Patricios y caciques.- (Excusatio non
petita...)
Acabo de leer la penúltima -seguro que
tiene otra en la imprenta- novela de no ficción de Javier Cercas y,
a pesar de lo tedioso del episodio sobre la batalla del Ebro, tedioso
y absolutamente desprovisto de interés para el lector, quedo
enganchado forzosamente a las peripecias del protagonista desde las
primeras páginas. Protagonista que no resulta ser el monarca de las
sombras del título, algo similar a la estructura de Soldados de
Salamina, donde la trama detectivesca intentaba atrapar el personaje
oculto, el soldado republicano que, según el relato, pudo rematar a
Sánchez Mazas, y no lo hizo, perdonándole la vida al héroe real
asumido como tal en la novela, cuyo testimonio y prueba física de la
heroicidad, unas gafas rotas, lo llevaron en andas hasta el sillón
ministerial en el gobierno de Franco.
El resto, si lo hubo, es leyenda, ya
que la historia no nos sirve, la escriben siempre los vencedores, y
en este caso de forma ostentosa, puesto que la dictadura cerró las
crónicas con el silencio de todo un país, donde la victoria y la
paz -romana- hicieron innecesaria, por imposible, cualquier tipo de
discrepancia en el relato. Esta es la tesis de Cercas para el suyo,
la dificultad para describir con fidelidad hechos o personajes de
hace ochenta o noventa años, a los que añade otro velo, el de la
imaginación distorsionada del presunto novelista o intelectual, a
veces titular de ambas categorias.
Claro que, Sánchez Mazas, tuvo
desocupada su silla, vacia, en algunas sesiones de los consejos de
ministros, por el simple hecho de no asistir a ellos, aunque el cese
verbal lo recibió del caudillo durante su última asistencia: “No
hacia falta que viniera”.
Le quedarían al héroe de Salamina, el
consuelo de sus discursos díscolos, su: “Ni me arrepiento ni
olvido” en medio del silencio total que, durante cuarenta años,
hizo impensable que se hiciesen públicos, más allá del rumor,
cualquier comentario relativo a personajes con camisa nueva, o vieja,
y despues el silencio se convirtió paulatinamente en voces apagadas, apenas
audibles, durante otros cuarenta años más, cuando la conveniencia
social, se transformó en autocensura, en el callar como hecho
políticamente correcto, y en transmutar los pecados mortales - sic, mortales-
en veniales, en faltas ya perdonadas y olvidadas. Siendo los nombres
propios – en el sentido de propiedad, de pertenencia a los
vencedores- convertidos en héroes si fuese menester. Sánchez Mazas
pudo demostrarlo con unas gafas rotas, acallando las voces de los
envidiosos que pretendían incluirlo entre los emboscados. Estos
emboscados, si es que existieron, se limitaron a esconderse en lugar
seguro durante los años de sangre y fuego -título del primer
cuadernillo de El Capitán Trueno- para aparecer con su camisa
impoluta cantando el himno que, en parte, compuso para ellos el mismísimo Sánchez
Mazas.
El protagonista de El Monarca de las
Sombras, no es tampoco el alférez falangista que muere junto a
Gandesa a los diecinueve años, no. Resulta serlo la primera persona
del singular, el propio autor que convierte esta historia en la suya
personal, una variante de literato gonzo, que tan buenos dividendos
ha dado en los últimos tiempos, derivando sutilmente el desarrollo
de esta intriga de no ficción, igual que hizo al santificar
discretamente a Sánchez Mazas en aquella historia que a mi me
pareció la claudicación absoluta de la memoria sobre unos hechos
que si bien no tuvieron culpables, por conveniencia o por mera supervivencia, si tuvieron
responsables, como dice Cercas que dijo Annah Arendt.
Cita este a
ilustres pensadores, evoca batallas de miles de años atrás,
Salamina o Iliada, y se rodea de colegas que aparecen citados con
profusión, no sabemos si a cambio de citas reciprocas o por contrato
con la editorial propietaria de la cuadra. Bolaño en aquella
primera, y David Trueba en esta última.
Deambular personal e infatigable del
autor, mientras va desvelando, descubriendo piedras rosetas en la
historia de su familia, esforzados golpes de efecto carentes del
menor interés, bombas de humo que acompañan al lector hasta un
previsible final, en el que no se cuestiona aquello que le ha
querido decir el escritor, simplemente se limita a comprender que el
intento de tergiversación del protagonismo familiar durante aquellos
años, no difiere del que llevamos sufriendo todos desde aquel
momento histórico, o desde alguno de estos momentos o instantes.
En
“Crónica de un Instante“ hizo otra novela, excelente, sobre la
santa transición o, para los golpistas, traición, a la que,
curiosamente no le han adjudicado todavía una fecha festiva en el
calendario para hacerla más creible. La letra con fiesta entra y,
con vaquillas, mejor.
