!Pechá de tontos!
La exclamación favorita de mi amigo
Manolo. Que también puede pronunciarse con la voz discretamente
amortiguada, junto al oído del destinatario. Pero el resultado para
quien la pronuncia suele ser insatisfactorio con esta segunda opción.
En voz alta, y voceada espontáneamente cuando la ocasión lo
requiere, produce la sensación de liberación espiritual que estamos
buscando cuando obsequiamos a los oyentes con ciertas verdades que
nuestra mente se niega a silenciar.
Y no es el caso, ahora silenciamos todo
lo silenciable y un cominito más por aquello de que generosos lo
hemos sido siempre. Es una actitud mediática, sin tener muy claro
que el termino signifique estar influenciado por los medios de
comunicación hasta el esperpéntico disparate, o bien estar
censurados por el medio humano en que te mueves y el temor de la
respuesta de esta pechá de tontos en la que por supuesto se incluye
quién pronuncia la frase en cuestión.
Y es que hay que estar muy tonto – lo
de serlo también está proscrito, los subhumanos le costaron otra
eternidad al III Reich – para tener que tamizar toda expresión del
libre pensamiento, librepensador igual a pecador, hasta el extremo de
tener que pasar cada idea que vayas a comunicar por el filtro de la
moda, la corrección, el evitar a cualquier precio la disensión, la
discrepancia con la actitud de la mayoría de abducidos, de la
“gente” entre la que te incluyes y que no están dispuestos a
oír, y menos a escuchar, nada diferente a la ola, al tsunami de
estupidez que nos asuela.
Para evitarlo, realmente suele ser
suficiente, y también necesario, escuchar a la razón, ese
dispositivo intelectual que una vez puesto en marcha, y según los
filósofos urbi et orbe, suele limpiar las ideas de cualquier
estimulo parásito que se le haya adherido debido a la contaminación
del medio, de ambos medios.
Claro que, la razón, como los buenos
hábitos intestinales, requiere su tiempo, su aislamiento, y su
frecuencia más o menos rítmica, condiciones indispensables para que
no se desubique por su falta de uso y nos provoque situaciones harto
desgraciadas.
Si ese tiempo, y su complementario, es
decir todo el de nuestras horas, lo dedicamos a ver y escuchar los
mensajes de los misioneros del gran hermano, del ojo que nos
hipnotiza para que no despeguemos los nuestros de él - aquí Orwell
no acertó de pleno en sus profecías, no fue necesario que el ojo
del gran hermano nos vigilase, ha sido suficiente con que no dejemos
de mirarlo para conseguir el mismo fin, la uniformidad del
pensamiento- si no dejamos el mínimo resquicio para que la razón
pueda digerir, o rechazar llegado el caso, la marea informativa y
encerramos el criterio junto a la razón, donde no pueda molestarnos,
para dejarnos llevar por el no pensamiento de quienes nos rodean
dejándonos flotar en el eco adormecido de tu recuerdo, de estar sin
ti, como en el bolero “Ansiedad”, nos convertimos inevitablemente
en “Pechá de tontos”.
Suelo interpretarlo, con elevado margen
de error, como una nueva religión, si es que alguna religión
pudiese merecer el adjetivo de nueva. Creer lo que nos repiten
machaconamente los medios de comunicación, y que nuestro próximo
prójimo -son sinónimos dudosos- considera harto correcto.
Cualquier pensamiento, cualquier
opinión, fuera del estricto ropaje que la moda impone a nuestras
convicciones morales o políticas del momento, son consideradas
heréticas y puede llegar a suponernos la expulsión del modesto
paraíso cotidiano, e incluso ser arrojados a la cloaca máxima como
le sucedió al pobre Sebastián, quien hoy, además de santo, tendría
y tiene avenidas y ministerios a su nombre, tan solo por lo voluble
de las modas y el anacronismo del pensamiento colectivo, que nunca lo
es, ni debe serlo. El pensamiento es individual y como la razón, de
cada cual, debe ser quien mueva nuestras acciones dentro de algo tan
asumido universalmente como es el respeto a los demás.
Hasta aquí el prefacio, la antífona
de mi error al dejarme llevar por esa parte del ciclo de la
humanidad, esa curva descendente, cercana al fondo espero, en que el
miedo cercena cualquier atisbo de libertad arrastrándonos a mayor
velocidad hacia el suelo de la sima.
Resulta que el disco de este año –
al fin llegamos al asunto principal- como casi siempre, está construido de
forma libérrima, mediante la selección de piedras rodadas recogidas
en el borde seco de la playa -el agua, la humedad, enturbia su color
real, igual que hace la distancia con el de los ojos de las chicas-
con el único criterio de la elección de ciertos tonos o matices
que, manteniendo su diferencia individual, permite incluirlas en
un grupo común, en un puñado donde ninguna desentone de las demás.
Habitualmente el gris parduzco o el pardo grisáceo marcan el patrón
predominante del conjunto, asimilado al nuestro propio, el del grupo
que jamás ha necesitado colores estridentes o marcos de fantasía
para enorgullecernos de serlo, grupo, tribu, la cosa.
