El hombre que amaba a las mujeres y buscaba a su padre.-
-Antoine Doinel, je suis Antoine
Doinel- repite frente al espejo su alter ego, Jean Pierre Leaud, o sea, Antoine
Doinel.
Conservo la escena en mi memoria,
como compendio de las seis películas que Truffaut filmó con ellos dos, actor y
personaje, y a la vez trasuntos del propio Truffaut.
El adolescente tímido y rebelde de “Los cuatrocientos golpes”
buscando el afecto en el cine y en la lectura, entornos que le resultaban más
gratificantes que el familiar, encuentra un pigmalión y amigo en el crítico André
Bazin para, despues de iniciarse en la teoría y escritura cinematográfica, crear
una corriente seminal junto a Godard, “La Nouvelle Vague”, y desde Cahiers de
Cinema inventar el termino “Cine de autor”, que a la postre fue en lo que acabó
convertido, autor, a mayor gloria el
cine francés.
Movimiento innovador, el de
retratar a la gente corriente mediante actores desconocidos y medios limitados,
que se extendería inmediatamente a través de todo el continente, ávido de un alimento
diferente al de la ropa vieja, agotados en la posguerra los restos de los
genios triunfadores en los años treinta. El Free Cinema inglés y el Neuer
Deutscher Film alemán siguieron sus pasos, y la contaminación del anquilosado Hollywood
no se hizo esperar.
Reinventando la
cinematográfia mediante una plétora de
autores sin los cuales hoy no puede entenderse el septimo arte: Chabrol,
Rohmer, Rivette,Varda, Resnais, Lester, Richardson, Reisz, Anderson,Wenders,
Tanner, Herzog, Fassbinder, Scorsese, Lucas, Spielberg, todos ellos fruto de
una época en la que se mezclan el arte y
el entretenimiento de modo indisoluble, gracias a infiltrar los asuntos
cotidianos de la gente en producciones de todo tipo en las que cobra
protagonismo el autentico “cinematographer man”, el cameraman.
El Truffaut crítico y teórico ha
dejado trabajos imprescindibles para el cinéfilo. “El cine según Hitchcock” he
tenido que reponerlo tres veces en mi estantería, por desgaste ,y otras tantas
veces comprarlo para regalo, y el que esta resulte una actividad vulgar, por
universal, entre los aficionados al cine, no disminuye el placer de volver a
leerlo.
Su filmografía, Antoine Doinel
aparte, nos deja media docena de películas que figuran por méritos propios, y
los de su fotógrafo Nestor Almendros, entre los clásicos de la segunda mitad
del siglo veinte, y son también escritores clásicos los que inspiran sus
guiones, Henry James en “La habitación verde”, Bradbury en Fahrenheit 451,
Adéle Hugo en “El diario íntimo de Adèle H”o J.J.Rousseau en “El pequeño
salvaje”. Su aproximacion tangencial al periodo de ocupación en “El último
metro”, la fallida incursión en el cine negro – con la indulgencia de Melville
y Enrico – y sus personalisimas historias, llenas de pinceladas
autobiográficas, en “La noche
americana”, la final “Vivamente el domingo”, o “El hombre que amaba las
mujeres”, titulada en España “El amante del amor” ininteligible título, para
pesadilla nuestra, completan una colección digna de encomio.
La supervivencia de Antoine
Doinel , tras la prematura muerte de
Truffaut- y todas las muertes los son en cierto modo, prematuras- se transforma
en otro guión, como extensión a la vida real de su personaje ficticio, con
guiños a “El crepúsculo de los dioses”. Leaud estampa una maceta en la cabeza
de una vecina octogenaria, a la que presumimos admiradora de Doinel, como
Gloria Swanson hace con Willian Holden en la película de Wilder, siendo
encerrado preventivamente en un psiquiatrico, para después reaparecer en el
cine con papeles zombis, el último en “Le Havre” de Kaurismaki.
Lo cierto es que después de
perder a Truffaut a los 52, por un tumor cerebral, a Nestor Almendros por sida,
Eustache suicida a los 42, y Pasolini a los 53 de aquella manera, no resulta
sorprendente que el pobre Doinel estuviese “Au bord de la crise de nerfs”.
Francois Truffaut por su parte, llegó
a encontrar a su padre y, como en las buenas películas, prefirió verlo pasar,
eligiendo terminar la historia con un final abierto. Genio y figura.
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