Vuelvo a la feria del libro antiguo
-léase usado y de ocasión.- y a mantener la mirada perdida de quien
busca reencontrarse con algún amor de aquellos que nunca tuvo, que
son, obviamente, los de reencuentro mas difícil, por no decir
imposible. Perdido entre constelaciones de títulos de otras épocas,
de las suyas, modas de autores, géneros y hasta ediciones, que hoy
me resultan vergonzantes por su aspecto, cubiertas, portadas y sobre
todo vejez, que no ancianidad. Los libreros los mantienen limpios y
perfectamente ordenados, exentos de polvo y de las miasmas que se
adhieran a los dedos y, quien sabe, al olfato. Pero a pesar de ello
me invade la melancolía, el peso de un tiempo evidentemente parco en
literatura de otros lugares, de autores imprescindibles de los que
podíamos gozar un solo titulo, a veces ninguno, en colecciones
dirigidas a kioscos, y ausentes en librerías que dispensaban
unicamente las versiones canónicas de la media docena de escritores
patrios consagrados. Las listas de ventas y sus best sellers
aparecían como algo incipiente en el mundo editorial y sus
consecuencias son las que tengo ahora ante mi mirada, libros, y
arboles, condenados a la basura desde mucho antes de su tala e
impresión.
Pero surge la sorpresa otra vez, el
flash back de la película de la vida, cuando el amodorramiento ante
esa ilimitada biblioteca horizontal, me hace dudar de si la ecuación
entre el placer y la consciencia del tiempo perdido, han invertido su
nivel cabal. Un susurro en mi oído, el bueno, y una visión fugaz al
girar la cabeza. Alguien estaba ofreciéndome un articulo prohibido,
u obsceno, vaya usted a saber; con toda seguridad algo que no estaba
expuesto legalmente al publico en ninguna caseta. La memoria me situó
inmediatamente en los años del contrabando, del estraperlo, del
matute, en esas escenas vistas en el cine neorrealista , donde la
estilográfica, el falso reloj o los duros de plata adulterada podían
justificar el argumento de cualquier película.
- Tengo ex libris- volvió a decirme
en un susurro casi inaudible, mostrando un pequeño catalogo
plastificado de garabatos con los que algunos viciosos de la lectura
marcan sus libros como si fuesen reses de su ganadería, imitando
quizás a James Stewart o a Kirk Douglas en algún rancho de
celuloide.
Mi negativa instantánea, refleja ante
lo desconocido o inesperado, que no pocas perdidas me ha ocasionado,
me liberó del acoso y me dio la entrada a la memoria de ese
submundo, que creí desaparecido, de la venta personalizada, a través
de cauces tan viejos y en desuso como la mayoría de los libros
expuestos.
Conste que algunos de ellos gozaban de la marca de su
anterior dueño en la primera pagina, algunas de un barroco subido, y
no pocos incluyendo nombres y apellidos. Conste también que uno ha
pasado por la debilidad de elegir cierto día un tampón con
caracteres góticos y el grabado de un diablillo con guadaña, y
sellar con tinta bermeja algunas victimas de la estantería, de
cuando hubo una estantería, hoy toda la casa es un estante, a la vez
que la ingenua pretensión de registrar en propiedad algo tan
inasible, y afortunadamente perdurable, como los libros. Este pecado
venial me vuelve compasivo con la vanidad de aquellos que insisten en
trasvasar todo el agua del mar a su charquito en la playa. Vanitas
vanitatis.
Especial por su exagerado tamaño y por
añadir en filigrana el nombre de su ex, enriquecía cierto exlibris,
aquellos tres tomos con las obras completas -de momento, hasta que
surjan los inéditos- de Kafka, en cuidada encuadernación, ubicados
en alto, a la derecha del altar donde esperaba el termo y el
bocadillo del almuerzo. Pregunté, obviamente interesado por ellos, a
sabiendas de que serian unas segundas nupcias, en las que persistiría
el anillo de bodas inicial, del que no dudaba en desprenderme después
cortando el dedo anular, la hoja en cuestión, al llegar a casa.
