“Esto se lo dedico a
Don Francisco Morán, “Yebenes”, y a su señora con todo mi cariño”.
Así comienza la copla número 17, y resulta inevitable
imaginar el cuadro, la fiesta flamenca en la que el cantaor hace gala de
profesionalidad mencionando al amo del lugar, probable, que en todo caso
figuraba como mecenas de la artística reunión. Nada que objetar, eran otros
tiempos. Incluso me parece oportuna la mención de “su señora” cuando el
machismo no dejaba sitio alguno para estas frívolas debilidades.
Demasiado hermosa la canción, evocadora de sentimientos, de
amistad y de cierto tipo de gratitud que trasciende ampliamente la dedicatoria.
Demasiado hermosa para no necesitar distraerme de ella, e involuntariamente dar
un salto témporoespacial, siglo más siglo menos, y plantarme en cualquiera de
los conciertos de verano, de las galas musicales semipúblicas –en algunas, se
exige un escueto aporte a los asistentes para que valoren con mayor interés la
función- organizadas por ayuntamientos, diputaciones, o incluso instituciones
paralelas como los cursos de verano o por cualquier ministerio que esté
vagamente relacionado con la dilapidación de fondos públicos que, para eso,
todos sirven.
En estos eventos, aparece casi al final, pero lo hace
siempre, el párrafo del animador, del vocalista- gerente-representante del
grupo, el Manolo Morán de Bienvenido Míster Marshall, con el que agradece encarecidamente el gesto de haberlos
traído desde tan lejos, de haberse acordado de ellos, y se insinúa la
disponibilidad de regresar todas las veces que sea necesario. Solo que ahora la
dedicatoria no va dirigida al Julio II que pagaba de su bolsillo al Miguel
Ángel, no. Va dedicado siempre al concejal de cultura, al señor delgado de
turismo, al excelentísimo vicepresidente tercero de la diputación, o al
responsable de fiestas de la institución responsable, que, en todo caso han
pagado la gala, el bolo, la actuación, con nuestro dinero. Ya me da la risa
floja, ya, cuando escucho este ite misa est musical : Ahora
ya podéis marchar, desgraciados.
De la señora del delegado nada de nada. Ahora, como ella
suele estar discriminada positivamente con la titularidad de jefa del departamento de igualdad, no necesita
ningún valor añadido, supongo.
Y sigo viajando por caminos siderales, sin necesidad de
mucho beber, para encontrarme con cierta escena en la que encuentro personajes
solidarios con mis cuitas.
Sin ir más lejos –que podría hacerlo, naturalmente- con la
penúltima secuencia de Blade Runner, cuando Rutger Hauer, a punto de quedarse
sin pilas, le suelta aquello tan extraordinario a Indiana Jones, a quien
acababa de perdonarle la vida:
"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais:
Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la
oscuridad cerca de la Puerta
de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo...
Y de pronto soy yo el que ve la luz, y le doy la réplica al
replicante, en voz alta, a riesgo de confirmar mi chaladura:
-Tú no has visto
nada, colega, todo lo excepcional que cuentas no es otra cosa que una lagrima
que se pierde bajo la lluvia, comparado con la realidad de ciencia ficción que
estoy viviendo .
El artista sigue dedicando su actuación al cacique, sesenta
años después, solo que ahora el agraciado no paga nada, en lugar de hacerlo, se pone del lado de los que
cobran y todos contentos; hasta los estupefactos espectadores, ante semejante
desfachatez.
Y vuelvo a la película, a la última escena, con la bellísima
replicanta al lado de Indiana, a la que en la edición director´s cut, se supone
dotada de pilas inagotables que le anulan la fecha de caducidad a la vez que le
conservan la lozanía indefinidamente para mayor placer de Harrison Ford.
Como falso nuevo final, pinturero y contradictorio, puede
servir para los que nos quedamos apenados en la primera versión. Aunque los
mitos son muy suyos y no gustan de perversiones a la hora de tocar el asunto
del destino.
Vuelvo a flotar en medio de la analogía gratuita. Ahora
resulta que en el tiempo de caducidad, el tiempo útil de los replicantes del
otro lado de la pantalla, servidor entre ellos, también tenemos, cual
afortunadas doncellas, modificada la fecha de consumo preferente, la de
jubilación, que se va a estirar indefinidamente para permitir que el Indiana
Jones que todos llevamos dentro disfrute de semejante y placentero viaje hasta
seguramente el final de nuestros días. De que hagamos de señorita acompañante,
no han dicho nada, de momento, pero yo, comprenderéis, soy capaz de esperar
cualquier cosa. Con deciros que el Rutger Hauer me parece un simple al lado
nuestro, os lo digo todo. Por cierto que la frasecita, dice que se le ocurrió a
él solito durante la ducha, en la mañana en que rodaría esa escena, y que al
“amo” Scott no le pareció mal.
Y es que también creemos que lo hemos visto todo, que hemos
escuchado toda la música del mundo, y luego cualquier hoja suelta de un
calendario viejo, nos demuestra que el tiempo, y con él las vivencias de cada
uno, se contraen y se dilatan tan prodigiosa como caprichosamente.
¿Cuánta historia, cuanta filosofía, y cuanto futuro pueden
encerrarse en los tres minutos que dura una copla? Vosotros diréis.
Prefiero considerarlas como capsulas témporo espaciales
donde guardamos lo mejor, y conjuramos lo peor, de nuestros recuerdos, y que, al
igual que el preludio del Clave bien temperado en la grabación de Glenn Gould,
navegan encriptados en la en la nave Voyager 1 como muestra de nuestros afanes
y de nuestra cultura.
Aunque preferiría que fuesen Farina o Valderrama, en lugar
del Johan Sebastian, la elección tampoco está mal. Recordad que una prima
hermana de ese preludio era lo que versionaban Los Pop Tops en “La voz del
hombre caído”, y otra en “Oh lord why lord” que ya figurasen en nuestra primera
edición, hace tanto, tanto… como lo de las naves de Orión.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.