lunes, 4 de marzo de 2019

VALLE (INTEMPORAL).-







Las tribulaciones de Don Ramón.-

Contábame el Reverte hace unos días en su “Otoño romano” las vicisitudes de Valle Inclán durante su estancia en la Academia de España en Roma como director, nombrado a instancias de Azaña con el presumible objeto de aminorar su descalabro económico después del divorcio y de la necesidad de mantener una familia numerosa con los exiguos ingresos como autor, en tiempos durante los cuales eran escasos los autores que podían vivir de sus méritos.

En Roma no encontró apoyos para sacar a flote su cometido, ni presupuesto para levantar una actividad cultural en plena crisis política, en una Italia recién incorporada a la ruta del precipicio imperial. Tampoco para mitigar el hambre atrasada de Valle, ni la de los miembros de su equipo. Su regreso en busca del “puñadito de tierra” que glosaría Belmonte poco antes de reclamarlo para el, no se demoró en demasía, hasta el punto de permitir disfrutarlo justo antes del fatídico (o glorioso, según) julio del 36.

Escasas diferencias con el Max Estrella de su “Luces de bohemia”, personaje con quien debió identificarse como si fuese el espejo, uno de ellos, de su propia historia, por más que Sawa el poeta real se hubiese adelantado en sufrir el viacrucis que a tantos escritores termina incluyendo en sus estaciones.
Demasiados paralelismos para ubicar en la ficción de la transcomedia y del esperpento, géneros inventados por el autor, los sucesos que se relatan en las dos horas de la función teatral. Donde la cutrez de los ambientes en que las escenas se desarrollan, lo único que consiguen es distraer al espectador con la premisa ingenua de que eso afortunadamente era allí y entonces, y dado que la miseria de sus protagonistas hace muchísimo tiempo que dejó de interesar a la audiencia, parece destinada esta pieza a la sección de clásicos de la literatura, subseccion raros y malditos.

Vuelves a participar en el espectáculo, como espectador, y vuelves a compadecerte de Max Estrella, alcoholizado, paupérrimo y ciego, de su imagen especular y por tanto real del inefable manco, Valle, y a recrearte en el brillo de sus diálogos, replicas, y sentencias, como si estuvieses escuchando la conferencia magistral de un filosofo fuera de su tiempo, de aquel y de este.
Y es que no es solo la belleza del texto con que el escritor nos recrea aquellos monstruos con quienes pretende, y consigue, identificarnos; resulta ser también el retrato de la esencia intemporal de un país y de un paisanaje que perdura liquenificado un siglo después.

Cien años no son nada, al menos para “Luces de bohemia” y para los que reptamos, como Max, esperando el puñadito de tierra, en un medio hostil donde la corrupción política, la iglesia ajena, la prensa envilecedora , los gintonics y la ultima esperanza puesta en el décimo de lotería, en el capicua 5775, resulta ser idéntico al de los personajes de Valle Inclán, de hace cien años exactamente. 

Creo que la genialidad, que para D. Ramón es solamente eso que trasudamos hacia el cuello de la camisa dejándolo asqueroso, no reside en la profecía certera al retratar una sociedad siglos después de los eventos narrados, no. A menos no es solamente eso. También es la valentía de la denuncia social , la de intentar poner patas arriba la mesa de esa actualidad intemporal, la que no puede cambiar, como el personaje atrapado en el tiempo, esperando que salga la marmota, o quizás que lleguen los extraterrestres. Cualquier motivo es bueno para justificar la inacción, el seguir dando vueltas en la era de piedra donde hace tanto tiempo la mies esta ausente, poseídos por el miedo colectivo a mirar hacia el horizonte, y a intentar encontrarnos con él. 
Al parecer otros lo han hecho, si la historia no nos miente hasta ese extremo, y las magníficas plañideras del 98 ya deberían ser agua pasada, la que no mueve molino. Solo que Valle insiste, la primavera está al caer, el torrente ruge atronador como es su oficio, y aunque podamos limitarnos a seguir escuchándolo, a continuar disfrutando con las penalidades de Max Estrella, que son las nuestras, también deberíamos reflexionar sobre cuanto tiempo debemos dedicar a tan esteril quehacer.


¿Para cuando joven, para cuando? Es el título y el argumento de cierta canción de los sesenta -tan solo poco más de medio siglo- donde el padre de la novia insiste en preguntar al muchacho sobre algo que este no quiere escuchar. Palito Ortega, otro filósofo.

1.- El esperpento no es exclusivamente un género literario, inventado por Don Ramón. Desde mucho antes ya era la definición de la RAE: Persona o “cosa” que destaca por su fealdad, desaliño o apariencia ridícula o grotesca. Quizás este mundo solo sea esa “cosa”, el esperpento.

2.- La última plañidera, llorona de mi infancia, desapareció hace décadas, se llamaba “Pestañita blanca” como aquellos nombres que los sioux y los apaches usaban en las películas. Solo que esta película y la llorona eran reales, y ahora resulta innecesario, e incluso actual, el que la sibila o su barquero, deslicen discretamente las cenizas de Max en las aguas, eludiendo la inmortalidad, si ese era su deseo.

3.- El Reverte citado es, obviamente, Javier Martinez, al que no debemos confundir con Jorge, ni mucho menos con Antonio, el torero. Una historia sin fin.


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