“Mi guerra civil
española” Georges Orwell
Este bengalí que, ni se llamaba
Georges ni se apellidaba Orwell, ha terminado confundiéndose y
diluyéndose dentro de la exagerada popularidad de dos novelas suyas, la una profética
“1984 “ y la otra, mitad naturalista, con sus animalitos de la
granja de Peter Rabbit, y mitad fábula delatora de los errores
ocultos e innombrables de la izquierda europea durante la era
soviética. “Rebelión en la granja”.
La verdad y la propaganda y su
influencia en la historia, son el fundamento de estas reflexiones
recogidas en apuntes durante 1939, cuando los británicos estaban
comenzando a sufrir los horrores que habían minimizado, cuando no
ignorado, aquellos que habían asolado España durante tres años
infinitos. Curiosamente, a pesar del titulo, apenas insiste en sus
memorias sobre nuestro conflicto que ya había relatado en “Homenaje
a Cataluña”.
“Todos creen en las atrocidades de su
enemigo y no en las de su bando, sin preocuparse de las pruebas” Y
conste que afirmaciones como esa no podían expresarse impunemente en tiempos en
los que la verdad o la mentira no tenían ninguna importancia, siendo
la victoria el bien supremo, enmascarado de supervivencia, lo que justificaría la lapidación de los tibios de corazón, como bien
sabía también su amigo Koestler “Del cero al infinito”. Nada
nuevo, nada que no aparezca bajo idéntico enunciado en los libros de
religión.
Orwell desenmascara las falsedades, por
omisión la mayoría de las veces, e incoherencias, del gobierno
británico durante esos años, enfrentándolo a las directrices y
planteamientos que ellos mismos habían sostenido en otros conflictos
anteriores, naturalmente en sentido inverso a los que mantuvieron
cuando aquello del sudor y las lagrimas. La sangre no, esa siempre es
ajena (para los gobernantes).
Breve libro y breve vida la del autor,
Suficientes ambos para alimentar nuestras dudas que, al fin y al
cabo, son las que nos mantienen con vida.
“Lo que importa por encima de todo es
nuestro sentimiento hacia el hombre que dice la verdad“
(En la foto, el chico alto. Inconfundible).
"Una historia corta de
Inglaterra". G.K. Chesterton
Los libros de historia solo sirven para
corregir otros libros de historia. Mecanismo indefinido y contínuo.
Dice.
Por eso, este no es un ensayo histórico al
uso, ni tampoco tan breve como cabría suponer, aunque ofrezca algunas pinceladas sobre los
tiempos oscuros y su influencia sobre el espíritu de los hijos de
“La pérfida Albión” según los panfletarios del continente. En
todo caso, la ausencia de nombres propios, dinastias completas,
fechas y mitos o leyendas del común, a los que suele dar más
importancia que a las crónicas de historiadores al uso, quedan
sobradamente compensadas por el análisis reiterado que nos ofrece
sobre los fundamentos populares, y a veces ocultos, del desarrollo
social y religioso de un pais.
Brillante Chesterton, siempre, hasta en
la discrección de sus referencias a la rivalidad con sus coetáneos
H.G.Wells y George Bernard Shaw; manteniendo en cada página y
momento la fuerza del disidente, del que prioriza la supuesta
vulnerabilidad de la minoría religiosa, el catolicismo, a la que
sostuvo a lo largo de su vida y obra. Así, el paseo que nos ofrece
en los jardines de la historia inglesa, tan terribles y macabros como
los de cualquier otra, está siempre trufado de referencias a la
reforma, la contrarreforma, los puritanos, y la influencia, siempre
nefasta como en los tebeos, de las culturas bárbaras que los
asolaron, vikingos, sajones, normandos o teutones, igual dá. El
proselitismo explicito no se limita a los asuntos religiosos, siendo
tema recurrente en su ensayo, la preeminencia de los movimientos
sociales, desde los gremios medievales hasta los primeros sindicatos,
como motores incansables en la génesis de la democracia inglesa.
Sus reflexiones sobre el
parlamentarismo (británico), sobre el riguroso corsé ejercido por
financieros y comerciantes y sobre la falacia del bipartidismo, no
tienen precio. Afirma el hombre que los dos partidos que se alternan
en el poder (wigh y tories) son en realidad uno solo, y que de otra
manera no sería posible. Otro profeta, sin duda. Claro que se
refería exclusivamente a la democracia inglesa de hace un siglo, y
además faltaban unos años para la aparición del adivino oficial de nuestro futuro, y para la confirmación de su teoria sobre la democracia seudodemocrática, Orwell.
