Tengo la impresión de que cada vez
que me sumerjo en la nostalgia del cine en blanco y negro en general,
y en el neorrealismo en particular, estoy introduciéndome en el
desván de la abuela, apartando telarañas a manotazos y
preguntándome que maravillas voy a encontrar bajo el montón de
trastos acumulados en el rincón menos trillado de la buhardilla.
La ultima vez fue una silla Thonet, diseñada hace ciento cincuenta años, realizada con tiras de haya curvada al vapor, y sobre la que hoy me encuentro sentado. Ahora resulta un comodisimo y ligero elemento vintage, aparte de indudable precursor del sistema de Ikea, diez tornillos y dos tuercas.
La ultima vez fue una silla Thonet, diseñada hace ciento cincuenta años, realizada con tiras de haya curvada al vapor, y sobre la que hoy me encuentro sentado. Ahora resulta un comodisimo y ligero elemento vintage, aparte de indudable precursor del sistema de Ikea, diez tornillos y dos tuercas.
Algo similar sucede con el cine en
formato 4.3 y dudosa definición de imagen, donde el color abarca
todos las tonalidades de...gris, y con múltiples etiquetas espurias adheridas.
Afortunadamente su restauración digital y la permanencia de su
capacidad para seguir haciéndonos reír, llorar, y pensar, no hacen
necesaria la insistencia sobre su vigencia como joyas fílmicas.
A pesar de que, encuadrar en el
neorrealismo a películas absolutamente surrealistas como “Milagro
en Milán” o comedias geniales como “El oro de Nápoles” y
“Matrimonio a la italiana”, solo genere confusión entre los
buscadores de piezas únicas en el desván.
Otros tres títulos dirigidos por
Vittorio Domenico Stanislao Gaetano Sorano De Sica, son la base, la
estructura y fundamento del estilo en cuestión. Obras maestras como
“Ladrón de bicicletas”, “El limpiabotas” y sobre todo
“Umberto D”, nos sumergen en idéntico material que Chaplin o
Kurosawa expresaban con éxito en la pantalla, el melodrama, la
absoluta indefensión del ser humano en circunstancias donde la
adversidad pretende, y a veces consigue, derrotar a la supervivencia.
Afortunadamente el ingenio de los
cineastas, la magia de los hacedores de historias en general y de los
guionistas en particular, logran dar la vuelta , casi siempre, a
situaciones desesperadas, dejando al espectador el mejor regalo que
pueden llevarse a casa, la esperanza. Sea a través del cariño de un
niño hacia su padre, o de un perro a su dueño.
Como todos los directores de esa etapa
gloriosa del cine italiano, De Sica ha sido servido por una docena de
escritores, no más, que han desarrollado historias ajenas o propias,
afinando los personajes y su diálogos hasta lograr la perfección
que suele exigir la posteridad. Nada distinto de lo que hoy hacen los
autores de series televisivas exitosas, comedias de situación,
donde la fruta del humor se ha exprimido hasta la última gota.
Giuseppe Marota, Cesare Zavattini, Eduardo de Filippo, Alberto
Moravia, Renato Castellani, Tonino Guerra, Suso
Cecchi D'Amico,
y tantos otros, novelistas, músicos y actores, dotados de la gracia
de Talia, diosa de la comedia y de la plenitud del carácter
italiano, han compartido durante décadas lugares de privilegio con
los directores, en los letreros iniciales de sus películas.
La
labor de dirección de De Sica, y su indiscutible paternidad sobre el
neorrealismo, ha quedado un tanto oscurecida por el protagonismo de
otros directores que lo fueron en exclusiva, los Rossellini,
Visconti, Lattuada o Fellini; mientras Vittorio compaginaba esta
faceta de cineasta con su condición de actor protagonista, de galán
en más de ciento sesenta películas, de las que no conviene ignorar
“El general de la Rovere”, o su labor en el teatro y los
espectáculos de variedades donde comenzaría su carrera.
Pero es
que, además, Sofia, Marcelo, Silvana, incluso Totô, no habrían
brillado igual, no formarían parte de los fondos de nuestra caja fuerte de la
memoria, donde guardamos las joyas rescatadas del trastero del cine.
Nunca lo habrían conseguido sin De Sica.
Quien
por cierto estuvo casado con María Mercader (prima de Ramón,
ejecutor de Trotsky), hizo también su aporte al cine político en
“El Delito Matteotti” o “El jardín de Finzi Contini”, y
llegó a emular la heroicidad de Schindler, alargando exageradamente
el rodaje de “La puerta del cielo”donde figuraban más de
trescientos extras judíos, hasta la llegada de los aliados en 1944.
Todo
un personaje de leyenda, de quien no me cansaré de ver, una y otra
vez las seis historias contenidas en “El oro de Nápoles”.
Comedias, tragedias, la risa y el llanto, la lluvia y el fuego.
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