Ayer volví a Manderley. ¿O
quizás fue a Tralfamadore?.-
Una copia pata negra de Dr.
Strangelove sobre la versión de su cuarenta aniversario, me
pareció el plato adecuado para rematar la cena en un día otoñal
donde el frio y el agua se hicieron patentes.
El blanco y negro de la época
gloriosa de Kubrick, y de Sellers, me invitaban a
repetir el visionado de una obra casi olvidada, cuyo título siempre
me pareció excesivamente largo y desafortunado:
Con lo fácil que es
referirnos a ella como Dr. Strangelove, aunque tengamos que
sufrir la traducción en el subtitulado como Dr.
Extrañoamor. Es lo que tiene ser testigo, como diría
aquel personaje de Almodovar.
La película conserva
idéntica frescura a la de la fecha en que la filmaron, 1964,
manteniendo perfectamente las apetencias sobre el ritmo o la
credibilidad en los personajes propios del espectador de hoy. Esta,
la intemporalidad, es la definición justificativa de cualquier
clásico del cine.
Película bélica, misógina
en apariencia y en el fondo también, supongo, por aquello de que el
humor y su habitual doble o triple sentido no están al alcance de
la intención o los prejuicios de todos los espectadores. Al igual que
su finalidad evidentemente pacifista, que queda en segundo plano,
encubierta por la parodia y por el final fogoso y feliz, al menos
para los amantes del cine bélico.
Pero es que su asunto, su
denuncia sobre la incompetencia de políticos y militares, resulta
hoy de tanta actualidad, como pueda serlo el clima prebélico y
apocalíptico del que gozamos ahora.
Cuarenta años del aviso,
sesenta si nos extendemos a los orígenes de la rivalidad entre
paises poseedores del arma definitiva, y la enormidad de recursos
empleados y desperdiciados en la “defensa” que es la manera
sarcástica con que los poderosos llaman a las armas y a sus
profesionales.
Los comunistas siguen
amenazando al mundo “libre” con sus bombas atómicas.
Ahora desde Pyongyang entonces desde Moscú, y tan
serio es y era el asunto como hilarantes los personajes que
protagonizan la historia, la real que nos asuela y la desternillante
del guión de Kubrick.
Te asombra la persistencia de
que el poder que rige los destinos del planeta esté en manos
inadecuadas, una y otra vez.
Te sonríes sal ver el
histriónico nazi reconvertido en asesor presidencial norteamericano
y recuerdas el documental “ El enemigo de mis enemigos”
sobre la doble vida de Klaus Barbie en su exilio boliviano
bajo la sombra protectora de los enemigos de sus enemigos, gracias a
la complicidad entre nazis y norteamericanos para frenar a los
soviéticos. Kevin McDonald nos explica esta paradoja y otras
varias en su película de 2007. No puedo dejar de aconsejarla.
Por si fuese solamente la
insistencia en grado menor sobre el renacer de los tentáculos de la
pérfida medusa, reseñar que, hoy mismo se ha suicidado un criminal
de guerra bosniocroata, al estilo de los condenados en Nuremberg,
con un veneno que nadie se explica como pudo llegar a su boca.
También aparece en los
titulares la condena a perpetua de “Alfredo Astiz” el
“Ángel rubio”, marino heroico argentino acusado de
participar en la solución final de la dictadura militar,
consistente en arrojar desde el aire a aquellos jóvenes
contestatarios que incomodaron a la plana mayor. Aquí la referencia
se hace literaria, la novela de Bolaño “Estrella distante”
que nos cuenta como el héroe puede ser a la vez un verdugo. Leyes
de punto final y obediencia debida (el comodín eterno), el
terrorismo de estado y la protección de Margaret Tatcher
como prisionero de guerra, que impide otra vez, como a Barbie,
entregarlo a Francia. A releer ese texto prodigioso las veces que sea necesario,
como la película de Kubrick, de la que podría haberse convertido
el angelito en un personaje harto divertido, o como el documental de
McDonald, repetirlos hasta convencerme de que no es verdad lo del
interminable y obsesivo bucle del tiempo este en el que me encuentro,
que no es precisamente el del cordón umbilical intrautero donde las
repeticiones eran siempre gozosas.
En todo caso siempre será
más divertido sumergirse en la ficción, reincidir en los autores
que tienen algo que decir, aun a riesgo de que nos estén contando
siempre cosas parecidas, la impertinente insistencia de los sabios
que nos avisan sobre la piedra del camino, (Camino y piedra era
de Yupanqui, que también nos avisaba el pobre con aquello de
que las penas y la vaquitas iban por la misma senda). Cualquier cosa
antes que perder el tiempo y la bilis contemplando los noticiarios.
Que, aunque el argumento sea
idéntico, al menos la ficción presume de irreal, y nos permite ir a
la cama convencidos de que el horror que desfila ante nuestros ojos
es ciertamente falso, dejando a nuestra voluntad el soñar esta noche
con las penas de Manderley (Rebeca) o el placentero
Tralfamadore (el paraíso creado por Vonnegut para algo
tan necesario como la supervivencia).
PD.-
Recuerdo la soberbia
desafiante de Kubrick al iniciar los títulos de crédito de
Espartaco con el nombre de su guionista, Dalton Trumbo,
condenado al ostracismo por los fascistas del otro lado. Y es que los
genios son soberbios o no lo son, genios.
Avisado de los riesgos de
reivindicar la figura de un comunista norteamericano, sonrió
exclamando:
- !No olvidéis que Espartaco soy yo!.
La pena es que ahora
Espartaco correría el riesgo de ser acusado de populista y de
asuntos peores. Todo es cosa de esperar que la esclavitud llegue a
las cotas de otras veces, algo que, supongo, no desea nadie, ni
tampoco hace nada para impedirlo.
PD 2.-
Cuando busco en Google la
palabra Espartaco, sale un torero.
Y, ni se os ocurra preguntar
ante vuestras hijas por Barbie. La respuesta será desoladora.
Estamos perdidos.
PD 3.-
Manderley es hoy un bed and
breakfast en Milwaukee. Puntuación 4,6 sobre 5.
Me rindo.