LA NOUVELLE CUISINE.-
Los caníbales, dentro de los relatos de aventura, están siempre ubicados en un tiempo pretérito, fechado mas o menos en una época donde los ropajes barrocos de unos y los taparrabos de otros, sitúan a los personajes en el escenario, necesariamente tropical. Es decir, muy lejos.
El joven superviviente del naufragio de la goleta, es acogido en el poblado indígena y puesto al cuidado de la joven y bella hija del jefe. Idilio, colorines y vida placida donde no faltan banquetes bajo la luz de la luna, con los manjares más saludables y vistosos que podamos soñar. El chico recupera el peso perdido y la fé en la humanidad, y de paso aprende un nuevo lenguaje, por el que llega a comprender que su destino no es otro que el de todos los cautivos de la tribu, el puchero colectivo en la fiesta religiosa donde le espera el lugar de honor, el estomago de sus anfitriones y el de su bella cuidadora.
Disculpen que les arruine el final de la película “Que bueno estaba mi francés” y que no recuerde el autor ni el año, pero lo importante, en todo caso, es que se trata de ficción y de que como dije antes, los caníbales solo existen en la imaginación de los novelistas de antaño. Aunque el hecho que persista en mi memoria, debe tener su origen tanto en lo terrorífico de la historia como en la forma de contarla. No pierde el ambiente de naturalismo angelical en los momentos en que la impotencia del protagonista se transforma en resignación, como tampoco lo hace en los planos finales donde el amable grupo de nativos procede al consiguiente descabello y despiece. Es ese toque de cotidianeidad que convierte lo macabro en imperceptible, sin duda, lo que pudo dejar la huella en mis atribuladas circunvoluciones. Vayan ustedes a saber.
Y es que la cocina, tanto en su cada vez más sofisticada elaboración, o en la ampliada variedad de ingredientes, así como en la moderna interpretación moral – productos naturales, renovables, precio justo- o religiosa – biológicos, vegetarianos, incluso ritual mistico incluido- de los mismos, ha evolucionado hasta unos niveles dignos de la sociedad archidesarrollada donde nos encontramos, todavía, y se ha convertido en un reflejo mas de la actitud global del planeta donde el refinamiento en los placeres vitales, -y la comida lo es, indudablemente- muestran el grado de bienestar y sabiduría de los pueblos. De los pueblos que comen, claro está, que es mas o menos donde nos encontramos.
En este momento, nuestro país es actualmente el adelantado excepcional en el arte del buen comer. Si hemos de creer lo que nos cuentan, tenemos los tres mejores cocineros y los cinco mejores restaurantes del mundo, es decir de nuestro país. Porque seguramente los franceses, chinos o japoneses, están perdidos ante la deconstrucción culinaria y la excelsa respuesta en que nuestros fogones han convertido el esfuerzo innovador de nuestros no menos excelentes chefs.
Pero no podemos pasar por alto el valor y el fundamento de las materias primas que usamos para conseguir estos resultados. Puesto que es ya en la selección y preformación de estas materias donde demostramos la capacidad, la agudeza y arte de ingenio que, según Gracian, nos hace únicos e inimitables.
No sé si sus paladares lo habrán notado. Mis excusas por la duda, siempre ofensiva. El cambio sutil que determinados alimentos procedentes de nuestra mar cercana, han sufrido durante los últimos años. Desde el ligeramente seco y especiado de antes hasta el nuevo, levemente fibroso, suavemente afrutado y con esa pizca de aroma caribe que lo hace tan singular. Me estoy refiriendo principalmente a los crustáceos y cefalópodos de nuestras orillas meridionales. Antes de las mediterráneas, y ahora de las atlánticas. En ellas se recoge ese precioso manjar al que previamente, hemos alimentado sabiamente, como pueden suponer, aunque este sea el secreto mejor guardado, con el alimento de los dioses (1). Nótese que esas especies animales son carroñeras marinas y su comida se basa en los detritus del fondo marino y en la materia orgánica en descomposición que llega sus bocas, incluyendo cadáveres de cualquier especie.¿Humanos?. También..
Aquí esta la diferencia, sin duda, entre el antes y el después. Entre el magrebí que perecía ahogado al naufragar su patera y entre el subsahariano que perece ahogado ahora al naufragar su patera. Mas mil de estos últimos sirvieron de alimento para la fauna marina solo durante el ultimo mes del año pasado. Datos autorizados.
Me repugna la sola sombra de sarcasmo que pueda haber en los párrafos anteriores. Me repugna el que sigamos eludiendo esta cuestión vital de la muerte gratuita de decenas de miles de vecinos. Me repugna que estemos entretenidos con actitudes y cuestiones pueriles que no reflejan otra cosa que la inmadurez del medio donde nos ha tocado sobrevivir. Pero sobre todo espero que a alguien le repugne comérselos. Joder. Aunque solo sea por eso, por repugnancia , que lleguemos a evitarlo.
Ya está bien que permitamos que mueran de hambre. Que dejemos ahogarse a los que sobreviven a la hambruna y a la enfermedad consentidas. Pero que encima nos los comamos en su transfiguración como chipirón o langostino, me parece que marca el nivel de sofisticación que la inmoralidad y la injusticia han alcanzado en nuestra sociedad.
Ustedes mismos. Que esta noche se irán a la cama como antropófagos.
Ni mejor ni peores que los del cuento del francés. Igualitos.
Los caníbales, dentro de los relatos de aventura, están siempre ubicados en un tiempo pretérito, fechado mas o menos en una época donde los ropajes barrocos de unos y los taparrabos de otros, sitúan a los personajes en el escenario, necesariamente tropical. Es decir, muy lejos.
