lunes, 2 de julio de 2018

LECTURAS VERANIEGAS.- DICKENS.

                                    

Alonso Quijano perdió la razón, por la excesiva lectura según su creador y, la universalización de su personaje, -el segundo libro más leído, detrás de La Biblia- nos hace correr el riesgo de identificar el leer, mucho y malo -Amadis transmutado en novela negra o novela histórica, una de esas incongruencias, matrimonio de conveniencia entre novela e historia, que ya avisan al lector necesitado de etiquetas sobre el improbable acierto en su elección- si bien Cervantes ya aclaraba que el mal no residía en la lectura como tal, en los libros por serlo, sino en aquellos “de caballerías”, que alejan de tal modo a la victima de su realidad, de la verdad objetiva, con tal intensidad y a lo largo de tanto tiempo que, no resulta extraño el planteamiento cervantino de considerar este hecho como causa de la enajenación del caballero, que lo de la triste figura se lo añade al enajenado, algo después Sancho, heterónimo fiel de Don Miguel

Reblandecer el seso, o asumir como certero el germen de la locura -!Dió en leer! - en los libros, era parte de la sabiduría popular, la tan denostada de los refraneros y chascarrillos. Y con seguridad podría afirmarse que gran parte de sus bípedos estantes y guardas encargados de la transmisión oral de tamaña sabiduría, como aquellos personajes de Fahrenheit 451 pero en llano, jamás han leído El Quijote, ni libro alguno, por no ser menester, y por los peligros que estos encierran.

Hasta los libros sagrados- según la doctrina dominante de cada cual- han sido sometidos a revisiones e incluso a condenas definitivas -vade retro- llegando a estar reducidos al mínimo libro de horas o misalito que acompañaba al cura rural desde el seminario hasta la tumba, y destinando a la hoguera real o a la virtual de las llamas del infierno, a otros que quedaron obsoletos en tanto dejaron de comulgar con los intereses eclesiásticos del momento. (1)

Nos dejan por tanto, en la tesitura de que la lectura no es que sea mala, de suyo, como diría el buen párroco, siempre que sea la de un solo libro, aunque lo hagamos muchas veces. Y de hecho esto es lo que venimos a realizar los adictos cambiando el título o el autor del volumen, pero exigiendo que el estilo y las ideas escritas sean concordantes con las nuestras. Es otra manera de llegar a idéntico resultado, el de perder la cabeza, con los mismos medios, el de la exclusión sobre los gustos ajenos, proscritos los diez o cien títulos mas vendidos y anatemizados los géneros de moda, aunque estos sean curiosa y sospechosamente dieciochescos, las novelas de detectives y las vidas noveladas de santos, héroes, o futbolistas, que de todo hay en el carrito del super. Y ahora sin tener a mano el chivo expiatorio de la censura religiosa, la lista del pecado escrito. Index librorum prohibitorum.

Ni tan siquiera nos queda el consuelo de denostar la narrativa en general o las cabañuelas del calendario, un suponer, cuando tenemos la ardua tarea de apartar todos los días la maloliente basura que nos introducen por la ventana, procedente de “las redes sociales”, o los falaces e interesados estados de opinión generados de manera inmisericorde por la prensa y los canales informativos de la radio; que los de la tele hace tiempo que están conjurados gracias al segundo botón más útil del mando a distancia, donde figura un altavoz bajo una tachadura, el primero es otro, el verde.

Pero ahí siguen ellos, los autores sagrados, para cada uno, y sus obras de lectura infinita, al menos para la finitud de sus lectores. Y ya que la obstinación es uno de los síntomas recurrentes en cualquier tipo de locura, parece lo más razonable para los dementes, nuestra insistencia irracional en continuar haciéndolo.

Los papeles póstumos del club Pickwick.-

Resulta increíble que un ambiente social tan alejado del actual, el británico de hace doscientos años, pueda seguir maravillando en su exposición, cargado de humanidad hasta extremos que el mismísimo Dickens tiene que desalojarla a veces de su carromato, convertida en humor satírico o en esperpento no exento de fantasía, con sucesivos pasajes incrustados forzadamente que parecen extraídos del manuscrito zaragozano de Jan Potocki, editado treinta años antes.

