceptar como propia del lector la visión que sobre él infeliz Samsa impone su entorno, el acoso de un medio hostil a partir de un determinado instante, antes cálido y familiar, y como esto llega a empequeñecer su autoestima convirtiéndolo en un insecto insignificante, al que la humildad no va salvar de un fin inevitable para el personaje, salvo que el el lector intuya, que despierte, que entienda la necesidad de empezar de nuevo, escapar por cualquier rendija y buscar otro ambiente humano donde su imagen sea aceptada sin prejuicios y ello le permita mirarse en el espejo sin ver insecto alguno.


Y ahí nos vemos, nos encontramos todos protagonizando supuestamente la cucaracha de Kafka, comprobando que en su percepción sobre la persona, sobre cualquiera, la fantasía no era tal, y que de absurdo no tenía nada. Quizás hasta que uno no ha vivido una situación similar, y ojalá no la vivas nunca, no llegue a a descifrar el simbolismo de la historia. Pero al menos puede comprender que la esperanza, la escapatoria, que Kafka no le ofrece al Samsa insecto, la tenemos todos a nuestro alcance.


Otro enigma fundamental, también apuntado en el mundo literario kafkiano, es el adivinar, identificar ese instante en el que cambiase de modo radical la imagen que dábamos a nuestro circulo, y que este nos devolvió convirtiéndonos en el ser repugnante que llegamos a creer como propio. Este es el asunto principal que nos muestra en El Proceso. La frustrada búsqueda de lo intangible y lo ininteligible, el punto de no retorno que tan imprescindible resulta conocer para no volver a cometer el error, entonces desconocido, ahora pretérito y siempre imperdonable al parecer de los otros. Aquí, renacidos, solo la humildad y la esperanza, otra vez, son las que nos permitirán seguir caminando, una vez hayamos escapado por la hendidura de la ventana que la vida ha puesto a nuestro alcance, y nos encontremos dispuestos a volver a recoger la piedra en la base de la montaña, a volver a empezar.


Hasta aquí una de la relecturas de estos dos clásicos. Con seguridad que tienen otras, pero no están disponibles por ahora para un lector a quien faltan todavía años de experiencia vital para encontrarlas. Habrá que dejar transcurrir otro puñado de años para que afloren en su limitado conocimiento, ocultas en el mismo texto que leyó como cuento absurdo en su adolescencia, para que asomen, para que se dejen entrever sobre la arena del desierto de su ignorancia, y bajo el la neblina matutina que difumina la linea del horizonte.

Le quedan el tiempo y la esperanza. No es poco.



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