miércoles, 18 de abril de 2018

LAS BODAS DE CAMACHO, Y OTRAS CONSIDERACIONES.-

                 

Las bodas de Camacho y Basilio, y de como Quiteria casose con su mozo, y para hacer una fiesta no fue necesario casar a nadie.

(Todo esto en El Quijote, para quien tenga interés en aprender de ello.)

A mi me han oficiado la boda propia con la doncella más esquiva, para algunos, y a la vez más placentera, según la mayoría, la vida.
Este es un sacramento laico, para el que la iglesia de Roma no fue especialmente previsora, el paso de la vida laboral a la otra, a la vida pasiva del que dedica todo su tiempo restante sobre la tierra, a ir apartando el peso de las innumerables e infructuosas tareas, en su mayoría inútiles, que ha ido acumulando sobre sus hombros. El hacerlo con fuerzas menguantes, tanto físicas como intelectuales se convierte en un desafió cotidiano, en unos deberes escritos en el libro de horas, donde prioriza la presunta importancia de cada ítem a la vez que esta es enfrentada a las no menos presuntas energías residuales para llevarlo a cabo. Algo ciertamente divertido.
Ya el hecho de considerarlo como desposorios con el imprevisible pretérito, se convierte en un interesantísimo thriller del que eres protagonista forzoso.

Las novicias se casan con Dios al realizar ese paso en la vida, no menos trascendente que el del jubilado quien, ademas, no necesita  evocar la voluntariedad ni mucho menos realizar otros votos que no sean los cuatrienales, a Bríos probablemente. Me gusta el paralelismo con estas buenas chicas, a la vez que me resulta inevitable compensar sus madrugones con mis siestas de película -90 minutos o así- y sus oraciones musicales con las maldiciones que mi declinante audición me provoca y donde Glenn Gould y Chet Baker se llevarán la peor parte.
                 

Esto del falansterio individual tiene no pocas ventajas, sin ir mas lejos has abandonado para siempre, cuando la palabra siempre tiene pleno sentido, los deberes externos, horarios rígidos y preocupaciones sobre terceros que, hasta ahora te han mantenido incorporado a esa congregación numerosa que por otro lado ha compensado sobrada y cariñosamente tus modestos desvelos. Vaya lo uno por lo otro y, el balance, desgraciadamente a mi favor. Quedo ya al otro lado del torno, incorporándome de modo paulatino a la invisibilidad, el mejor de los destinos, mas que nada porque es el más seguro y definitivo.

Los portugueses nos llaman idosos y reformados. Lo de idoso lo entiendo por aquello de la edad y su insistencia, pero lo de reformado no termina de convencerme, si bien su aplicación exclusiva a los funcionarios que dejan de serlo por esta razón, queda harto justificada si entendemos  que ya no pueden hacer mas maldades, estando por tanto reformados. Va a ser por eso.
Tienen nuestros vecinos otras consideraciones de mayor calado para aquellos que han cruzado le frontera de los años. Sin ir más lejos, permiten continuar la actividad laboral sin perder por ello el derecho a recibir la prestación correspondiente a su cotización previa, siendo además reciprocas las prestaciones y cotizaciones, sin límite alguno. Claro que, aquello desgraciadamente es una república y que, por tanto, jamás van a conseguir su inclusión en la utópica Iberia unida, por más que insistan en repudiar y temer semejante idea. Me sigue resultando sorprendente como viviendo tan cercanos podemos ser tan diferentes. Ellos festejan el 25 de abril cantando Grándola vila moreena, y nosotros desconocemos cual es el día de la fiesta nacional y lo que es peor la canción que lo identifique.
             

Estaba hablando y no de otra cosa, de haber pasado a mejor vida, mejoría indiscutible después de los parabienes y efusivas felicitaciones recibidas. Otra de las ventajas de este cambio de plano social es el saber que no cuesta nada dar la razón, por discutible que esta sea, a quien insiste con sus mejores intenciones. Mejor vida.
Y para coronar oficialmente el sacramento, hubo banquete y danzas populares, por aquello de no dejar a Sancho otra vez con el disgusto de renunciar al festín de Camacho, aunque su corazón, vinculado al del caballero a quien sirve, estuviese con el Basilio y la Quiteria. Maravillosa muestra de cariño, de amistad, de hermandad y de reforzar los lazos de toda una vida con nudos gordianos que no podrán desatarse. Siento no estar capacitado para transcribir emociones que, además, deben quedar dentro de quien las disfruta, como es el caso.