Una obra publicada por entregas tiene la virtud de estar obligada a brillar en cada capítulo, algo que consigue sin esfuerzo desde el primero al último, y también tiene el pecado de poder extenderse hasta convertir el decimosexto episodio de la doceava temporada, como las series televisivas de éxito, en algo interminable si su publico lo exige. Así llega a perderse en su desmesurada extensión, durante las, a veces repetidas, vicisitudes de sus personajes, salvo en dos de ellos, el inevitable e insigne caballero Pickwick (2), aquejado de esa locura profiláctica tan propia como impostada de la aristocracia inglesa a la que llaman filantropía, y su criado escudero Sam Weller, cuya sabiduría innata y lo ocurrente de sus replicas y brillantes aforismos nos retrotraen inevitablemente a la pareja manchega de Cervantes.
Volver a leer, quizás, el mismo libro, la misma novela fantástica con el trasfondo moral y la brillantez de un texto que nos obliga a volver atrás en tantos y tantos párrafos, para sentir otra vez el placer de la belleza de las ideas -son ideas, consideraciones, reflexiones, más que peripecias de sus guiñoles- y del texto magistral que las representan.

Esta sátira de la filantropía con que se intenta resumir la obra en cuestión queda hoy fuera de lugar. Unos señoritos viajando por placer y los acontecimientos de dudosa comicidad que les acontecen, nos pueden resultar algo alejado de del concepto de viaje de aventuras, en tanto que el viaje turístico nos ha convertido a todos en personajes que han experimentado en primera persona situaciones de interés similar. Siempre que consideremos el plano del relato realista que es el usado por Dickens para dibujar su historia. Ahí Cervantes y Potocki después, le ganaron la mano al introducir y magnificar el elemento ficticio hasta convertir en fantástico el mundo donde se mueven sus héroes, dotando al lector de una puerta para evadirse de la realidad y dejando en segundo plano la posibilidad de enriquecerlo con la interpretación laboriosa de otras ideas implícitas, generalmente con cierto fundamento virtuoso.
Tiene también Dickens otra doble lectura moral, mas cercana a sus lectores que, inevitablemente se van -nos vamos- a sentir identificados con los errores, y las desdichas risibles, de los miembros del club Pickwick. Y tiene, sobre todo, la magia de lo perdurable en el mundo de la literatura, la perfección en las descripciones, en las peripecias y en los entrañables escenarios del siglo diecinueve, del que hemos llegado a perder no solo los nombres, sino también el sentido de las cosas.

Era una deuda que tenia un servidor con la edición espartana que vislumbré en mi infancia, con las esquinas comidas por las ratas y las cubiertas apolilladas, cosas que habrían encantado al Dickens por aquello del ambiente carcelario de algún pasaje, y con una traducción infausta, culpable como tantas otras de la alergia que nos han ocasionado los clásicos a lo largo de nuestra vida de lectores. Hoy, afortunadamente he podido devolverle mi tiempo hasta convertirlo en placer, gracias a una edición perfecta que presumo no pueda mejorar mucho en su idioma original. Evidentemente que los tiempos están cambiando, como cantaba Dylan, y en algunos casos para bien.

(1).- Simón el Mago.

Lider religioso gnóstico y samaritano que rivalizó con Pedro y Juan a la hora de negociar con el Espiritu Santo, ofreciendo a estos dinero a cambio de la exclusiva. Esto se llama desde entonces “simonía” y es algo que no ha perdido actualidad, por más que ahora sean algunos políticos sus más fieles practicantes.
“Cuando exhibía sus poderes mágicos en Roma, volando ante el emperador romano Nerón en el Foro Romano, para probar su condición divina, los apóstoles Pedro y Pablo rogaron a Dios que detuviese su vuelo: Simón paró en seco y cayó a tierra, donde fue apedreado “ De Wikipedia, aunque citando: Hechos de los Apostoles (8:9-24).
El apedreamiento de Simón , hasta su muerte, por los lapidadores creyentes, aparece en cierta pintura sobre tabla que pude contemplar en la edición actual de “Las Edades del Hombre” dedicada al “Monte de Dios”, otra figura sagrada, la del lugar donde Dios entregó a Moises los ”Diez Mandamientos”, iniciandose la terrible injerencia entre el poder civil y el poder religioso, que todavia nos tiene en vilo. Según Ezequiel, este monte es el lugar donde Dios mora y desde donde rige los destinos del universo. (Verso 4:28 del Capítulo IX) El Apocalipsis.

Muy aconsejable la visita a Aguilar de Campoo y disfrutar el lujo de la exposición Las Edades del Hombre. Además, se come estupendamente.

(2).- El sindrome Pickwick.-




Hipoventilación y somnolencia (SHO) propias de cierto grado de obesidad que ha merecido la adopción del nombre del protagonista de “Los papeles póstumos del club Pickwick” a pesar de que el merito pertenece a un personaje secundario de la novela, el gordito José (Joe en el original) cuya descripción por parte de Dickens , con una precisión clínica extraordinaria, ha merecido ser incluida en el santoral sindrómico de la medicina. Obviamente no resulta un cuadro apto para el disfrute de hipocondríacos que no sean excesivamente obesos y glotones y se pasen el día dormidos. Otra vez será,

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