Aquellos que recibieron en la infancia
una educación bilingüe, diferenciada de la lengua materna, y
generalmente administrada por profesores nativos, tuvieron, o
tuvimos, forzosamente que contagiarnos de las tradiciones, más aun
el fondo, de la memoria que acompañaba a sus profesores.
La memoria te acompaña hasta que
desaparece contigo, después solo queda un soplo de viento más o
menos débil, que se mezcla con aire y se diluye en la memoria de
otros, de los que antes han respirado en el planeta que nos ha tocado
en suerte, destinado a seguir idéntico camino que el de nuestras
vivencias ahí guardadas, si bien entonces a nivel cósmico y,
esperemos, en un futuro muy, muy lejano.
Son tantos tópicos los que nos abruman
que, nadie podría pensar en nuestro medio otra cosa que aprendiste a
escribir en un colegio elitista cuando hablas de educación bilingüe.
Craso error. No hay mas que trasponer esa situación a cualquier
aldea africana o sudamericana -se dice Cono Sur, para no molestar-
donde la formación esté a cargo de misioneros o voluntarios
pertenecientes organizaciones radicadas en el primer mundo.
Afortunadamente los conceptos de primer
o tercer mundo, de paises desarrollados o incapaces de serlo, se han
convertido en otro tópico fuera de lugar y del tiempo. Hoy a través
de las migraciones y del conocimiento digital, y también de la
suerte, una persona puede pasar del lugar más deprimido del mundo al
más rico en apenas media generación. Incluso el factor de la
medida del tiempo a través del numero de generaciones ha quedado
obsoleto.
Lo cierto es que también en nuestro
país fuimos educados por voluntarios, religiosos, procedentes de
otras regiones, tan diferentes a la nuestra natal que, en cierto modo
nos han convertido en bilingües, en una rara variedad de bilingüismo
donde el extraño nos enseñó a escribir en otra lengua, la oficial,
a la vez que nos transmitía, inevitablemente, la nostalgia por su
tierra original, por sus costumbres y, hasta por las canciones que
escuchase en su infancia. También ellos tuvieron infancia, y en
eso, y en casi todo lo demás, acabaron mezclándose con nosotros,
hasta el momento ese en que el soplo de viento lo arregla todo,
intentando devolver el equilibrio a lugares que lo han perdido para
siempre, ahora vacíos, despoblados, fantasmales, como aquel páramo
que prestaba escenario y apellido al personaje de Juan Rulfo, en
búsqueda de sus orígenes, del aire que respirase su padre y que,
como el santo grial de los cruzados solamente existe en la fantasía
de los fanáticos, de los que todavía creen en la homeopatía y en
la piedra filosofal, en el movimiento perpetuo, o en la honradez de
quien miente reiteradamente pro domo sua, para su beneficio, a la vez
que nos sonríe y nos embauca con su discurso.
Y sin embargo algo nos obliga a seguir
jugando, y perdiendo, en la mesa del trilero, a seguir creyendo en
utopías y a seguir buscando ese secreto misterioso que se esconde
detrás del mas infantil de los recuerdos, propios o incluso ajenos.
He estado buscando ciertas coplas
escuchadas en los tiempos de la escritura torpe y azarosa entre dos
lineas, guias para no descarrilar el texto proceloso que comenzaba
con aquello de “mi mamá me mima”, rondando en la discoteca del
cerebro musical, y obligándome a identificar su origen ya que ni el
título, ni el disco existieron jamás. Alguna he podido localizar
como tonada popular, registrado el texto por cierto estudioso de
tradiciones vernáculas -palabreja horrible,como todas las que
terminan en cula o culo- cercanas al lugar de nacimiento del estudioso, persistiendo
su eco hasta quizás la última generación que la cantase, que
entonase aquella melodía, a través de voces femeninas al otro lado de la ventana:
"Rosales de Alejandria” o algo parecido y que, como siempre
que pregunto por ellas, no encuentro más que negativas sobre su
presunta existencia.
Quiero recordar, y recuerdo, haber
escuchado esta otra canción, en la voz de una joven profesora
procedente de tierras leonesas, quienes ochocientos años antes
habían enseñado a hablar y hasta a cocinar a mis antepasados, y la
que probablemente debió cantar la copla en no más de dos ocasiones,
intentando que sus alumnos la repitiésemos, quizás para poder
escucharla ella en otras voces e introducirse así en el bucle de la
memoria, de la nostalgia, que te obliga a intentar regresar a tus
tiempos felices. Eramos niños, y aunque entonces no lo sabíamos,
esos eran nuestros tiempos felices, los más felices.
Después viene la razón, el
conocimiento, y se echa a perder el placer de no tener
preocupaciones.
El caso es que volvió a quedar grabada
en el disco de pizarra, en la discoteca del alma, y allí sigue dando
vueltas.
“Quella, quella fumarada, que se ve
en el fumeral.
Un carro que no tien mula, y que dice
charandal”.
Charandal con mayúsculas, es lo que
dice el carro que no tien mula, y es lo que me ha tenido media vida
intrigado por su significado, más allá de que pude asumirlo propio
de un terreno originario de Wenceslao Fernandez Flores, y donde las
meigas o la santa compaña eran algo tan real como cotidiano. Meras
hipótesis de alguien que quiere convencerse de algo sin más pruebas
que su imaginación.
Otra vez los compañeros de aula y
pupitre, negaron rotundamente haberlo escuchado, y otra vez solo ante
el mayor misterio, el significado de la palabra clave, charandal.
Dando por buenos la magia y el misterio
que seguramente envolviesen la finalidad de la copla, el entorno
social e histórico donde fuese parida, y la necesidad de dar
continuidad a la leyenda, madre de la imaginación y de la aventura,
me he visto forzado a aceptar que también la realidad tiene su
corazoncito que, aunque suele estar carente de lirismo, y muchas
veces de afecto, no deja estar ahí, obstinadamente ahí, para
justificar el principio y el fin de misterios como este, gozosos.
Resulta que estos bilingües profesores
nativos, los de nuestra escuela, ciertamente tan alejada de
elitismos, ya que tuvieron que llegar estas monjitas de sus aldeas,
seguramente tan pobres como las nuestras, desde esa tierra perdida
entre gallegos y leoneses, para enseñarnos a leer y escribir, y
también para que pudiésemos comprobar, con los años y la
experiencia el que, otras voces, al igual que la nuestra, poseen sus
particularidades que pueden hacerlas ininteligibles para los demás,
los extraños, los que creen que solo su tierra es la verdadera,
ahora nacionalistas xenófobos, mañana quien sabe.
Tan solo tuve que traducir la palabra
adaptándola al posible significado de la frase completa, algo
habitual en las traducciones de inglés o francés para aquellos que
nunca los tuvimos como idiomas complementarios al nuestro, que buena
falta nos habrían hecho a la larga.
¿Y si charandal solo fuese el
resultado de unir varias palabras para facilitar su pronunciación?
“Echar a andar”.
¿Y si decir es un modo figurado del
hecho de que un carro se deje llevar por el declive del terreno al no
tener una mula aparejada que lo sujete?
¿Y si alguien que viese el suceso, rodeado de las humaredas ondulantes y evanescentes de los carboneros, lo
considerase un hecho mágico, digno de figurar en un romance?
Tan fácil como admitir esas
posibilidades y pasar pagina al misterio, resuelto tan sencilla y tan
lentamente, décadas de desvelo, de pesadillas y de investigación,
por este irredento sufridor que todavía espera encontrar el santo
grial cualquier día de estos. Os lo contaré.