Que no estaba muerto, que no
que estaba tomando cañas.(Peret)
Alejado uno de las salas, ahora así llaman a los cines, y usando todos los días el hisopo del vade retro ante las plataformas, que siempre han sido otras cosas, llegó a pensar que este arte extinto en el pasado reciente, fue bonito mientras duró, como tantas otras maravillas efímeras, a pesar de que esta durase más de cien años.
Relegado a entretenimiento estupefaciente, como el resto de pantallas sin importar su tamaño, desde los avisos proféticos del 1984 de Orwell. Quien se quedó corto, limitado en su pronóstico apocalíptico sobre el poder estupidificante de los mensajes interesados y absorbedores de materia gris donde la hubiese.
Son ya muchos años pasados sin otro recurso para los aficionados - lo de amantes me parece otra estupidez- al cine, que el de volver a los clásicos de la filmoteca doméstica, hoy discos duros en terabytes, o en la nube digital para los pudientes. Gracias a ellos comprobamos la vigencia de los títulos que nos alimentaron en la infancia, y nos vieron crecer sentaditos en aquellas butacas de asiento retráctil respirando el ozonopino que era vaporizado desde las esquinas de ciertas salas malolientes a las que no daba tiempo a ventilar adecuadamente. Como ahora, se cruzaban los espectadores que entran y salen, con la diferencia de que últimamente apenas hay que renovar el aire ambiente, salen cuatro y entran dos.
Tuvimos, y tenemos, joyas para volver a ver una y otra vez, títulos como los libros del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, de los que podemos reproducir diálogos enteros como si fuésemos apuntadores en un teatro fantástico. Tanto como el universo de las buenas películas.
Y de pronto... sorpresas te da la vida, Ay dios. Redescubres que te cuentan, como antes, come prima, una historia tan creible, que podrías ser la reencarnación de cualquiera de sus personajes. Y te lo cuentan sin alharacas, sin énfasis ni florituras que intenten demostrar la preparación técnica y artística del equipo de turno. Con la mayor naturalidad, hasta el punto de que transcurridos los diez minutos iniciales tomas consciencia de que aquello no puede ser real, que no estas viendo otra de las selecciones extranjeras candidatas al premio de la mejor película en lengua no inglesa, y aquí revienta también la trampa saducea, al considerar que el gaélico sea lengua no inglesa.
Piensas que aquella obra va a durar lo que deberían durar todas, noventa minutos, algo propio del canon de la perfección tal como su planteamiento tradicional de presentación, nudo y desenlace, y recurres al consuelo de que los minutos que restan no los vas a agotar para siempre, ese es tu temor, pues podrás volver a verla tantas veces como las otras que tienes en la carpeta de tus favoritas.
Un drama cotidiano y mil veces repetido en ambientes donde la supervivencia se cruza inevitablemente con la revelación de que existe un mundo diferente, quizás mejor, al alcance de quienes tienen mucha vida por delante, y la posibilidad de un cabo, de un frágil hilo al que asirse.
La Irlanda rural se convierte en un paradigma de infinitos lugares donde la vida, de una niña, no va a transcurrir, lógicamente, según el modelo en que los jóvenes aparecen en el cine o series americanos, convertido en falso ejemplo para aquellos que no tienen otro espejo en que reflejarse.
La chica protagonista, Catherine Clinch, sin duda nos dará más alegrías, como ya ha conseguido hacerlo desde sus escasos, justos y suficientes, diálogos, los de una chica callada.
A veces uno escribe motivado por la sensación de un deber imperativo, el de compartir el disfrute de haber visto, que no visionado, una buena película que me ha devuelto la fe en el cine.
Obligado a contárselo a todo el mundo como dicen que dijo Dominguín al saltar de la cama donde quedaba Ava Gardner.
(1).- !Albricias! : Regalo que se daba al primero que era portador de una buena noticia. (RAE).