domingo, 21 de enero de 2018

!LLEGARON!... LAS IDEAS DE FERNANDO VALLEJO.-


Lecturas gozosas. Fernando Vallejo.

Regalar libros tiene su conque (conjunción que suele anunciar una consecuencia).
Lo usual suele ser pensar en el destinatario y sus preferencias y elegir alguno, supuestamente de su agrado.
Esto plantea una incógnita indecisoria si quieres acertar, ya que nadie puede garantizarte dar en la diana.
La alternativa, compulsiva en mi caso, es regalar los que a mi me gustan, para después comprobar con cierta frecuencia que, quien abre el envoltorio, muestre habitualmente sorpresa por lo extraño del autor o del asunto, sorpresa que no quedaba descartada en la primera opción, por muchas vueltas que dieses a los presuntos gustos del destinatario o al hecho, también probable, de que por tu desconocimiento figure entre sus libros leídos con anterioridad e incluso aparezcan en un lugar ostensible de su estantería. Situación esta del asombro, menos probable cuando elijo libros que ya he leído yo y que, incluso, figuran entre los clásicos de la literatura.
Si al menos cometemos antes la razonable amenaza de avisar con antelación sobre título o autor, eliminamos el factor estupefaciente ante el contenido oculto, a la vez que elevamos las posibilidades de dar en el clavo hasta cifras cercanas al ciento por ciento. Puede parecer una heterodoxia social, pero resulta eficaz con toda seguridad.

Este fue el caso, usando la tercera vía, opción que sin excluir a las dos primeras, puede ayudar a resolver el rompecabezas.
-¿Que te parece Vila Matas? - Me preguntan desde una librería lejana, con intenciones harto presumibles.
-!Pedante!- Respondo instintivamente, ante el riesgo de leer más cosas de uno de esos autores que los críticos, y sus editores interesados, encumbran y que a uno le suelen provocar la sensación deprimente de ser engañado una y otra vez. A veces es más acertado el huir de los suplementos literarios de la prensa y dejarse guiar por el instinto o el azar.
-Entonces elegiré otra cosa- escucho, aceptando las preferencias de quien, al fin y al cabo va a regalar algo de su gusto.
Y así me cayó un autor desconocido Fernando Vallejo, con una novela que no lo era, recogida en una cubierta y un nombre divertidos: !Llegaron!.

Feliz descubrimiento, el comprobar que Garcia Márquez sigue vivo y en Colombia, y que algún heredero de su oficio literario logra desnudarlo de cierto exceso de fantasías telúricas, tan propias ellas del desierto y de la jungla, del altiplano y los manglares, para usar el riquísimo castellano que atesoran en envolver historias familiares de infinitos nombres y otras tantas generaciones de parientes, si bien lo hace cambiando la fantasía de Gabo por el humor, algo absolutamente necesario en estos deprimentes tiempos de calma chicha, cuando no puedes saber si la humanidad se ha detenido unas décadas para reponer fuerzas o si el retroceso paulatino que sufre es solo la actitud del felino antes de dar el gran salto.

En todo caso necesitamos esa diversión que nos transmite este escritor inteligente, quien se ríe del inmenso árbol donde ha crecido y de todas sus ramas, laterales o troncales, sin olvidar las raíces o la tierra que lo sustenta. Todas son motivo de mofa, de la que algo nos toca inevitablemente, llevando el paralelismo de la descripción esperpentica de tantos personajes familiares a aquellos del nobel colombiano, con otra particularidad añadida al humor, la cercanía de sus divertidas, y a menudo crueles, peripecias, con las del lector, al menos para los que encuentran algún punto en común de su propio ambiente con el presuntamente autobiográfico de Fernando Vallejo. Se agradece.


Hilarante es el texto, narrado en primera persona por alguien que sospecha de su inestabilidad siquíca y lo cuenta como los pacientes lo harían al psiquiatra. Si bien son tan razonables y coherentes sus disquisiciones que, ni el psiquiatra que se sienta junto a él, en el aeroplano que lo devuelve, o aleja, de su casa, ni el lector, pueden ver en ello otra cosa que la impostura de quien tiene miedo de decir ciertos disparates y pretende atribuirlos a una tercera persona, su otro yo patológico. Recurso demasiado visto, incluso en los grandes, para que se lo valoremos como original.
Tampoco la historia personal del autor, al parecer rica en escritos e incluso en filmografia, o sus avatares personales o sentimentales en arboles alejados del suyo natal, nos deben distraer o a influir en la valoración placentera de su lectura.

Resulta inevitable por otra parte, la repetida exclamación del lector al descubrir cada diez o veinte páginas aquellos vocablos que no había vuelto a escuchar desde la infancia, secuestrados por otros inapropiados e impostores, que confirman la riqueza de nuestra lengua y los lugares donde habrá que ir a recuperarla cuando aquí la hayamos echado a perder definitivamente.
Así he redescubierto que el corredor de mi casa lo es, corredor, y que eso de llamarlo pasillo, diminutivo además, que es lo único acertado, ha conseguido que olvidase su correcta denominación.
No puedo decir otra cosa de la quema, sustantivo alejado de cualquier tiempo verbal, que define el hecho de destruir algo con fuego. Cuando escuchábamos: !Hay quema!, había que salir corriendo para intentar apagarla. En su lugar se nos coló el incendio a quien el diccionario atribuye la particularidad de quemar aquello que no está destinado a quemarse. Si bien al fuego jamás le ha importado que aquello que arde esté o no destinado a sucumbir a las llamas. Nostalgias de la quema, con el articulo siempre delante. No puedo evitarlo.

Me describe también los globos de papel que echábamos a volar justo en estas fechas, los días fríos de San Antón, que en el otro hemisferio supongo no serán tan gélidos y que justificarían los divertidos incendios, quemas, que producirían estos artefactos heredados de la tradición española, que tampoco. Ahora soltamos vaquillas, para variar. Tiempos de globos y cucañas, de música de tamboril y de dulces de las monjas gorronas, que tampoco son lo que podríamos pensar. Al parecer aquellas tenían una toca que podía confundirse con una gorra y por eso la confusión, que el escritor nos va regalando y desentrañando, haciéndonos reír con las desventuras de sus veinte hermanos y otros tantos tíos y tías, de los abuelos y del hermano alcalde, quien llega a merecer otra novela con ese titulo exclusivo, “Mi hermano el alcalde”.

Demasiado malvado y cruel, misántropo el autor, iconoclasta absoluto,excesivamente sacrílego para ciertos creyentes, en la iglesia o en el fútbol, impertinente hasta resultar molesto, y en todo caso necesario y divertido estilista del nuevo traje del emperador, que al parecer sigue en pelotas y que, leyendo a Vallejo, podemos reírnos de él, que es lo que procede en estos casos.



Ahora me queda el bucear entre la docena de obras que ha escrito, excluyendo de entrada a su mayor éxito “La virgen de los sicarios”, por lo indigesto de su asunto, y porque mezclar el eros con el patos, el sexo con el crimen y con las tendencias sexuales de quien lo cuenta, me suele producir nauseas, y uno de risas siempre anda necesitado, pero las cosas del estomago son delicadas, como la criatura que lo sustenta. Para nauseas ya tengo el telediario.


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