Ante la estupefacción que me produjo
escuchar el precio que me pedía, seguramente incrementado
irracionalmente por el interés que el probable comprador estaba
manifestando – error que no me canso de repetir- el librero se vio
obligado a explicarme sus presuntos motivos:
-Es que ya vienen subrayados, como
usted puede comprobar- y un rápido movimiento del pulgar sobre las
hojas del ejemplar que tenia en mis manos, a modo de amoroso abanico
me confirmó el horror: lineas, párrafos y hasta paginas enteras,
sometidas a la violencia sexual, al estupro indecente del rotulador
verde, del marcador en manos de quien odiaba los libros, las mujeres
y, seguramente, la humanidad. Alguien que ha pretendido resumir,
limitar, digerir para un tercero inesperado, la prosa de Kafka. Otro
desengaño para mi pobre corazón, ya acostumbrado a boleros mucho
mas hirientes y desesperanzados y, por tanto, preparado para olvidar,
por aquello de que la distancia es el olvido y de que entonces me
daré la media vuelta, cosa que hice.
No obstante los libros, ellos, iban
llenando las bolsas, y ellas, dos, tres, en su incesante gravidez,
cortaban paulatinamente el riego sanguíneo en los dedos de mis manos
provocando el dolor físico y mental, intolerable para el adicto que
se encuentra incapacitado para decidir entre perder algún dedo, una
mano quizás, y el poder seguir husmeando, oliendo cubiertas y
oteando títulos en dosis ilimitadas para el vicioso que no
terminaría su adquisición compulsiva hasta escuchar como el cierre
sucesivo de las persianas metálicas le anunciaban la despedida hasta
el próximo año. Esplendida cosecha la del 19.
Y gris presagio para la lectura
venidera. Un nuevo autor se ha encaramado en el retablo, y a punto ha
estado de derribar a otros que creí imperecederos. No los ha
desplazado con malicia alguna, todo lo contrario, al encuadrarse
dentro del club de aquellos que te hacen leer a otros, de los que
disfrutan con la buena literatura y lo comparten contigo. Sucede que
es uno sobre el que apenas había frecuentado su lectura y, además,
lleva tiempo el hombre escribiendo sin la menor moderación. Estoy
refiriéndome a alguien que supongo tiene por lema aquello de “A la
cama no te irás, sin escribir otro relato más”. Aunque él los
llame "El salón de los pasos perdidos" y sean apuntes de un
diario que edita todos los años con el suficiente decalage
temporal, imprescindible para reelaborar ciertos pasajes y para
deslumbrar al lector con hechos y lugares que creía perdidos en el
tiempo. He perdido la cuenta de cuantos lleva publicados, de las
novelas y artículos que llevan intercalados, y mi única desgracia
es que tendré que leerlos todos, los vivos, los muertos, gracias a
su persistencia en el mundo del libro usado, y los futuros que vayan
apareciendo. Se trata de Andrés Trapiello, y figura, ya digo, en ese
lado del santoral donde se juntan las los afluentes mas caudalosos
del Nilo.
Uno se imaginaba feliz y satisfecho
habiendo leído “todo” de alguno de sus favoritos, Monterroso, o
Juan Rulfo, aquel mejicano que buscaba a su padre en el desierto de
su memoria, quizás también el chico de la cebada, contemplando
satisfecho las obras completas del trío en el rinconcito aquel de la
estantería. Asumiendo la imposibilidad de rascar poco mas de la
superficie visible de la obra de Zweig, de Borges, e incluso de mis
penúltimos proveedores, Pla o Ferlosio, imposibles por inabarcables.
Y ahora me sale otro de la misma estirpe. Otro vicio extenuante del
que se me amontonan los títulos por leer y me aterra pensar los que
tiene por publicar e incluso por escribir. Prometo, privado de la
voluntad, devoción absoluta al nuevo icono junto al sagrario.
Pocas veces encontramos a una persona
inteligente y honesta, hasta un momento al menos en que resulta
difícil dejar de serlo, por aquello de la condición humana, y que
comparte contigo esa visión de la vida que te produce bienestar. No
creo que en las farmacias ni en el camello de la esquina, pueda
encontrarse un estimulante mejor. Bienvenido,Trapiello.
...CERCA DE REINOSA. (Son el santo y seña que te permite la entrada al circulo del conocimiento. Si desconoces que cerca de Reinosa es el lugar donde nace el Ebro, dificilmente podrás comprender las motivaciones políticas del pueblo español de hoy). Claro que hoy no se llama pueblo, es el público nomás, y lo de español...
P.D.- Si. En Aligre todavía hay dias que te cobran un euro por libro. Si bien, lo normal es que puedas elegir dos libros por un euro, elegir entre miles, con la única limitación de su peso y la del vuelo low cost.
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