miércoles, 7 de octubre de 2009
CRÓNICAS DE UN VIAJERO APRESURADO #1
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Madrid. El ombligo de mi país.-
“Que henchiza la voluntad de volver a ella a los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado” (Cervantes).
Poniendo delante el nombre de la ciudad que patrocine el cartel, sirve para todas.
Bien es cierto que D.Miguel pensaba en otra, un poco mas al norte y, mas cercana a Valladolid, donde estuvo un tiempo domiciliado el poder imperial.
También resulta evidente que la apacibilidad es una virtud tan secundaria en las necesidades del hombre de hoy, y del de entonces, que forzosamente el viajero hace referencia a ella en un sentido no recogido con precisión por la real academia de la lengua, en el sentido mas amplio, el de bienestar, que incluye otras connotaciones mas generales como la salud o la economía, que aquellas absolutamente particulares y personales, referidas al tiempo de la estancia y al recuerdo venturoso que es quien indica al sujeto la necesidad, la conveniencia de volver a repetirla.
Sucede con Madrid una y mil veces, con la constatación, tras cada partida, de que siempre hay algo en su perpetua renovación, que nos sorprende y nos agrada. Como si fuese un espejo donde contemplar las ventajas que el tiempo va acumulando sobre cada persona, y que no son pocas, en contra del tópico universal.
Así, lo encontramos en obras, perpetuas, deshaciendo ahora la ultima reforma errónea que pretendía mejorar la anterior. Todo correcto. La ausencia prolongada del albañil en la casa del rico es siempre la peor fuente de sospecha. Hay que demostrar, mostrar continuamente, que una gran ciudad está viva y que la cirugía pretendidamente reparadora no es exclusiva de los ilusos que creen poder comprar el tiempo perdido con “un puñao de parné”.
Situación parecida a cuando en el XVI corrió el rumor de que la corte se iba para Pucella , que según los expertos era el nombre de una famosa cortesana, o sea mujer que hacia la corte, que es bastante diferente al varón que hace la corte, para que vean las sutilezas del lenguaje sexista, y los precios de las parcelas y de las moradas se fueron hacia arriba y luego hacia abajo dejando media docena de fortunas en el bolsillo de algunos apellidos. los mismos que, cinco siglos después han dejado con el culo al aire a millones de siervos de la gleba a los que ahora llaman ciudadanos,
Dejando aparte los interminables paralelismos con el lejano ayer, del pífano y la chirimía, y no me nieguen que son nombres mas sonoros que Ipod o mp3, me limito a recorrer algunas de sus calles, y sus pompas y sus obras como deciamos en la renuncia a Satanás, que por cierto es el único, que se sepa, que concede la eterna juventud a cambio del alma,. Recorrí Génova y Ferráz, forzosamente estaban en el camino, y bien mudas por cierto a pesar de la leyenda de su locuacidad, de tanto Génova dice, Ferráz dice, que al final quedó en nada. Doy fe. Mudas de solemnidad, y me temo que poco tendrían que decir, salvo para una audiencia iluminada, y las lumis son en Madrid otra cosa, después de un silencio de mas de treinta años. Lástima. Lastima de silencio enmascarado en el ensordecedor griterío de la propaganda, que hace escuchar voces airadas y ardientes soflamas incendiarias para ocultar la ausencia absoluta de las ideas constructoras de la sociedad del futuro, de eso que antes llamaban ideología.
Afortunadamente la vida del viajero es mas prosaica y terrena, busca, y encuentra, en la Ribera de Curtidores un plafón para reponer aquel de la lámpara del salón que se precipitó contra el suelo al sospechar lo que pronto se confirmaría, la mayor desgracia para Madrid, la imposibilidad de convertirse en la Roma, en el Vaticano de la nueva religión ecuménica, del paganismo deportivo durante cuatro años. Otra vez lástima por la estupidez mía de vivir en Mongo, en el reino de Cretinia, y no haberme percibido de ello.
Búsqueda, foto en mano, preguntando puerta a puerta de las chamarileros de la calle “Mira el rio que baja” si han visto al sujeto en alguna ocasión. Y a la cuarta, no mas, el índice amigo que señala el lugar idóneo. Misión cumplida.
Solo que observo las tiendas de la Ribera, las antiguas guarnicionerias de la capital, reales proveedores de secretarios, validos y marqueses, tiendas que yo conocí hace bien poco como expertos en material de camping, luego como especialistas en montañismo, y ahora pregonan en el dintel ser los depositarios de “Todo para el Camino” de Santiago presumo, porque el otro no necesita aperos deportivos. Y me maravillo de la adaptación del comercio independiente a las necesidades del publico que tiene dinero en el bolsillo y predisposición a gastarlo. Podría ser una imagen precisa de la ciudad.
Luego me doy una vuelta por el ultimo foro de la modernidad, la nueva versión de la tasca madrileña pasada por la recuperación del espacio público y tal y tal. El remozado mercado de San Miguel, nuevo templo del turismo provinciano, del que no voy a excluirme, y donde intento comprar infructuosamente unas cigalas y unas botellas de vino para un festejo cercano.
El vino, en un puesto especializado, un Borba alentejano con algo de barrica implica un dialogo inaudible entre el dependiente y el supuesto jefe de ventas que termina en la correcta tasación de la botella, al parecer cobran cinco euros la copa y han calculado que pueden salir ocho de cada pieza por tanto, calculadora en mano, estiman que deben cobrarme cuarenta por algo que he comprado por seis hace un mes. Fantástica versión del Rinconete y Cortadillo del siglo veintiuno. Paso a la marisquería y pido seis hermosas cigalas, las últimas, cuando observo que el mozo al levantar una con sus profesionales pinzas de pescadero experto la siguen todas las demás unidas por una base transparente.
– Oiga, ¿no estarán congeladas las criaturitas? – Pregunto.
Y me responde , imperturbable, – Semicongeladas, señor – Haciéndome ver que el hielo que unía sus vientres, dejaba libre la parte superior.
Y comprendí que este era mi Madrid, que nadie, ni el tiempo menos que nadie, lo podrían cambiar jamás. Que estaban a salvo la esencia , los profundos valores de la picaresca patria, y que, afortunadamente el mestizaje cultural de Europa no había conseguido penetrar en tan sacrosanto reducto.
No terminaría ahí la renovación de votos del emulo de Paco Martínez Soria. Antes de abandonar la ciudad de mis amores, en el lapso de tres o cuatro minutos en que descargué las maletas, a la hora tercia de un domingo en el que toda la ciudadanía estaba congregada en clamorosa manifestación para implorar o exigir – esto no quedaba claro – inútilmente la capitalidad para el evento cuatrienal, un invisible “agente de movilidad urbana” según consta en el ticket que insertó en el parabrisas, me dejó el último timo del día, esta vez municipal, indicándome que el pago en efectivo suponía un descuento del 25%, algo ininteligible que jamás aplican en las penitencias fetén o en las condenas de verdad, donde nunca he visto una sentencia que diga que si usted va ahora a la cárcel tiene un tremendo descuento, pero si lo deja para otro día va a ser que no. Cosas de la capital que los de pueblo jamás llegaremos a entender.
Prometo volver. Mas bien no me queda mas remedio. Y al menos seguiré tomando con buen humor las pequeñas impertinencias que nos alegran el día. Si no fuese por ellas no tendría sentido salir de casa. Mediten en ello queridos lectores. Y abunden o discrepen según tengan las ganas, que son estas las que en verdad mueven el mundo.
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