El joven superviviente del naufragio de la goleta, es acogido en el poblado indígena y puesto al cuidado de la joven y bella hija del jefe. Idilio, colorines y vida placida donde no faltan banquetes bajo la luz de la luna, con los manjares más saludables y vistosos que podamos soñar. El chico recupera el peso perdido y la fé en la humanidad, y de paso aprende un nuevo lenguaje, por el que llega a comprender que su destino no es otro que el de todos los cautivos de la tribu, el puchero colectivo en la fiesta religiosa donde le espera el lugar de honor, el estomago de sus anfitriones y el de su bella cuidadora.
Disculpen que les arruine el final de la película “Que bueno estaba mi francés” y que no recuerde el autor ni el año, pero lo importante, en todo caso, es que se trata de ficción y de que como dije antes, los caníbales solo existen en la imaginación de los novelistas de antaño. Aunque el hecho que persista en mi memoria, debe tener su origen tanto en lo terrorífico de la historia como en la forma de contarla. No pierde el ambiente de naturalismo angelical en los momentos en que la impotencia del protagonista se transforma en resignación, como tampoco lo hace en los planos finales donde el amable grupo de nativos procede al consiguiente descabello y despiece. Es ese toque de cotidianeidad que convierte lo macabro en imperceptible, sin duda, lo que pudo dejar la huella en mis atribuladas circunvoluciones. Vayan ustedes a saber.
Y es que la cocina, tanto en su cada vez más sofisticada elaboración, o en la ampliada variedad de ingredientes, así como en la moderna interpretación moral – productos naturales, renovables, precio justo- o religiosa – biológicos, vegetarianos, incluso ritual mistico incluido- de los mismos, ha evolucionado hasta unos niveles dignos de la sociedad archidesarrollada donde nos encontramos, todavía, y se ha convertido en un reflejo mas de la actitud global del planeta donde el refinamiento en los placeres vitales, -y la comida lo es, indudablemente- muestran el grado de bienestar y sabiduría de los pueblos. De los pueblos que comen, claro está, que es mas o menos donde nos encontramos.
En este momento, nuestro país es actualmente el adelantado excepcional en el arte del buen comer. Si hemos de creer lo que nos cuentan, tenemos los tres mejores cocineros y los cinco mejores restaurantes del mundo, es decir de nuestro país. Porque seguramente los franceses, chinos o japoneses, están perdidos ante la deconstrucción culinaria y la excelsa respuesta en que nuestros fogones han convertido el esfuerzo innovador de nuestros no menos excelentes chefs.
Pero no podemos pasar por alto el valor y el fundamento de las materias primas que usamos para conseguir estos resultados. Puesto que es ya en la selección y preformación de estas materias donde demostramos la capacidad, la agudeza y arte de ingenio que, según Gracian, nos hace únicos e inimitables.
No sé si sus paladares lo habrán notado. Mis excusas por la duda, siempre ofensiva. El cambio sutil que determinados alimentos procedentes de nuestra mar cercana, han sufrido durante los últimos años. Desde el ligeramente seco y especiado de antes hasta el nuevo, levemente fibroso, suavemente afrutado y con esa pizca de aroma caribe que lo hace tan singular. Me estoy refiriendo principalmente a los crustáceos y cefalópodos de nuestras orillas meridionales. Antes de las mediterráneas, y ahora de las atlánticas. En ellas se recoge ese precioso manjar al que previamente, hemos alimentado sabiamente, como pueden suponer, aunque este sea el secreto mejor guardado, con el alimento de los dioses (1). Nótese que esas especies animales son carroñeras marinas y su comida se basa en los detritus del fondo marino y en la materia orgánica en descomposición que llega sus bocas, incluyendo cadáveres de cualquier especie.¿Humanos?. También..
Aquí esta la diferencia, sin duda, entre el antes y el después. Entre el magrebí que perecía ahogado al naufragar su patera y entre el subsahariano que perece ahogado ahora al naufragar su patera. Mas mil de estos últimos sirvieron de alimento para la fauna marina solo durante el ultimo mes del año pasado. Datos autorizados.
Me repugna la sola sombra de sarcasmo que pueda haber en los párrafos anteriores. Me repugna el que sigamos eludiendo esta cuestión vital de la muerte gratuita de decenas de miles de vecinos. Me repugna que estemos entretenidos con actitudes y cuestiones pueriles que no reflejan otra cosa que la inmadurez del medio donde nos ha tocado sobrevivir. Pero sobre todo espero que a alguien le repugne comérselos. Joder. Aunque solo sea por eso, por repugnancia , que lleguemos a evitarlo.
Ya está bien que permitamos que mueran de hambre. Que dejemos ahogarse a los que sobreviven a la hambruna y a la enfermedad consentidas. Pero que encima nos los comamos en su transfiguración como chipirón o langostino, me parece que marca el nivel de sofisticación que la inmoralidad y la injusticia han alcanzado en nuestra sociedad.
Ustedes mismos. Que esta noche se irán a la cama como antropófagos.
Ni mejor ni peores que los del cuento del francés. Igualitos.
(1) Ese es el titulo de una novela de H.G.Wells “The Food of the Gods” donde trata del tema que nos ocupa, solo que lo ambienta en el futuro. Aunque no dice en que futuro y hace mas de un siglo que lo escribió. Dada la fama de proféticos que tienen casi todos los cuentos de D.Heriberto, podria ser que estuviese pensando en nosotros. Como, por otro lado, su obra figura en los estantes de la “ciencia ficción”, es posible que no sea mas que la pesadilla de un visionario y que podamos y debamos seguir tranquilos. Esto, tampoco, va con nosotros.