Negro sobre rojo en mayúsculas, y en
ruso, naturalmente.
(Escrito en una de las banderas de la
exposición sobre el realismo socialista en el Museo Ruso).
Exposición imprescindible, a pesar de
que desconfíen en la entrada cuando les digo que tengo derecho a la
tarifa reducida, por aquello que os contaba el otro día. Tuve que
mostrar el carnet del partido, al que dan mayor verosimilitud que el
DNI. Es broma (lo del partido).
Demasiados retratos del padrecito, el
padre de todas las naciones, el maestro, el amigo. Demasiada
insistencia a riesgo de banalizar asuntos de una importancia vital.
Y además es que, hace nada pude ver, que no
visionar, “La muerte de Stalin”, intento desafortunado de parodia
sobre la transición de la CCCP a la CCCP, de la URSS a Rusia. Algo
muy socorrido, lo de cambiar el nombre a la rosa.
Solo que, no se puede, ni se debe
llevar al género bufo un asunto de tal trascendencia, al menos para
los que lo sufrieron. A pesar de que la limitada vis cómica de los
actores, incluidos Steve Buscemi y Michel Palin, y la presumible
fidelidad a la historia de aquel suceso, solo consiguen repetir
nombres, caracteres, y el relato archisabido de la muerte del
dictador y la apertura de su testamento apócrifo. Beria cayó en el
tumulto y Kruschev tomó el mando, mientras los suspiros de alivio de
los soviéticos se escucharon en el mundo entero.
La historia oficial repite el eterno esquema donde los perdedores como Trotsky -o fallecidos, bienaventurado Kirov- se convierten de pronto en origen y causa de todas las maldades. Diez años antes sucedió algo parecido con el bunker berlinés y todavía nos siguen vendiendo el nauseabundo olor moral que se desprendía de la Alemania de aquellos años, y que parece haber impregnado la pituitaria de la humanidad para varios siglos. No hay más que leer la prensa española escrita entre el 38 y el 44 para comprobar que no era así la cosa, modelos de cultura y progreso, adalides de un mundo nuevo y tal y tal.
No es hasta el colapso de una y otra
dictaduras cuando nos damos cuenta de que lo eran, si bien en algunos
casos ni colapsan ni cambian sus valores humanitarios para sus
presuntas victimas. Al menos durante una generación completa, a
veces dos, la hábil continuación del sistema mediante herederos que
usan el aforismo de Lampedusa, o a veces simplemente mantienen
alimentados los intereses de una mayoría, consiguen que no se perciban en el panorama cambios
más allá de las palabras que identifican el paso sincopado de la
yenka, izquierda, derecha, delante, detrás, para regresar al punto
de partida.
Algo similar a lo que sucede en el
baile del ladrillo donde la pareja no logra rebasar sus limites-los
de la baldosa, claro- durante la danza, a la que además enriquece con
un valor añadido, el cheek to cheek. Yo prefiero esta última,
aunque para gustos los colores, y los que dan por buena la progresión
de un país hasta su punto inicial, los movimientos circulares a los
que llaman progresión constante, tienen sus razones, aunque no las
necesiten, simplemente tienen el poder necesario, para sostenerla y no
enmendarla.
El radiante porvenir del realismo
socialista no puede ni debe reducirse a la bagatela abandonada y
polvorienta del mercadillo callejero dominical, para consuelo
nostálgico o solaz hilarante de los viandantes. Y no debe hacerlo
porque, aparte de la descomunal magnitud de la catástrofe humana,
nos ha dejado unas lecciones extraordinarias sobre nuestra propia
historia, la del día de hoy que, sin duda, se reescribirá mañana
con vaya usted a saber que verosimilitud e intencionalidad.
