jueves, 30 de noviembre de 2017

NOTICIARIO CINEMATOGRÁFICO.- (LUTHIERS)



Ayer volví a Manderley. ¿O quizás fue a Tralfamadore?.-


Una copia pata negra de Dr. Strangelove sobre la versión de su cuarenta aniversario, me pareció el plato adecuado para rematar la cena en un día otoñal donde el frio y el agua se hicieron patentes.
El blanco y negro de la época gloriosa de Kubrick, y de Sellers, me invitaban a repetir el visionado de una obra casi olvidada, cuyo título siempre me pareció excesivamente largo y desafortunado:
¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú . Por no hablar del original: Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. (Como aprendí a dejar de preocuparme y comencé a desear la Bomba).

Con lo fácil que es referirnos a ella como Dr. Strangelove, aunque tengamos que sufrir la traducción en el subtitulado como Dr. Extrañoamor. Es lo que tiene ser testigo, como diría aquel personaje de Almodovar.

La película conserva idéntica frescura a la de la fecha en que la filmaron, 1964, manteniendo perfectamente las apetencias sobre el ritmo o la credibilidad en los personajes propios del espectador de hoy. Esta, la intemporalidad, es la definición justificativa de cualquier clásico del cine.
Película bélica, misógina en apariencia y en el fondo también, supongo, por aquello de que el humor y su habitual doble o triple sentido no están al alcance de la intención o los prejuicios de todos los espectadores. Al igual que su finalidad evidentemente pacifista, que queda en segundo plano, encubierta por la parodia y por el final fogoso y feliz, al menos para los amantes del cine bélico.

Pero es que su asunto, su denuncia sobre la incompetencia de políticos y militares, resulta hoy de tanta actualidad, como pueda serlo el clima prebélico y apocalíptico del que gozamos ahora.

Cuarenta años del aviso, sesenta si nos extendemos a los orígenes de la rivalidad entre paises poseedores del arma definitiva, y la enormidad de recursos empleados y desperdiciados en la “defensa” que es la manera sarcástica con que los poderosos llaman a las armas y a sus profesionales.

Los comunistas siguen amenazando al mundo “libre” con sus bombas atómicas. Ahora desde Pyongyang entonces desde Moscú, y tan serio es y era el asunto como hilarantes los personajes que protagonizan la historia, la real que nos asuela y la desternillante del guión de Kubrick.
Te asombra la persistencia de que el poder que rige los destinos del planeta esté en manos inadecuadas, una y otra vez.

Te sonríes sal ver el histriónico nazi reconvertido en asesor presidencial norteamericano y recuerdas el documental “ El enemigo de mis enemigos” sobre la doble vida de Klaus Barbie en su exilio boliviano bajo la sombra protectora de los enemigos de sus enemigos, gracias a la complicidad entre nazis y norteamericanos para frenar a los soviéticos. Kevin McDonald nos explica esta paradoja y otras varias en su película de 2007. No puedo dejar de aconsejarla.

Por si fuese solamente la insistencia en grado menor sobre el renacer de los tentáculos de la pérfida medusa, reseñar que, hoy mismo se ha suicidado un criminal de guerra bosniocroata, al estilo de los condenados en Nuremberg, con un veneno que nadie se explica como pudo llegar a su boca.

También aparece en los titulares la condena a perpetua de “Alfredo Astiz” el “Ángel rubio”, marino heroico argentino acusado de participar en la solución final de la dictadura militar, consistente en arrojar desde el aire a aquellos jóvenes contestatarios que incomodaron a la plana mayor. Aquí la referencia se hace literaria, la novela de Bolaño “Estrella distante” que nos cuenta como el héroe puede ser a la vez un verdugo. Leyes de punto final y obediencia debida (el comodín eterno), el terrorismo de estado y la protección de Margaret Tatcher como prisionero de guerra, que impide otra vez, como a Barbie, entregarlo a Francia. A releer ese texto prodigioso las veces que sea necesario, como la película de Kubrick, de la que podría haberse convertido el angelito en un personaje harto divertido, o como el documental de McDonald, repetirlos hasta convencerme de que no es verdad lo del interminable y obsesivo bucle del tiempo este en el que me encuentro, que no es precisamente el del cordón umbilical intrautero donde las repeticiones eran siempre gozosas.

En todo caso siempre será más divertido sumergirse en la ficción, reincidir en los autores que tienen algo que decir, aun a riesgo de que nos estén contando siempre cosas parecidas, la impertinente insistencia de los sabios que nos avisan sobre la piedra del camino, (Camino y piedra era de Yupanqui, que también nos avisaba el pobre con aquello de que las penas y la vaquitas iban por la misma senda). Cualquier cosa antes que perder el tiempo y la bilis contemplando los noticiarios.
Que, aunque el argumento sea idéntico, al menos la ficción presume de irreal, y nos permite ir a la cama convencidos de que el horror que desfila ante nuestros ojos es ciertamente falso, dejando a nuestra voluntad el soñar esta noche con las penas de Manderley (Rebeca) o el placentero Tralfamadore (el paraíso creado por Vonnegut para algo tan necesario como la supervivencia).

PD.-

Recuerdo la soberbia desafiante de Kubrick al iniciar los títulos de crédito de Espartaco con el nombre de su guionista, Dalton Trumbo, condenado al ostracismo por los fascistas del otro lado. Y es que los genios son soberbios o no lo son, genios.
Avisado de los riesgos de reivindicar la figura de un comunista norteamericano, sonrió exclamando:
  • !No olvidéis que Espartaco soy yo!.
La pena es que ahora Espartaco correría el riesgo de ser acusado de populista y de asuntos peores. Todo es cosa de esperar que la esclavitud llegue a las cotas de otras veces, algo que, supongo, no desea nadie, ni tampoco hace nada para impedirlo.

PD 2.-


Cuando busco en Google la palabra Espartaco, sale un torero.
Y, ni se os ocurra preguntar ante vuestras hijas por Barbie. La respuesta será desoladora.
Estamos perdidos.

PD 3.-

Manderley es hoy un bed and breakfast en Milwaukee. Puntuación 4,6 sobre 5.
Me rindo.

 

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