Si bien tuve la osadía de castigar el final de la fiesta con cierta perorata que os adjunto, respuesta a los previsibles y encomiásticos vituperios que hube de oir, lectura que soportaron en silencio a sabiendas de que sería lo penúltimo que habrían de soportar-me.

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“Son calumnias”, como diría Borges cuando mencionaban su genialidad. Y es que, casi todos los elogios recibidos aquí son pura calumnia que...,por cierto, no pienso desmentir, ni discutir. Hoy no es día de llevar la contraria a nadie, y además, como el oso Balú en El Libro de la Selva y después de escuchar las hermosas palabras que dice la pantera Bagira en su sepelio – esto de hoy es un sepelio, por si no os habíais dado cuenta - abre un ojo sonriendo y dice aquello de: “Di más Bagira, di más”.
No estoy, aunque lo parezca, insinuando parentescos felinos de nadie, y sí ubicando el lugar, la maravillosa selva en la que pasamos la vida plácida y milagrosamente, como el niño de la historia de Kipling, a salvo de incontables peligros.

Quizás sea mas apropiado, y modesto, como la vida misma, pasar de la selva al civilizado bosque, e imaginarme como una discreta rama de un frondoso árbol, roble, o quizás alcornoque por el abrigo recibido, del que todos formamos parte. Una rama que ha tenido épocas de un verde intenso, y de una exposición mas evidente, a la que ahora le queda la función de soportar bajo la sombra a otras mas jóvenes que son las que van a mantener y hacer crecer en hermosura el arbolito. Ramas desde donde hemos visto pasar, convertidos en nubes veloces, a muchos de los que plantaron el árbol, a los que lo hicieron frondoso, a los que a lo largo de los años han constituido su armazón, innumerables e inolvidables compañeros. Satisfechos de cumplir con la tarea de cuidar de las criaturas que corretean por abajo, y de las que anidan y se reproducen más arriba. Contentos siempre de ver pasar las vidas, propias y ajenas y dispuestos a confortarlas con su discreta presencia.

Despues, cuando ya no tienes la obligación de captar la luz del sol ni de generar clorofila para la vida del bosque, cuando la savia comienza a circular con cierta lentitud dentro de ti, te viene a la memoria todo ese tiempo feliz del roce con otras ramas cercanas, con los sonidos, el murmullo constante de las más alejadas, el viento y lluvia, las impertinencias a que el tiempo ha tenido a bien someternos, y las alegrías de cada primavera, en ella estamos, cuando los nuevos brotes, y las hojas recién llegadas vuelven a rejuvenecer el paisaje. Sucede entonces que los sinsabores, pocos, si los hubo, pasan al olvido y son transformados en experiencias enriquecedoras. Queda la sensación de pertenecer para siempre a un colectivo feliz, de atesorar recuerdos que no te van a abandonar, al menos hasta que te conviertas en humus, líquenes, musgo, y quien sabe si en sabrosas setas en otra vida de esas que dicen que haylas.

Y es ahí, en el suelo, en la tierra donde penetran las raíces, donde uno continua la experiencia maravillosa del esplendor de las flores entre la hierba, donde encuentra soporte, amigos para siempre -eso es de otra película, me temo- y la generosidad de la gente- al menos hasta que nos cortaron el puente- y que no hace otra cosa que confirmar la suerte que tuvo aquel día que el viento lo trajo hasta aquí, hasta este árbol del que se resiste a ser separado.

Me queda dar las gracias, a todos, por todos estos años de compañía, de amistad, a veces de aparente pero siempre valiosísima presencia, que todo ello es una forma de amor, para el que el agradecimiento mediante palabras viudas no tiene ningún valor. Contad conmigo, aunque sea para que el día de mañana cuando necesitéis una ramita seca para encender la estufa, os acordéis de esta.

Un abrazo, o dos, o los que tengáis a bien recibir.
(Después nos vemos en la barra, a vuestra disposición, y en la pista de baile, de donde nunca deberíamos salir. Disfrutemos el ahora, por nuestro bien).

“El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad”.
(Aforismo de Ferlosio)


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