viernes, 8 de noviembre de 2019

ENTRE MICHAEL POWELL Y SAN AGUSTÍN ME LA HAN HECHO BUENA.-



Es este un conflicto que se decide con las armas de la memoria, más que con las de la razón.
(San Agustín).

El Rubicón es un rio, y resulta ser también el testigo de un momento único de la historia, de esos que separan con nitidez el antes y el después.
Supongo que en el funcionamiento de la memoria de cada cual debe existir asimismo un instante, para mas inri no advertido, con idéntica trascendencia que la frase atribuida a Julio Cesar. “Alea jacta est”, sin necesidad de voluntariedad alguna a la hora de cruzar ese arroyo intangible y exento de agua, sin riesgo aparente de mojar o embarrarse los pies. Digo aparente porque a partir de entonces van a aparecer manchas ocasionales, al principio en los zapatos, que nos sorprenderán por su color rubí -de ahí el nombre del rio- tanto como por el hecho de que no guardemos constancia de haber transitado recientemente por lugares que no sean otra cosa que áridos y resecos. La memoria comienza a luchar con la realidad y, sospecho, que termina por generar otra realidad propia, distinta de la objetivable por los demás, pero incuestionable para quien identifica sus vivencias pasadas con el relato propio que guarda de ellas, quien se convierte en victima de la memoria, al discrepar entre la crónica suya y la ajena.

Al parecer se comienzan olvidando los hechos mas recientes para ir hacia atrás en las pistas del disco duro, donde se ha invertido lamentablemente la norma clasificatoria, aquella de “Ordenar por fecha de creación, descendente” para dar prioridad, erroneamente, a aquellos recuerdos tan lejanos que creímos tener olvidados para siempre.
Esta evolución de la fisiología mental hacia su decadencia no es ningún tópico de dudosa verosimilitud, adquirido en tertulia de amigos o en la niebla de las redes sociales, es un hecho cientificamente comprobado al convertirse en un síntoma precoz de la demencia senil o el Alzheimer.
Dolencias que pueden descartarse si de algún modo, quedan disponibles los recuerdos recientes y, sobre todo, su clasificación por orden de importancia, de mayor a menor, para su uso a beneficio de la felicidad de su poseedor, aquellos buenos recuerdos, imprescindibles para superar cualquier bache anímico, y para mantener la energía vital en niveles aceptables, sobre todo cuando se nos ha terminado el estocaje de propóleo y de jalea real a aquellos que solo creemos en productos acreditados por la ciencia, huérfanos de recursos positivos aunque sea en la estantería del supermercado. Benditos recuerdos.

Sucede que he vuelto a visionar por tercera vez “Peeping Tom”, alias “El fotógrafo del pánico”, aquel magnifico producto de serie B que marcase nuestros pinitos en las salas del mal llamado cine de “Arte y Ensayo”. Valiente etiqueta, perdida afortunadamente en los tiempos de la primera apertura política de nuestro país aunque, ahora graciosamente, insisten en que estamos en la segunda, donde no existe censura ni nadie que prohiba el mal uso del castellano. Dice la RAE que visionar es “Examinar un producto cinematográfico” a la vez que “Creer que son reales cosas inventadas” o sea tener visiones. Y yo sospecho que sufro ambas definiciones, absolutamente divergentes.

Habiendo transcurrido bastante tiempo desde la penúltima “visión” de la película, repaso brevemente la ficha que de ella guarda mi memoria y, si bien la trama argumental no muestra discrepancias con la etiqueta del estante donde estaba guardada: Asesino en serie, psicópata y, ahora tendré que añadir lo de violencia de género, algo que me obligaría a extraer de allí la ficha de su coetanea “Psicosis” al aparecer en la de Don Alfredo victimas de ambos dos géneros, aunque también dicen que hay más de dos.
Pero esa capacidad de comprobar la eficiencia de los recuerdos, me produce un vuelco emocional difícil de superar. Veo, vislumbro, contemplo la película, mal que le pese a la RAE, y me admiro de que me parezca verla por primera vez, Planos, escenas y linea argumental, casi olvidados , seguramente por no merecer otro lugar en el almacén, repleto de historias más interesantes. Pero me extraño y me sorprendo al esperar con cierta ansiedad el momento cumbre que en mis recuerdos era definitorio del filme, como una síntesis del trailer que guardo para estas ocasiones del dejavu. -la RAE obliga a escribirla en cursiva por ser extranjera- que es aquella secuencia en que el chico malo contempla el perfil izquierdo de una modelo bellisima y cuando le pide que gire su rostro aparece el monstruoso, deforme, lado derecho de su cara. 

Allí la mirada del voyeur asesino y la nuestra denuncian la secreción salival que preludia el deseo y que convierte a la chica en siguiente victima del malevo.
Pues bien, la primera parte, el flash visual de la imperfección en una figura perfecta, queda también deformada, totalmente incompatible con la de mis recuerdos, tan equivocada en este visionado que la chica solo presenta un ligero abultamiento en la comisura de los labios, coherente con un herpes labial simple, y en el que su atractivo queda por tanto bastante disminuido. Tanto que, el asesino pasa de ella en esta ocasión, mientras que en mi obstinada memoria figura la escena completa de su asesinato dando entrada correspondiente en el baúl de los recuerdos como imagen cumbre de la película.

Resulta que mis neuronas han borrado parcial o totalmente películas, y puede que experiencias contempladas o vividas, y me ofrecen en su lugar, situaciones que estoy seguro de no haber vivido.
Y me niego a aceptarlo. Pase que haya olvidado cosas que he contemplado, cosas sin gran importancia, cuya perdida me parece razonable y ergonómica, al dejar hueco para otras, pero que me cambien la escena, la modelo, y su secuencia final, que me la suplanten por otra falsa, me hace dudar de si no habremos pasado ciertamente este rubicón, sin tener constancia de ello, o si bien, soy victima de un nuevo montaje, de una de esas revisiones del director que termina quitando, o poniendo, planos en un corte y recorte que para si quisieran los censores de cuando el arte y ensayo.

Me niego a aceptar lo que veo, y sobre todo a borrar la imagen de los dos lados del rostro de la modelo, que en mis recuerdos era parecida a Marie Laforet, que se ha marchado para siempre esta semana. Lo de siempre no resulta muy certero para aquellos que tan solo hemos poseído su imagen, su rostro en dos dimensiones, fotos perfectas desde todos los ángulos, y su música, su voz melosa en media docena de canciones imprescindibles.

Me dicen que probablemente estoy confundiendo escenas de películas diferentes, que estoy mezclando unos recuerdos con otros y que soy yo, y no la película, quien ha cambiado las imágenes. Puede ser, y puede que los cluster de la memoria se estén rompiendo, rebasando sus bordes el contenido y mezclando el antes con el después, el arriba con el abajo, además de hacerme recordar situaciones y escenas que nunca he contemplado.

Tendré que volver a “visionar” algún corto de Epi y Blas, a ver si me aclaran este sinvivir. Porque si hago caso a San Agustín estoy perdido. La memoria y la razón, dos patas sin las que no puedo sobrevivir. O quizás tenga que hacerlo sin ellas y aceptar el deterioro de la placa base. Ya se verá.

                            

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lunes, 4 de noviembre de 2019

! LO PEOR ES LA INSISTENCIA !. (Dicen que dijo).-






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