La cuestión que nos plantea Augusto Monterroso, en su mini ensayo de ficción científica, no es tanto la convivencia con un dinosaurio, algo perfectamente habitual para quien vive toda su vida en una dictadura donde el líder inventado deja todo atado y bien atado a su sucesor, no.
Más bien, el lector de aquellos dos renglones queda intrigado, sobre los antecedentes, la noche previa al despertar, y no sobre el devenir de la historia, francamente previsible para cualquier niño iniciado en las novelas de aventuras, novelas gráficas, por supuesto, ya que el teléfono movible al que permanece enganchado le ha disuadido de las lecturas, de cualquier lectura, mas allá de las dos o tres decenas de caracteres escritos en términos amables y digeribles.
Siempre he pensado en como la pesadilla real de la presencia del monstruo pudo permitirle dormir, aun asumiendo el agotamiento corporal y mental del día o días anteriores al evento. El terror es un sentimiento que no te permite dormir, como tampoco te lo permite su hermano menor, el miedo, la ansiedad ante la posibilidad, también real, de que al despertar, al volver, Rayas no siga allí.
Rayas es un gato, callejero e inclusero, salvaje y ajeno, en una edad tan difícil de fijar como su procedencia, final de adolescencia o comienzo de madurez que para él supone atravesar el rubicón de la supervivencia. Desconozco cuantos miembros de su camada han llegado a su estatus, si bien alguna vez lo he visto acompañado de hasta tres de ellos. Probablemente alguna vecina alimentó a la pandilla en los días en que la gata madre terminó su tarea de proveedora de leche entera, sin pensar que alguno de ellos podría ser intolerante a la lactosa ni la posibilidad de producirla semi o desnatada, o directamente deslechada, esa cosa que venden en el super, cuya substancia desconozco pero que sin duda coloca a los humanos, otra vez, alejados si no enfrentados a la naturaleza.
Terrores irreales y lejanos, más que nada por ajenos. Y es que, aunque nos muestren los noticiarios las masacres anunciadas que tendrán lugar en fechas próximas, estás serán siempre en lugares tan alejados que no servirán para algo diferente a la distracción del lector, del espectador a quien no le sulibeya en absoluto la heroicidad de unos soldados, nuestros dicen, que han regresado de un país ajeno, dejándolo peor que cuando llegaron, y con mas de un centenar de compañeros fallecidos en combate. Para heroicidad la de los políticos que los enviaron, en nuestro nombre, y que además de compartir la gloriosa gesta, así la cuentan, siguen en su sillón dispuestos a continuar su encomiable labor, como la gata del barrio. Solo que esta no tiene otra opción, ni nos pide el voto cuatrienal.
Ahora es Afganistan, y mira que me ha costado evitar el pronunciar Agfanistan, sin duda influido por el material fotográfico Agfa, que tan buenas ratos me proporcionase en mi juventud, en esa edad de libertad en la que se encuentra Rayas.
He leído el titular contumaz, en varias publicaciones, donde se insinuá la posibilidad de evacuar las miles de mascotas que han quedado abandonadas en Kabul, para evitarles una muerte dolorosa, o quizás gloriosa, si sirven para evitar la muerte de algún humano en las postrimerias del día de autos. Occidente se muestra esquizoide, o algo peor.
Este gato , que no es mio, y dudo que lo sea de nadie, apareció en el jardín hace un par de meses, y lo hizo con la convicción felina de quien conoce cual es su territorio y los limites que paulatinamente va descubriendo y estableciendo.
Un buen día lo encontré bajo el piano, en el centro de la casa y le expliqué torpemente, como hacemos los humanos con ellos, que ese no era su sitio, indicándole la puerta entreabierta por donde había entrado, y bien porque no debí hacerlo muy bien o porque estaba todavía su comprensión en la fase prueba error de toda ciencia infusa, se levantó inmediatamente y caminó lentamente hasta el salón para tumbarse en la alfombra.
Me vi obligado a reconvenirle su actitud y aumentar el volumen de voz, agriando el tono, a sabiendas de que los gatos no son ni tan sordos, ni tan tontos como un servidor, si bien conseguí alejarlo del lugar anhelado, quizás desde su nacimiento, el de dueño y señor del hogar y de la familia que tenia mas a mano, o a garra mas bien. Gané esa batalla pero estimo que la guerra será mas larga y de final incierto, al menos para este lado de la trinchera.
Desde entonces no le ha faltado el cuenco de leche en el desayuno ni el pescado que antes iba a la bolsa de orgánica, y al que deja las espinas inmaculadas y primorosas, mostrando además cuales son su preferencias alimenticias y sus fobias dejando a veces el plato sin tocar, de donde es fácil colegir que debe tener una o varias fuentes adicionales de suministro, y que vuelve tan solo por cariño, o eso prefiero pensar. Tal es la ingenuidad del alma que me tocó en el reparto.
La hecatombe que ha causado en el jardín su presencia, y probablemente la de sus hermanos, ha sido terrible. Los mirlos este año no han podido procrear, ni siquiera anidar presumo, ante el puñado de plumas negras esparcidas entre la hierba y la ausencia de las habituales conversaciones de la, seguramente extinta, pareja.
Pero lo más grave,detectado hasta el momento, y con consecuencias irreversibles y dolorosas, ha sido la desaparición de la barrera antiaérea, anti mosquitos, que tenia desplegada en el patio, la docena de cañones de 80 mm, los sapos, que engordaban y se reproducían sin la menor molestia creando un muro protector que este año ha desaparecido, ocasionándome además la epifanía de mi desconocimiento sobre el asunto, la perdida de la fe en todos y cada uno de los artilugios que han inventado para hacerme creer, incauto de mi, que puedo evitar sus picaduras, sus habones pruriginosos, sus ronchas semanales, he observado que esa es su duración media, y la medida del tiempo de presumible descanso nocturno, no por el reloj, si no por los horarios que manejan esos anopheles maculipennis del diablo.
El gato se comió a los sapos, y los mosquitos y el gato, son ahora los dueños de ese lugar donde me refugiaba en el verano. El equilibrio de la naturaleza se ha roto, y me rio yo del pobre planeta y su previsible destino apocalíptico. Para cambio climático el que me ha infligido Rayas, a quien no obstante me hace feliz ver que a mi vuelta sigue tan esplendido y tan fiel, en su distancia, como cuando lo abandoné.
En la Odisea es el único que reconoce a Odiseo en su regreso – spoiler- su mascota, y es también una forma de comenzar a entender los clásicos y al más viejo de todos ellos, la naturaleza.
Otro día os cuento la historia del avispero y la lata de cerveza, que también me ha resultado educativa.
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