Inventa, y está en su derecho como
autor, e insiste en tomar conciencia, quizás poner en valor dizque,
que los caciques de su pueblo, tronco y brazos de su estirpe durante
los años treinta, no eran tales, sino simplemente patricios. Y ahí
se hace un pequeño lio, otro, al identificar la causa de la guerra
como el abismo que existía entre aquellos que podían comer, presumo
que pocos, y los que no, a los que el hambre convirtió en enemigos
de los primeros, los patricios, es decir los ancestros de Javier
Cercas.
Aclara que los auténticos patricios, los terratenientes,
usualmente aristócratas con título nobiliario, eran absentistas que
vivían en Madrid, mientras que los patricios por el mero hecho de
poder comer tres veces al día, quedaron frente a la turba
republicana, que no era tal, ya que, según Cercas, solo una terrible
confusión convirtió la democracia republicana en un peligro para
los patricios de medio pelo, los pequeños propietarios, cuando en
realidad pudo haber sido idónea y perfecta para todos ellos.
Claro que esta versión la deduce él,
ahora, casi un siglo después, dado el posicionamiento político de sus
abuelos y bisabuelos, alguno titular supongo de jefaturas locales del
movimiento, con números de uno y dos dígitos en las listas de
falange, y el cargo de alcalde durante y después de aquello, que lo
obligarían a denunciar a alguien que dicen que dijo, y que acabaría
bajo el pelotón, de cuando dejó de ser ilegal lo del paseo, para
incluir dentro de la ley hacer algo idéntico, fusilar. Algo que duró
hasta que Luis Eduardo Aute publicase “Al Alba”, nada menos que
hasta 1976, cuarenta años después de todo aquello.
Nos muestra un manuscrito real del
héroe familiar, borrador del discurso dirigido a los escasos
falangistas de su pueblo.donde comienza dando vítores a los caídos,
entre los que figura Sánchez Mazas. El autor no aclara este probable
error sobre alguien que, ciertamente, estaba entonces solamente
desaparecido, pero muestra el texto en cuestión.
Se cierra así el circulo sobre el
Aquiles de la Iliada que vuelve a aparecer en la Odisea, que no es
otro que quién cerró su último discurso político con el
histórico: !Ni me arrepiento ni olvido!. Debímos los torpes
entender en una primera lectura que no se arrepentia, que no
perdonaba a los malos, hasta comprender que los malos en que pensabamos estaban todos muertos y que seguramente se refería a otros.
Para ello, como para dudar en convertir misericordiosamente los
caciques en simples y honestos patricios, tuve que crecer algo, y
sobre todo leer mucho más.
Son curiosidades, escenas aparentemente
insignificantes de la película, que se vuelven fundamentales después
de terminar la proyección, y se quedan dando vueltas en tu cabeza.
Resulta que los buenos de ahora son casi todos, hijos o nietos de los
malos de entonces, los vencedores, y muchos de ellos, sesentones,
militares, oficiales voluntarios -de complemento. que es otro comodín
válido de la metamorfosis.- durante una larguísima dictadura
militar.
En algo le quedo agradecido a Javier
Cercas, al menos aclara que aquello fue solo un fallido golpe de
estado que terminó como el rosario de la aurora. Si bien nos contaba
en la crónica de un instante el otro golpe fallido que tuvo final
feliz, a pesar del
guisante bajo el colchón, que ahi sigue.
Otro redescubrimiento en la novela es,
un personaje real, su primo Rafael Cercas, a quien otorga los honores
de una vida dedicada a la patria, y en cuyo currículo
aparecen largos años de servicio como parlamentario y eurodiputado,
así como su victoria, basada en el “Informe Cercas” sobre la directiva
europea que consideraba legal el trabajo semanal durante 65 horas.
Desde entonces estas quedaron limitadas a 52, aunque en algunas
instituciones españolas se sigan realizando mas de 65, por el simple
hecho de no considerarlas horas trabajadas, o bien por serlo
voluntariamente aceptadas por el trabajador. Y esto en instituciones
del Estado y de autonomías regidas por el mismo grupo del Cercas
eurodiputado. “Consejos doy que para mi no tengo”.
Incoherencias tantas que me hacen dudar
de todo, o de casi todo, y me retrotraen a la teoría de Rafael
Sánchez Ferlosio, hijo del Sanchez arriba mencionado, sobre la
conveniencia de enviar a “Altos estudios eclesiásticos” a
algunos curitas que creaban problemas escandalosos en la diócesis. Pienso si no
será esto del europarlamento algo parecido a este tipo de estudios.
Y la verdad es que revisando nombres de los titulares a lo largo de
los años, y las prebendas, de algunos representantes nuestros,
salvando entre otros a Don Alejandro Cercas, no hago mas que
comprobar que está todo inventado. O casi.
En la Odisea (Canto XI), hay un pasaje
en el que Odiseo
navega hasta el inframundo
y conversa con las sombras de los muertos. Una de ellas es la sombra
de Aquiles, quien es saludado como «bendito en vida, bendito en la
muerte»; el guerrero responde que: “No intentes consolarme de la
muerte, esclarecido Ulises: preferiría ser labrador y servir á
otro, á un hombre indigente que tuviera pocos recursos para
mantenerse, á reinar sobre todos los muertos”.
(Referido por Javier Cercas en “El
monarca de las sombras”) .
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