Es este un conflicto que se decide con
las armas de la memoria, más que con las de la razón.
(San Agustín).
El Rubicón es un rio, y resulta ser
también el testigo de un momento único de la historia, de esos que
separan con nitidez el antes y el después.
Supongo que en el funcionamiento de la
memoria de cada cual debe existir asimismo un instante, para mas inri
no advertido, con idéntica trascendencia que la frase atribuida a
Julio Cesar. “Alea jacta est”, sin necesidad de voluntariedad
alguna a la hora de cruzar ese arroyo intangible y exento de agua,
sin riesgo aparente de mojar o embarrarse los pies. Digo aparente
porque a partir de entonces van a aparecer manchas ocasionales, al
principio en los zapatos, que nos sorprenderán por su color rubí
-de ahí el nombre del rio- tanto como por el hecho de que no
guardemos constancia de haber transitado recientemente por lugares
que no sean otra cosa que áridos y resecos. La memoria comienza a
luchar con la realidad y, sospecho, que termina por generar otra
realidad propia, distinta de la objetivable por los demás, pero
incuestionable para quien identifica sus vivencias pasadas con el
relato propio que guarda de ellas, quien se convierte en victima de
la memoria, al discrepar entre la crónica suya y la ajena.
Al parecer se comienzan olvidando los
hechos mas recientes para ir hacia atrás en las pistas del disco
duro, donde se ha invertido lamentablemente la norma clasificatoria,
aquella de “Ordenar por fecha de creación, descendente” para
dar prioridad, erroneamente, a aquellos recuerdos tan lejanos que
creímos tener olvidados para siempre.
Esta evolución de la fisiología
mental hacia su decadencia no es ningún tópico de dudosa verosimilitud, adquirido en
tertulia de amigos o en la niebla de las redes sociales, es un hecho
cientificamente comprobado al convertirse en un síntoma precoz de la
demencia senil o el Alzheimer.
Dolencias que pueden descartarse si de
algún modo, quedan disponibles los recuerdos recientes y, sobre
todo, su clasificación por orden de importancia, de mayor a menor,
para su uso a beneficio de la felicidad de su poseedor, aquellos
buenos recuerdos, imprescindibles para superar cualquier bache
anímico, y para mantener la energía vital en niveles aceptables,
sobre todo cuando se nos ha terminado el estocaje de propóleo y de
jalea real a aquellos que solo creemos en productos acreditados por
la ciencia, huérfanos de recursos positivos aunque sea en la
estantería del supermercado. Benditos recuerdos.
Sucede que he vuelto a visionar por
tercera vez “Peeping Tom”, alias “El fotógrafo del pánico”,
aquel magnifico producto de serie B que marcase nuestros pinitos en
las salas del mal llamado cine de “Arte y Ensayo”. Valiente
etiqueta, perdida afortunadamente en los tiempos de la primera
apertura política de nuestro país aunque, ahora graciosamente,
insisten en que estamos en la segunda, donde no existe censura ni
nadie que prohiba el mal uso del castellano. Dice la RAE que visionar
es “Examinar un producto cinematográfico” a la vez que “Creer
que son reales cosas inventadas” o sea tener visiones. Y yo
sospecho que sufro ambas definiciones, absolutamente divergentes.
Habiendo transcurrido bastante tiempo
desde la penúltima “visión” de la película, repaso brevemente
la ficha que de ella guarda mi memoria y, si bien la trama argumental
no muestra discrepancias con la etiqueta del estante donde estaba
guardada: Asesino en serie, psicópata y, ahora tendré que añadir
lo de violencia de género, algo que me obligaría a extraer de allí
la ficha de su coetanea “Psicosis” al aparecer en la de Don
Alfredo victimas de ambos dos géneros, aunque también dicen que hay
más de dos.
Pero esa capacidad de comprobar la
eficiencia de los recuerdos, me produce un vuelco emocional difícil
de superar. Veo, vislumbro, contemplo la película, mal que le pese a
la RAE, y me admiro de que me parezca verla por primera vez, Planos,
escenas y linea argumental, casi olvidados , seguramente por no
merecer otro lugar en el almacén, repleto de historias más
interesantes. Pero me extraño y me sorprendo al esperar con cierta
ansiedad el momento cumbre que en mis recuerdos era definitorio del
filme, como una síntesis del trailer que guardo para estas ocasiones
del dejavu. -la RAE obliga a escribirla en cursiva por ser
extranjera- que es aquella secuencia en que el chico malo contempla
el perfil izquierdo de una modelo bellisima y cuando le pide que gire
su rostro aparece el monstruoso, deforme, lado derecho de su cara.
Allí la mirada del voyeur asesino y la nuestra denuncian la
secreción salival que preludia el deseo y que convierte a la chica
en siguiente victima del malevo.
Pues bien, la primera parte, el flash
visual de la imperfección en una figura perfecta, queda también
deformada, totalmente incompatible con la de mis recuerdos, tan
equivocada en este visionado que la chica solo presenta un ligero
abultamiento en la comisura de los labios, coherente con un herpes
labial simple, y en el que su atractivo queda por tanto bastante
disminuido. Tanto que, el asesino pasa de ella en esta ocasión,
mientras que en mi obstinada memoria figura la escena completa de su
asesinato dando entrada correspondiente en el baúl de los recuerdos
como imagen cumbre de la película.
Resulta que mis neuronas han borrado
parcial o totalmente películas, y puede que experiencias
contempladas o vividas, y me ofrecen en su lugar, situaciones que
estoy seguro de no haber vivido.
Y me niego a aceptarlo. Pase que haya
olvidado cosas que he contemplado, cosas sin gran importancia, cuya
perdida me parece razonable y ergonómica, al dejar hueco para otras,
pero que me cambien la escena, la modelo, y su secuencia final, que
me la suplanten por otra falsa, me hace dudar de si no habremos
pasado ciertamente este rubicón, sin tener constancia de ello, o si
bien, soy victima de un nuevo montaje, de una de esas revisiones del
director que termina quitando, o poniendo, planos en un corte y
recorte que para si quisieran los censores de cuando el arte y
ensayo.
Me niego a aceptar lo que veo, y sobre
todo a borrar la imagen de los dos lados del rostro de la modelo, que
en mis recuerdos era parecida a Marie Laforet, que se ha marchado
para siempre esta semana. Lo de siempre no resulta muy certero para
aquellos que tan solo hemos poseído su imagen, su rostro en dos
dimensiones, fotos perfectas desde todos los ángulos, y su música,
su voz melosa en media docena de canciones imprescindibles.
Me dicen que probablemente estoy
confundiendo escenas de películas diferentes, que estoy mezclando
unos recuerdos con otros y que soy yo, y no la película, quien ha
cambiado las imágenes. Puede ser, y puede que los cluster de la
memoria se estén rompiendo, rebasando sus bordes el contenido y
mezclando el antes con el después, el arriba con el abajo, además
de hacerme recordar situaciones y escenas que nunca he contemplado.
Tendré que volver a “visionar”
algún corto de Epi y Blas, a ver si me aclaran este sinvivir. Porque
si hago caso a San Agustín estoy perdido. La memoria y la razón,
dos patas sin las que no puedo sobrevivir. O quizás tenga que
hacerlo sin ellas y aceptar el deterioro de la placa base. Ya se
verá.
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