lunes, 18 de abril de 2016

DON ESTANISLAO EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-

                                         



El paisaje post apocalíptico suele parecerse demasiado al páramo de las afueras del pueblo, al desierto de Atacama, o a la taiga siberiana. Llegamos a confundir lo nuevo con aquello que siempre hemos tenido delante de nuestras narices. Nos queda la imaginación, la ficción sobre el momento sublime en que aquello sucedió, el cielo negro, el cataclismo provocado por ese ser vivo, planeta tierra, o por el mundo lejano de meteoritos o alienígenas, el espectáculo embriagador del fin del mundo, el Armagedon bíblico, convertido una y otra vez en algo tan elemental y ominoso como suele ser la apariencia del día después.
Todo eso fue la ciencia ficción, el boom literario y fílmico desde Verne y Melies hasta hace cuatro días, cuando las aguas han vuelto al remanso, a la curva placida del rio que afortunadamente continúa fluyendo. Un genero literario infantil, de no haber sido por la presencia de   autores como Orwell, Wells, Huxley o Lem, que vieron en la fantasía científica el medio de trasmitir mensajes filosóficos o profecías sobre el futuro de la humanidad. 

Lem es ciertamente un caso aparte dentro de los escritores especializados en el género. Intelectual y científico, con una formación intensiva, iniciada en su infancia y cristalizada durante los años dedicados a filtrar y distribuir  -y asimilar- las revistas occidentales especializadas en ciencia que llegaban a Polonia. Fue un filósofo, cuyo planteamiento del azar y la causalidad, de la responsabilidad y las secuelas del determinismo sobre el individuo, solo tienen sentido en tanto trascienden a la colectividad de la especie humana, sin descartar la propia vida de nuestro planeta, al que solo recientemente comenzamos a considerar como un ser doliente y pluripatológico. Valorando la existencia de vida extraterrestre en su justa medida, la de que existen otros mundos pero que están también dentro de este, del desconocimiento que el hombre tiene sobre si mismo, y de las dudas que la historia siembra para jamás resolver.

Tras una fase en que la ironía y el sarcasmo, inundan páginas de ciencia ficción que son metáforas del totalitarismo, parábolas fantásticas sobre la necesidad de vestir el realismo socialista con las escafandras de los astronautas y los robots a su servicio, usa su erudición literaria, para navegar en un mundo paralelo, donde las letras, libros clásicos e irreales de autores consagrados e improbables, llegan a un esplendor tan solo igualado por el Borges asiduo creador y divulgador de bibliotecas inexistentes.
Con la comparación inevitable, a favor de Lem, ya que su Borges polaco y judío, sufrió el martirio del pueblo polaco, antes y después del holocausto, además de durante.

Aquí el océano mental del planeta Solaris, y las metáforas divertidas y a la vez pesimistas de Ciberiada, quedan reducidas a lo que son, obras maestras del género fantástico, dando paso a la tremenda despedida del maestro en su “Provocación”, esa extensa crítica literaria sobre un ensayo: “El genocidio”, que el alemán Horst Aspernicus realiza supuestamente, justificando el por qué de “la solución final”, la antropología del mal y su esporádica efervescencia a través del terrorismo. Tremenda patada al alma, a la razón de quien contempla, y aprende, la crónica estupidez del género humano y su erupción periódica como masacre genocida. Tan perfecta disquisición, y de tan extensa divulgación literaria que, hasta algún responsable de estudios reales sobre la solución final, llegó a reconocer en entrevistas que lo tenia en la mesilla de noche, el libro ficticio del autor inexistente. Como si el mundo artificial que los Borges y los Lem pretendieron crear mediante sus textos se hubiese hecho verdadero. Una meditación final, nihilismo confeso, que mantiene viva la esperanza del autor sobre el progreso de la humanidad, y con ella del cosmos, ciertamente condenados a desaparecer.

Incoherencia feliz y tan brillantemente expuesta a través de toda la obra de Stanislaw Lem, que nos divierte a la vez que nos educa en algo tan fantásticamente ficticio como resulta ser la actividad de pensar.

                                    

P.D.- Estanislao era el protagonista (real), de uno de los primeros cuentos que escribí. Voy a buscarlo para que veais que la nostalgia, la saudade, no puede ser patrimonio de la memoria ajena. Jamás.
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