miércoles, 5 de noviembre de 2014

TRUFFAUT EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-




El hombre que amaba a las mujeres y buscaba a su padre.-

-Antoine Doinel, je suis Antoine Doinel- repite frente al espejo su alter ego, Jean Pierre Leaud, o sea, Antoine Doinel.

Conservo la escena en mi memoria, como compendio de las seis películas que Truffaut filmó con ellos dos, actor y personaje, y a la vez trasuntos del propio Truffaut.
El adolescente tímido y  rebelde de “Los cuatrocientos golpes” buscando el afecto en el cine y en la lectura, entornos que le resultaban más gratificantes que el familiar, encuentra un pigmalión y amigo en el crítico André Bazin para, despues de iniciarse en la teoría y escritura cinematográfica, crear una corriente seminal junto a Godard, “La Nouvelle Vague”, y desde Cahiers de Cinema inventar el termino “Cine de autor”, que a la postre fue en lo que acabó convertido, autor,  a mayor gloria el cine francés.

Movimiento innovador, el de retratar a la gente corriente mediante actores desconocidos y medios limitados, que se extendería inmediatamente a través de todo el continente, ávido de un alimento diferente al de la ropa vieja, agotados en la posguerra los restos de los genios triunfadores en los años treinta. El Free Cinema inglés y el Neuer Deutscher Film alemán siguieron sus pasos, y la contaminación del anquilosado Hollywood no se hizo esperar.
Reinventando la cinematográfia  mediante una plétora de autores sin los cuales hoy no puede entenderse el septimo arte: Chabrol, Rohmer, Rivette,Varda, Resnais, Lester, Richardson, Reisz, Anderson,Wenders, Tanner, Herzog, Fassbinder, Scorsese, Lucas, Spielberg, todos ellos fruto de una época  en la que se mezclan el arte y el entretenimiento de modo indisoluble, gracias a infiltrar los asuntos cotidianos de la gente en producciones de todo tipo en las que cobra protagonismo el autentico “cinematographer man”, el cameraman.

El Truffaut crítico y teórico ha dejado trabajos imprescindibles para el cinéfilo. “El cine según Hitchcock” he tenido que reponerlo tres veces en mi estantería, por desgaste ,y otras tantas veces comprarlo para regalo, y el que esta resulte una actividad vulgar, por universal, entre los aficionados al cine, no disminuye el placer de volver a leerlo. 

Su filmografía, Antoine Doinel aparte, nos deja media docena de películas que figuran por méritos propios, y los de su fotógrafo Nestor Almendros, entre los clásicos de la segunda mitad del siglo veinte, y son también escritores clásicos los que inspiran sus guiones, Henry James en “La habitación verde”, Bradbury en Fahrenheit 451, Adéle Hugo en “El diario íntimo de Adèle H”o J.J.Rousseau en “El pequeño salvaje”. Su aproximacion tangencial al periodo de ocupación en “El último metro”, la fallida incursión en el cine negro – con la indulgencia de Melville y Enrico – y sus personalisimas historias, llenas de pinceladas autobiográficas, en  “La noche americana”, la final “Vivamente el domingo”, o “El hombre que amaba las mujeres”, titulada en España “El amante del amor” ininteligible título, para pesadilla nuestra, completan una colección digna de encomio.

La supervivencia de Antoine Doinel , tras la  prematura muerte de Truffaut- y todas las muertes los son en cierto modo, prematuras- se transforma en otro guión, como extensión a la vida real de su personaje ficticio, con guiños a “El crepúsculo de los dioses”. Leaud estampa una maceta en la cabeza de una vecina octogenaria, a la que presumimos admiradora de Doinel, como Gloria Swanson hace con Willian Holden en la película de Wilder, siendo encerrado preventivamente en un psiquiatrico, para después reaparecer en el cine con papeles zombis, el último en “Le Havre” de Kaurismaki.
Lo cierto es que después de perder a Truffaut a los 52, por un tumor cerebral, a Nestor Almendros por sida, Eustache suicida a los 42, y Pasolini a los 53 de aquella manera, no resulta sorprendente que el pobre Doinel estuviese “Au bord de la crise de nerfs”.

Francois Truffaut por su parte, llegó a encontrar a su padre y, como en las buenas películas, prefirió verlo pasar, eligiendo terminar la historia con un final abierto. Genio y figura. 

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