lunes, 21 de mayo de 2018

MICHEL HOUELLEBECQ EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 37.-


 


Reconozco que interrumpir asqueado la lectura de “Las partículas elementales” fue un acto compulsivo, hoy manifiestamente erróneo.

El prestigioso título, superventas aclamado por la crítica francesa y orgullosamente editado por Anagrama en 1999, me pareció un compendio de literatura de bragueta, drogas y rocanrol; respuesta europea a los excesos del post hipismo imperante. Una apología del mal gusto revestida con pretensiones sociológicas y futuristas por alguien que aparentaba conocer de primera mano el ambiente que estaba retratando. 

Pero, la presencia constante del autor en los ecos culturales franceses, literarios al principio, políticos después, me hizo pensar si esta condena a la oscuridad no había sido precipitada e injusta. La aparición de “Sumisión” simultanea al acmé de los atentados islamistas en París, y la lectura de su primera novela “ Ampliación del campo de batalla” confirmaron mi error.
No obstante lo adictivo de su lectura, y la calidad documental de su obra, esta queda sobrepasada, trascendida, por la personalidad del autor. Como los grandes maestros de los dos siglos anteriores, sus opiniones sobre cualquier asunto político o social de cierta trascendencia, han sido repetidamente requeridas y públicamente expuestas, con la convicción para muchos, de la necesidad de escuchar atentamente a este oráculo.
 
Los matices de sexualidad obsesiva, para cuya descripción no parece estar especialmente dotado, y que impregnan cada vez más esporádicamente sus novelas, solo son el rescoldo de la transgresión primaria, superada con creces con otras etiquetas más descaradas e inmorales.
Así la xenofobia, negros y musulmanes de momento, chinos en reserva, la misoginia explicita en sus personajes femeninos, y la misantropía de sus protagonistas que, siempre en primera persona, con matices autobiográficos incluidos, nos retratan un mundo contemporáneo, el nuestro, donde el humanismo ha pasado a mejor vida, quedando secuelas religiosas o políticas que no son otra cosa que costras de viejas heridas, a punto de desprenderse definitivamente.

Aparte del egocentrismo, ganado con su meritorio esfuerzo, y de que cualquier entrevista suya tenga hoy la categoría de catecismo para creyentes del porvenir. Aparte de lo apabullante de sus razonamientos, sólidamente fijados en la historia de la cultura occidental-francesa- y alambicados por un presente ciertamente preapocaliptico, según Houellebecq, lo cierto es que la lectura de “Sumisión” te hace sentir como asquerosamente probables, como terriblemente reales y cercanas, elecciones del 17 o del 22, las inevitables consecuencias de la degeneración moral y política de la sociedad que retrata.

Comparado con Aldous Huxley, con Orwell y su 1984, de los que no reniega, añade a sus profecías la terrible cercanía del Armagedón. Los clásicos nos lo fiaban lejano, y ese decalaje temporal alentaba la esperanza de ver en que erraban sus advertencias. Las de Houellebecq no te dan esa opción de esperar a ver que ocurre, son absolutamente implacables, te describe aquello que está sucediendo ya, ahora.

Como profeta, estimable sin duda para los creyentes, la reencarnación que estaría dispuesto a aceptar de manera incondicional, es la de su antecesora Casandra, a quien los dioses le dieron el poder de adivinar el futuro y castigaron con la incredulidad forzosa de quienes la escuchaban. 

La incorrección política de un intelectual que nos ofrece con su obra, y con su testimonio personal, un catalogo de los errores de la sociedad actual- la francesa, pueblo regicida- y su pronostico sobre el devenir inmediato de la historia europea, lo convierten en algo más que un entretenimiento para lectores aburridos. Su diagnóstico del mal, parece harto acertado, si bien el pronóstico está por confirmarse, y el tratamiento, como hombre inteligente, aparenta desconocerlo. El sociólogo sabio prioriza su supervivencia y evita la critica ad personam de los centenares de personajes reales que aparecen en sus diatribas, a la vez que resalta los errores, y los horrores, de los grupos que protagonizan la actualidad. 

Desconozco cuanto pueda haber de imprescindible en Houellebecq, obra y figura, y no me gustaría volver a equivocarme. Pero sí me atrevo a decir que habrá que tenerlo en cuenta.

 

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