
Las bodas de Camacho y Basilio, y de
como Quiteria casose con su mozo, y para hacer una fiesta no fue
necesario casar a nadie.
(Todo esto en El Quijote, para quien
tenga interés en aprender de ello.)
A mi me han oficiado la boda propia con
la doncella más esquiva, para algunos, y a la vez más placentera,
según la mayoría, la vida.
Este es un sacramento laico, para el
que la iglesia de Roma no fue especialmente previsora, el paso de la
vida laboral a la otra, a la vida pasiva del que dedica todo su tiempo
restante sobre la tierra, a ir apartando el peso de las innumerables
e infructuosas tareas, en su mayoría inútiles, que ha ido
acumulando sobre sus hombros. El hacerlo con fuerzas menguantes,
tanto físicas como intelectuales se convierte en un desafió
cotidiano, en unos deberes escritos en el libro de horas, donde
prioriza la presunta importancia de cada ítem a la vez que esta es
enfrentada a las no menos presuntas energías residuales para
llevarlo a cabo. Algo ciertamente divertido.
Ya el hecho de considerarlo como
desposorios con el imprevisible pretérito, se convierte en un
interesantísimo thriller del que eres protagonista forzoso.
Las novicias se casan con Dios al
realizar ese paso en la vida, no menos trascendente que el del
jubilado quien, ademas, no necesita evocar la voluntariedad ni
mucho menos realizar otros votos que no sean los cuatrienales, a
Bríos probablemente. Me gusta el paralelismo con estas buenas
chicas, a la vez que me resulta inevitable compensar sus madrugones
con mis siestas de película -90 minutos o así- y sus oraciones
musicales con las maldiciones que mi declinante audición me provoca
y donde Glenn Gould y Chet Baker se llevarán la peor parte.

Esto del falansterio individual tiene
no pocas ventajas, sin ir mas lejos has abandonado para siempre,
cuando la palabra siempre tiene pleno sentido, los deberes externos,
horarios rígidos y preocupaciones sobre terceros que, hasta ahora
te han mantenido incorporado a esa congregación numerosa que por
otro lado ha compensado sobrada y cariñosamente tus modestos
desvelos. Vaya lo uno por lo otro y, el balance, desgraciadamente a
mi favor. Quedo ya al otro lado del torno, incorporándome de modo
paulatino a la invisibilidad, el mejor de los destinos, mas que nada
porque es el más seguro y definitivo.
Los portugueses nos llaman idosos y
reformados. Lo de idoso lo entiendo por aquello de la edad y su
insistencia, pero lo de reformado no termina de convencerme, si bien
su aplicación exclusiva a los funcionarios que dejan de serlo por
esta razón, queda harto justificada si entendemos que ya no
pueden hacer mas maldades, estando por tanto reformados. Va a ser por
eso.
Tienen nuestros vecinos otras
consideraciones de mayor calado para aquellos que han cruzado le
frontera de los años. Sin ir más lejos, permiten continuar la
actividad laboral sin perder por ello el derecho a recibir la
prestación correspondiente a su cotización previa, siendo además
reciprocas las prestaciones y cotizaciones, sin límite alguno. Claro
que, aquello desgraciadamente es una república y que, por tanto,
jamás van a conseguir su inclusión en la utópica Iberia unida, por
más que insistan en repudiar y temer semejante idea. Me sigue
resultando sorprendente como viviendo tan cercanos podemos ser tan
diferentes. Ellos festejan el 25 de abril cantando Grándola vila moreena, y nosotros desconocemos
cual es el día de la fiesta nacional y lo que es peor la canción
que lo identifique.
Estaba hablando y no de otra cosa, de
haber pasado a mejor vida, mejoría indiscutible después de los
parabienes y efusivas felicitaciones recibidas. Otra de las ventajas
de este cambio de plano social es el saber que no cuesta nada dar la
razón, por discutible que esta sea, a quien insiste con sus mejores
intenciones. Mejor vida.
Y para coronar oficialmente el
sacramento, hubo banquete y danzas populares, por aquello de no dejar
a Sancho otra vez con el disgusto de renunciar al festín de Camacho,
aunque su corazón, vinculado al del caballero a quien sirve,
estuviese con el Basilio y la Quiteria. Maravillosa muestra de
cariño, de amistad, de hermandad y de reforzar los lazos de toda una
vida con nudos gordianos que no podrán desatarse. Siento no estar
capacitado para transcribir emociones que, además, deben quedar
dentro de quien las disfruta, como es el caso.
