Las tribulaciones de Don Ramón.-
Contábame el Reverte hace unos días
en su “Otoño romano” las vicisitudes de Valle Inclán durante su
estancia en la Academia de España en Roma como director, nombrado a
instancias de Azaña con el presumible objeto de aminorar su
descalabro económico después del divorcio y de la necesidad de
mantener una familia numerosa con los exiguos ingresos como autor, en
tiempos durante los cuales eran escasos los autores que podían vivir
de sus méritos.
En Roma no encontró apoyos para sacar
a flote su cometido, ni presupuesto para levantar una actividad
cultural en plena crisis política, en una Italia recién incorporada
a la ruta del precipicio imperial. Tampoco para mitigar el hambre
atrasada de Valle, ni la de los miembros de su equipo. Su regreso en
busca del “puñadito de tierra” que glosaría Belmonte poco antes
de reclamarlo para el, no se demoró en demasía, hasta el punto de
permitir disfrutarlo justo antes del fatídico (o glorioso, según)
julio del 36.
Escasas diferencias con el Max Estrella
de su “Luces de bohemia”, personaje con quien debió
identificarse como si fuese el espejo, uno de ellos, de su propia
historia, por más que Sawa el poeta real se hubiese adelantado en
sufrir el viacrucis que a tantos escritores termina incluyendo en sus
estaciones.
Demasiados paralelismos para ubicar en
la ficción de la transcomedia y del esperpento, géneros inventados
por el autor, los sucesos que se relatan en las dos horas de la
función teatral. Donde la cutrez de los ambientes en que las escenas
se desarrollan, lo único que consiguen es distraer al espectador con
la premisa ingenua de que eso afortunadamente era allí y entonces, y
dado que la miseria de sus protagonistas hace muchísimo tiempo que
dejó de interesar a la audiencia, parece destinada esta pieza a la
sección de clásicos de la literatura, subseccion raros y malditos.
Vuelves a participar en el espectáculo,
como espectador, y vuelves a compadecerte de Max Estrella,
alcoholizado, paupérrimo y ciego, de su imagen especular y por tanto
real del inefable manco, Valle, y a recrearte en el brillo de sus
diálogos, replicas, y sentencias, como si estuvieses escuchando la
conferencia magistral de un filosofo fuera de su tiempo, de aquel y
de este.
Y es que no es solo la belleza del
texto con que el escritor nos recrea aquellos monstruos con quienes
pretende, y consigue, identificarnos; resulta ser también el retrato
de la esencia intemporal de un país y de un paisanaje que perdura
liquenificado un siglo después.
Cien años no son nada, al menos
para “Luces de bohemia” y para los que reptamos, como Max,
esperando el puñadito de tierra, en un medio hostil donde la
corrupción política, la iglesia ajena, la prensa envilecedora , los
gintonics y la ultima esperanza puesta en el décimo de lotería, en
el capicua 5775, resulta ser idéntico al de los personajes de Valle
Inclán, de hace cien años exactamente.
Creo que la genialidad, que para D.
Ramón es solamente eso que trasudamos hacia el cuello de la camisa
dejándolo asqueroso, no reside en la profecía certera al retratar
una sociedad siglos después de los eventos narrados, no. A menos no
es solamente eso. También es la valentía de la denuncia social , la
de intentar poner patas arriba la mesa de esa actualidad intemporal,
la que no puede cambiar, como el personaje atrapado en el tiempo,
esperando que salga la marmota, o quizás que lleguen los
extraterrestres. Cualquier motivo es bueno para justificar la
inacción, el seguir dando vueltas en la era de piedra donde hace
tanto tiempo la mies esta ausente, poseídos por el miedo colectivo a
mirar hacia el horizonte, y a intentar encontrarnos con él.
Al
parecer otros lo han hecho, si la historia no nos miente hasta ese
extremo, y las magníficas plañideras del 98 ya deberían ser agua
pasada, la que no mueve molino. Solo que Valle insiste, la primavera
está al caer, el torrente ruge atronador como es su oficio, y aunque
podamos limitarnos a seguir escuchándolo, a continuar disfrutando
con las penalidades de Max Estrella, que son las nuestras, también
deberíamos reflexionar sobre cuanto tiempo debemos dedicar a tan
esteril quehacer.
¿Para cuando joven, para cuando? Es el
título y el argumento de cierta canción de los sesenta -tan solo
poco más de medio siglo- donde el padre de la novia insiste en
preguntar al muchacho sobre algo que este no quiere escuchar. Palito
Ortega, otro filósofo.
1.- El esperpento no es exclusivamente
un género literario, inventado por Don Ramón. Desde mucho antes ya
era la definición de la RAE: Persona o “cosa” que destaca por
su fealdad, desaliño o apariencia ridícula o grotesca. Quizás este
mundo solo sea esa “cosa”, el esperpento.
2.- La última plañidera, llorona de
mi infancia, desapareció hace décadas, se llamaba “Pestañita
blanca” como aquellos nombres que los sioux y los apaches usaban en
las películas. Solo que esta película y la llorona eran reales, y
ahora resulta innecesario, e incluso actual, el que la sibila o su
barquero, deslicen discretamente las cenizas de Max en las aguas,
eludiendo la inmortalidad, si ese era su deseo.
3.- El Reverte citado es, obviamente,
Javier Martinez, al que no debemos confundir con Jorge, ni mucho
menos con Antonio, el torero. Una historia sin fin.
--------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.