“Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo”.
Ricardo Reis ( Pessoa).
Al año de su muerte - glosada por el mismo Saramago-, de la muerte de todos los nombres, incluso de los innombrables, como el amor secreto del protagonista que lo persigue hasta y desde la tumba, con ese matiz discretamente surrealista y kafkiano, que envuelve gran parte de su ficción.
Saramago no hace otra cosa que transmitirnos el asombro que le produce esa contemplación, esa visión flotante de artesano taxidermista sobre la época que le ha tocado vivir.
José Sousa, fue inscrito en el registro por un funcionario sarcástico, con el apodo de de su padre, jornalero sin recursos, “Jaramago”, que es un sinónimo del amaranto, especie vegetal crucífera considerada como maleza. (Constato que la crueldad y la profecía certera suelen ser incompatibles).
Por motivos económicos, su dedicación exclusiva a la literatura no la inicia hasta los 54 años, y como era previsible lo hace bajo el influjo de los muchos nombres de Pessoa, de la saudade portuguesa (o passado que foi e o futuro que nunca será), del comunismo, y de esa mezcla de nostalgia y resentimiento que tienen todos los escritores exiliados y desclasados que en el mundo han sido.
Camús y Miguel Hernández podrían figurar como heterónimos de este autor a caballo de dos mundos y dos épocas tan diferentes e irreconciliables; orígenes similares, carreras paralelas, compromiso social, y regreso tan doloroso como conflictivo a la tierra materna, igual que la fe ciega en una religión absolutamente discrepante con la oficial. Laicos y ateos, discutidos cuando no proscritos en su patria.
Solo que, además es un poeta, y es como aquel marqués de Bradomin, otro heterónimo - este de Valle Inclán- “Feo, católico y sentimental”. Cambiando el término central por el de laico, estamos definiendo el personaje que recorre toda la obra de Saramago, que no es otro que el propio autor. Escritor cuya figura personal trasciende y ennoblece un trabajo artesanal dirigido hacia la consecución de un mundo mejor. Tan lejos y tan alto sobre los géneros al alcance de su pluma, todos, y de los premios, tan numerosos como circunstanciales.
Un buen hombre, sin duda, el portugués.
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