Su “Padre Brown” debo reconocer,
alegró más de dos tardes de mi adolescencia infantil,- la otra sigue
vigente- y prefiero recordar al ingenioso detective con sotana como hijo predilecto de Sir Gilberto.
La confusión entre política y
religión, con su punto de no retorno en Santa Juana (La doncella de
Orleans) tan solo debería servir como referencia sobre aquello que
no habría que repetir jamás, o al menos hasta pasado mañana.
Tambien me ha gustado la referencia que
hace sobre el Rey Canuto, al que identifico con un furtivo homónimo
de mi pueblo, aunque posiblemente tengan poco en común. No lo tengo
claro.
(En la imagen, ordenando retroceder al mar, durante la marea alta, y tomando consciencia del poder limitado de los reyes).
"El jardín de los
frailes". Manuel Azaña
Una autentica leyenda de la literatura española.
¿Puede ser un Jefe de Estado asimismo un escritor excelente, un
autor de culto para los lectores?.
Existe cierto consenso al respecto.
Al parecer este mito político había dejado algunas joyas
imprescindibles para las letras españolas, naturalmente
inencontrables durante décadas.
Cuando tuve a mi alcance “La velada
en Benicarló” la devoré perplejo, y hasta consideré la
posibilidad de volver a leerlo desde atrás hasta el principio, mas
que nada para intentar captar la esencia de un estilo o el brillo de
unas imágenes que se escapaban antes, mucho antes, de que hubiesen
tomado forma en mi mente de lector inexperto. Consideré que, con
toda probabilidad su mayor mérito era el haber permanecido el
retrato de su autor bajo el colchón del vecino, y que posiblemente lo mejor de
su obra fuesen las discursos radiados durante la guerra -aquella- algo
imposible de comprobar puesto que, aunque existan copias escritas, el
momento en que se emitieron será y es irrepetible. Habrá que volver
sobre sus diarios algún día, no obstante.
Hasta que he vuelto a intentarlo con
“El jardín de los frailes”, a pesar de que lo de los frailes no
me presagiaba, no me recordaba, nada bueno.
Una autobiografía de sus años de
formación personal, que él centra en su crecimiento espiritual y
literario, humano al fin y al cabo, y que refleja admirablemente con
un estilo prolijo-divagatorio que llega a convertirse en exasperante
para el lector. Quizás la familiaridad con los elementos comunes de los que hemos
sufrido, y agradecido, la educación religiosa por salesianos y
franciscanos en centros más humildes que el de los agustinos de
D.Manuel, esos colegios de Alcalá y El Escorial donde los chicos ya
salían del bachillerato con el nombramiento de ministro o de autor
teatral, me obligaban a seguir leyendo, y a veces disfrutando, las
peripecias conventuales y emocionales del autor. Me ocurría algo
parecido cuando leía las vicisitudes de Sánchez Ferlosio, y
hermano, en el de los jesuitas de Villafranca. El comprobar que el
tiempo se había congelado, -eufemismo que pone manifiesto el retraso
forzoso que llevábamos con el mundo exterior- haciendo idéntica, o
casi, la pantomima formativa veinte o cincuenta años atrás, en
aquellos centros donde la disciplina y la cruz pretendían hacernos
hombres de provecho ¿Provecho de quién? O bien, en el mejor de los
casos, la salvación de nuestras almas.
En el caso de Azaña consiguieron lo
primero, y el hombre nos lo relata con la elegancia de quien ha
superado con excelencia la formación literaria por profesores
seguramente capacitados para ello, y con la disponibilidad de una
generosa biblioteca abierta a todas las tendencias, algo propio de
aquellos años veinte. Ferlosio pregunta, ya anciano, por la
biblioteca de su excolegio en una visita exhibición como vieja
gloria, y recuerda su lugar singular, la antigua capilla pagana, no recuerdo si de rito mozárabe o directamente musulmán. En
mi caso, debo haber olvidado la ubicación y hasta le existencia, de
dichas bibliotecas, si es que las hubo, pero afortunadamente todavía
recuerdo la mayoría de los nombres propios de autores y obras que
figuraban en el texto obligatorio de la asignatura de literatura,
convertido exclusivamente en un catálogo de clásicos (solo los
autorizados, naturalmente).
No existe acritud en los recuerdos
adolescentes de Azaña, y si su insistencia en hacer preciosista y
hasta poética la descripción de esos tiempos en los que, como
tantos otros, vió la luz y cayose del caballo, en un sentido algo más
prosaico y realista que el relato apócrifo de Pablo, sin éxtasis ni
blasfemias, con la mayor naturalidad del mundo. Y nos lo cuenta.
(De los muchos disgustos que le acompañaron hasta su triste final, el de la traición catalana es sin duda el que le proporcionó mayor amargura).
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