Sucede en contadas ocasiones que, como
en la peli del Indio Fernández, uno recoge una presunta perla negra
entre las piquenas -pequeñas en portugués- confundiéndola con un
fragmento romo de pizarra o restos de carbón que han llegado
flotando desde el mar delos sargazos, quizás. Y aquí , con la
perla oscura comienzan a desatarse las pasiones, la ambición, la
codicia, y quien sabe si la lujuria, que el tema de la bragueta es
siempre recurrente cuando la novedad se universaliza – se hace
viral para entendernos – llegando a amargar el sueño del
afortunado hasta entonces, poseedor de la joya admirada por todos,
aun a sabiendas de que para este humilde pescador -de coplas. A.
Molina- no es otra cosa que otra chinita, una más, cuyo mayor
merito es el remoto parecido que pueda tener con alguna semipreciosa
del albúm de cromos de la infancia.
El caso es que, después de ordenado el
conjunto, de quedar terminado el CD 18 con la composición habitual,
boleros pocos, por no ser excesivamente llorones ni melosos los
oyentes, coplas tres, raigambre imprescindible, algún instrumental
con predominio de guitarra fender, gibson más raras veces, y el
resto de música bailable, rock, cumbia, twist, o cha cha cha si
viene al caso, dejando un par de estridencias con cierto matiz
humorístico y otro bastante evidente de sacrílego, bien entendido
que el tema de los sagrado suele ser tan individual como el de la
razón que mencionaba antes. Cada cual en la suya y dios -el de cada
cual- en la de todos.
Soy consciente de que me la juego, de
que cada imagen que a veces rompe el cantor, quien también a veces
tiene razón según Yupanqui, puede suponer una ofensa para alguien
quien no esté habituado a salpimentar la comida, hábito frugal que
le aleja de la gula, terrible pecado capital que, desgraciadamente,
no se asentó entre nosotros.
No obstante, ante la duda, suelo
retirar del borrador inicial, aquellas cuya calificación de 4.-
Gravemente peligrosa, las hace candidatas al escándalo que, es como
todos sabemos el peor de los pecados y del que nadie se confiesa, que
yo sepa. Sobre todo porque son los escandalizados quienes lo
ejercen, lo protagonizan con su rechazo, y quienes deberían ir al
confesionario a declarar que se han escandalizado por esto o por
aquello, y resulta que no, que no van.
Dejo un par de ellas agridulces, no
más, y cierro el disco, lo quemo con el burner -así se entiende
mejor- y comienzo a repartirlo, cuando mi sospecha se convierte en
certidumbre, al ser ocasionalmente rechazada la edición por el mero
título de una canción. Me confirman que, con ese nombre ni siquiera
han llegado a escucharla, blasfemo que eres un blasfemo, y no importa
que la canción reivindique justamente lo contrario de su enunciado,
vade retro.
Por supuesto que la religión de la que
estoy hablando, y su liturgia, es la recogida en el título de este
post - escrito- la sometida a la moda cruel de hoy, que obliga a
situar por encima del mal y del bien, de lo divino y de lo humano al
leiv motif televisivo de la igualdad de géneros, del crimen pasional
-hoy llamado violencia de género- o al acoso intersexos, o
heterosexos o quizás bisexos que de todo hay en esta viña. En todo
caso la bragueta eterna, el tabú que nos cantaba Lola hace cuatro o
cinco discos, y que nos permite pensar y hasta opinar libremente de todo, menos
del asunto de moda.
Ahí me han pillado, y obligado a
cambiar la edición cuando la rotativa ya estaba en marcha,
produciendo dos versiones distintas- una de ellas beata- y un solo
fin verdadero, el de divertir, y si puede ser, bailar.
Me queda la duda de si he actuado
correctamente al dejarme llevar por este puritanismo mal entendido
que nos constriñe, pero ni la picota, ni los autos de fe han sido
nunca aficiones de las que haya disfrutado, y si perdono al rollo
-Pericucho- donde suponíamos colgados a lo herejes y delincuentes,
es por estar anejo al campo de fútbol que, inicia otra religión de
la que sería mucho más peligroso el renegar, válgame dios.
Censurado pues, sin vestigios del mal
gusto, de la irreverencia, ni del tradicional aroma a las
revoluciones caribeñas o transalpinas que tanto espantan al
personal, encontrarán algunos la versión que aleatoriamente he
mezclado con la non sancta, por aquello de que la sorpresa, el azar
es quien según los deterministas -de todo hay- nos hace elegir
nuestro camino. Que tampoco era cosa de destruir los ejemplares
primitivos, siguiendo los consejos del director espiritual de quemar
o enterrar aquellos libros que figurasen en el Index.
Tiene gracia
que el Index hoy lo renueven todos los años en la tele y en las
redes sociales, y que sea más severo que el de entonces. Al fin y al
cabo yo siempre lo usé como lo que en realidad era, una lista de
lecturas recomendadas.
Véanse “Index librorum prohibitorum
et derogatorum” de la inquisición española de 1612. Y compárese
con su versión actual la del manual de lo políticamente correcto. Cuatrocientos
años echados a perder.
Pechá de tontos.
P. D.-
Y no, el título del disco de este año
no es ese. Podeis comprobarlo.
Y esta es una de las autocensuradas, para que veais que no os miento. Fijaos en el humo que sale del Colt. Tremenda alegoría.
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