domingo, 15 de febrero de 2009

LA FAMILIA FELIZ.-























El papá Estado se casó con la madre Patria y…
Constituyen una numerosísima familia desde hace mucho tiempo.
Tienen los vaivenes habituales en todas las parejas. A veces papá ha intentado anexionarse otra familia, otra madre extra, para engrandecer la suya, originando unos conflictos terribles que jamás han acabado provechosamente. Otras veces la madre ha tenido que llamar a la suya para que venga a ayudarla a poner orden, y esa injerencia también ha supuesto un coste significativo para el equilibrio familiar. Nada extraño. Las pequeñas crisis entre amantes que van superando los distintos niveles de dificultad a que el tiempo somete a la más básica de las sociedades.
Y es que el tiempo no perdona a tan sagrada institución. Pasados los cincuenta años, las bodas de oro, aparece un remanso de estabilidad que diriase ilimitado, los peligros de ruptura, de desastres tanto economicos como afectivos han sido conjurados años ha, y usualmente la generación siguiente suele estar lista para comenzar la clonación del fenómeno familiar.
Así suele ser casi siempre, pero no olvidemos que el enemigo acecha en la oscuridad, al menos a los héroes de ficción, ya que esta historia, este cuento, asi lo es.

Papa Estado, es un buen hombre, conservador de las tradiciones, que no ha hecho otra cosa que mantener la costumbre heredada, con el añadido de pequeños matices personales en la intensidad de alguna de sus funciones putativas. Así ha exagerado un poco la protección de los pequeños, ha intentado dotar a estos de toda la seguridad y confort que estaban a su disposición, e incluso un poco mas, no dudando en enfocar la economía domestica en esa dirección casi exclusiva. De tal modo que no ha dudado en prolongar dicha protección por encima de una edad razonable, impidiendo los peligros propios del desarrollo individual, personal de cada vástago, consiguiendo aplazar el momento de la mayoría de edad, de la autonomía personal hasta llegar a hacerla imposible.