Contemplo los líderes, los héroes,
desde el politburó al komsomol, pasando por los pioneros
revolucionarios, y aprendo el nuevo y fidedigno por tanto,
significado del termino pionero, son o eran entonces, el equivalente
a nuestra OJE, a nuestros flechas y pelayos, a cualquiera de las
organizaciones juveniles de los partidos que gobiernan, alevines de
los clubes políticos alejados del mundo laboral real, de los
koljoses y fábricas, de los obreros de choque, o del arduo trabajo
de conseguir un titulo universitario, que más tarde encontrarán
misteriosamente bajo la almohada. Colocados desde la cuna en un plano
virtual , lo suficientemente distante para no embarrarse con el suelo
de la madre patria, de la madre de todas las naciones, en la
nomenclatura soviética. Los pioneros eran los chicos sanos y
sonrientes, con sus imprescindibles ejercicios saludables y su
pañuelo anudado al cuello, de ellos y ellas, como cabe suponer.
Esta analogía con la otra dictadura,
una de tantas, puede percibirse en los maravillosos documentales
exhibidos en el museo, de donde los realizadores del NODO deberían
haber aprendido que la propaganda se digiere mejor en color y con
fondo exclusivamente musical, sin necesidad de que la voz de Matias
Prats nos repita interminablemente lo del marco incomparable del
teatro de la zarzuela. Además de que a las victimas de allí se la vé
más felices, mucho más, que las que podemos contemplar en los
noticiarios cinematográficos de obligada exhibición antes de la
película. Cuando estos desaparecieron, fueron temporalmente
sustituidos por los cortos de Tom y Jerry, el cambio fue traumático para un servidor, a
mejor, solo comparable al que supuso para otros la muerte de Stalin,
veinte años antes.
Aquí no ha sido, ni sigue siendo, tan
diferente. Hoy continúan discutiendo y peleando, con réditos
electorales, por quitar o poner nombres propios a las calles,
condenando al silencio a los héroes, o pioneros de su ayer, del de
ellos, mientras leo que han dejado en manos de los jueces, de lo
contencioso supongo, las lapidas que quieren poner en el cementerio
de la Almudena, por si se cuela algún nombre inconveniente entre los
fusilados, que hasta para eso, para ser fusilado, hay que tener
fortuna, que las balas saben mucho de la catadura de quien las
recibe.
Los millones de muertos, con juicios
ficticios o inexistentes, hasta la ejecución de
Lavrenti Beria, la de este sin mayor preámbulo, como aparece en la película,
los miles de asesinados en Katyn, o los todavía hoy silenciados y
tergiversados aquí, por ambas partes, montescos y capuletos, no
hacen más que insistir en el absurdo de ignorar las enseñanzas del
siglo pasado, demasiado reciente quizás, necesidad de seguir
comprando exclusivamente las verdades de los vencedores, y de
soslayar erróneamente las ideologías que subyacen bajo los tsunamis
– hoy danas- de la historia. El riesgo que corremos es el de
dejarnos arrastrar por los seguidores de la yenka, derecha izquierda,
delante detrás, o los del baile del ladrillo. Que en el fondo son
bailes de salón, de donde jamás deberían haber salido.
Mi única pena es que la pérdida
auditiva, propia de mi condición de idoso, aparte de otras pérdidas
que no es necesario referir, (el pelo, no seáis malpensados), me van
a hacer perder el compás inevitablemente.
!Ay José, que así no es!, como cantan
Machito y Graciela en el disco del 19, si la censura consiente. (Pinchen y disfruten. Es gratis).
The
Death of Stalin. 2017, Armando Iannucci.
Prohibida en Rusia (que ya no es URSS)
por aquello de:
"The film desecrates our
historical symbols -- the Soviet hymn, orders and medals, and Marshal
Zhukov is portrayed as an idiot "
Malenkov y Molotov reciben, sin
embargo, idéntico tratamiento.
A Zhukov, auténtico vencedor de la
Gran Guerra Patriótica (World War II para nosotros), podemos verlo en
la exposición con el torso cubierto de medallas, a pesar de que las
que ocultaba la zarina bajo su corpiño, ya demostararon ser inútiles
ante las balas.
Radiante porvenir. El arte del realismo socialista
10/02/2018 — 03/02/2019 Colección
del Museo Ruso, San Petersburgo / Málaga
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