Si bien tuve la osadía de castigar el
final de la fiesta con cierta perorata que os adjunto, respuesta a
los previsibles y encomiásticos vituperios que hube de oir, lectura que
soportaron en silencio a sabiendas de que sería lo penúltimo que
habrían de soportar-me.
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“Son calumnias”, como
diría Borges cuando mencionaban su genialidad. Y es que, casi todos
los elogios recibidos aquí son pura calumnia que...,por cierto, no
pienso desmentir, ni discutir. Hoy no es día de llevar la contraria
a nadie, y además, como el oso Balú en El Libro de la Selva y
después de escuchar las hermosas palabras que dice la pantera Bagira
en su sepelio – esto de hoy es un sepelio, por si no os habíais
dado cuenta - abre un ojo sonriendo y dice aquello de: “Di más
Bagira, di más”.
No estoy, aunque lo
parezca, insinuando parentescos felinos de nadie, y sí ubicando el
lugar, la maravillosa selva en la que pasamos la vida plácida y
milagrosamente, como el niño de la historia de Kipling, a salvo de
incontables peligros.
Quizás sea mas apropiado,
y modesto, como la vida misma, pasar de la selva al civilizado
bosque, e imaginarme como una discreta rama de un frondoso árbol,
roble, o quizás alcornoque por el abrigo recibido, del que todos
formamos parte. Una rama que ha tenido épocas de un verde intenso, y
de una exposición mas evidente, a la que ahora le queda la función
de soportar bajo la sombra a otras mas jóvenes que son las que van a
mantener y hacer crecer en hermosura el arbolito. Ramas desde donde
hemos visto pasar, convertidos en nubes veloces, a muchos de los que
plantaron el árbol, a los que lo hicieron frondoso, a los que a lo
largo de los años han constituido su armazón, innumerables e
inolvidables compañeros. Satisfechos de cumplir con la tarea de
cuidar de las criaturas que corretean por abajo, y de las que anidan
y se reproducen más arriba. Contentos siempre de ver pasar las
vidas, propias y ajenas y dispuestos a confortarlas con su discreta
presencia.
Despues, cuando ya no
tienes la obligación de captar la luz del sol ni de generar
clorofila para la vida del bosque, cuando la savia comienza a
circular con cierta lentitud dentro de ti, te viene a la memoria todo
ese tiempo feliz del roce con otras ramas cercanas, con los
sonidos, el murmullo constante de las más alejadas, el viento y
lluvia, las impertinencias a que el tiempo ha tenido a bien
someternos, y las alegrías de cada primavera, en ella estamos,
cuando los nuevos brotes, y las hojas recién llegadas vuelven a
rejuvenecer el paisaje. Sucede entonces que los sinsabores, pocos, si
los hubo, pasan al olvido y son transformados en experiencias
enriquecedoras. Queda la sensación de pertenecer para siempre a un
colectivo feliz, de atesorar recuerdos que no te van a abandonar, al
menos hasta que te conviertas en humus, líquenes, musgo, y quien
sabe si en sabrosas setas en otra vida de esas que dicen que haylas.
Y es ahí, en el suelo, en
la tierra donde penetran las raíces, donde uno continua la
experiencia maravillosa del esplendor de las flores entre la hierba,
donde encuentra soporte, amigos para siempre -eso es de otra
película, me temo- y la generosidad de la gente- al menos hasta que
nos cortaron el puente- y que no hace otra cosa que confirmar la
suerte que tuvo aquel día que el viento lo trajo hasta aquí, hasta
este árbol del que se resiste a ser separado.
Me queda dar las gracias,
a todos, por todos estos años de compañía, de amistad, a veces de
aparente pero siempre valiosísima presencia, que todo ello es una
forma de amor, para el que el agradecimiento mediante palabras viudas
no tiene ningún valor. Contad conmigo, aunque sea para que el día
de mañana cuando necesitéis una ramita seca para encender la
estufa, os acordéis de esta.
Un abrazo, o dos, o los
que tengáis a bien recibir.
(Después nos vemos en la
barra, a vuestra disposición, y en la pista de baile, de donde nunca
deberíamos salir. Disfrutemos el ahora, por nuestro bien).
“El argumento se quedó
parado y sobrevino la felicidad”.
(Aforismo de Ferlosio)
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