El final de la guerra (La última
puñalada a la República). Paul Preston
Cuanto se agradece la visión de estos
investigadores de hemeroteca, de coleccionistas de fichas
documentadas, de acumuladores de bibliografías fundamentadas sobre
cualquier episodio de nuestra historia. Si esta es lo suficientemente
cercana – aun siendo ya historia y por tanto antigua- todavía
mejor.
Se van eliminando tabúes, tópicos, y
velos, muchos de los siete, aunque todavía quede alguno, alguno de
esos que son el fundamento del erotismo, la discreta ocultación que
insinúa el resto. Quizás la labor del lector, y por tanto su
placer, sean similares a la puesta en marcha del atisbo de la
sensualidad en las imágenes borrosas e incompletas del misterio
de la vida. El autor expone los datos y el lector deberá extraer sus
conclusiones.
Debemos esperar, seguir esperando el
descubrimiento de memorias, cartas celosamente guardadas, maletas
perdidas y otras sorpresas que ya no lo son, para volver a releer la
nueva versión, siempre más ajustada, más verosímil, y más fiable
que las anteriores.
Si además el autor no manifiesta
fobias evidentes por determinado personaje o determinado bando en el
litigio, y sus excesos van dirigidos en exclusiva al acopio de datos
fehacientemente documentados, y a la extenuante insistencia de poner
en evidencia los testimonios existentes sobre un suceso concreto,
cuanto más concreto, cuanto más “acotado” mejor, entonces la
crónica histórica se acerca, se va acercando a ese tópico que
llamamos excelencia.
Aquí nos situamos en un periodo breve,
tres o cuatro semanas, y absolutamente caótico. La visión de lo
acontecido durante la guerra civil hasta entonces, resulta lejana y
no es explicada, en tanto no es el objeto de este estudio.
Sabemos que Azaña está en el exilio
francés, y a pocos días de dimitir de su cargo. Indalecio Prieto
dirige la embajada española en Méjico. Largo Caballero, marginado,
Fernando de los Rios está como embajador ante Francia, y después
Estados Unidos, Pablo de Azcárate en Inglaterra, países que con su
actitud de no ayudar, de no intervenir, para no irritar al rival en
ciernes, no hicieron otra cosa que asestar media docena de puñaladas
a la República española, además de envalentonar a quien pretendían
amansar.
Cierto que la última, la de Bruto
quizás, fue dirigida por el inefable Casado y sus secuaces, a la hora
postrera, según muestra y demuestra repetidamente Paul Preston. Pero
también es cierto que fue la actitud de tolerante laissez faire, de
negar la evidencia por parte de Negrín ante el golpe que era una
evidencia desde al menos un mes antes de realizarse, la que permitió
la penúltima masacre entre los propios republicanos, impidiendo la
huida de decenas de miles de ciudadanos, centenares de los cuales
terminaron suicidándose ante su impotencia para evitar el inminente
exterminio por manos extrañas. Terrible.
Interesante la descripción de los
momentos finales del poder comunista -que no trostkista- y del
anarquista -CNT que no FAI-, en el penúltimo acto de la tragedia, el
último todavía colea para algunos, y muy educativo para los que
desconocemos casi todo lo acontecido entonces, gracias a la
desinformación sufrida al respecto, el recuperar, reconocer
apellidos que han dirigido el país hasta hace bien poco, y evocar
otros nombres propios, injustamente olvidados, cuyo recorrido vital,
a veces frente al pelotón o el garrote vil, puede ser harto
instructivo para los jóvenes de ahora y de siempre.
Es como una de esas películas
estupendas en las que te quedas leyendo los títulos finales, durante
minutos, para saber que actor representa a cada personaje y quien
estuvo en las bambalinas detrás de ellos.
Se aprende más sobre la condición
humana siguiendo las vicisitudes de ciertas vidas concretadas en un
nombre propio, que en todos los tratados filosófico que uno pueda
estudiar. Aquí los tenemos por docenas, y aunque alejados de la
batería heroica de las vidas ejemplares de las lecturas infantiles,
todos tienen rasgos positivos, aun en momentos de dificultad extrema.
Puede servirnos como libro de aprendizaje..
No hay, por tanto, buenos ni malos, lo
que decepcionará a más de cuatro lectores, pero es que además
desdemoniza a uno de sus principales protagonistas, Negrín, a la vez
que desliza ciertas perlas informativas, subrepticia y generosamente
y te hacen comprender muchas cosas sobre el antes de este ahora.
Interesante y formativo trabajo sobre
una tragedia increíble, tan increíble, que afortunadamente ya la
hemos casi olvidado.
En una autocracia, la desobediencia es
un deber; en una democracia, la obediencia es una necesidad
(Fernando de los Rios).
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