La madre, mucho mas lista, ha protestado en innumerables ocasiones, en principio porque esa era una función propia e intransferible de su condición y genero, luego porque ha intuido el peligro que para sus hijos supone un estado de infancia tan prolongado que llegue hasta la senectud, que esa falta de libertad, verdadera, de no poder participar de modo alguno sin la intervención, la mediación, la imposición paterna, no hace otra cosa que castrar el potencial de esos hijos tan sanos y tan bondadosos que ella con tanto dolor y tanto amor ha parido. La madre es consciente de que algo no está todo lo bien que debiera. Que la disciplina inglesa no va con nuestra epoca, esa de mantener la autoridad por encima de los valores propios de la relación entre iguales, del anacrónico “come y calla” cotidiano, y bien es verdad que comida casi nunca ha faltado, de ese “habla con tu madre” que devuelve cualquier intento de dialogo con el patriarca al saco oscuro de la impotencia. Y que esa pretensión de mantener los hijos en una perpetua situación infantil, no puede ser nada buena. Por mas que, hasta hora haya supuesto la base del estado de paz y tranquilidad de que ha gozado la familia, y de que haya facilitado la gestión de esta por parte del padre que no ha hecho mas que asumir , exagerar, y extender indefinidamente la parte mas sencilla del rol del que procrea: fecundar y proteger el nido. La madre lo sabe, igual que sabe que su papel es ver oír y callar, y que salirse de este, es asumir el riesgo de echar a perder algo a lo que ha dedicado toda su vida, que ya va siendo, como su edad, avanzada, como lo es la de su marido, al que va notando ya algunos signos propios de sus muchos años.
Primero, y esto no es nuevo, fue la actitud de excesiva tolerancia ante los hijos pródigos, (y es que a cumplidores con la ley divina a esta familia no gana nadie), ante la alegria y generosidad con que se recibíó a aquellos vástagos consentidos que metían la mano, y la cartera, en el arca familiar y se dedicaban a ejercer el dispendio y la ostentación de riqueza a la que en su familia, numerosa, nunca hubo lugar. Esto se repitió tantas veces y con tanta prodigalidad, (siempre creí que prodigo es el que vuelve, y no que significa: " aquel que gasta lo que no es suyo". Viendo como suelen terminar, pienso que debería llamarse la parábola del “Hijo prodigio” mas bien.), que fue un acicate entre los pequeños para emular a la menor ocasión las ilegales hazañas de los hermanos mayores que, tras recibir una pequeña amonestación, y no siempre, eran aceptados en el redil como si la alegria de su vuelta fuese el justo castigo al alimento y salud que habían distraído al resto de hermanos. Esta situación, la madre, feliz no obstante de ver a salvo a sus ovejas descarriadas, no acababa de entenderla.
Tiene entera, integra ,la memoria y recuerda aquellas situaciones que vivieron su madre y la madre de su madre cuando en su nombre, en el de la madre, las familias pierden la escasa capacidad de raciocinio que les hubo quedado después de años de no usarlo, de prescindir de él , amparados por el bienestar que produce una buena comida y la seguridad de que también la cena va a ser magnifica, las horas esas de placidez postprandial cuando la siesta se hace dueña de los cuerpos cuyos espíritus estan ausentes desde antes de iniciar la ingesta.. Cuando en su nombre, la locura se presenta en el zaguán y comienza la destrucción. Esa memoria siempre la tiene presente pero ella no pude hacer otra cosa que ver, oír y callar. Obedecer ciegamente a ese marido que hace tiempo ha comenzado a dar síntomas de olvidar lo que dijo, lo que prometió la semana anterior, y a encerrarse en unos planteamientos tan simples e infantiles como los juegos de los hijos mas pequeños, y que inducen a sospechar en una de esas enfermedades seniles para las que, todavía, no existe solución.
Ese padre repasa minuciosamente, cada noche, las cuentas domesticas y se va a la cama ufano de que su familia no tiene deudas con nadie, ignorando las deudas que su hijos, los grupos organizados de hijos que administran las diversos territorios familiares, van dejando a cuenta de la familia, las deudas de los hijos a los que ha dejado como experiencia lúdica, mas bien parece, la gestión de cada núcleo, de cada agrupación humana dentro de la familia, esos hijos que han ejercido una contabilidad relajada como la del jugador de poker que tiene cuenta ilimitada en el casino, ilimitada para él que no para su familia, a la que llegarán sus perdidas, en el momento mas inoportuno. El padre cuenta sus dedos, comprueba que estan todos, y duerme tranquilo.
Se acercan las bodas de platino, de nuestra pareja, y se mantienen los roles iniciales, el abuelo sigue sonriendo con la bondad que los nietos merecen, sin limite, sin darse cuenta de que los nietos son, en realidad, sus hijos, y su papel no es el de seguir siendo, el gerundio, sino el de dejar el paso libre , el de estudiar sabiamente, las lecciones del pasado, para cambiar el esquema familiar dejando paso libre al nuevo, al del futuro, que ya está aquí. Y es que “Eppur si muove” . Galileo tenia razón, por mas que queramos ser hipócritamente fanáticos de Lampedusa y su “Algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Para que, cuando llegan los tiempos de vacas flacas para la familia, cuando no hay todo para todos y los hijos estan indefensos ante la escasez, o ausencia, de medios materiales para satisfacer sus necesidades elementales, no nos limitemos a sentarnos al lado de la abuela, que aquí es la madre de Pedro, para ayudarla a enrollar el ovillo de lana. Esa es la labor del nieto, la del hijo es la de mantener la continuidad y la viabilidad de la familia a la que pertenece, y la de hacerse responsable de la suya propia. Asi podrán sus hijos ayudar y disfrutar con el calor de hogar de la abuela y evitar que el abuelo sufra, y nos haga sufrir, los rigores de su ocaso.
Y es que la familia ya no es lo que era. No señor.



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2 comentarios:

  1. Emilio, me pierdo. ¿ No será que cada hijo es de un padre diferente ?. Fede

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  2. Te aseguro que,en este cuento, todos los hijos somos del mismo padre y la misma madre. Solo que la familia está en crisis, y soy incapaz de adivinar que va a ocurrir con nosotros, los hijos zangolotinos (veasé drae). Y mucho mas incapaz de profetizar sobre el futuro de los progenitores.

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